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Antiguo Testamento

Éxodo: Diseño para la liberación

Autor: Ray C. Stedman


El Antiguo Testamento ha sido especialmente diseñado por Dios para hacer que las grandes verdades del Nuevo Testamento lleguen como algo vivo hasta nosotros. Necesitamos que esto suceda en nuestra experiencia cristiana porque muchas de las enseñanzas son sencillamente conocimiento académico, en lo que a nosotros respecta, hasta que cobran vida cuando las vemos interpretadas en las impresionantes presentaciones del Antiguo Testamento. Esto es especialmente cierto en lo que se refiere a los primeros cinco o seis libros del Antiguo Testamento, porque en ellos Dios establece el modelo que sirve de fundamento a Sus obras. En una visión panorámica de las Escrituras, los primeros seis libros, del Génesis a Josué, trazan el modelo del que se vale Dios para obrar en la vida humana. Su modelo será exactamente el mismo en su vida que en las vidas de Adán, de Abraham, de Moisés, de David y de otros. Seguirá el mismo modelo que hallamos en Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio y Josué. En estos libros veremos de qué modo se mueve Dios en nuestras vidas.

Por lo tanto, al estudiar estos libros es necesario relacionarlos brevemente unos con otros. Génesis es el libro que revela la necesidad que tiene la humanidad y trata acerca del hombre, su creación, su pecado, el nuevo mundo que aparece después del diluvio, el lento viaje del hombre a través del tiempo, vacilando ante Dios. Abraham, Isaac, Jacob y José, cuatro hombres que siguieron a Dios, ponen de manifiesto la necesidad que tienen los hombres de la justificación, de tener una relación como hijos, de la santificación y de la glorificación. Pero lo que es más importante todavía, el Génesis termina con las palabras: "en un ataúd en Egipto". Todo cuanto podemos decir acerca del hombre una vez que se ha dicho todo lo que hay por decir, es que vive en el ámbito de la muerte.

Pero el Éxodo es todo acerca de Dios. El Éxodo es la respuesta de Dios ante la necesidad del hombre y la manera en que ha provisto la solución para el pecado del hombre. Comienza de inmediato con la actividad de Dios, y durante todo el curso del libro se ve a Dios obrando con poder. Por lo tanto, el libro viene a ser una imagen de la redención, de la actividad de Dios por redimir al hombre en su necesidad, en su pecado, en su degradación y en su desgracia. Como tal, es una maravillosa imagen que contiene unas lecciones tremendamente instructivas para nosotros acerca de lo que significa la redención, es decir, de lo que ha hecho y está haciendo Dios en nuestras vidas, así como de lo que pretende hacer con nosotros y los pasos que va a dar.

Pero la redención no se completa en este libro, nunca hallaremos la historia entera de la redención en Éxodo. Es preciso seguir con Levítico, Números y Deuteronomio. El cuadro completo aparece al llegar al libro de Josué, donde encontramos a Israel, que ha sido llevada a una tierra de triunfo y de victoria sobre sus enemigos, que es una imagen de la experiencia cristiana triunfante y victoriosa. Israel es, por lo tanto, una imagen del pueblo de Dios, de la iglesia de Dios y de usted como hijo de Dios. Estos libros han sido maravillosamente diseñados por el Espíritu Santo y describen hechos históricos que han sucedido de tal manera, bajo el gobierno absoluto de Dios, que representan para nosotros grandes verdades redentoras. Es por ello que Pablo dice, escribiendo a los corintios: "Todas estas cosas les acontecieron como ejemplo [literalmente, representaciones] y están escritas para amonestarnos a nosotros" (1 Cor. 10:11). Por lo tanto, bueno es hacerles caso.

