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Nuevo Testamento

Efesios: El llamamiento de los santos

Autor: Ray C. Stedman


La epístola a los efesios es, en muchos sentidos, la gloria que corona el Nuevo Testamento, pero tal vez no debiera llamarse a esta epístola Efesios, porque no sabemos en realidad a quién fue escrita. No hay duda de que los cristianos que se encontraban en Éfeso estaban entre los receptores de esta epístola, pero debió de haber además otros. En muchos de los manuscritos griegos originales hay un espacio en blanco donde la traducción inglesa del Rey Jaime ha colocado la palabra en Éfeso, sencillamente una línea donde aparentemente se podía rellenar los nombres de otros receptores. Por eso es por lo que la versión Revised Standard en inglés no dice: los santos de Éfeso, sino sencillamente: a los santos que también son fieles en Cristo Jesús.

En la epístola de Pablo a los colosenses se hace referencia a una epístola que les escribió a los laodicenses. Nuestra Biblia no incluye esa epístola a los laodicenses, pero muchos tienen la impresión de que es esta misma epístola a los efesios. El motivo es que el Apocalipsis de Juan (el último libro de la Biblia) comienza con cartas escritas a las siete iglesias de Asia, siendo la primera la de Éfeso y la última la de Laodicea.

Estas ciudades se encontraban agrupadas más o menos en una especie de círculo en Asia Menor, y es evidente que era la costumbre que cualquiera que escribiese a una de las iglesias hiciese que la epístola se enviase al mismo tiempo a las otras y en orden, continuando el círculo hasta que llegaba por fin a la iglesia de Laodicea. Esto puede explicar lo que de lo contrario podría parecer una epístola perdida del apóstol Pablo a los laodicenses. Sea como fuere, esta epístola expone, de una manera maravillosa, lo que ningún otro libro del Nuevo Testamento describe de un modo tan completo, la naturaleza del cuerpo de Cristo, la verdadera Iglesia.

Las primeras cuatro epístolas del Nuevo Testamento: Romanos, Primera y Segunda de Corintios, y Gálatas, son el desarrollo de la frase: Cristo en vosotros, enseñándonos lo que la vida de Cristo morando en nosotros tenía el propósito de llevar a cabo. Pero comenzando por la epístola a la iglesia de Éfeso, debemos aprender y entender lo que significa para nosotros estar en Cristo y compartir la vida del cuerpo del Señor Jesucristo: vosotros en Cristo. He aquí el gran tema de esta epístola, el creyente en Cristo, o la naturaleza de la Iglesia.

El versículo tres del primer capítulo es, en muchos sentidos, el tema de la epístola, siendo la clave: en Cristo:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. (Efesios 1:3)

Hay muchos que interpretan la frase los lugares celestiales, que aparece varias veces en esta epístola, como una referencia al cielo después de morir, pero, si hacemos eso, nos perderemos todo el significado de la epístola de Pablo. Aunque es cierto que habla acerca de ir un día al cielo, se refiere principalmente a la vida que vivimos actualmente, porque los lugares celestiales no están en algún lugar distante del espacio, en algún planeta o estrella, sino que pertenecen al ámbito de la realidad invisible en el que vive actualmente el cristiano, en contacto con Dios y en conflicto con el demonio, en el que nos vemos envueltos a diario.

Los lugares celestiales son el lugar que ocupa el poder y la gloria de Cristo. En el capítulo dos, versículo seis, Pablo nos dice:

Juntamente con él nos resucitó [Dios], y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús. (Efesios 2:6)

Pero en el capítulo tres nos enteramos de que también está ahí la central de los principados y potestades del mal:

... para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales. (Efesios 3:10)

El conflicto que se desencadena se menciona en el capítulo seis:

Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales. (Efesios 6:12)

Así que, como vemos, ésta no es ni mucho menos una referencia al cielo, sino a la tierra. Es el ámbito invisible de la tierra. No se refiere, pues, a lo que podemos ver, oír, probar o sentir, sino a ese reino espiritual que nos rodea por todas partes y que nos afecta e influencia constantemente, ya sea para bien o para mal, dependiendo de nuestra decisión voluntaria y de nuestra relación con estos poderes invisibles. Esos son los lugares celestiales. En este ámbito en el que vivimos todos nosotros, el apóstol declara que Dios ya nos ha bendecido con toda bendición espiritual. Es decir, ya nos ha dado todo cuanto precisamos para vivir nuestras circunstancias y relaciones actuales. Pedro dice lo mismo en su segunda epístola: Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder... (2 Pedro 1:3a).

