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Antiguo Testamento

2 Samuel: La historia de David

Autor: Ray C. Stedman


El libro 2º de Samuel es realmente una continuación de 1º de Samuel (en la Biblia hebrea no están divididos, y este es el primer libro de Reyes), y todo el libro gira alrededor de un hombre: David. El libro se divide en cuatro partes sencillas. Capítulos 1 al 5 examinan el camino del dominio. David comenzó su reinado siendo solo rey de la tribu de Judá, y transcurrieron siete años más antes de que fuese coronado rey de las doce tribus de Judá y de Israel. La sección que abarca del capítulo 6 al 10 destaca la adoración y la victoria, cosas que también están unidas en la vida cristiana. En los capítulos 11 al 20 encontramos el relato del fracaso de David y el perdón de Dios y sus resultados en su vida. La sección final abarca un apéndice en el que se enfatizan algunas importantes lecciones que aprendió el rey David durante el curso de su reinado.

Hay dos maneras de considerar la historia de David. Podemos considerarle como una imagen de Jesucristo, y es perfectamente apropiado hacerlo porque el mismo Señor Jesús usó esta analogía. David no fue solo el precursor y el antepasado, según la carne, del Señor Jesús, sino que fue además en su reino una imagen de Jesucristo en el milenio. David tuvo que pasar por un tiempo durante el cual se vio rechazado, perseguido, acosado y atormentado, pero durante el tiempo que vivió en el exilio, reunió hombres a su alrededor que se convirtieron en sus dirigentes, sus comandantes y sus generales cuando se convirtió en rey sobre toda la tierra. De este modo, David se convirtió en una imagen de Cristo en Su actual rechazo, siendo olvidado por el mundo, reuniendo en secreto a aquellos que habrían de convertirse en Sus comandantes, Sus generales, Sus capitanes cuando venga a reinar con poder y gloria sobre la tierra. Cristo vendrá para establecer Su reino, a gobernar y reinar en justicia, como nos dicen las Escrituras, y David es también una imagen de ello. Al desarrollar Dios esto y hacer que tenga lugar en el escenario del mundo actual, Dios va a hacer que Cristo ocupe por fin Su trono, desde el cual reinará con justicia.

David no es solo la imagen de Cristo; es también una imagen de cada uno de los creyentes en particular. Solamente leyendo el libro desde este punto de vista cobra vida, y su verdad brilla ante nosotros. Si leemos estos libros del Antiguo Testamento como si fuesen espejos, siempre nos veremos a nosotros mismos reflejados en ellos. Los psicólogos nos dicen que siempre estamos presentes en nuestros sueños, sin importar de lo que se trate el sueño: somos el objeto central. Puede que adopte usted la forma de un asno, de una vaca o de cualquier objeto, pero sea cual sea el tema del sueño, siempre ocupamos el lugar central de nuestros sueños. Lo sorprendente acerca de las Escrituras es que también ocupamos el lugar central en ellas. "Estas cosas fueron escritas", nos dice Pablo, "para nuestra instrucción" (1 Corintios 10:11), a fin de que podamos entendernos a nosotros mismos al ver los acontecimientos que se van resolviendo en las vidas de estos personajes en las páginas de las Escrituras.

Para nosotros el relato de David es una imagen de lo que sucede en la vida del cristiano cuando se la entrega a Dios, un lugar de dominio y de reinado. A todo cristiano se le ofrece un reino, de la misma manera que le fue ofrecido a David. Ese reino es el reino de su propia vida y es exactamente igual al reino de Israel, que tiene enemigos que la amenazan desde el exterior, pero también hay enemigos en su interior que quieren minarla. Los reyes de Israel no consiguieron nunca librarse de los filisteos, de los amonitas, de los jebuseosf, de los ferezeos y otros "itas" y "eos" de aquellos días, que son una imagen de los enemigos internos que amenazan con minar y derrocar el dominio que Dios desea que tengamos mientras aprendemos a reinar en la vida por medio de Jesucristo. ¿Cuáles son los enemigos en su caso? Sin duda, no los llamará usted jebuseos ni ferezeos, sino que los llama celos, envidia, lujuria, amargura, resentimiento, preocupación, ansiedad y otros problemas que nos afligen en nuestro diario caminar.