El libro de Éxodo empieza con el nacimiento de un bebé. Queda claro el dedo de Dios desde el principio mismo del libro, porque esta es la historia de un bebé que nació bajo sentencia de muerte, pero cuya vida fue conservada de una manera maravillosa gracias a la intervención de la mano de Dios. ¡Resulta delicadamente irónico, cosa que vale la pena observar, y espero que ninguno de ustedes se lo pierda, que Dios, en la persona del Espíritu Santo, se mueve de tal manera que, a pesar de la ley del faraón, según la cual había que matar a todos los bebés varones hebreos en Egipto, no solo salva a Moisés, sino que el faraón contrata a la propia madre de Moisés para que cuide del bebé! No cabe duda de que este designio es una de esas deliciosas expresiones del humor de Dios. Si usted aún no ha descubierto que Dios tiene sentido del humor, le espera a usted un gran descubrimiento. A lo largo tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento se encontrará usted con algunas de estas visiones fugaces y humorísticas. Yo no puedo leer la Biblia sin encontrarme ocasionalmente riéndome a carcajadas ante algunas de las cosas tan inteligentes que hace Dios, por medio de giros irónicos inesperados, dándole hábilmente la vuelta a las situaciones, y tal es el caso de la historia de Moisés.

Lo interesante de este planteamiento es que cuando Dios quiere hacer algo casi siempre empieza con un bebé, pero nosotros no. Creemos que los bebés no son muy importantes. Allá por el 1809 el mundo entero estaba ansiosamente esperando noticias de las batallas de Napoleón, que amenazaba con convertirse en un dictador mundial, siendo el Hitler de su época. Napoleón hizo temblar al mundo entero con sus tiránicos deseos y sus impulsos ególatras, pero ese mismo año estaban naciendo bebés en los hogares y en las familias de todo el mundo, ¡y qué bebés! En Inglaterra vinieron al mundo Tennyson, Charles Darwin y Gladstone, que llegaría a convertirse en primer ministro de la Gran Bretaña. Aquí en este país, es decir, en Estados Unidos, en una cabaña de troncos de Kentucky, nació Abraham Lincoln, además de Wendell Holmes, y otros hombres que, al hacerse hombres, se convirtieron en gigantes que conmovieron y cambiaron el mundo. Todo ello quiere decir que cuando Dios quiere cambiar la historia, no empieza con una batalla, sino con un bebé.

De manera que Dios empezó con este bebé. Moisés creció y se crió en la corte del faraón, teniendo acceso a todo el conocimiento de los egipcios y siendo educado en la mejor universidad del más grande imperio de aquella época. Fue el hijo adoptivo del rey mismo y disfrutó de todos los privilegios, teniendo todas las ventajas posibles, pero cuando llegó a la mayoría de edad, Dios le habló, y se dio cuenta de que habría de convertirse en el libertador de Israel. De modo que se marchó, intentando llevar a cabo su labor, al menos eso creía, y acabó asesinando a un hombre y teniendo que huir al desierto. Al seguir el curso de su historia, nos encontramos que Moisés se tuvo que marchar de la tierra de Egipto y pastorear ovejas durante cuarenta años en el desierto. Fue precisamente allí donde Dios le halló y tuvo el extraordinario encuentro con él en la zarza ardiente. Dios le volvió a llamar para que cumpliese con la misión que se le había encomendado originalmente, para la que no estaba ni mucho menos preparado hasta que se enteró de que Dios mismo era todo cuanto precisaba para hacer cualquier cosa en Su nombre.

Volviendo a la estructura de Éxodo, podrán ustedes entender la historia del libro si recuerdan cuatro cosas. Todo el libro gira alrededor de cuatro acontecimientos de gran importancia. El primero de ellos es la Pascua. Los capítulos uno al catorce nos llevan y hallan su punto culminante en este gran acontecimiento. El segundo suceso es el del pueblo de Israel cruzando el Mar Rojo, que se describe en el capítulo catorce. El tercer acontecimiento es la entrega de la ley en el Sinaí, y el cuarto, la construcción del tabernáculo en medio del campamento de Israel. Estos cuatro sucesos resumen el libro de Éxodo.

Los dos primeros sucesos están íntimamente relacionados, y lo mismo sucede con los otros dos. La Pascua y el Mar Rojo son dos aspectos de una misma verdad: la liberación del pueblo de Israel, que se encontraba esclavo en Egipto. Esta es una imagen de algo muy importante en la experiencia cristiana, lo que llamamos conversión o regeneración, la liberación de una persona de la esclavitud del mundo; y si quiere usted saber lo que hizo Dios al hacerse usted cristiano, estudie la Pascua y el momento en que el pueblo cruzó el Mar Rojo, algo que estudiaremos en un momento.

