Si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa del resplandor de su rostro, el cual desaparecería, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del Espíritu?
2 Corintios 3:7-8
Ésta es una clase de gloria y de atractivo acerca del antiguo pacto simbolizado aquí por el resplandor del rostro de Moisés cuando descendió de lo alto de la montaña con las tablas de la Ley. Dios hizo que brillase su rostro; no fue algo que hizo Moisés mismo. Pero Dios hizo también que desapareciese, porque deseaba enseñar algo por medio de esto. Era una gloria pasajera, un símbolo de algo que cada uno de nosotros ha experimentado en un momento u otro. Es lo atractivo que encontramos nosotros en cuanto a la oportunidad de mostrar lo que somos capaces de hacer con lo que tenemos. ¿Ha sentido usted alguna vez esto? En tantos aspectos de la vida, alguien está pensando: “He sido enseñado para eso y poseo las habilidades necesarias y tengo los dones. Permitidme demostrar lo que puedo hacer”. Causamos una gran impresión, pero ¿a quién se le da el mérito? A nosotros. Somos nosotros los que somos glorificados.
Pablo está hablando aquí ahora acerca del sentimiento de júbilo que acompaña la oportunidad para que presumamos de nuestras capacidades, pero la crónica de la historia muestra que todas las personas que han intentado vivir en base a esto acaban quedándose cortas y no estando a la altura, así que no va a funcionar realmente. Después de un tiempo se convierte en algo estúpido, aburrido y rutinario, y se introduce la muerte. A esto lo llama el ministerio de la muerte, de una gloria que se desvanece y que no dura. Pero cuando descubre usted un nuevo principio, el principio de la dependencia de Dios, se da usted cuenta que cuando hace usted uso de sus conocimientos originales, sus habilidades y adiestramiento, Dios estará obrando. Dependiendo de esto, sentimos una ilusión y una gloria que es superior a la que siente usted cuando quiere presumir de lo que puede hacer. De modo que no será usted, sino Dios, el que realice estas cosas.
Todos aquellos que intentan llevar una vida que es agradable a Dios por medio de sus propios esfuerzos descubren siempre que no lo consiguen realmente porque no saben nunca cuando han hecho lo suficiente. Una señora me dijo en una ocasión: “Cuando me acuesto por la noche, me pregunto con frecuencia que si me hubiese esforzado un poco más, tal vez pudiera haber hecho algo que hiciese feliz a Dios”. Cada noche tenía esa sensación de “Hoy no he cumplido realmente”. Ése es el ministerio de condenación. Es el resultado de intentar hacerlo por sus mismos recursos, por sus propios esfuerzos.
Pero Pablo dice: “Si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación” (2 Corintios 3:9). La justificación significa ser totalmente aceptados, tener la sensación de haber sido aprobados por Dios, de ser honrados y apreciados por Él. La palabra más parecida que conozco para describir esto es la palabra valía. Dios le concede a usted un lugar de valor y Él le dice ya en el nuevo pacto: “Te he amado; te he perdonado; te he limpiado. Tengo la intención de usarte a tí; tu vida es importante, y no hay nada más que puedas añadir a eso”.
Señor, te confieso que he sido con frecuencia como Moisés, ocultándome tras una máscara, cubriendo la gloria de mis propios esfuerzos que se desvanecía. Concédeme la gracia de sencillamente recibir de Ti el don del valor.
Aplicación a la vida
¿Es la gracia de Dios algo que hace que nos sintamos avergonzados, o podemos ver la gloria trascendente de confiar totalmente en Él, para que nos dé valor y un descanso tranquilo en lugar de nuestro propio esfuerzo?