Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu.
Efesios 8:18a
Existe una poderosa relación entre ponerse toda la armadura de Dios y orar. Estas dos cosas deben ir juntas; de hecho, la una se produce como resultado de la otra. No basta con ponerse la armadura de Dios; es preciso que además ore usted. Pero tampoco basta con orar, sino que es necesario que se ponga usted la armadura de Dios. Es imposible separar estos dos conceptos. El ponerse la armadura es esencialmente algo que se hace en relación con la esfera de sus pensamientos. Es ajustar su actitud y su corazón a la realidad, a las cosas tal y como son. Es pensar y examinar a fondo las implicaciones del hecho que pone de manifiesto la revelación. Esto es siempre algo que es necesario hacer al intentar enfrentarnos con la vida.
El apóstol no invierte esto, diciendo: “Primero ore usted y a continuación póngase la armadura de Dios”. Eso es lo que intentamos hacer, y es por eso que nuestra vida de oración es tan débil, tan impotente. Existe una gran ayuda práctica aquí si seguimos con todo cuidado el orden diseñado en las Escrituras. Creo que la mayoría de los cristianos confesarían que no se sienten satisfechos con su vida de oración. Sienten que es inadecuada y tal vez no tan frecuente como debiera ser. A veces nos debatimos, intentando mejorar la calidad así como la cantidad de nuestra vida de oración. Algunas veces adoptamos horarios que intentamos mantener o largas listas de nombres, proyectos y lugares que intentamos recordar en oración. En otras palabras, empezamos con el hacer, pero cuando hacemos esto estamos empezando por el lugar equivocado. Donde debemos empezar no es haciendo, sino pensando.
La oración sigue al ponerse la armadura de Dios. Es el resultado natural y normal. No estoy sugiriendo que no haya lugar para la disciplina cristiana; claro que lo hay. No estoy sugiriendo que no vayamos a necesitar hacer uso de nuestra voluntad, ponerla en acción y seguirla en su totalidad. Por supuesto que existe esta necesidad, pero el lugar en el que debiera estar la disciplina no es en orar primero, sino en “ponernos la armadura de Dios”. Primero, piense usted atentamente en las implicaciones de nuestra fe, y a continuación la oración fluirá de una manera natural con mucha más facilidad. Cuando aparece en este orden, es una oración meditada, una oración que tiene un propósito y significado.
Éste es el problema con una gran parte de la manera de orar que tenemos hoy. Es menos profunda, un tanto superficial. A veces nuestras oraciones apenas si son algo más sencillo que las oraciones infantiles: “Ahora me acuesto a dormir. Te pido, Señor, que guardes mi alma”. ¿Qué es lo que se necesita? La oración debe ser el resultado de las cosas en las que pensamos muy en serio y de las implicaciones de la fe. Esto añade profundidad, sentido y significado a la misma. Así que la oración debe ser directa y con un propósito.
Si examina usted todo el contenido de las enseñanzas de la Biblia sobre este gran tema de la oración, descubrirá que bajo toda la presentación bíblica se encuentra la idea de que la oración es tener una conversación con Dios. Lo que el apóstol está diciendo es: “Después de que se haya puesto usted la armadura de Dios, después de que haya pensado a fondo acerca de las implicaciones de su fe de las diferentes maneras que hemos sugerido con anterioridad, entonces háblele a Dios. Dígaselo todo, háblele de sus reacciones, dígale cómo se siente, describa la relación con la vida que le rodea y pídale a Él lo que necesite”.
Perdóname por la manera en que he visto la oración como si fuese algo insignificante y opcional. Ayúdame a tomarla en serio y a darme cuenta que has hecho de ella mi punto de contacto contigo. Enséñame a orar.
Aplicación a la vida
¿Tenemos que estar esforzándonos para orar, o sentimos que oramos de manera poco frecuente o inadecuada, o nos damos cuenta de que nuestras oraciones son realmente superficiales? ¿Cómo podemos hablar con Dios de una manera real y significante?