Al ver cómo Dios hace que David se encuentre en la situación de reinar sobre su reino, veremos además cómo el Espíritu Santo está obrando en nuestras vidas para que podamos encontrarnos en la situación en la que podremos reinar en la vida gracias al poder de Jesucristo. ¡Qué imagen tan exacta! A David se le llama en el Antiguo Testamento "un hombre conforme al corazón de Dios" (1 Samuel 13:14), de la misma manera que al rey Saúl, el primer rey de Israel, se le podría llamar "el rey conforme a las naciones de alrededor". Saúl, tal y como aparece en 1º de Samuel, representa al hombre carnal, aquel que intenta complacer, por medio de sus propios esfuerzos, a Dios con sus buenas intenciones y sus sinceros esfuerzos por ser religioso, pero con todo y con eso, todo lo que hace se le viene abajo y nunca le funciona. La vida cristiana no es solo una burda imitación de la vida de Jesucristo; debe ser algo muy real. Debemos permitir que Cristo mismo viva en nosotros. De la misma manera que Saúl es la imagen de la vida carnal y sus esfuerzos por imitar la vida auténtica, David es la imagen del hombre que es conforme al corazón de Dios, un creyente en el cual mora el Espíritu de Dios y que está abierto a ser instruido por el Espíritu, y al que se le enseña a andar conforme al Espíritu Santo.

La primera parte comienza con la muerte de Saúl, el hombre carnal. Cuando murió Saúl, David fue libre para ser rey sobre la tierra. Aplicando esta situación a nuestras vidas, esta es la imagen del momento en el que nos enfrentamos por fin con toda la verdad de la cruz de Jesucristo, que hace que el viejo hombre muera y pone fin al reinado de la carne, que representa aquí el rey Saúl. Cuando por fin entendemos intelectualmente que Dios habla muy en serio cuando dice que nos ha separado de la vida de Adán y nos ha unido a la vida de Jesucristo, el hombre viejo ha sido crucificado con Cristo, ha sido clavado en la cruz y ya no tiene derecho a vivir, y es entonces cuando nos encontramos exactamente en la misma situación que se encontró David en 2º de Samuel y tenemos libertad para reinar porque el rey Saúl ha muerto.

Al principio David no es mas que rey sobre su propia tribu, la de Judá. Durante siete años vivió en la ciudad de Hebrón, pero mientras fue rey solo sobre Judá se produjo una encarnizada lucha entre los derechos de David y los de la casa de Saúl. En otras palabras, no es nada fácil hacer morir la carne, porque no está dispuesta a dejar de reinar así como así, y se produce una encarnizada lucha. Se nos dice por fin que David se encuentra en la situación en la que es reconocido como rey sobre las doce tribus, y en ese momento tiene derecho a asumir su prerrogativa real, dada por Dios, sobre toda la tierra.

En el capítulo 6 comienza el segundo movimiento de este libro. En él encontramos los resultados de la vida de David, cuando llega a su plena autoridad en el reino. Su primera preocupación es la de traer de nuevo el arca de Dios. En 1º de Samuel leímos que la tribu de los filisteos se había apoderado de ella y habían intentado colocarla en su propio templo, pero cuando el arca de Dios se encontró situada junto al grotesco dios pez horroroso, con sus ojos saltones, el dios pez no podría seguir en pie junto a ella, cayó sobre su rostro y acabó con el cuello partido. Los filisteos se dieron cuenta de que no podían salirse con la suya intentando conservar el arca de Dios en su templo, de modo que la enviaron a otra ciudad, donde permaneció hasta que David fue hecho rey. Cuando se convirtió en rey de las doce tribus, su primera preocupación fue la de traer de vuelta el arca de Dios, recuperándola de manos de los filisteos, para que ocupase el lugar central de la vida de la nación de Israel. ¿Qué significa esto? Cuando se dio usted cuenta por primera vez de que Jesucristo tenía derecho a reinar como Señor sobre todos los aspectos de su vida, ¿no sintió usted el deseo de que Él ocupase el lugar central en su vida? Eso es lo que representa aquí el deseo que tenía David de traer de nuevo el arca.

