Antes de que Jesucristo se marchase de esta tierra dijo que volvería, pero que antes de que lo hiciese habría un tiempo de dificultad y de extendida iniquidad. La sociedad se desmoronaría, y los alborotos, la violencia y los disturbios se extenderían de tal manera que a los hombres les fallaría literalmente el corazón por causa del temor a las cosas que iban a suceder sobre la faz de la tierra; y Jesús anunció por adelantado el carácter de los tiempos que seguirían a Su ascensión al cielo y dijo que acabaría con un tiempo en que habría una gran tribulación, "cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá" (Mateo 24:21b).
Ahora bien, cuando los cristianos de Tesalónica pasaron por tiempos sumamente difíciles, muchos de ellos creyeron que estaban viviendo esos tiempos de tribulación. Fue con el fin de responder a esta pregunta que Pablo escribió esta segunda epístola. En la primera, les había escrito con el propósito de consolarles en su aflicción por los seres amados que se les habían muerto, pero esta epístola fue escrita con el fin de corregir ciertos malentendidos que tenían con respecto al "día del Señor" y estos tiempos problemáticos.
Esta breve epístola tiene tres capítulos, y cada uno de ellos está escrito para corregir una actitud muy corriente que tienen todavía muchas personas acerca de los tiempos difíciles. El primer capítulo está dedicado a corregir esta actitud de desánimo frente a la dificultad. Estos cristianos estaban viviendo tiempos de "persecuciones" y de "aflicciones", y aunque estaban soportando con buen ánimo, en el fondo, muchos de ellos estaban empezando a sentirse desalentados. "¿Por qué seguir esforzándonos?", se preguntaban. "No existe la justicia. Siempre se nos ponen las cosas en contra nuestra".
Y con el propósito de contrarrestar esta actitud, el apóstol les recuerda el día en que Dios les recompensará por las dificultades por las que estaban pasando y les dice:
Esto [vuestra perseverancia] es demostración del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis. Es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, mientras que a vosotros, los que sois atribulados, daros reposo junto con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios ni obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Éstos sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron; y vosotros habéis creído en nuestro testimonio. (2 Tesalonicenses 1:5-10)
Aunque nosotros, en los Estados Unidos, no hemos pasado por demasiada persecución, hay partes del mundo donde, de vez en cuando, se producen intensas persecuciones. Si nosotros viviésemos en uno de esos lugares o tiempos, apreciaríamos el significado de estas palabras. Pablo está recordando a estas gentes que Dios no se ha olvidado de ellos, que va a resolver por fin las cosas. Cuando las personas tienen que verse sometidas a tiempos de grandes persecuciones, acaban por preguntarse: "¿Es que nunca se va a hacer nada por resolver esta gran injusticia? ¿Cómo es posible que un hombre como Hitler se las arreglase para matar a seis millones de judíos? ¿Es que las cosas no se van a solucionar nunca?".
Y Pablo dice que sí, que efectivamente llegará un día en que habrá un pago, por partida triple, por lo sucedido: en primer lugar, a los creyentes que están pasando por dicha dificultad; las pruebas mismas por las que están pasando, dice Pablo, les están haciendo dignos del futuro reino de Dios. Ese aspecto del sufrimiento es lo que hace que lo podamos soportar, fortaleciendo nuestros músculos y agudizando nuestras habilidades morales, a fin de que podamos soportar.
Y luego, dice, habrá un día de recompensa para los que no han creído. Llegará un momento en que Dios les ajustará las cuentas a aquellos que han hecho un mal uso de su oportunidad de servicio en la vida y se tendrán que enfrentar con el Juez justo, que conoce sus corazones. Su venganza tendrá dos aspectos: la destrucción y la exclusión de la presencia del Señor.
Con frecuencia se representa el infierno como un horno de fuego, donde las personas dan vueltas alrededor encandenadas, quemándose continuamente, sin poder hacer nunca nada por evitarlo. La Biblia usa algunos símbolos del infierno que reflejan esa idea, pero el infierno es realmente el verse excluidos de la presencia del Señor. Dios es la fuente de todo lo bueno, de la belleza y de la verdad, de la vida, el amor, el gozo, la paz, la gracia, la fortaleza y el perdón. Todas esas cosas proceden de Dios, y si el hombre no quiere recibirlas, en ese caso y a la postre, Dios le dirá: "He hecho todo lo posible por que aceptéis estas cosas, pero si no las queréis, entonces haced lo que queráis, pero entonces se verán privados de la presencia del Señor".
Y si les resulta imposible tener acceso a la fuente de toda bondad, ¿qué es lo que les queda? Lo contrario: las tinieblas y la muerte. Eso ha sido lo que han estado perpetrando y será lo que también obtendrán. Dios permitirá que hagan lo que quieran, y cuando lo consigan, será lo que menos hubiesen deseado.