Los otros dos acontecimientos también están relacionados entre sí. La entrega de la ley y la construcción del tabernáculo son acontecimientos totalmente inseparables. Recordemos que a Moisés le fue dado el plano del tabernáculo cuando estuvo en el monte con Dios, al mismo tiempo que le fue entregada la ley. Es preciso que comprendamos por qué estos dos sucesos, la ley y el tabernáculo, están intrincadamente unidos, y en un momento veremos por qué.

Pero primero volvamos a la Pascua. Ustedes conocen la historia de cómo Dios llamó a Moisés, le retó y le envió de vuelta a Egipto. Al principio Moisés se mostró reacio a ir. En todas estas historias encontramos maravillosas lecciones. Aquí, por ejemplo, cuando Dios le dijo a Moisés: "Moisés, quiero que vayas y liberes a mi pueblo". Moisés le contestó: "Señor, yo no puedo hacer eso; no sé expresarme bien; no soy elocuente; yo no sé hablar. No puedo presentarme ante el faraón". Dios no reprendió a Moisés por decir esto ni se puso furioso, porque esa no era más que la manifestación de la insuficiencia humana de Moisés, ya que no hay nada de malo en eso. Hemos sido creados para ser de ese modo, y Dios no nos considera nunca culpables por sentirnos inadecuados cuando nos pide que hagamos algo.

Pero a continuación Dios le dijo a Moisés: "Ya sé que no sabes expresarte, pero te voy a decir lo que voy a hacer. Tú ve a Egipto, y yo seré tu lengua y hablaré a través de ti". A lo que Moisés replicó: "Mira, Señor, creo que lo mejor sería que te busques a otro". Y la Palabra nos dice: "Entonces Jehová se enojó contra Moisés" (Éxodo 4:14a). La primera vez, Moisés estaba diciendo: "No puedo hacer una cosa así; no soy mas que un hombre"; y Dios le contestó: "sí: Ya lo sé. Yo te he creado de ese modo, pero yo lo haré por medio de ti. Pero cuando Moisés le dijo la segunda vez: "Mira, Señor, será mejor que te busques a otro", lo que estaba diciendo realmente era "Señor, no puedo hacer eso y creo que Tú tampoco puedes". Cuando Moisés desafió a Dios de este modo, despertó Su ira en su contra. Este es un buen punto que recordar cuando Dios nos reta a que hagamos algo.

A Dios no le preocupa nunca que su reacción inicial sea la de echarse atrás, pero una vez que Él le ha recordado a usted que Él va a estar con usted en aquello que le ha pedido que haga y que va a hacerlo por medio de usted, y usted se echa atrás, entonces es cuando ha insultado a Dios, y es como si le hubiera dicho: "Tampoco creo que tú puedas hacerlo".

Entonces Moisés salió y se marchó a Egipto, llevando consigo la vara de Dios, e inmediatamente tuvo un conflicto con el faraón. No hay nada más dramático en todo el Antiguo Testamento que esta tremenda confrontación de las voluntades entre el faraón y Moisés, que son los representantes de Satanás y de Dios. En este caso Dios se mueve con poder en contra del faraón, y resulta casi increíble leer la historia de cómo Dios envió una serie de plagas espantosas que afectaron a toda la tierra de Egipto. Y a continuación leemos: "El faraón endureció su corazón y se negó a dejar ir al pueblo", cosa que sucedió repetidamente.

Fueron un total de nueve plagas, y el Dr. Graham Scroggie hace notar que cada una de esas plagas fue dirigida en contra de los dioses de Egipto. Dios estaba emitiendo Su juicio en contra de los dioses de Egipto por medio de terribles catástrofes que acontecieron en el país. Si están ustedes interesados en los aspectos científicos de la situación, les recomiendo que lean un libro fascinante: Worlds in Collision (Mundos en colisión), escrito por el científico ruso Emmanuel Velikovsky, que tiene algunas teorías de lo más interesantes sobre por qué se produjeron estas plagas y otros acontecimientos conmovedores en los tiempos de Moisés. No estoy diciendo que todo lo que dice el libro sea cierto, pero sí es un enfoque fascinante acerca de la historia.