David mandó construir una carreta nueva, tirada por bueyes, y colocó el arca en el centro de ella, volviendo acompañado por todo el pueblo cantando y regocijándose alrededor del arca. Fue un momento de completa dedicación y devoción entusiasta y totalmente sincera a Dios, pero entonces sucedió otra cosa terrible. Al ir el arca por el camino sobre la carreta, los bueyes tropezaron por causa de un surco en el camino, y comenzó a temblar y menearse, de manera que parecía que se iba a caer. Un hombre llamado Uza, que se hallaba junto a la carreta, extendió su mano con la intención de estabilizar el arca. Pero el momento en que lo hizo, Dios le golpeó con un rayo, y cayó muerto. David se quedó estupefacto y sin saber qué hacer. Como es lógico, el ambiente de tragedia se apoderó de todos los presentes, y desapareció de repente el ambiente de regocijo y de alborozo. David se sintió tan apesadumbrado que desvió la carreta del camino y la dejó en la primera casa que tuvo cerca, regresando a Jerusalén amargado y resentido contra el Señor por haber hecho algo así.

Esa fue la primera lección que tuvo que aprender David. Ha quedado constancia escrita del hecho de que David temió en gran manera al Señor cuando sucedió esto y se sintió muy amargado, pero la verdad era que fue culpa de David que muriese Uza. En el libro de Levítico había instrucciones muy específicas y detalladas acerca de cómo transportar el arca de Dios, y solo los levitas debían hacerlo. Por lo tanto, fue culpa de David, que no se le pidiese a los levitas que fuesen ellos los que transportasen el arca. David fue lo suficientemente presuntuoso como para dar por hecho que Dios estaba de su parte, pensando que podía salirse con la suya, hiciese lo que hiciese. David se limitó a colocar el arca sobre la carreta y comenzó a transportarla él mismo. Por lo tanto, todo lo que sucedió fue realmente su culpa. David tuvo que aprender la amarga lección de que para servir a Dios no basta nunca solo con ser sincero; hay que hacer las cosas como Dios quiere para hacer Su voluntad.

¿Ha descubierto usted ya eso? ¿Ha tenido usted alguna vez un proyecto favorito que sentía usted sinceramente en su corazón que sería algo maravilloso para glorificar a Dios? Hasta es posible que encontrase usted algo en las Escrituras que justificase su deseo, y era tal que estaba usted convencido de que era la voluntad de Dios que sucediese, pero Dios sopló sobre esa actividad y se desmoronó y todo salió mal, por lo que tuvo usted que enfrentarse con el hecho de que sus preciados planes para hacer algo para Dios se habían desintegrado totalmente. Hace poco hablé con un joven que estaba pasando por un período de resentimiento y amargura precisamente por esta misma razón. Estaba seguro de que sabía lo que Dios quería que él hiciese sobre un asunto determinado y había decidido que era conforme a la voluntad de Dios. Sentía además que podía prever de qué manera iba a obrar Dios e incluso les había dicho a algunos amigos que Dios iba a hacer una cosa concreta, pero todo se vino abajo. Me dijo: "Le confieso que siento que Dios es injusto y que no apoya lo que dice". Hablando sobre el tema, resultó evidente que estaba pasando por una prueba como la que pasó David, que también tuvo que aprender, y la muerte de Uza es un constante testimonio de que Dios no está nunca dispuesto a hacer concesiones al respecto. No es su labor seguir nuestro programa, pero sí es nuestra labor tener tal relación con Él que nos guie de modo que llevemos a cabo su programa.

