El tercer Evangelio presenta a Jesús como el Hijo del hombre, que era el título favorito de nuestro Señor para Sí mismo y que usaba con más frecuencia que ningún otro nombre. Al leer el Evangelio de Lucas, al que encontramos aquí es, como es natural, la misma persona acerca de la cual leemos en Mateo y Marcos. Sin embargo, en Mateo lo que se enfatiza es Su realeza. Mateo es el Evangelio del Rey, y en Marcos le vemos como Siervo de Dios, ocupado en Su ministerio, dando continuamente de Sí mismo, pero en Lucas lo que se enfatiza es completamente diferente.
Aquí tenemos el Evangelio del Hijo del hombre, de Jesús, el hombre. A lo largo de todo este Evangelio se destaca constantemente Su condición de hombre. La clave del Evangelio, que forma un breve resumen del libro, se encuentra en el capítulo 19, versículo 10. Este es un pasaje muy conocido pronunciado por nuestro Señor, en el que dijo acerca de Sí mismo: "el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido" (Lucas 19:10).
No se refiere solo a salvar a las personas perdidas, sino a buscar lo que se había perdido. ¿Y qué es lo que está perdido? Tal vez diga usted que lo que está perdido son los hombres. No, es el hombre, el secreto de nuestra humanidad. Ya no sabemos ser lo que deberíamos ser. Todo el dilema de la vida es que aún tenemos, muy en el fondo, una especie de memoria racial de lo que debiéramos ser y de lo que queremos ser, pero no sabemos cómo realizarlo.
El hombre no ha olvidado nunca el mandato de Dios de subyugar y dominar la tierra, descubriendo todas sus fuerzas. Esto es lo que le hace continuamente participar en empresas científicas que desvelen los secretos de la naturaleza, que los domine y que los use para su propio provecho, pero no sabemos cómo ser hombre, y se ha perdido el secreto de la humanidad.
Recuerdo haber leído, hace algunos años, acerca de un grupo de astrónomos que estaban discutiendo sobre el progreso de la ciencia de la Astronomía. Estaban tratando acerca de las muchas teorías que tienen que ver con la expansión del universo e intentando explicar algunos de los fenómenos que se habían descubierto sobre las grandes extensiones del espacio. Nadie puede trabajar en ese campo sin sentir en ocasiones la insignificancia de los hombres y sin sentir, tal vez, todo el impacto de la pregunta que hizo David en el salmo octavo: "Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ꞌ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?ꞌ" (Salmo 8:3-4). ¿Qué es el hombre?
En ese grupo de astrónomos, a alguien se le ocurrió suscitar la pregunta: "Hablando desde el punto de vista astronómico", dijo esa persona, "¿qué es el hombre, en comparación con la inmensidad de este universo, con sus distancias imposiblemente grandes y sus enormes cuerpos celestes que giran y que son miles de veces mayores que nuestro sol? Alguien se puso en pie y dijo: "El hombre es el astrónomo". Esa es la forma de pensar del hombre que, a pesar de todo, incluso en su pequeñez, capta estas importantes cuestiones y temas que marcan algo acerca del misterio del hombre. Hay algo inexplicable acerca del hombre. Una de las preguntas que nos tienen intrigados es: "¿Qué diferencia hay entre el hombre y los animales?". Somos conscientes de que existe un enorme espacio, pero nadie acierta a explicárselo. Existe un profundo e inexplicable misterio alrededor del hombre. Es este secreto perdido, este misterio impenetrable, lo que vino a revelar nuestro Señor y que destaca de manera especial en el Evangelio de Lucas.
Lea de nuevo la frase: "el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido". En ella encontramos las divisiones del Evangelio. Primero, el Hijo del hombre vino, y al principio de este Evangelio Lucas nos dice de qué modo llegó a la raza. Luego vino a buscar. La primera parte del ministerio consiste en buscar al hombre, en introducirse en el corazón de la humanidad, penetrando en las emociones, los pensamientos y los sentimientos del género humano, descubriendo los centros innatos de la motivación humana, dando en el clavo y mostrando Su dominio sobre estos aspectos. Finalmente, pasa a salvar, por medio de la cruz y la resurrección.