Veremos al avanzar en el relato que Dios hace que se reúna todo el pueblo. Ha enviado a Moisés a ellos, y por fin se consigue vencer la actitud del faraón, cuya voluntad se ve abrumada por el poder de Dios. Consiente, pues, después de la muerte de su primogénito, y deja marchar al pueblo de Israel. Es muy importante que seamos conscientes de que cuando Moisés fue a Egipto, el pueblo de Israel no era una nación, sino que se convirtieron en nación después de haber pasado por el Mar Rojo. Ese es el significado de las palabras que encontramos en 1ª de Corintios: "Todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar" (1 Cor. 10:2). En el mar se convirtieron en un cuerpo, porque antes no habían sido más que una multitud desorganizada. Después de haber pasado el Mar Rojo, salieron como una unidad, una unidad en Cristo. Este es un precioso reflejo de la verdad que descubre todo cristiano. Antes de convertirse en cristiano no es más que una persona luchando y esforzándose por abrirse camino en la vida, pero cuando ha vivido la experiencia de la Pascua, cuando ha visto la sangre del Cordero clavado en una cruz por él, salpicando la cruz con Su sangre por él, y se ha apoyado en ese hecho, de igual modo que el pueblo de Israel se apoyó en el símbolo de la sangre de un cordero, rociada sobre los dinteles de sus casas la noche de la Pascua, y hasta que no haya vivido la experiencia del Mar Rojo, dejando atrás su vida pasada para seguir adelante, para vivir la vida cristiana, habiendo proclamado su fidelidad a Dios y pasando, de esa manera y de modo simbólico, por las aguas del Mar, nunca entenderá completamente que se ha convertido en parte de un cuerpo, del cuerpo de Cristo, y que se ha unido con una unidad viva, con todos los demás cristianos; y esta es una imagen que nos ofrece el libro de Éxodo.

La Pascua es una imagen de la cruz de Cristo. ¡Es una historia realmente preciosa! Es la historia de cómo pasó el ángel de la muerte por toda la tierra y murieron todos los primogénitos, todos menos los de los israelitas que, por fe, sencillamente por la fe, tomaron de la sangre de un cordero y la untaron en los dinteles y en los marcos de sus puertas, y gracias a ello estuvieron perfectamente a salvo en sus casas. Esto nos ofrece una imagen que nos hace ver que el sencillo hecho de la fe en la que descansamos, y el saber que Jesucristo ha muerto, ha dejado solucionada la culpa que teníamos ante Dios, y el ángel de la muerte pasa de largo sobre nosotros. El ángel del juicio no se cruzará nunca en nuestro camino, porque nosotros hemos depositado nuestra fe en la sangre del Cordero de Dios, que es una maravillosa verdad.

Pero no es esa la historia completa. Recordemos que la Pascua no tiene realmente valor hasta que no se relacione con ella la experiencia del Mar Rojo. El pueblo tuvo que abandonar la seguridad de sus casas, salir al desierto y llegar a la orilla del mar, y a ellos cruzarlo les pareció imposible, causándoles la impresión de que iban a perder lo que habían conseguido. Entonces el pueblo comenzó a clamar a Moisés y a preguntarle por qué les había llevado a morir en el desierto.

La respuesta que les da Moisés es fabulosa. Les dice: "¡No temáis!; estad firmes y ved la salvación que Jehová os dará hoy" (Ex. 14:13). Esta era una exclamación de fe, pero la palabra de Dios se oyó de inmediato diciendo: "Marchad adelante; no os quedéis ahí parados; no ha llegado el momento de pararos; seguid adelante. "Está bien", dijo el pueblo, "¿a dónde? Tenemos las aguas ante nosotros, y los egipcios vienen detrás de nosotros. ¿A dónde podemos ir?". Y Moisés contestó: "No importa. Dios dice que debéis seguir adelante,; así que, hacedlo".

El Señor le había dicho que extendiese su vara sobre el mar, y cuando lo hizo, las aguas se separaron y pudieron pasar a salvo al otro lado, mientras que los egipcios que les venían siguiendo se encontraron atrapados por las gigantescas olas que se precipitaron sobre ellos, y se ahogaron en el mar.

¿De qué es figura el Mar Rojo en su vida? Es una figura de la separación del mundo. Egipto se encuentra en esos momentos al otro lado, y una vez que hubieron atravesado el Mar Rojo es cierto que se encontraron en el desierto, pero habían logrado salir de Egipto, y un río de muerte había quedado entre ambos lados. Es exactamente el mismo río de muerte que se encuentra entre usted y el mundo al pedirle usted a Cristo que sea su Señor.

