Mientras lo apedreaban, Esteban oraba y decía: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado». Habiendo dicho esto, durmió. Y Saulo consentía en su muerte.
Hechos 7:59-8:1a
¿Es una imagen vívida, no? Es digno de tenerse en cuenta cómo Dios está con Su fiel mártir aquí. Los ojos de Esteban son abiertos, incluso en la presencia del concilio, y ve al Señor Jesús junto a la mano derecha del Padre. Es mi convicción que cada creyente que muere ve este acontecimiento, que cuando un creyente sale del tiempo a la eternidad el siguiente acontecimiento para él es la venida del Señor Jesús regresando por los Suyos.
Aquí Esteban le ve esperándole y recibiéndole en unos pocos momentos, cuando sea llevado fuera de la ciudad y apedreado hasta la muerte. Ésta es la visión que recibe los ojos de aquellos que duermen en Jesús, y Esteban lo ve. Ora con las palabras que hacen eco a las de Jesús mismo en la cruz. Jesús oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Esteban dice: “Señor, recibe mi espíritu y no tomes este pecado en contra de ellos”. Cuando dijo esto, se quedó dormido.
Dos veces en este relato nos hemos referido al joven Saulo de Tarso. Todos aquellos que mataron a Esteban dejaron sus vestiduras a sus pies. Se quedó guardando las vestiduras de los demás mientras le apedreaban. Había votado en contra de Esteban en el concilio; estaba consintiendo en su muerte. Pero la idea que el Espíritu Santo quiere que entendamos de este relato es la verdad que hemos ejemplificado aquí y que ha sido manifestada a través de la iglesia muchas veces desde ese día: la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia. Cuando la iglesia sufre de esta manera siempre crece inmensamente. De la sangre de Esteban vino la predicación de Pablo. Por la muerte de este primer mártir fueron traídos a la iglesia el corazón y el alma de este poderoso apóstol de los gentiles, el apóstol Pablo. Pablo nunca se olvidó de esta escena. Fue grabada a fuego en su mente y en su memoria para que nunca se pudiera olvidar.
A este recuerdo se refirió Jesús cuando le dijo a Saúl, arrestándole en el camino a Damasco: “Saulo, Saulo… Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos 26:14). ¿Qué quiso decir? Este recuerdo de Esteban era como un aguijón hincándose en la conciencia de Saulo, molestándole constantemente, y preparando su corazón para el momento cuando el Señor Jesús, que había recibido el espíritu de Esteban, aparecería y se revelaría a este joven hombre que sería convertido y sería Pablo el Apóstol.
Padre, este relato me ha despertado al hecho de que esta vida es una batalla real y que puede conllevar sangre y sudor y lágrimas. Oro para que pueda, como Esteban, ser encontrado fiel hasta la muerte, reconociendo que Aquel al que sirvo es el justo Señor de los cielos y la tierra.
Aplicación a la vida
Los héroes de la fe nos han dejado una herencia de apedreamientos, azotes, tortura, encarcelamiento y martirio, quizás nunca más extendida que hoy en día. ¿Estamos preparados para someternos al sufrimiento que Dios quizás elija para nosotros, para que pueda Él lograr Su soberano propósito?