Estas divisiones se pueden ver claramente. Los primeros tres capítulos y el principio del cuarto nos hablan acerca de la introducción del Señor en la raza, comenzando con Su genealogía; nos dice cómo nació y se convirtió en uno de nosotros. A continuación de los capítulos 4 al 19 se nos relata la primera parte de Su ministerio entre los hombres y, especialmente, Su viaje hacia Jerusalén:
Cuando se cumplía el tiempo en que Él había de ser recibido arriba, el afirmó su rostro para ir a Jerusalén. (Lucas 9:51)
El relato de este viaje abarca del capítulo 9 al 19, contando incidentes que sucedieron por el camino.
Finalmente, leemos:
Dicho esto, iba delante subiendo a Jerusalén. (Lucas 19:28)
Esto señala el final de Su ministerio de penetración en el carácter y la naturaleza del hombre y el comienzo de Su obra por salvar al hombre. Introduce la última sección del libro, en el que entra en la ciudad, llega al templo, sube al monte de los Olivos, luego al tribunal de Pilato, a la cruz, al sepulcro, y hasta el día de la resurrección.
Como ya sabe usted, Lucas es el autor del libro, el gran médico, el compañero de Pablo. Es apropiado que sea Lucas el que escriba este Evangelio de la humanidad de nuestro Señor. Está escribiendo, como ve en la introducción, a otro hombre, un griego, acerca del que sabemos poco o nada, pero que evidentemente era amigo de Lucas:
Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos las enseñaron los que desde el principio las vieron con sus ojos y fueron ministros de la Palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia [o con mucha exactitud] desde su origen, escribírtelas por orden, excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido. (Lucas 1:1-4)
He aquí su explicación de por qué escribe. Teófilo es evidentemente alguien que durante un corto tiempo se había relacionado con la fe cristiana, y ahora Lucas intenta explicársela de una manera más completa. Lucas mismo era griego y le escribe a un griego. Esto resulta muy interesante, porque el ideal de los griegos era la perfección de la humanidad, y es precisamente esto lo que revela el Evangelio según Lucas.
En esta introducción hay una palabra en la que vale la pena fijarse, porque queda oscurecida por la manera en que normalmente se imprime. Lucas escribe acerca de una persona, de la misma manera que lo hizo Juan en su Evangelio. Aunque normalmente queda oculto, Lucas usa el mismo nombre que Juan. ¿Recuerda usted cómo empieza el libro de Juan? "En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios". Ahora fíjese en esto, en el versículo 2: "tal como nos las enseñaron los que desde el principio las vieron con sus ojos y fueron ministros de la palabra" (Lucas 1:2). Aquí no aparece con mayúscula, como sucede en el caso de Juan, pero no hay ninguna buena razón para que no lo esté, porque se trata de la misma persona. En este caso, es evidente que los traductores debieron pensar que Lucas se estaba refiriendo a la palabra hablada, pero Lucas está hablando sobre la Palabra definitiva de Dios, que revela el misterio de ser hombre.
Resulta imposible leer el Evangelio de Lucas detenidamente y de manera perceptiva sin fijarse en que hay varias semejanzas asombrosas en la Epístola a los hebreos. Esto es muy significativo, porque estoy personalmente convencido de que Lucas escribió la Epístola a los hebreos; al menos lo escribió en su forma final. Pablo fue el autor de los pensamientos de Hebreos, y probablemente lo escribió originalmente en idioma hebreo y lo envió a los judíos de Jerusalén.
Pero Lucas, deseando hacer que estas maravillosas verdades estuviesen a disposición del mundo gentil, las tradujo del hebreo al griego, parafraseándolo parcialmente en lugar de traducirlo, por lo que se encuentran muchas de sus propias expresiones en él. Los eruditos reconocen de inmediato, al tratar el idioma original, que los pensamientos de Hebreos son los de Pablo, pero las palabras y la forma de la expresión, en el griego, parecen ser de Lucas. Si eso es cierto, tenemos una explicación sobre algunos de los asombrosos paralelismos que existen entre Hebreos y el Evangelio de Lucas.
