Y dijo: “Jehová, Dios de mi señor Abraham, haz, te ruego, que hoy tenga yo un buen encuentro, y ten misericordia de mi señor Abraham”.
Génesis 24:12
El énfasis principal de este pasaje gira en torno a lo que podríamos llamar “la cooperación del Espíritu”. Ésta es la nota que falta en gran parte del evangelismo personal. Muchos hombres y mujeres han escuchado el mandamiento de Dios: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Han reconocido que esto es un mandamiento, pero luego salen actuando como si todo dependiese de ellos. Aquí es de donde procede el rostro ceñudo, el fanático con ojos febriles, por un lado y, por el otro, el cristiano tímido, confundido, que apenas se atreve a pronunciar una palabra. Fallamos en lo que se refiere a reconocer que no sólo nos ha mandado Dios hacer esto, sino que también ha provisto el Espíritu por medio del cual poder hacerlo.
Esto es lo que vemos al progresar la historia. Aquí tenemos a un hombre que está esperando que Dios obre. No va a esta tierra diciéndose a sí mismo: “Bueno, ahora todo depende de mí. Tengo que encontrar a esta muchacha, y ¿cómo voy a encontrar la que es la apropiada? Y después de esto, debo convencerla para que venga. ¿Cómo voy a conseguirlo?”. Es muy sencillo para este hombre, porque sabe que no está solo para realizar esta tarea. Hay un compañero invisible que está obrando, preparándole el camino. ¡Cuánto me gustaría que pudiésemos aprender esta lección acerca de nuestro propio testimonio! Dios no ha dejado esto para que lo hagamos nosotros solos. El trabajo de alcanzar a hombres y mujeres para Cristo no es una cuestión de persuasión humana, sino que es un llamamiento divino. Dios está obrando para mover, dar forma y desarrollar las vidas y los corazones de todos.
¿Se ha fijado usted cómo el criado de Abraham lo hace? Primero, ora, revelando su expectación de que Dios está obrando. En su oración sencilla pide a Dios que despeje el camino, que le indique la persona a quien Él desea que el criado le hable. Al orar acerca de su problema, espera que Dios le conteste. Éste es un maravilloso concepto que recordar al dar testimonio. Cuando yo voy en avión o en tren, o voy a alguna parte donde posiblemente vaya a estar en contacto con alguien que no conoce al Señor, le pido a Dios que me indique quién es la persona con la cual Él quiere que yo hable. Tal vez no hay nadie; tal vez el Señor quiere que pase mi tiempo leyendo o estudiando. Pero es muy posible que tenga a alguien. Yo no sé con quién Él está obrando, pero sé que Él me dirigirá de maneras de las que yo apenas si soy consciente.
Padre, enséñame a estar expectante a Tu dirección guiándome a aquellas personas que están listas para escuchar Tu Palabra.
Aplicación a la vida
¿Vivimos expectantes de Dios para que ministre por medio de nosotros y realice Sus propósitos? ¿Contamos nosotros con nuestra propia ingenuidad o nuestro ingenio para alcanzar a otros con el evangelio?