Eso quiere decir que cuando usted recibe a Jesucristo como su Señor, ya ha recibido usted todo lo que Dios tenía la intención de darle. ¿No es eso asombroso? El más débil de los creyentes tiene en su poder todo lo que posee el más poderoso de los santos de Dios. Ya lo tenemos todo, porque tenemos a Cristo, y en Él se hallan cada una de las bendiciones espirituales y todo lo relacionado con la vida y la santidad. Por lo tanto, tenemos todo lo que precisamos para vivir la vida tal y como Dios se propuso que fuese. Teniendo este hecho en cuenta, cualquier fracaso no es debido a que carezcamos de nada, sino a que no nos hemos apropiado de lo que ya es nuestro.

Esto elimina, como es lógico, cualquier fundamento en cuanto a la noción de una “segunda bendición, o una tercera o cuarta. Todo está aquí ahora. Habrá bendición tras bendición al recibirlas usted, una por una y momento tras momento. Ese es el significado del himno: Jesús, en Ti estoy descansando, recibiendo cada momento de Él todo cuanto Él es, descansando en Su poder y en Su vida.

El apóstol desarrolla el tema de esta epístola valiéndose de seis maravillosas figuras retóricas, mediante los cuales aprendemos que la Iglesia es todo el cuerpo de Cristo, pero me encuentro con que al enfocar el tema desde ese ángulo, a las personas les resulta difícil captar el significado de la verdad de esta epístola. Todos tenemos tendencia a considerarnos un tanto alejados de la Iglesia y de vez en cuando me viene alguien a decirme: La Iglesia debería hacer tal o cual cosa. A lo que les respondo: Usted es la Iglesia, hágalo. El hecho de que sean la Iglesia parece dejarles bastante sorprendidos. Alguien me comentó no hace mucho: La Iglesia debería ser más amistosa, y le respondí: Está bien; usted y yo somos la Iglesia; seamos más amigables.

La Iglesia es las personas, y cada uno de los creyentes es un miembro del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, por lo que yo preferiría estudiar esta epístola no usando la palabra iglesia, sino cristiano, porque cada creyente es una pequeña réplica de toda la Iglesia. Si entendemos que Dios vive en la Iglesia veremos que también vive dentro de cada uno de los creyentes. Cada uno de nosotros, como creyentes en Jesucristo, somos un microcosmos de todo el cuerpo y, por lo tanto, podemos estudiar toda esta epístola relacionando lo que dice Pablo, no a la Iglesia, sino a cada uno de nosotros, como creyentes a nivel individual.

En la primera imagen, el apóstol se refiere a la Iglesia como un cuerpo:

Y sometió todas las cosas debajo de sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. (Efesios 1:22-23)

El primer capítulo trata por entero acerca de la maravilla y lo asombroso de que nosotros que somos seres humanos normales y corrientes, poseídos por el pecado, hayamos sido llamados por Dios de una manera totalmente asombrosa, incluso antes de la fundación del mundo, para ser miembros de ese cuerpo, y esta es una tremenda declaración. El apóstol Pablo no llegó nunca a superar el asombro que sentía por el hecho de que él, un hombre estevado, calvo y despreciado por muchos, hasta considerado con desdén en muchos círculos, era, sin embargo, miembro del Cuerpo de Jesucristo y había sido llamado por Dios antes de la fundación del mundo, habiendo recibido tremendas bendiciones que le permitieron estar capacitado para afrontar cualquier cosa que le exigiese la vida y eso es, precisamente, lo que significa pertenecer al Cuerpo de Cristo.

¿Pero cuál es el propósito del Cuerpo? Es ser la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Efesios 1:23b). En otras palabras, es la expresión de la cabeza, y para eso sirve el cuerpo, ya que su propósito es expresar y llevar a cabo los deseos de la cabeza. La única ocasión en que un cuerpo humano sano no lo hace es cuando algún centro nervioso secundario recibe un estímulo artificial.