El mensaje de Hebreos declara el hecho asombroso de que Jesucristo se hizo hombre con el propósito de poseer a los hombres, a fin de poder entrar en el hombre. Es algo que ha sido construido alrededor del simbolismo del antiguo pacto, y en especial del tabernáculo del desierto. El tabernáculo es la imagen que Dios nos ofrece de algo, y la Epístola de Hebreos nos dice lo que es. Cuando Moisés subió al monte, le fue transmitida el modelo que debía seguir al hacer el tabernáculo de manera explícita, una muestra de las cosas celestiales. Eso no quiere decir algo que está allá afuera en el espacio en alguna parte, sino las realidades que son invisibles para nosotros; esas son las cosas celestiales, de las cuales el tabernáculo es una imagen.
Al leer Hebreos, se dará usted cuenta de que el tabernáculo era una imagen asombrosa del hombre mismo. El tabernáculo fue construido en tres secciones: estaba el atrio, al que podían entrar hasta los gentiles, al alcance de todos; luego había un edificio en el centro, dividido en dos secciones, el Lugar sagrado y el Santísimo. Los sacrificios se realizaban en el atrio. El sacerdote cogía la sangre y la llevaba al Lugar sagrado, donde era rociada sobre el altar que había en él, pero una vez al año, el sumo sacerdote, bajo las condiciones más precisas, podía entrar detrás del velo, al Lugar santísimo. Aparte de esa sola entrada no se le permitía la entrada a nadie al Lugar santísimo bajo pena de muerte, porque el misterio de la Shekinah, la extraña presencia de Dios, habitaba en ese lugar sagrado e impresionante.
Pero, ¿qué significa todo esto? Es una imagen del hombre, del hombre en su estado caído. Nosotros somos ese tabernáculo en el que se pretendía que habitase Dios. Nosotros tenemos un atrio, un cuerpo, que está hecho de tierra y que nos pone en contacto con la tierra y con la vida material que nos rodea. También tenemos un Lugar sagrado, el alma, el lugar de la intimidad, donde las funciones íntimas de nuestro ser tienen lugar: las funciones de la mente, de la conciencia, de la memoria y otras cosas misteriosas. Es muy difícil entender lo que sucede en el alma, y durante siglos los hombres se han estado debatiendo por estudiar la psique (la palabra griega que significa "alma"). La psicología y la psiquiatría son esfuerzos que lleva a cabo el hombre por investigar el misterio del Lugar sagrado.
Luego está el otro lugar, el Santísimo, detrás del velo, el lugar impenetrable en el que no podemos entrar. Sabemos que hay algo más, algo más profundo, sustentando los aspectos del alma en nuestra vida. Algunos de los grandes pensadores de nuestro tiempo están reconociendo este hecho. Algunos de los dirigentes del pensamiento psicológico nos están diciendo que no hemos explicado al hombre al referirnos solo al alma, porque hay algo por debajo, pero no podemos tocarlo, ya que es algo profundo, misterioso e impenetrable, algo que está oculto detrás del velo. Allí es donde Dios pretendía habitar, y es el centro de la vida humana que debía ser. Debido a que es en gran medida inoperante en el hombre caído, los hombres se comportan como animales inteligentes. Sin embargo, hay algo misterioso, reservado, que se encuentra profundamente arraigado en una parte a la que no podemos tener acceso.
En el Evangelio de Lucas podemos seguir la pista a Aquel que penetra en el lugar secreto, que se introduce en el espíritu del hombre, el lugar del misterio, y que rompe el velo, abriéndolo de modo que el hombre pueda descubrirse a sí mismo y el misterio de su ser, para poder, de ese modo, sentirse realizado.
Eso es lo que el hombre está buscando desesperadamente por doquier. No hay nada más emocionante que el sentido de realización, el poder aprovechar las posibilidades de la personalidad. Por eso es por lo que luchamos, pero hemos perdido la llave, hasta que el Hijo del hombre, que vino a fin de revelarse y redimir al hombre, ponga esa llave en nuestra mano de nuevo.