Y también el Señor recibirá Su pago en ese día. Vendrá, nos dice Pablo:
... para ser glorificado en sus santos y ser admirado por todos los que creyeron; (2 Tesalonicenses 1:10b)
Fíjese, sin embargo, que no dice que vaya a ser glorificado "por" sus santos, sino que el mundo, al ver la sabiduría y el poder del Dios que puede tomar a un ser humano egoísta, lleno de ansiedades y de temores, y enseñarle cómo caminar en tranquilidad y gozo, libre de culpa y de sus temores, un hombre que sea lo que Dios deseaba que fuese, eso será la mayor muestra que jamás presenciará el universo, y ¡eso glorifica a Dios!
En el capítulo 2, tenemos otra reacción frente a los tiempos inquietantes: el temor. Leemos en estas primeras palabras:
Con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu ni por palabra ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca. (2 Tesalonicenses 2:1-2)
Es evidente que estas personas habían recibido una carta de alguien que la había firmado con el nombre de Pablo, diciéndoles que en ese terrible tiempo de aflicción todo cuanto podían esperar eran tiempos aún peores, pero Pablo les dice: "no os dejéis mover... de vuestro modo de pensar". Literalmente, "no os dejéis atemorizar por lo que está sucediendo". Creo que una buena parte de nuestra juventud está hoy en día atemorizada y que por eso ataca a la sociedad, porque no saben que Dios controla estos sucesos.
"Bueno", dice Pablo, "en mi última epístola os escribí de nuestra reunión con el Señor Jesús. Porque el Señor mismo descenderá del cielo con aclamación, con voz de arcángel y con trompeta de Dios; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos y habremos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para el encuentro con el Señor en el aire, y así será nuestra reunión con el Señor".
Pero ahora dice que en el día del Señor, ese terrible momento de juicio, no será lo mismo que cuando nos reunamos con él, sino que habiendo introducido el tema del día del Señor, continúa hablándoles acerca de cómo será y cómo podrán saber que se acerca:
¡Nadie os engañe de ninguna manera!, pues no vendrá sin que antes venga la apostasía... (2 Tesalonicenses 2:3a)
No me gusta tanto la palabra "apostasía", que literalmente traducida significa "partida", lo que podría significar el alejarse del curso de la fe y, por ello, una rebelión. Pero creo que lo que quiere decir es el "partir", acerca del cual había hablado ya, es decir, la partida de la Iglesia para situarse tras el escenario y poder estar con el Señor en Su segunda presencia en la tierra.
Y luego dice:
... y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto, que se sentará en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. 2 Tesalonicenses 2:3b-4)
Este es un pasaje realmente extraordinario. Cuando Jesús estuvo aquí, se ofreció a sí mismo al pueblo judío como el Mesías prometido, y la mayoría de ellos le rechazaron, por lo que Juan comienza su evangelio diciendo: "A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron" (Juan 1:11). Jesús les había dicho además: "Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viniera en su propio nombre, a ése recibiríais" (Juan 5:43). De este modo nos pinta un retrato de uno que aparecería como si fuese el libertador del mundo, al que el apóstol Pablo llama "el hombre de iniquidad" y "el hijo de perdición". Este personaje sería un individuo totalmente impío, pero al mismo tiempo tan extraordinario que las gentes, de hecho, le aceptarían como si fuese un ser con un poder divino, capaz de librarles de sus dificultades. (Resulta interesante que los estadistas, los historiadores, los políticos y otros estén diciendo hoy repetidamente que lo que necesitamos es un solo dirigente mundial, que sea capaz de unir a las diversas fuerzas mundiales, haciendo que todos vivamos en armonía y paz.) Y se manifestará, nos dice Pablo, en el templo de Dios.
Cuando Pablo escribió esta epístola, alrededor del año 52 d.C., el templo de Jerusalén se hallaba aún en pie, pero fue destruido en el 70 d.C., y desde entonces no ha vuelto a existir un templo en Jerusalén. Sin embargo, y de algún modo, los judíos se las arreglarán para reconstruir otro templo en el emplazamiento de Jerusalén, donde se encuentra actualmente la Cúpula de la Roca, y es precisamente en ese templo en el que Pablo dice que ocupará su lugar "el hombre de iniquidad".
Pablo tiene otro comentario que hacer sobre el tema:
¿No os acordáis de que cuando yo estaba todavía con vosotros os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel impío, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida. (2 Tesalonicenses 2:5-8)
Había algo que estaba obrando y que Pablo llama el misterio de la iniquidad. Una cosa que ha dejado intrigados a los estadistas a lo largo de toda la historia es el hecho de no conseguir nunca resolver las dificultades básicas de la raza humana. ¿A qué es debido que podamos llegar a un cierto punto en lo que se refiere a crear un buen gobierno, con extensas bendiciones y ayuda para todos, y luego parece como si todo se desmoronase? Este hecho se ha venido repitiendo a lo largo del curso de la historia. El general Carlos Rómulo, que fue el embajador filipino en los Estados Unidos, dijo: "Hemos aprovechado el poder del átomo, pero ¿cómo podemos arreglárnoslas para poner freno a las pasiones de los hombres? Ese es el problema ―esta iniquidad, este espíritu de rebelió contra la autoridad― que es siempre el mayor peligro con el que se enfrenta cualquier nación.
