En ella no vi templo, porque el Señor Dios Todopoderoso es su templo, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella, porque la gloria de Dios la ilumina y el Cordero es su lumbrera. Las naciones que hayan sido salvas andarán a la luz de ella y los reyes de la tierra traerán su gloria y su honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.
Apocalipsis 21:22-25
La Nueva Jerusalén es una ciudad de belleza y simetría, tan larga como ancha, tan alta como larga. No sólo se revela el tamaño y la forma de la ciudad, sino que también se nos da los materiales de los que está hecha. El muro estaba hecho de jaspe y la ciudad de oro puro, tan puro como el vidrio. Los cimientos del muro estaban decorados con toda clase de piedras preciosas. Las doce puertas eran doce perlas, cada puerta hecha de una sola perla. Usted habrá oído muchos chistes de San Pedro y las puertas del cielo, a las que siempre imaginamos como un solo par de puertas. Pero hay doce puertas, cada una de una perla gigante. ¡Dios debe tener algunas ostras enormes en este universo nuevo! Del dolor de una ostra nace la belleza. Una perla se forma cuando un grano de arena se mete dentro de la concha de la ostra y ésta se siente muy incómoda. Para aliviar ese dolor, cubre lo que la irrita con un nácar lustroso y suave que se endurece formando una hermosa perla. Esto describe cómo los redimidos proceden del dolor de Jesús. Los redimidos nunca olvidarán en toda la eternidad el dolor de la cruz de Cristo.
A lo largo del Apocalipsis, hemos visto descrito un templo en el cielo.
Ese templo permanece a lo largo de todo el milenio.
Pero en los nuevos cielos y tierra no hay templo.
¿Por qué?
Porque el templo verdadero, del cual el de los viejos cielos es una imagen, es el Hombre Verdadero, Jesús mismo.
Pablo dice: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros?
(1 Corintios 6:19a).
Si Dios habita en usted, usted es parte de este templo celestial y comparte el honor de ser el hogar de Dios, la morada de Dios.
Y de ello nace una luz radiante.
Las personas pueden ver todas las cosas por medio de esa verdad.
Es tan gloriosa que no hay necesidad de sol o luna.
No se dice que no los haya; simplemente dice que no se necesitan en esta ciudad de Dios.
Allí nunca habrá noche, porque está continuamente iluminada por la gloria que es Dios en el hombre.
Las puertas nunca se cerrarán, porque no hay noche y, por tanto, ninguna necesidad de protección.
Las ciudades cierran sus puertas por la noche a causa del peligro, pero no hay nada que destruir en este mundo nuevo por venir.
Los reyes de la tierra llevarán a ella su gloria, no para competir con la gloria de Dios, sino para que sea revelada por la luz de Dios.
Nada impuro entrará, porque sólo los redimidos serán admitidos.
Gracias, Señor Jesús, por el dolor que soportaste, para que yo pudiera un día habitar en esta hermosa ciudad. Amén.
Aplicación a la vida
¿Entiende la realidad de que, en Cristo, usted es el templo de Dios?¿Cómo cambia esta verdad las elecciones que usted hace cada día?