Pero el que odia a su hermano está en tinieblas y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
1 Juan 2:11
Juan dice que la persona que odia a su hermano no es cristiana, sino que “está en tinieblas” y no ha salido nunca de ellas. Decir que se encuentra usted en la luz a pesar de que odia a su hermano es una negativa básica de la fe. Semejante actitud de hostilidad, de indiferencia y falta de interés en otra persona es señal de una vida que no ha sido regenerada.
El apóstol Juan dice que aquel que odia a su hermano se halla en tinieblas y no sabe a dónde va. No entiende que esto puede llevar al asesinato o a la mutilación criminal. Continúa a ciegas, tropezando en su esfuerzo lleno de odio por hacer daño a su amigo, a su hermano o compañero, quienquiera que sea. Pero el resultado es que sólo se está haciendo daño a sí mismo y a todos los que ama.
Pero además está cegado. Dice Juan: “las tinieblas le han cegado los ojos”. La palabra que se usa aquí significa “hacer insensible”, y eso implica que, si vivimos de esta manera, a la postre llegamos al momento en que ya no podemos responder. El odio se apodera de nosotros, endureciendo nuestro corazón, que ya no puede reblandecerse.
Es posible que los cristianos sucumban de manera temporal a esta clase de cosa. Pueden caminar temporalmente en tinieblas, pero ya no son hijos de las tinieblas, porque la luz del amor de Dios ha entrado en sus corazones. Si no son conscientes de la lucha entre la expresión de odio o si no se preocupan por tener una conciencia culpable por su odiosa actitud, deberían preguntarse si han pasado en realidad de la muerte a la vida. Esto es algo que el Espíritu de Dios tratará de manera inevitable en el cristiano para desbaratarlo, y en ocasiones podrá llevarse a cabo por medio de medidas muy difíciles.
Recuerdo una ocasión en la que estaba aconsejando a una mujer acerca de un problema físico que tenía en realidad una base espiritual en su experiencia. Descubrí que llevaba años odiando a otra persona. El odio la había convertido en una persona amargada y rancia, envenenando todos sus pensamientos. Yo le dije: ―Debe usted hallar en su corazón la manera de perdonar a esta persona, de la misma manera que Dios le ha perdonado a usted.
Me miró y me dijo: ―¡No puedo perdonarla; jamás la perdonaré!
Yo le dije: ―Pero Dios dice que debe usted hacerlo. Si no puede hacerlo, tendrá que enfrentarse con el hecho de que no es usted cristiana, porque no puede perdonar y, por lo tanto, usted no ha nacido nunca de nuevo.
Me miró y me dijo: ―Imagino que tiene usted razón. Sé que soy cristiana, pero veo que me he estado engañando a mí misma. Necesito perdonar.
¡Y lo hizo! Se produjo un cambio en la vida de esta mujer que fue como si la noche se convirtiese en día.
Los cristianos se pueden engañar a sí mismos, siguiendo la actitud del mundo de que no pueden perdonar. Cuando las personas mundanas odian, se encuentran presas bajo ese dominio al que no pueden escapar. Pero cuando el Hijo de Dios entra en sus vidas, el poder del maligno queda eliminado, y se liberan de ello y pueden perdonar, pero todavía es preciso que estemos de acuerdo en hacerlo. Dios no nos va a obligar a perdonar aparte de nuestra propia voluntad, a pesar de que tengamos la habilidad para hacerlo.
Señor, te pido que Tu amor se manifieste en y por medio de mí, no porque me esté esforzando tanto, sino porque te conozco y Tú me has amado y has venido a vivir Tu vida por medio de mí.
Aplicación a la vida
Los verdaderos cristianos se destacan por la habilidad para perdonar a cualquiera a pesar de cómo se sientan. ¿Necesitamos que sean abiertos nuestros ojos para poder escapar voluntariamente al dominio del rencor?