Aquí tenemos algo en lo que debemos fijarnos. Cuando estaban celebrando la Pascua, se hallaban descansando en sus casas; no tuvieron que hacer nada, sencillamente estar ahí. Estaban dependiendo solo de la obra de otro. Sin embargo, cuando llegaron al Mar Rojo, fue el poder de Dios el que hizo que las aguas se separasen, haciendo posible que escapasen, pero se exigió al pueblo que hiciese algo, y se vieron desafiadas sus voluntades, y tuvieron que pasar por el mar.

Ese es el motivo por el que muchas profesiones de fe cristiana no llegan nunca a materializarse ni llegan a nada. Hay personas que están dispuestas a sentarse bajo la sangre de la Pascua, que están dispuestas a recibir a Jesucristo como Salvador, pero que no están dispuestas a pasar por las aguas del Mar Rojo. No dan nunca el paso necesario para dejar atrás su vida pasada, que les separe del mundo, porque aún siguen pensando que se encuentran en Egipto. No seguirán adelante para cruzar el Mar Rojo, y hasta que eso no suceda se encontrarán todavía sujetos a esclavitud y bajo el control de Egipto.

Fijémonos, en el capítulo quince, en el que se nos relata que solo después de haber atravesado el Mar pudo Israel prorrumpir en un cántico; pues en Egipto no habían cantado, porque había sido una tierra de esclavitud, de sufrimiento, de desgracia, de un interminable trabajo y de continuo peligro, pero al llegar al desierto y al otro lado de la orilla del Mar Rojo, prorrumpen en un cántico. La verdadera liberación pone un cántico en nuestros corazones. ¿Tiene usted un cántico de liberación?

Esta es una norma que observo con frecuencia en la vida actual. No hace mucho vino a verme un joven que estaba luchando con la bebida, y evidentemente se había producido una crisis en su vida y deseaba ser libre. De algún modo se había dado cuenta de que había fortaleza en Cristo para librarle. Vino a verme, y estuvimos hablando. Inclinó su cabeza y recibió al Señor, pero unas tres semanas después me llamó por teléfono y me dijo que estaba metido otra vez en el mismo lío. Estaba exactamente igual que antes, así que le pedí que viniese a verme, y volvimos a sentarnos a charlar.

Le dije: "¿Qué te pasó al volver a tu casa hace tres semanas después de haber dicho que habías recibido al Señor? ¿Hiciste algo al respecto?". Me contestó: "No, no lo hice. Solo me fui a casa". Entonces le pregunté: "¿Qué esperabas que sucediese?", y me contestó: "No lo sé. Me limité a irme a casa, y supongo que me olvidé del tema". Yo le dije entonces: "Si hubieras tomado la decisión de establecer una sociedad de negocios, si hubieses decidido que querías un cierto trabajo y para ello tuvieses que dar algunos pasos, ¿te marcharías a casa y te olvidarías de todo el asunto?". "Claro que no", me contestó. "Empezaría a moverme en esa dirección". "Pues bien", le dije, "¿crees que puedes convencerme de que has pedido a Jesucristo que entre en tu vida y que vas a permitir que Él la controle, cuando veo que te has ido a casa y te has sentado, te has cruzado de brazos y te has olvidado del tema?". Me contestó: "Supongo que no".

Tomar una decisión es una cosa, y la decisión hace que el poder de Dios se manifieste en nuestras vidas y nos libera de la culpa del pasado, y podemos regocijarnos en ello porque la Palabra de Dios es verdad, pero también está la experiencia de atravesar el Mar Rojo, que nos llama a que sigamos adelante y cortemos todos los lazos que nos atan al mundo, y a que demos los pasos necesarios para que sea posible que el río del juicio de Dios fluya entre usted y la manera de actuar el mundo. Cuando da usted ese paso, lo que hace es colocarse de modo que Dios more en su interior. Como ve aquí en Éxodo, en el capítulo 15, Dios no toca nunca a Su pueblo ni va junto a él hasta que no hayan pasado por el Mar Rojo. Cuando lo han hecho, entonces Dios mora entre ellos.