Por ejemplo, usted sabe que si se golpea la rodilla con un martillo en el lugar indicado, su pierna saltará en el aire sin que usted ni siquiera lo desee. Aunque usted decida no dar una patada en el aire, su pierna seguirá reaccionando. Yo me pregunto en ocasiones si una parte de la actividad de la Iglesia puede atribuirse a una especie de movimiento reflejo, haciendo que el cuerpo actúe por sí solo sin ser dirigido por la cabeza. Sea como fuere, la función del cuerpo es expresar la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo. ¡Qué frase tan impresionante! ¿Piensa usted alguna vez acerca de sí mismo en ese sentido? ¿Se atreve usted a considerarse de la misma manera que Dios piensa en usted, como un cuerpo que ha de llenarse por completo y que ha de inundarse con la presencia de Dios mismo?

Pablo se refiere a continuación a la Iglesia como un templo:

En él todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. (Efesios 2:21-22)

Aquí tenemos un templo santo. Una de las cosas más impresionantes que están sucediendo hoy en día en el mundo es el crecimiento de este edificio que Dios ha estado erigiendo a lo largo de los siglos. Cuando todos los productos inservibles de la empresa humana se hayan desmoronado, convirtiéndose en polvo; cuando todas las instituciones y organizaciones que creamos haga mucho que han quedado olvidadas, el templo que está edificando Dios se convertirá en el punto central de la atención a lo largo de la eternidad, y es exactamente lo que da a entender este pasaje. Además, él lo está edificando ahora, usando bloques de construcción humanos, dándoles forma, creando los bordes, lijándolos y preparándolos tal y como Él desea, poniendo a seres humanos en este templo donde quiere que estén.

¿Por qué? ¿Cuál es el propósito para usted y para todo el templo? Es tal y como dice Pablo, ser la residencia de Dios, Su morada. Eso prevé e incluye todo cuanto entendemos por la palabra “hogar”. Cuando mi familia y yo regresamos de un largo viaje, tan pronto como llegamos a casa nos quitamos los abrigos, nos estiramos y nos ponemos cómodos, y todos comentamos lo a gusto que se está en casa.

¿Pero qué es lo que hay en nuestra casa que hace que nos sintamos de ese modo? ¿No es el hecho de que al estar en casa podemos relajarnos y comportarnos tal y como somos? Eso tampoco quiere decir que cuando no estamos en casa somos otra cosa que no sea nosotros mismos, pero sí es cierto que nos vemos un tanto limitados, mientras que en casa podemos ser lo que queramos, relajándonos, y actuar con naturalidad. Para eso es para lo que Dios está edificando la Iglesia, para que sea un lugar donde podamos ser lo que Él quiere ser en cada uno de nosotros, completamente relajados y todo cuanto Él es en usted y en mí. Es por eso por lo que Él le está llamando y edificándole.

El tercer capítulo introduce la tercera figura . En él aprendemos que la Iglesia es un misterio, un secreto sagrado:

A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las insondables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál sea el plan del misterio escondido desde los siglos en Dios, el creador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales. (Efesios 3:8-10)

Estas son maravillosas insinuaciones, en el sentido de que Dios ha tenido algunos planes secretos que ha estado poniendo en práctica a lo largo de los siglos, que nunca ha revelado a nadie, pero tiene una gran meta y un propósito en mente que tiene la intención de cumplir, y el instrumento del cual se está valiendo para hacerlo es la Iglesia. Esto es algo que nunca podremos entender totalmente, pero implica la enseñanza de todo el universo. Pablo está diciendo que por medio de la Iglesia la multiforme sabiduría de Dios, los muy diversos aspectos y facetas de Su sabiduría, serán ahora dadas a conocer a todos los principados y autoridades que habitan en los lugares celestiales, el ámbito invisible de la realidad de cualquier y de todas partes, a lo largo de todos los tiempos, siendo la enseñanza del universo el propósito del misterio.

En el capítulo cuatro, el apóstol usa otra figura más:

... y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:24)

La Iglesia es un nuevo hombre porque cada cristiano es un nuevo hombre, y esto enlaza con las palabras de Pablo en 2ª de Corintios:

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17)

La creación actual, que empezó al principio de los cielos y la tierra, hace ya mucho que ha quedado anticuada y está a punto de pasar. El mundo con toda su riqueza y su sabiduría pertenece a lo que está pasando, pero gradualmente, durante el curso de los siglos, Dios ha estado creando una nueva generación, una nueva raza de personas, una nueva clase de hombre que el mundo no ha visto nunca antes, aun mejor que Adán. En Romanos se nos dice que todo cuanto perdimos en Adán ¡lo hemos recuperado en Cristo con creces! (véase Romanos 5:15-17), y aquí se nos revela una raza de personas como las que el mundo jamás ha soñado.