Pero Pablo dice que hay algo que lo está limitando. Algo durante el curso de los siglos ha estado frenando esa iniquidad, evitando que se produjese la iniquidad total, y Jesús nos ha dicho lo que es, pues dijo a Sus discípulos: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo... " (Mateo 5:13a, 14a). La sal impide que se extienda la corrupción, y la luz hace que se disperse la oscuridad, y es la presencia del pueblo de Dios en la tierra lo que está limitando las fuerzas del mal. Esto es un hecho asombroso, pero es verdad. Siempre que disminuye la santidad, en ocasiones debido a fuerzas dentro de la Iglesia, así como en el exterior, el espíritu de iniquidad se apodera y extiende.
Pero Pablo nos está advirtiendo aquí que esa restricción va a ser totalmente eliminada, y entonces todo el torrente del mal humano quedará libre en la tierra; y cuando eso suceda llegará el tiempo de mayor sufrimiento que el mundo jamás ha presenciado. Sin embargo, Pablo nos dice, tocará a su fin:
... a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida. El advenimiento de este impío, que es obra de Satanás, irá acompañado de hechos poderosos, señales y falsos milagros, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto, Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia. (2 Tesalonicenses 2:8b-12)
Esa es la característica del espíritu de iniquidad, el engaño, y debe ser y será destruido mediante la venida de Jesús, el Hijo del hombre, que destruye al destructor de la tierra.
Finalmente, el capítulo 3 trata acerca de la conducta de estos creyentes frente a la dificultad y la presión. Pablo estaba corrigiendo aquí una tercera y muy extendida actitud que tienen muchos en tiempos de dificultades, lo que podríamos llamar el "fanatismo". Había ciertas personas en Tesalónica que decían: "¿Por qué no esperar hasta que él venga? ¿Por qué vamos a preocuparnos por ganarnos la vida? Vivamos y disfrutemos, mientras esperamos que venga". Por lo que Pablo les dice:
Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros. (2 Tesalonicenses 3:6)
Porque, nos dice:
Ahora oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entrometiéndose en lo ajeno. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo que, trabajando sosegadamente, coman su propio pan. Pero vosotros, hermanos, no os canséis de hacer bien. (2 Tesalonicenses 3:11-13)
"Al acercarnos al tiempo de su venida", dice Pablo, "recordad que vuestra responsabilidad es seguir viviendo normalmente y trabajando con vuestras manos, ocupandoos en vuestras responsabilidades". La vida cristiana es una vida normal, natural, en la que es preciso cumplir todas las responsabilidades que Dios nos da. Por lo que Pablo rechaza la actitud de fanatismo y dice que debemos llevar a cabo la tarea que Dios nos ha encomendado.
En esta epístola, el desaliento se resuelve mirando al día en que Dios habrá de enderezar todas las cosas. El temor se resuelve recordando que Dios controla perfectamente todos los acontecimientos humanos y que las cosas sucederán tal y como él ha profetizado que sucederían, rechazando el fanatismo con un mandamiento muy concreto, el de ocuparnos en la obra del Señor. Y luego Pablo concluye con un gesto de gran ternura, diciendo:
La salutación es de mi propia mano, de Pablo, que es el signo en toda carta mía. Así escribo. (2 Tesalonicenses 3:17)
¿Cuál es? Las palabras con las que finaliza la carta:
La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. (2 Tesalonicenses 3:18)
Y si examina usted las epístolas de Pablo, se encontrará con que todas terminan de la misma manera. Siempre tomaba la pluma de su escribiente y escribía de su propia mano: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros".
La aplicación de esta epístola a cada corazón, de manera individual, es sencillamente: Los hijos de Dios hemos sido llamados a limitar la iniquidad. ¿Con cuánta frecuencia se dedica usted precisamente a impedir que se practique esa iniquidad? La medida en que se oponga usted al mal, a la iniquidad, será la medida en la que la iniquidad no se enseñoree ni de su corazón ni de su vida.
Oración
Padre nuestro, te damos gracias por esta epístola, que nos recuerda que la esperanza de la Iglesia no se ha esfumado, y que aquellos acontecimientos que Jesucristo predijo se están cumpliendo en cierta medida incluso en nuestros días, avanzando hacia el fin anunciado. Volvemos a afirmar nuestra fidelidad y lealtad a Aquel que nos ha amado y se ha entregado por nosotros, que volverá una vez más para ser reconocido individualmente por todos. Con esa esperanza, te damos las gracias en el nombre de Jesús. Amén.