Annie Johnson Flint escribió un precioso poema que dice:

¿Has llegado al Mar Rojo en tu vida?
Donde a pesar de todo cuanto puedas hacer,
No hay salida posible, ni hay modo de volver atrás,
Y el único camino es atravesar.

¿Ha llegado usted a ese lugar? Pues precisamente ahí es donde muchos necesitan llegar, porque hasta que no lo hagan, no podrán nunca llegar a conocer la morada de Dios en sus vidas.

Al seguir leyendo el capítulo 15, nos encontramos con un cuadro muy interesante. Leemos la historia acerca de las aguas de Mara, el lugar de la amargura, que sigue de inmediato a la del pueblo cruzando el Mar Rojo. A fin de purificar estas aguas, Moisés corta un árbol que el Señor le mostró, lo echó en las aguas, y estas se volvieron dulces (Ex. 15:25). En lo que se refiere a la aplicación que tiene esta imagen a nuestras vidas, se darán cuenta de que sucede justo en el lugar apropiado. Lo que nos está diciendo es que la cruz, aquel gran árbol del que estuvo colgado el Señor Jesús, es la respuesta de Dios a la amargura de la vida. Cuando hemos pasado por la Pascua, confiando en Su sangre, y cuando hemos atravesado el Mar Rojo, cortando totalmente los lazos que nos unen a las cosas del mundo, descubrimos que la cruz es para siempre la respuesta a toda la amargura producida por el pecado de nuestra vida pasada. La respuesta de Dios a la amargura de la experiencia de la persona es esta experiencia de la cruz, que elimina la desdicha del pasado y todas las frustraciones del presente, endulzando las aguas de nuestra vida.

Inmediatamente después de todo esto llegaron al desierto, donde recibieron el maná y donde comenzó a manifestarse el cuidado paternal de Dios. ¿No descubrió usted eso al convertirse en cristiano? En cuanto se hizo usted cristiano y dejó completamente atrás su vida anterior, después de haber atravesado el Mar Rojo, ¿no descubrió usted de inmediato el amor y el cuidado paternal de Dios? Él le estuvo cuidando, Él le alimentó y le llevó sobre alas de águila, como lo hizo aquí con estos israelitas; pero, incluso así, el pueblo comenzó a murmurar. Eso es algo que hacemos en demasiadas ocasiones en nuestra vida, quejándonos en contra de Dios, ¿no es cierto?

En el capítulo 17, tiene lugar una batalla, la primera batalla con la carne. Esto es siempre algo que pilla completamente por sorpresa a los nuevos creyentes. Una vez que han experimentado la gloria de la Pascua, del Mar Rojo, la poderosa liberación del pecado en sus vidas, el sentido de ese amor paternal al darles el maná y de haber hallado la comunión con Cristo en sus nuevas vidas, descubren que aún tienen una batalla que luchar con la vieja carne. Este puede ser un descubrimiento aplastante, pero ahí lo tenemos. Amalec viene y lucha con Israel, pero Dios le declara una guerra sin fin a Amalec (Ex. 17:10), "porque el deseo de la carne es contra el Espíritu y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí" (Gal. 5:17). No se puede hacer nunca la paz con Amalec.

Así que. después de examinar la enseñanza típica de este libro, llegamos al capítulo 19, acerca del Sinaí, es decir, la ley y el tabernáculo, la tercera y cuarta sección de Éxodo. Unamos estas dos. Como es natural, tenemos en el Sinaí el momento en que se entrega la ley. Pero ¿en qué consiste la ley? Es sencillamente una imagen de la santidad de Dios, es decir, del carácter de Dios. Permítanme decirlo de otro modo. Es el hecho de que Dios es inmutable, que tiene un carácter inflexible. Por eso es por lo que la ley y la entrega de dicha ley es un tiempo de terror. Porque no hay nada más terrible para los seres humanos que tener que afrontar sin tapujos el hecho de que Dios es completamente inmutable y que nada va a hacerle cambiar. Esto es un maravilloso consuelo para nosotros cuando pensamos acerca de Su amor y Su gracia, pero nos asusta pensar en Su santidad, Su ira y Su furia. Esto quiere decir que nunca podemos convencerle de nada y nunca le podemos comprar. No podemos conseguir que baje el nivel en modo alguno. La ley es el nivel absoluto e irrevocable de la personalidad de Dios, que es lo que descubrimos cuando nos encontramos con la experiencia del señorío de Cristo, que es totalmente inmutable y que jamás hará que lo que nos exige en nuestra vida sea menos.