Esa es la buena nueva que nos da Lucas. En primer lugar, el Señor llega al atrio, y en la primera sección, hasta el capítulo 4, versículo 13, encontramos Su entrada al escenario de este mundo. Allí Lucas deja constancia de tres cosas acerca de Él, la primera de las cuales es Su nacimiento virginal, algo sobre lo cual oímos hablar mucho en la actualidad. Hay aquellos que niegan abiertamente el nacimiento virginal y que incluso se colocan detrás de los púlpitos, habiendo hecho votos de defender las verdades sagradas de la fe cristiana, y abiertamente niegan esta verdad, declarando que carece de importancia y que no es histórica. Pero es de gran importancia, de suprema importancia. Lucas (que era médico y, como tal, puso su sello de aprobación a este asombroso misterio biológico) nos dice que aquí vino Uno que entró a formar parte de la raza humana y que nació de una virgen, porque María no había conocido varón, pero a pesar de eso tuvo un hijo y le puso por nombre Jesús. La maravilla de ese misterio aparece en esta historia sencilla y sin artificios contada por Lucas.
A continuación se enlaza con la genealogía humana. ¿Se ha fijado usted en la diferencia entre la genealogía de Lucas y la de Mateo? Mateo sigue su genealogía hasta el Rey, a David, pero Lucas retrocede al pasado y no para hasta llegar a Adán, al que llama el hijo de Dios, el primer hombre, el primer Adán. Por lo que une al primer Adán con el segundo Adán en este Evangelio del Hijo del hombre, las buenas nuevas que resuelven el misterio del hombre.
El segundo detalle que ofrece Lucas es la historia de la presentación de nuestro Señor en el templo a la edad de 12 años, y cómo dejó a los doctores de la ley atónitos por Su habilidad para responder a las preguntas y Su agudeza mental. Aquí tenemos una revelación de Su extraordinaria capacidad mental, de una mente que se nos presenta como perfecta. De la misma manera que Su cuerpo era perfecto y sin pecado, gracias al nacimiento virginal, también se le revela con una mente perfecta.
En tercer lugar, nos cuenta la historia de la tentación en el desierto, donde se revela al Señor como perfecto en lo más íntimo de Su espíritu. Eso es algo que se indica por adelantado mediante el anuncio de Su bautismo, cuando se dijo de Él: "... mi Hijo amado; en ti tengo complacencia" (Lucas 3:22b). Luego le vemos pasar al Lugar sagrado, más allá del atrio, al centro del ser del hombre, de su vida, y pensando (como nos dice Hebreos) en ser hecho "... semejante a sus hermanos" (Hebreos 2:17b). Esta sección empieza con el asombroso relato de Su visita a la sinagoga en Nazaret, donde le fue entregado el libro de Isaías; halló el lugar y comenzó a leer donde está escrito:
"El Espíritu de Jehová, el Señor, está sobre mí, porque me ha ungido Jehová. Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová... ". (Isaías 61:1-2a)
En este versículo está afirmando lo que vino a hacer, a introducirse en los pobres, los oprimidos, los ciegos, los cautivos, y liberarles. La historia completa de los próximos capítulos cuenta que Él forma parte de las experiencias corrientes de los hombres, cuando estos viven en tinieblas, en esclavitud y en muerte. No tarda en iniciar Su viaje a Jerusalén, como ya hemos visto, empezando a entrar de lleno en el alma del hombre.
Por fin , en el capítulo 19, versículo 28, le vemos preparándose a entrar como sumo sacerdote en el Lugar santísimo del hombre, con el propósito de restaurar lo que ha estado perdido durante todos estos siglos. Como recordarán ustedes, en el Lugar santísimo no había más que dos muebles. Estaba el Arca del pacto, con el propiciatorio bajo las alas de los querubines que la cubrían y donde habitaba la gloria de la Shekinah. Estaba además el altar de oro del incienso, mediante el cual la nación debía ofrecer su alabanza a Dios. Estos dos son simbólicos de lo que se halla oculto en lo más profundo del hombre.