Lo próximo que leemos en esta sección tiene que ver con el deseo que sintió David en su corazón de construirle un templo a Dios. El arca había estado en el tabernáculo, que no era mas que una vieja y destartalada tienda de campaña, de modo que David razonó consigo mismo, diciendo: "Yo vivo en una preciosa casa de cedro y el arca de Dios tiene que morar en una vieja tienda. ¿Por qué no le construyó una casa a Dios?" (7:2). Cuando el profeta Natán se enteró, animó a David a que lo hiciese, pero Dios le envió un mensajero a Natán, diciendo: "No, eso no está bien". La razón era que David era un hombre de guerra, y solo Jesucristo o, según los términos del Antiguo Testamento, alguien que representa a la imagen de Cristo como príncipe de paz, construirá el templo de Dios entre la humanidad. David había sido el elegido para representarle como el rey que había conquistado a todos, de modo que Dios decidió que "no, no será David quien construya el templo. Dios rechazó el plan de David de edificar el templo, aunque la suya había sido una buena intención, sincera y seria, pero David no era capaz de aprender la lección de Uza. Tenemos en este capítulo un precioso ejemplo acerca de la obediencia de David, que adora a Dios y acepta sus decepciones y el tener que cambiar sus planes. Está de acuerdo en que Dios tiene razón y en que el que debería construir el templo sería su hijo Salomón.

El resto de esta sección es sencillamente un informe acerca de las victorias de David sobre sus enemigos, los filisteos y los amonitas. En otras palabras, cuando Dios se encuentra en el centro de la vida de David y su corazón está dispuesto a caminar siguiendo el programa establecido por Dios y no el programa de David, sino el de Dios, los enemigos externos se encuentran en total sumisión al hombre que camina teniendo esta relación con Dios.

La próxima sección larga del libro comienza con el relato del fracaso en la vida de David, la oscura y amarga escena del doble pecado que cometió. Fíjese cómo empieza el capítulo 11:

"Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra..." (2 Samuel 11:1a)

Después de la interrupción de la estación del invierno, cuando tenían lugar las verdaderas y apropiadas guerras por la causa del Señor, había llegado el momento de que el rey saliese a la guerra.

David envió a Joab junto a sus servidores y a todo Israel, y ellos derrotaron a los amonitas y sitiaron a Rabá, mientras David se quedó en Jerusalén. (2 Samuel 11:1b)

Ese fue el origen de su fracaso, pues abandonó el lugar de su obligación. No quiere decir necesariamente que estuviese mal, pero el estar ausente del lugar donde pertenecemos es estar expuesto a la tentación.

Lo que viene a continuación en la historia de David se puede contar con tres sencillas palabras. Vio, investigó y tomó. Caminando sobre la azotea de su casa vio a una hermosa mujer que se estaba bañando. Mandó a pedir información acerca de ella y la tomó. Con esas sencillas palabras tenemos una reseña gráfica de los procesos de la tentación. Cualquier tentación que se presente en su vida y en la mía seguirá también este mismo modelo. Comienza con un sencillo deseo. Puede tratarse de cualquier cosa, pero el deseo está presente, y hay que afrontarlo cuando se manifiesta. O bien nos olvidamos de él al llegar a ese punto, o se convierte en una intención. David vio a aquella mujer hermosa, la deseó, y comenzó a trazar un plan para hacerla suya. Mandó a pedir información acerca de ella. A esto siguió una acción, y David, aquel hombre conforme al corazón de Dios, se vio, de este modo, involucrado en el profundo y oscuro pecado del adulterio.

Una vez que hubo cometido el pecado, se negó a afrontar las consecuencias, como intentamos hacer muchos de nosotros. En lugar de confesar abiertamente y reconocer que había hecho mal e intentar solucionarlo, cometió otro pecado para encubrir el primero. Ese es siempre el proceso del pecado. Si comete usted un pecado, cometerá otro para encubrir el primero y diez más para encubrir el segundo. Pero Urías, en su sencilla fidelidad a Dios, frustró a David, y la cosa acabó por fin en derramamiento de sangre. Joab, el curtido e implacable general de David, se convirtió en un conspirador juntamente con David en este complot, y Urías murió en el campo de batalla; y aunque Urías murió a manos de los amonitas, David fue realmente su verdadero asesino.

