Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
1 Corintios 2:3-5
Éste debería de ser uno de los más alentadores pasajes a cualquiera de nosotros que hayamos intentado ser testigo como cristiano. Hablar de las cosas de Cristo y las cosas de Dios es fácil en una iglesia como la nuestra, donde estás reunido con amigos cristianos, porque nadie protesta. Sin embargo, cuando intentas hablar sobre estas cosas con aquellos que no son creyentes, que están cometidos a la filosofía de ponerse a sí mismos primero, y que están buscando fama o fortuna, o sea lo que sea, encuentras que es muy difícil. Sientes mucha debilidad personal y temblor. Ésa es la forma en la que se sintió Pablo, y eso debería ser ánimo para nosotros.
La razón por la cual se sintió así es porque lo que estaba intentando decirles no estaba en línea con lo que el mundo quiere oír sobre sí mismo. No alimentaba el orgullo del hombre; no le hacía sonar como que era increíblemente importante. Pablo deliberadamente rechazó esta aproximación, que está mal porque no ayuda al hombre. En lugar de ello, comenzó a hablar sobre este juicio de Dios sobre el pensamiento, las actitudes y la sabiduría del hombre, y le dejó sintiéndose rechazado. En un sentido eso es lo que Pablo estaba sufriendo en Corinto. Vino, pero no hubo ninguna recepción que fuera placentera a su orgullo; no hubo banquetes; no le dieron un premio de la academia.
Nos dice cómo se sintió. Se sintió temeroso, débil e inefectivo. Sintió que sus palabras no fueron espectaculares; se sintió que no impresionó a nadie con la forma en la que presentó esto. ¿Alguna vez te has sentido así? Yo sí, muchas veces. Me he sentado con alguien a testificarle, y me sentí como si tuviera dos lenguas que se estaban tropezando la una con la otra. Parecía que no tenía las respuestas apropiadas a las cosas. Sólo podía hablar sobre cómo me afectaba a mí; sentí como que no estaba siendo nada efectivo. Sin embargo, Pablo no estaba desanimado. En el libro de los Hechos se nos dice que, después de que estuvo en Corinto durante unos meses, el Señor Jesús se le apareció en una visión y le dio fuerzas, y le dijo: “No temas, sino habla y no calles, porque yo estoy contigo y nadie pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad” (Hechos 18:9b-10). Pablo temía que le iban a dar una paliza, como le había ocurrido en otras ciudades. Tenía temor de ser marcado como un fanático religioso. No le gustaban esos sentimientos; sin embargo, fielmente comenzó a hablar sobre Jesucristo.
Pronto hubo un segundo resultado visible. Pablo lo llama la “demostración del poder del Espíritu”. Al contar Pablo estos hechos y la historia, con un gran sentido de debilidad y de la sencilla sinceridad de su corazón, el Espíritu de Dios comenzó a obrar, y la gente comenzó a venir a Cristo. Lees el relato en Hechos. Primero, los dirigentes de la sinagoga se volvieron a Cristo, y después cientos de la gente común, ordinaria, sencilla comenzaron a convertirse en cristianos. Pronto hubo un gran despertar espiritual, y antes de que lo supiera la ciudad de Corinto, una iglesia había sido plantada en medio de ella y un fermento estaba extendiéndose por toda la ciudad. Creo que ésta es la forma continua y perenne de la evangelización de Dios.
¿Te da ánimos? A mí, sí. Quizás te sientes con alguien mientras tomas café, y apenas sepas lo que decir, pero tartamudeas alguna palabra sobre lo que Jesucristo ha significado para ti, y la sinceridad en tu cara, y el amor y la compasión en tu corazón se notan en esa simple forma, y has alcanzado a alguien que quizás nunca fuera alcanzado por medio de la oratoria elocuente o la retórica. Es sobre esto que Pablo está hablando: la simplicidad de la aproximación. Sabía lo que estaba haciendo, porque simplemente estaba siendo honesto con ellos. Les estaba diciendo lo que era cierto sobre sus vidas.
Padre, gracias que has venido a llenarme con la gloria de la verdad y de la vida, de la esperanza y de la valentía de la fe, y el cumplimento. Pido que, a pesar del temor y el temblor, pueda estar dispuesto a hablar por Ti.
Aplicación a la vida
¿Nos derrumbamos cuando nuestros intentos de testificar son recibidos con rechazo y escepticismo? ¿Estamos aprendiendo a hablar la verdad con compasión? ¿Contamos con el poder de Dios, en lugar de nuestros propios recursos humanos?