Por lo tanto, la ley por sí sola es algo que asusta, y la personalidad de Dios nos aterroriza. ¿Nos tomamos realmente en serio lo que Dios dice acerca de Sí mismo? Escuchen: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mat. 5:48). ¿Se toma usted en serio estas palabras? La verdad es que la mayoría de nosotros pasamos mucho tiempo intentando restarles algo de importancia. ¡Ser perfectos! ¡Eso nos asusta! ¿Cómo puedo yo ser perfecto? La respuesta que tiene Dios a esa pregunta es el tabernáculo, el ritual del sacrificio relacionado con él. Por eso es por lo que en el monte, sí, en el mismo monte en el que dio la ley, la cual es la revelación de Su carácter, se dio Su tabernáculo, Su provisión para venir a morar en el hombre, porque Dios habitó en Su pueblo por medio del tabernáculo.

Me gusta visualizar el campamento de Israel. Recordarán ustedes que estaba dividido, y en él estaban todas las tribus. Algunas al este, otras al norte, en el oeste y en el sur. Estaban colocadas en perfecto orden, y en el centro mismo se encontraba el tabernáculo. Sobre él y sobre todo el campamento estaba situada la gran nube de día y la columna de fuego por la noche. He pensado con frecuencia que el campamento de Israel debió tener un aspecto un tanto parecido al que tiene la ciudad de Los Angeles, en el desierto, extendido, y sobre él la nube, de humo mezclado con niebla en el caso de Los Angeles, como es lógico, pero en Israel era una nube que indicaba la presencia de Dios, y allí Él habitaba entre Su pueblo.

Eso era algo que solo podía hacerse mediante un complejo sistema de sacrificios y de rituales, así como un complicado procedimiento mediante el cual podía reunir a Su pueblo ante Su presencia.

Si una persona entrara en el campamento de Israel, tendría que pasar por fuerza entre todas las tribus, entrase por donde entrase, y encontrar por fin el camino hasta el centro del campamento, donde estaban los levitas. Al continuar entre ellos, llegaría hasta el tabernáculo. Primero pasaría por una gran verja al atrio donde encontraría ciertos objetos, el altar de bronce y la fuente de bronce, y estaba además el edificio interior con un velo sobre la entrada, que nadie se atrevía a pasar a menos que fuese un sacerdote, porque solo él podía entrar en el lugar santo. Detrás de otro velo estaba el lugar santísimo. El único mueble que había en él era el arca del pacto, incluyendo a los querubines de la misericordia con sus alas extendidas y tocando unas las del otro sobre el arca. Se nos dice que solamente el sacerdote podía entrar en él, y solo una vez al año, bajo las más rígidas y precisas condiciones.

¿Qué nos enseña todo esto? Sencillamente que Dios es inmutable y santo, y solo puede habitar entre el pueblo bajo las más rígidas condiciones. El problema con el tabernáculo era que solo se permitía al pueblo presentarse ante Dios de una manera representativa, pero, de hecho, ellos estaban excluidos de Su presencia. El pueblo común no podía nunca llegar ante Su presencia; solo lo podía hacer el sumo sacerdote, que temía por su vida, y solo una vez al año, eso era todo. Esa es la restricción de estos rituales del Antiguo Testamento.

Como vemos, el problema del Antiguo Testamento y de los santos de aquellos días no era la ley; no había nada de malo en ella. La ley es algo positivo, según nos dice Pablo. Algunas veces nos referimos a la ley como si fuese algo negativo, pero no lo es. La ley era perfectamente buena y lo sigue siendo. El problema tenía que ver con el tabernáculo y el sistema de los sacrificios, que no eran suficientemente completos ni reales. No eran más que sombras, solo imágenes, y no podían realmente hacer nada. Por eso es por lo que, al llegar al libro de Hebreos, todo el libro está dedicado a enseñarnos que la ley de Dios sigue siendo inmutable, pero el enfoque es totalmente diferente, porque venimos ante Quien es la realidad a que apuntan y simbolizan todas estas sombras. En Hebreos leemos: "tenemos libertad para entrar en el Lugar santísimo" (Heb. 10:19), sin el menor temor, porque mediante la sangre de Jesús y gracias a la cruz, Dios ha eliminado todo lo que separa y nos ha acercado a Sí mismo.