Así que de repente, casi sin advertencia alguna, se introducen estos dos pecados en la vida de David, el del adulterio y el del asesinato. Este era el hombre al que Dios había elegido para ser el antepasado del Señor Jesús. A muchos de nosotros este pecado nos resulta pasmoso, y nos preguntamos cómo un hombre como David pudo hacer algo tan espantoso. Han sido muchos los que han apuntado a David con el dedo y han dicho: "¿Cómo pudo Dios pasar por alto algo así?". Pero si quiere usted ver lo que quiere decir Dios cuando se refiere a David como "un hombre conforme a su propio corazón, preste atención a lo que sucede en la vida de David cuando Dios le envía al profeta Natán. Natán apunta con el dedo a David y le engaña con una pequeña parábola. Cuando llega a la ingeniosa culminación, Natán le dice: "tú eres ese hombre". David admite y se enfrenta de inmediato con su pecado y no intenta ya justificarlo. Reconoce que lo que ha hecho en relación con el asunto está muy mal, y fue precisamente al llegar a este punto cuando David escribió el Salmo 51. Todos nosotros hemos leído este salmo en alguna ocasión u otra cuando nos hemos sentido abrumados por la culpabilidad. No hace mucho tiempo vino a verme un hombre que se había visto envuelto en la misma clase de problema que tuvo David, y los dos repasamos juntos este salmo. Vi cómo el Espíritu Santo le limpiaba de su culpa, eliminando la mancha y la fealdad de aquello en la vida de este hombre, usando las palabras que escribió David después de haber cometido su pecado con Betsabé y al descubrirse cómo hizo asesinar a Urías.

A continuación nos encontramos con los resultados en la vida de David, comenzando por el capítulo 12. Se nos dice que cuando Natán le dijo: "Tú eres ese hombre", le dijo:

"Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste y tomaste la mujer de Urías, el heteo, para que fuera tu mujer". Así ha dicho Jehová: "Yo haré que de tu misma casa se alce el mal contra ti. Tomaré a tus mujeres delante de tus ojos y las entregaré a tu prójimo, el cual se acostará con ellas a la luz del sol". (2 Samuel 12:10-11)

Eso fue algo que se cumplió literalmente en Absalón, el hijo de David. Natán continúa diciendo:

"Porque tú lo hiciste en secreto [dice Dios]; pero yo haré esto delante de todo Israel y a pleno día". Entonces dijo David a Natán: "Pequé contra Jehová". Natán dijo a David: "También Jehová ha perdonado tu pecado; no morirás. Pero, por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido, ciertamente morirá". Y Natán se fue a su casa. (12:12-15a)

Esta es una importante lección acerca del perdón. Son muchas las personas que le piden a Dios que les perdone sus pecados y que creen que al hacerlo no tendrán que sufrir ninguna de las consecuencias de sus caminos equivocados, pero preste usted atención a lo que hace Dios con David. Le perdona a David después que éste ha confesado y le perdona la vida, aunque a pesar de que bajo la ley la pena por semejante pecado era la muerte. Dios le perdona a David y, por lo tanto, restablece su relación personal entre ellos, de modo que David puede tener una sensación de paz y puede sentirse libre de culpa.

Dios nos trata no solamente por medio de Su gracia, sino de Su gobierno. En lo que al gobierno se refiere, lo que le interesa es el efecto que tienen nuestros actos sobre las personas que nos rodean, y esos efectos continúan produciéndose tanto si somos perdonados como si no lo somos. De manera que a David no le quedó más remedio que enfrentarse con los resultados de sus acciones y, tal y como nos dice el Nuevo Testamento, Dios reprende a los que ama (Apocalipsis 3:19). El primer resultado fue que el bebé que nació de esta unión ilegítima murió, a pesar de que David le estuvo suplicando al Señor, en un patético y conmovedor pasaje, en el que se ve que está destrozado por el dolor. Entonces tienen lugar los resultados que habían sido anunciados en la casa, en la familia y en el reino de David. El Nuevo Testamento nos dice: "No os engañéis; Dios no puede ser burlado...". Pablo dice: "porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción" (Gálatas 6:7a, 8a). Pero los resultados malos de cada paso equivocado, dado en la carne, afectan a aquellos aparte de nosotros mismos, comenzando por los que tenemos más cerca. A David le fue dicho que como resultado de su pecado nunca más volvería a tener paz.