El apóstol Pablo nos dice además en Romanos que toda la creación está de puntillas (ese es el significado literal), estirando el cuello para ver la manifestación de los hijos de Dios, el día en que será quitado el velo y contemplaremos la nueva creación (véase Romanos 8:18-21, especialmente Romanos 8:19). Pero recuerde, esa nueva creación está siendo creada ahora mismo, y a usted le está siendo extendida la invitación de revestirse de ese nuevo hombre, momento tras momento, día tras día, a fin de que pueda usted enfrentarse con las presiones y los problemas de la vida en el mundo actual.

Por eso es por lo que está aquí la Iglesia, que es un nuevo hombre, y el propósito del nuevo hombre es llevar a cabo un nuevo ministerio. En este mismo capítulo de Efesios leemos:

Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. (Efesios 4:7)

A este nuevo hombre, en cada uno de nosotros, le ha sido conferida una dádiva que nunca tuvimos antes de ser cristianos. Nuestra labor, el motivo de nuestra existencia, la razón por la que Jesucristo nos colocó aquí en la tierra y nos dejó aquí, es para que pudiésemos descubrir y poner en práctica ese don, y yo no sé de nada más importante que esto. El motivo por el que la Iglesia se ha debilitado y ha tropezado, ha fracasado y ha perdido, es que los cristianos han perdido esta gran verdad que cada uno de nosotros recibe directamente del Señor. Eso nos incluye a todos los que conocemos a Jesucristo, desde el más pequeño hasta el más anciano. El Señor resucitado le ha concedido un don a usted, de la misma manera que el hombre de la parábola dio los talentos a cada uno de sus siervos, confiándoles su propiedad hasta su regreso. Y cuando Él vuelva, Su juicio se basará en lo que hizo usted con el don que Él le dio a usted, que es el ejercicio del nuevo hombre.

El capítulo cinco presenta otra figura más acerca de la Iglesia, y nos enteramos en él de que la Iglesia es la esposa:

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como también Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviera mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa y sin mancha. (Efesios 5:25-27)

Y a continuación cita las palabras de Dios en Génesis:

Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio, pero yo me refiero a Cristo y a la iglesia. (Efesios 5:31-32)

La Iglesia es una esposa y ha de ser una esposa para el gozo del Esposo. Pablo dice que la intención que tiene Cristo al preparar a la Iglesia como una esposa es presentársela a Sí mismo. ¿No es eso lo que desea todo esposo, que la esposa le pertenezca? Puede que durante la primera época del noviazgo ella salga con otros hombres, pero cuando se hacen novios ella está prometida, comprometiéndose a ser suya, y los dos están esperando el día cuando eso se pueda convertir en una realidad. Por fin llega el día cuando se encuentran ante el altar para contraer matrimonio, y se prometen amor, honor y cuidado el uno al otro hasta que la muerte les separe. Desde ese momento se pertenecen el uno al otro; ella le pertenece a él, y él le pertenece a ella, para el gozo mutuo durante toda la vida juntos. Esa es una imagen tanto de la Iglesia como del cristiano. El cristiano ha de ser la esposa de Cristo, para el gozo del Señor. ¿Se considera usted alguna vez de ese modo? Ese concepto me ayudó a revolucionar mi propia vida devocional cuando me di cuenta, de repente, de que el Señor Jesús esperaba con anhelo el tiempo en que habríamos de estar juntos y que si me lo perdía, él se sentiría decepcionado. Fui consciente de que no solo estaba yo recibiendo de Él, sino que Él estaba recibiendo de mí, y que Él me deseaba y me anhelaba. Cuando me reuní con el Señor a partir de entonces fue con un nuevo sentido de Su amor y de que se deleitaba en el tiempo que pasábamos juntos en comunión.