El gran mensaje del libro de Éxodo es que, por medio de la cruz, Dios ha hecho posible que un Dios santo e inmutable habite con nosotros. Todo el tabernáculo no es otra cosa que una imagen de Dios morando con Su pueblo. La verdad importante para nosotros aquí es que Dios ha resuelto totalmente el problema del pecado en nosotros, de tal modo que Pablo dice en Romanos 8: "Ahora, pues, ninguna condenación hay..." (Romanos 8:1). Ni la más mínima. ¡Ninguna! Tenemos acceso perfecto al Padre por medio del Hijo y el Espíritu de Dios, que mora en nosotros y que nunca nos dejará ni nos abandonará, porque ha hecho Su tabernáculo en nuestros corazones y en nuestras vidas.

Una de las cosas sobre la que estoy totalmente en contra es la costumbre de los maestros de escuela dominical (que son los más culpables de hacerlo) de enseñar a los niños que el edificio es la casa de Dios. El motivo por el que no me gusta es principalmente porque no es verdad. Hubo un edificio que fue la casa de Dios en el Antiguo Testamento, el tabernáculo, pero fue sencillamente una sombra.

El templo de Jerusalén ocupó su lugar, pero también eso es una sombra. Sin embargo, al llegar al Nuevo Testamento no se encuentra nunca un edificio que haya sido designado como la casa de Dios, porque la casa de Dios en el Nuevo Testamento es el cuerpo humano. Pablo dice: "sois templo de Dios" (1 Corintios 3:16). Por lo tanto, no estamos nunca fuera de la iglesia.

Creo que hemos enseñado a nuestro niños uno de los más espantosos errores cuando les enseñamos que un edificio es la casa de Dios. Cuando decimos esto, les cuesta mucho trabajo entender la idea de que sus cuerpos son templos de Dios, y eso es lo que Él quiere que aprendamos: que no estamos nunca fuera de la iglesia; que el propio Jesucristo habita en nuestros cuerpos, que son templo Suyo y que han sido creados exactamente igual que el tabernáculo, con una triple estructura. El atrio es el cuerpo de sangre, carne y hueso, que podemos ver. El lugar santo es el alma, el ámbito de las emociones, de la mente y de la voluntad. Ese es el aspecto que nos permite relacionarnos unos con otros, hablar y compartir juntos las experiencias; pero en el fondo del centro está el lugar santísimo, nuestro espíritu, y en él mora el Espíritu de Dios. De modo que cada uno de nosotros somos un tabernáculo andante. Todo el libro de Éxodo pretende grabar en nosotros, al leerlo, esa gran verdad del Nuevo Testamento, la gloria que representa vivir con Dios mismo en medio de nuestra vida y de lo que nos exige esa verdad, las responsabilidades que representa y los privilegios que nos permite disfrutar. La gran necesidad que tenemos es la de caminar descansando solo en la obra acabada del Señor Jesucristo, haciendo que todo ello nos sea posible.

Con todo y con eso, no basta con el Éxodo. Es preciso que leamos el Levítico y veamos lo que hace a nuestro favor esta ley exigente, en su esfuerzo por corregirnos y guiar nuestras vidas. En Levítico encontrarán ustedes otra gran verdad que, si todavía no la han aprendido, explicará por qué nos encontramos atados, obstaculizados y encadenados por una experiencia de continuos altibajos.

Oración

Padre nuestro, ¡qué agradecidos nos sentimos por esta poderosa palabra de verdad! Señor, cuando pensamos de qué modo ha llegado hasta nosotros por medio de los profetas y de los apóstoles, de los pescadores, de los hombres corrientes como nosotros mismos, que escribieron siendo inspirados por Ti, y de qué modo ha sido protegida esta palabra y ha llegado hasta nosotros, al precio del derramamiento de sangre, del sudor, de las lágrimas y de la muerte, nos sentimos asombrados. Señor, ayúdanos a valorar esta palabra, a creer en ella y a caminar bajo su luz, sabiendo que aquí tenemos una palabra de libertad y de sabiduría que nos puede hacer libres. Te damos gracias por ella, en el nombre de Cristo. Amén.