En el resto de esta sección, del capítulo 13 en adelante, vemos de qué modo se cumplió esto. El próximo capítulo nos cuenta la sombría historia de Amnón, el hijo de David, que cometió pecado en contra de Tamar, su propia hermana. Esto hizo que Absalón, el otro hijo de David, odiase a muerte a Amnón. De modo que en la misma familia de David, entre sus propios hijos, se había extendido el amargo espíritu de rebelión, de mal y de lujuria, como resultado del fracaso del propio David. En la historia de Amnón y su pelea con Absalón, y finalmente en su asesinato a manos de Absalón, nos encontramos con un rey David completamente impotente. David no puede ni siquiera reprender a su propio hijo, porque Amnón está sencillamente siguiendo los pasos de David. Amnón solo está cometiendo aquellos pecados fruto de la pasión de la que el mismo David dio ejemplo al apropiarse de Betsabé.

A continuación leemos acerca de la insurrección de Absalón. Este joven atractivo, brillante, con grandes habilidades, hijo de David, fomentó una rebelión en todo el reino y se puso secretamente en contra de su propio padre, intentando apoderarse del trono para sí mismo. Al final tuvo tanto éxito que David con toda su corte tuvieron que huir de la ciudad de nuevo y vivir en el exilio. ¡Imagínenselo! Aquel hombre al que Dios había elegido para que fuese rey sobre Israel, el hombre que había de reinar sobre las doce tribus, el hombre al que Dios le había concedido un trono, tiene ahora que huir como si fuese un sencillo criminal debido al fracaso de su propia vida moral.

Mientras sucede todo esto, el corazón de David se muestra arrepentido y dispuesto a descansar en Dios, reconociendo el hecho de que estas cosas son el resultado de su propia insensatez y confiando en que Dios lo resuelva todo. Es una preciosa imagen de la que debiera ser la actitud del corazón cuando pecamos y fracasamos, y como resultado empiezan a manifestarse las consecuencias. No hay nunca una palabra de queja por parte de David. ¡Nunca intenta echarle la culpa a Dios! No manifiesta ninguna amargura, sino sencillamente reconoce que Dios aún puede solucionar las cosas, y lo hace. Dios restablece a David al trono, y Absalón es derrotado, conquistado por su propia vanidad. Su pelo largo (del que se siente muy orgulloso) se engancha en las ramas de un árbol, y Joab, el implacable general de David, le encuentra y le mata.

Al morir Absalón, queda aplastada la insurrección, pero no es esa la historia completa. En los capítulos 18 a 20 encontramos el resultado final del pecado cometido por David, en la rebelión de Sheba en contra del rey David. Todo ello surge del doble pecado cometido por David, y no hay paz durante el resto de su reinado. Tiene el perdón de Dios, Su gracia para con él, es restaurado por Dios, y recibe Sus bendiciones en su vida personal, pero sigue recogiendo los resultados de su propia insensatez. Hay una canción popular que dice: "El Señor allá en los cielos nos ha mandado que amemos a nuestro prójimo", pero la canción continúa diciendo: "con un poco de suerte, cuando venga tu prójimo, no estarás en casa. El Señor, que está en los cielos, ha dicho que el hombre debe serle fiel a su esposa y que no debe andar nunca con otras mujeres, pero con un poco de suerte, ella nunca se enterará". Y así sigue la canción, captando de manera exquisita la filosofía del mundo acerca del plan de Dios: "Mira, te las puedes arreglar, Dios no va a hacer que te pasen esas cosas. Si comes de este árbol, no morirás", le dijo Satanás a Eva, "y con un poco de suerte, las cosas se resolverán"; pero Dios nos muestra en la historia de David que esta filosofía es una mentira.