El propiciatorio nos habla de la relación que tiene el hombre con Dios. Hebreos nos dice que solo la sangre puede hacer dicha relación aceptable:
"... sin derramamiento de sangre no hay remisión". (Hebreos 9:22b)
Era la sangre sobre el propiciatorio lo que hacia que se concediese el perdón y la gracia de Dios. Nuestro Señor se prepara ahora a introducirse en el espíritu oculto del hombre y ofrece Su propia sangre. Como se nos dice en Hebreos:
"... por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar santísimo, habiendo obtenido eterna redención". (Hebreos 9:12b)
El altar del incienso nos habla acerca de la comunicación entre el hombre y Dios, la comunicación por medio de la oración. La oración es la más profunda función del espíritu humano, y no hay nada que llegue más profundo. Cuando la desesperación, la derrota o la necesidad nos hacen caer de rodillas, descubrimos que estamos tratando con los elementos más vitales de nuestro espíritu, para con Dios. Eso es lo que es básicamente la oración. Por lo tanto, la cruz del Señor entra directamente en la base primaria de la experiencia humana.
Al continuar con Lucas, vemos cómo el Señor va del monte de los Olivos a la ciudad, limpia el templo, enseña y predica en él, regresa al monte para pronunciar Su discurso del monte Olivete. Luego va al aposento alto, a la fiesta de la pascua y de allí al huerto de Getsemaní, ante el trono del juicio de Pilato, y a la cruz, seguido por una multitud cuando le llevan fuera de las puertas de la ciudad para clavarle en el árbol.
Al llegar a los capítulos finales, nos enteramos de algo realmente asombroso:
Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. El sol se oscureció y el velo del Templo se rasgó por la mitad. (Lucas 23:44-45)
¿Por qué? ¿Cuál fue el motivo de que se rompiese el velo? Porque el Lugar santísimo había quedado abierto por primera vez a la vista de los hombres. Cuando murió el Hijo del hombre, Dios rasgó el velo de par en par. Entró en el Lugar santísimo, y el secreto del hombre, el secreto de la humanidad, quedó desvelado.
Encontramos ahora la maravilla de la mañana de la resurrección y el relato que nos ofrece Lucas de los dos hombres que iban por el camino en dirección a Emaús, cuando se apareció un extraño junto a ellos y les dirigió la palabra. ¡Qué cosas decía, las cosas más sorprendentes del mundo, al abrirles las Escrituras y hablarles acerca de Cristo y lo que había sido anunciado sobre Él! Dijeron después, una vez que supieron Quién era:
"¿No ardía nuestro corazón en nosotros cuando nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?". (Lucas 24:32)
¿Por qué? Bueno, porque un corazón ardiente es un corazón dominado por la emoción y la gloria de una humanidad que se siente realizada, y ahí es dónde Lucas acaba Su Evangelio. El secreto queda revelado y el hombre totalmente poseído. Se ha entrado en el Lugar santísimo.
No creo que pudiésemos hacer nada mejor, al acabar nuestro estudio de este Evangelio, que pasar a la Epístola a los hebreos y leer estas palabras:
Así que, hermanos, tenemos libertad para entrar en el Lugar santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne. (Hebreos 10:19-20)
Es en ese punto en el que nos encontramos en estos momentos. El secreto de cada corazón humano está abierto a cualquiera que le abra su corazón al Hijo del hombre, a Aquel que penetra en las profundidades del espíritu humano, y a partir de ahí establece de nuevo esa relación con Dios que hace al hombre lo que Dios pretendía que fuese. El escritor continúa, diciendo:
También tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios. Acerquémonos, pues, con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza... (Hebreos 10:21-23a)
Después de todo, cuando Cristo entró en su espíritu humano, a usted le sucedió algo que nadie puede negar, algo contra lo cual ningún argumento puede tener la menor fuerza. Tiene usted la absoluta seguridad interior; por lo tanto, manténgase firme sin vacilar.
... porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras... (Hebreos 10:23b-24)
Toda posibilidad de una humanidad realizada está ahora al alcance de cualquier persona en la que habite el espíritu de Cristo. Todo cuanto desee usted ser, lo puede ser, en términos de amor y de buenas obras. El escritor continúa, diciendo:
... no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca. (Hebreos 10:25)
Eso lo resume en un breve párrafo, el extraño misterio de los siglos, respondiendo a todas las preguntas que han sido hechas por filósofos y por pensadores acerca del misterio de nuestra raza. ¿Por qué actuamos como lo hacemos? ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Cuál es el propósito de todo ello? Lucas lo ha desvelado para nosotros en el Evangelio del Hijo del hombre, el Hombre que desveló al hombre.