La última imagen de la Iglesia en esta epístola es la de un soldado:

Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes. (Efesios 6:13)

¿Cuál es el cometido de un soldado? El luchar en las batallas, y es precisamente lo que está haciendo Dios en nosotros en estos momentos. Nos ha concedido el gran privilegio de ser el campo de batalla en el que se ganan Sus grandes victorias.

Esa es la esencia de la historia de Job. Ese hombre tan extraordinario fue abatido por una serie de tragedias. En un solo día perdió sus posesiones una por una. Finalmente perdió a toda su familia, excepto a su esposa. No podía entender lo que estaba pasando, pero Dios había escogido a Job para ser el campo de batalla en el que tuvo lugar el conflicto con Satanás.

Dios permitió a Satanás llegar al límite máximo, afligiendo a Job incluso en su cuerpo físico, permitiendo además que su mente estuviese angustiada, sin poder entender lo que estaba sucediendo, pero cuando hubo concluido la batalla Dios bendijo grandemente a Job y le ha usado con poder, para enseñar al pueblo de Dios a lo largo de los siglos que las pruebas y las dificultades no son solo para la persona que las padece, sino que son un medio del cual se vale Dios para obtener poderosas victorias contra los poderes invisibles, y nosotros hemos sido llamados a ser soldados que hemos aprendido cómo luchar.

Juan escribe en su primera epístola a sus jóvenes amigos cristianos, diciendo:

Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. (I Juan 2:14b)

Es decir, habéis aprendido cómo luchar, cómo seguir adelante, cómo deshaceros de las confusas limitaciones del mundo, cómo no dejaros arrastrar por la época en la que vivís y a ir contra la corriente, glorificando grandemente a Dios al hacerlo.

A mí me encanta la historia de Daniel, que, siendo adolescente, se encontró prisionero en un país extranjero. Se vio expuesto a un ambiente pagano y tuvo que luchar la batalla día tras día, reconociendo una vez tras otra la fidelidad de Dios para guardarle cuando todo se ponía en su contra. Las presiones que ejercieron sobre él fueron casi increíbles, pero Daniel y sus amigos se enfrentaron repetidamente con las pruebas y obtuvieron la victoria sobre las batallas en las que se vieron envueltos.

Hacia el final del libro, le fue enviado a Daniel un visitante, el ángel Miguel, que le contó algunas cosas impresionantes. A Daniel se le permitió ver a lo lejos, saltando por encima de los siglos hasta nuestros días. Pero a pesar de ello, cuando se le apareció el ángel, Daniel se sintió grandemente turbado, cayendo sobre su rostro, temblándole las rodillas, atemorizado y asustado de aquel visitante celestial. Pero el ángel le dijo: Daniel, varón muy amado,... no temas (Daniel 10:11-12). ¿Por qué era amado? Por ser un fiel soldado.

Este es el privilegio al que Dios nos está llamando a nosotros en este día de inquietud y de aflicción mundial. Dios nos está llamando a que seamos soldados, a que sigamos en los pasos de aquellos que han salido victoriosos de la batalla antes de nosotros, habiendo sido fieles, de ser necesario, hasta la muerte. Ese es el privilegio de aquellos que son llamados y capacitados con toda bendición espiritual, para que haya un cuerpo, un templo, un misterio, un nuevo hombre, una esposa y un soldado para Jesucristo. ¡Ese es todo un llamamiento!

Por lo tanto, la exhortación de esta epístola aparece en un solo versículo, en el que Pablo dice:

Yo, pues, preso en el Señor, [escribiendo esta epístola desde la cárcel] os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados. (Efesios 4:1)

No pierda usted de vista lo que está haciendo Dios. El mundo no lo puede ver y no tiene ni idea de lo que está sucediendo, pero usted lo sabe y lo está viendo, así que no se desanime.

Oración:

Padre nuestro, te damos gracias por este recordatorio, escrito de mano de tu fiel apóstol, acerca del carácter del mundo en el que vivimos y la naturaleza de la batalla que luchamos, así como la gloria del llamamiento que tenemos. Te pedimos que Tú nos hagas ser fieles, que nos hagas fieles hasta el fin, si hace falta hasta la muerte, y que todas las presiones las afrontemos con el poder del propio Jesucristo, el Hijo de Dios, que habita en nosotros y que hace Su morada en nuestros corazones. ¡Qué maravillosa comunión es esta! En el nombre de Cristo, amén.