Finalmente, tenemos el epílogo o apéndice de este libro, en el que se reúnen algunas de las lecciones que ha aprendido David durante sus cuarenta años de reinado. La primera es la historia de los gabaonitas, que enseña que el pasado se tiene que tener en cuenta. Si hay cosas en nuestro pasado que aún podemos corregir, tenemos la responsabilidad ante Dios de volver atrás y corregirlas. Hay hombres, mujeres, muchachos o chicas que se han dado cuenta de que un dinero que robaron antes de ser cristianos se ha convertido en una terrible carga sobre su conciencia. Por ello, tienen que reunir el dinero, tal vez un dinero que difícilmente pueden costear, y pagar la deuda o el robo del que ha sido culpable antes de poder hacerse cristiano, porque Dios desea la verdad en lo interno y no se queda satisfecho con las meras formalidades exteriores, sino que desea que toda la vida sea recta. En el relato de los gabaonitas, David volvió y corrigió algo que sucedió bajo el Rey Saúl. Como heredero del trono de Saúl, tenía que corregir el error cometido.

En el capítulo 22, nos encontramos con el precioso salmo dieciocho. La clave de este salmo comienza en el versículo 26. David canta:

"Con el misericordioso te muestras misericordioso, y recto para con el hombre íntegro. Limpio te muestras con el limpio, y rígido serás con el perverso. Tú salvas al pueblo afligido, mas tus ojos abaten a los altivos. Tú eres, oh Jehová, mi lámpara; mi Dios que ilumina mis tinieblas". (2 Samuel 22:26-29)

Y a continuación nos encontramos con esta figura que siempre me ha encantado. David canta:

"Contigo desbarataré ejércitos, con mi Dios asaltaré muros". El camino de Dios es perfecto y acrisolada la palabra de Jehová. Escudo es a todos los que en él esperan". (2 Samuel 22:30-31)

¿Qué quiere decir? Sencillamente que lo que somos para Dios es lo que Dios será para nosotros. Si usted es abierto, sincero y perfectamente honesto con él, Dios será abierto, sincero y perfectamente honesto con usted. Si es usted retorcido, perverso y engañoso, y le está usted mintiendo a Dios, hará que todas sus circunstancias se conviertan en un engaño y una mentira para usted. Si es usted puro de corazón y ve las cosas como deben ser, descubrirá usted que Dios también es así con usted y hará que se manifiesten en su vida más de esta belleza y pureza en su corazón y en su alma. Esto es lo que Pablo le dice de manera enfática a los filipenses: "No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello por lo cual fui también asido por Cristo Jesús". (Filipenses 3:12). Lo que nos está diciendo es que "lo que yo soy para él, es lo que él será para míꞌ, y eso fue exactamente lo que descubrió David.

El último capítulo es el relato del tercer pecado que cometió David y del que ha quedado constancia en este libro: su pecado al hacer un censo de Israel. Cayó una plaga sobre el pueblo de Israel cuando David, en su orgullo, comenzó a contar con sus propios recursos y con el aparente poder militar, en lugar de depender de la gracia y del poder de Dios. ¿Qué nos enseña esto? Nos enseña una gran verdad: nuestra antigua naturaleza está siempre ahí, dispuesta a entrar en acción en el momento en que dejamos de depender del Espíritu de Dios. El pecado nunca se muere de viejo. Por mucho tiempo que llevemos en los caminos del Señor, siempre es posible caer. Lo único que mantiene la vida espiritual es el diario caminar en la fe, andando en ella día tras día y momento tras momento.

Oración

Padre nuestro, gracias por hacer posible que tengamos una visión de cómo son nuestras vidas y nuestros corazones. Haz posible que la verdad quede grabada en nosotros. Ayúdanos a ser conscientes de que estas no son sencillamente palabras para complacernos o para instruir a nuestro intelecto durante un corto tiempo, sino que son revelaciones acerca de cuál es el sentido de nuestra vida, sobre los secretos para poder vivir. Haz que nos los tomemos en serio, que los obedezcamos; que te amemos, te sirvamos y seamos sumisos a ti día tras día. En el nombre de Cristo, amén.