Luego que acabó de hablar a Abraham, Jehová se fue y Abraham volvió a su lugar.
Génesis 18:33
Este versículo no dice: “El Señor siguió su camino cuando Abraham acabó de hablarle”. Dice: “Cuando acabó de hablar a Abraham”. En otras palabras, Abraham no acabó aquí, sino que fue Dios el que lo hizo. El versículo sugiere que Dios inició toda esta conversación con Abraham y le guió durante la misma, y cuando hubo contestado en su totalidad como deseaba Dios, Éste terminó el diálogo y siguió Su camino. De modo que Abraham no le estaba pidiendo a Dios que hiciese algo por él; fue Dios que oró por dentro de Abraham y puso límite a la conversación.
Esto concuerda en su totalidad con lo que hemos leído en el Nuevo Testamento acerca de la oración. En Romanos Pablo dice: “Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos” (Romanos 8:26b). ¿Sabe usted qué pedir en oración acerca de sí mismo o de otra persona? No, no lo sabe usted. “Pero”, dice, “el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Pero el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:26c-27).
Evidentemente, al hablar sobre la oración nos encontramos en lo que es el borde del misterio, pero en medio de las brumas hay ciertas cosas que están claras en este relato de la oración de Abraham: Para empezar, la oración hace posible el gozo del compañerismo. ¿Ha visto usted alguna vez a un niño pequeño entrar en la casa de su madre y decir: “¡Voy a ayudar a papá!”? Se siente muy orgulloso de hacerlo, y por eso sale y sujeta los tablones y se golpea los dedos. El padre podría haber hecho el trabajo mejor él solo, pero le encanta que su hijo le ayude, y al hijo también le encanta. Existe un sentimiento de compañerismo. Esto es lo que hace la oración. Cuando la oración es auténtica, Dios no actúa completamente por Sí solo. Le encanta reunirnos y que nosotros le ayudemos a golpear los clavos. Si nos golpeamos un poco los dedos, Él está ahí para aliviarnos.
La oración nos permite además apropiarnos del carácter de Dios. Abraham nunca es más como Dios que en el momento en el cual está orando por Sodoma. Su oración no salvó a la ciudad, y no se suponía que lo hiciese, pero sí hizo que Abraham manifestase en su propia vida la misericordia y la compasión de Dios. Es por este motivo que Dios nos pide que oremos, que podamos adoptar para nosotros mismos algo de Su propio carácter.
La tercera consideración: La oración concentra el poder de Dios en un lugar individual o en una persona en particular. Aunque Abraham no había mencionado nunca a Lot por nombre, Dios se acordó de Abraham y salvó a Lot (19:29). No sé por qué la oración hace semejante diferencia, pero sé que la hace. Usted puede planear un programa, pensar en todos los detalles, establecer todos los comités, conseguir todas las cosas que necesite usted, instruir a todo el mundo y ensayarlo, a pesar de lo cual, en la presentación final puede fracasar totalmente. Pero si consigue usted que otras personas participen en el ministerio de oración acerca del programa, aunque la preparación pueda ser parecida, la diferencia en la presentación es que se manifestará con poder y con toda su fuerza, y las vidas serán transformadas.
Padre, me doy cuenta de que la oración no es un medio del que me valgo para dictarte a Ti o llamarte para que hagas lo que es mi voluntad, sino que es más bien el medio del que me valgo para arrimar el hombro a la rueda a la que Tu hombro se ha acercado y que puedo participar en el compañerismo contigo en Tu gran empresa en la tierra.
Aplicación a la vida
¿Vemos nuestras oraciones como la oportunidad de requerir a Dios que siga nuestra agenda? ¿Estamos nosotros aprendiendo que la verdadera oración es nuestra respuesta al llamamiento de Dios para que seamos socios con Él?