Entonces fueron abiertos los ojos de ambos y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Cosieron, pues, hojas de higuera y se hicieron delantales.
Génesis 3:7
Este relato revela tres cosas que marcan el principio de la muerte, y la prueba de que esta historia realmente sucedió se encuentra ahí, porque estas tres cosas son verdad en el caso de todas las personas. Cuando cedemos a la tentación, experimentamos los placeres del pecado. Pero lo que este relato nos obliga a afrontar es que el placer viene acompañado de algo indeseable, un acontecimiento relacionado con el pecado, al que no podemos escapar. Todo ello es como una oferta conjunta, y aquí se nos explica como tres cosas que marcan el principio de la muerte.
El primero de ellos es éste: “se dieron cuenta de que estaban desnudos”. Habían estado desnudos todo el tiempo, pero no supieron que estaban desnudos hasta después de la caída. ¿Por qué? Porque nunca se habían mirado a sí mismos. El darse cuenta de su desnudez es una manera simbólica de expresar la idea de que experimentaron la aparición de lo que llamamos la propia conciencia. Se vieron a sí mismos, y el efecto inmediato fueron sus sentimientos de vergüenza y de turbación.
De manera que, al igual que Adán y Eva, nos encontramos haciendo prendas que cubran nuestra propia conciencia. Esto es verdad también a nivel psicológico. Esto es lo que se halla tras la práctica universal de proyectar una imagen de nosotros mismos, que es una forma de vestidura psicológica. Es una manera de intentar que las personas piensen acerca de nosotros de una manera diferente a como somos en realidad. Por eso es por lo que todos estamos luchando con el tema de la honestidad, de ser francos. No queremos que las personas nos vean o piensen acerca de nosotros como somos. No queremos pasar demasiado tiempo con ninguna persona porque tememos que esa persona nos vea tal y como somos.
La segunda cosa que nos muestra este relato se encuentra en el versículo 8. El esconderse es una reacción instintiva de la culpabilidad. Aquí tenemos una primera descripción de una conciencia que comienza a funcionar, de ese tormento interior con el cual estamos todos familiarizados y que no podemos eliminar, por mucho que lo intentemos. De hecho, con frecuencia, cuanto más nos esforzamos por hacer caso omiso de ella, tanto más profundamente nos acribilla y tanto más inexorable se vuelve. Los psicólogos están de acuerdo en que la culpa es una reacción universal frente a la vida, de la cual, sin motivo ni explicación aparente, todos padecemos. Este sentido de la culpa nos obsesiona, nos sigue y hace que nos sintamos atemorizados. Tenemos miedo a lo desconocido, al futuro y a lo que no vemos.
Pero existe todavía un tercer aspecto de esta muerte revelado aquí: El Señor le preguntó: "¿Qué es esto que has hecho?". Adán le respondió: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Es culpa de ella". La mujer dijo: "Bueno, no es culpa mía, es culpa de la serpiente. La serpiente me engañó, y yo comí". Éste es el primer esfuerzo humano por intentar enfrentarse con el problema de la culpa, y aquí es donde siempre aparece el echar la culpa a otros. A la postre, acaba por apuntar a Dios y decir que Él tiene la culpa; las personas son sencillamente víctimas impotentes de las circunstancias. Esto es lo que se oculta tras nuestro intento de echarnos la culpa los unos a los otros y echar la culpa de nuestras acciones o actitudes a alguna circunstancia exterior.
Señor, confieso que he visto las marcas de la muerte en mi propia vida: en la conciencia de mí mismo, la culpabilidad y el culpar a otros. Te doy gracias por Tu gracia que me busca incluso cuando intento ocultarme.
Aplicación a la vida
¿Por qué resulta tan fácil echar la culpa a los dirigentes, al cónyuge, a los amigos, a los enemigos y, a la postre, incluso a Dios por nuestras fastidiosas circunstancias? ¿Qué tres cosas caracterizan el principio de la muerte?