Cuando cesó el alboroto, llamó Pablo a los discípulos y, habiéndolos exhortado y abrazado, se despidió y salió para Macedonia.
Hechos 20:1
Pablo estaba entusiasmado por explicar todo este turbulento alboroto que acababa de ocurrir en Éfeso a los cristianos. Hay algo sobre ello que no quiere que se pierdan, así que los reúne y les exhorta antes de irse. Lucas no nos dice en qué consistía la exhortación, pero creo que Pablo sí lo hace. Hay un pasaje en esta segunda carta a los corintios que se refiere a esta ocasión. En 2ª de Corintios 1:8 Pablo dice: “Hermanos, no queremos que ignoréis acerca de la tribulación que nos sobrevino en Asia, pues fuimos abrumados en gran manera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida”.
Ponte en el lugar del apóstol en medio de este tremendo alboroto. Por un tiempo pareció que el evangelio había tenido tanto éxito en Éfeso que Pablo podía pensar en despedirse e irse a otros sitios. De pronto ocurrió este alboroto, teniendo la apariencia de amenazar la causa de Cristo y poniendo a los cristianos en gran peligro. Pablo está consternado y angustiado. Su vida está en peligro. La multitud es tan salvaje, tan incontrolable que por unas pocas horas parece que quizás pasarán por la ciudad y matarán a cada cristiano en Éfeso. Pablo dice: “pues fuimos abrumados en gran manera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte” (2 Corintios 1:8b-9a). No veía la solución. Parecía que había llegado al final del camino. Pero Dios tenía un propósito: “para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Corintios 1:9b).
Ése es el corazón mismo del mensaje cristiano, como lo explicará Pablo en su carta. “No que estemos capacitados para hacer algo por nosotros mismos”, dice (2 Corintios 3:5a). Su explicación a estos jóvenes conversos en Éfeso fue, sin duda, parecida. Les estaba diciendo: “Dios ha mandado este acontecimiento; ha permitido que ocurra para enseñarnos que Él es capaz de manejar las cosas cuando escapan mucho más allá del control humano. Cuando nuestras circunstancias se salen de orden, mucho más allá de nuestros propios recursos, Dios es capaz. Él nos ha enseñado esto para que no dependamos de nosotros mismos sino de Aquel que resucita a los muertos, que obra en nosotros para hacer “mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20b).
¡Qué conciencia tenía este apóstol de la fantástica fuerza del cuerpo de Cristo obrando juntos, orando juntos, apoyándose los unos a los otros, sosteniéndose los unos a los otros en oración y, por lo tanto, reclamando el maravilloso poder del Dios de resurrección, que puede obrar por medio de los más inesperados instrumentos para poner paz en una situación, para controlar una multitud, para parar la ola de emoción de la gente cuyo razonamiento ha sufrido un cortocircuito, para mantenerlos dentro de un cierto límite y frontera, y para que todo el asunto sea traído a nada! Éste es el poder de Dios.
Esto es lo que podemos aprender de esta situación, al enfrentarnos nosotros también con tiempos de peligro y presión y problemas. Las dificultades que se presentan de pronto en nuestras vidas, las presiones por las que debemos pasar, las catástrofes repentinas que vienen rugiendo de pronto, éstas son mandadas para que no dependamos de nosotros mismos sino que dependamos de Dios.
Gracias, Padre, por esas pruebas y dificultades que traes a mi vida, que me enseñan a no depender de mí mismo sino a depender de Ti.
Aplicación a la vida
¡El velar por nuestra propia seguridad en primer lugar no es el logotipo cristiano! ¿Necesitamos ser desengañados de la noción de que el auténtico vivir cristiano significa inmunidad de los problemas, persecución y sufrimiento? ¿Estamos tomando toda la armadura completa de Dios, confiando en Él para que Él haga batalla por medio de nosotros, o estamos resistiendo la misma aventura a la que somos llamados?