La segunda epístola de Juan es la única epístola del Nuevo Testamento que fue escrita a una mujer. Según deducimos por lo que la epístola misma dice, fue escrita a una madre que tenía varios hijos, posiblemente una viuda. Parece ser que ella le escribió al apóstol Juan para pedirle su opinión acerca de varios problemas que habían surgido.
Por supuesto, en aquellos tiempos el Nuevo Testamento no estaba al alcance de las personas como lo está en la actualidad. Los dirigentes de las iglesias dependían de ciertos hombres, llamados profetas, que iban de un lugar a otro predicando la verdad. Evidentemente, algunos de estos hombres habían estado en la casa de esta mujer, probablemente en la ciudad de Éfeso, y habían suscitado ciertas cuestiones doctrinales que a ella le producían inquietud. No sabiendo qué hacer exactamente, escribió al apóstol Juan y le pidió su consejo, y esta epístola es su respuesta a muchas de las preguntas de esta mujer. Al leerla, veremos que también responde a muchas de las preguntas que nos hacemos en nuestros días, especialmente en lo que se refiere a cómo tratar a aquellas personas que enseñan cosas equivocadas.
Los seis primeros versículos nos presentan el problema y el enfoque que le da Juan al contestarlo:
El Anciano [que es cómo Juan se llama a sí mismo], a la señora elegida y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad, a causa de la verdad que permanece en nosotros y estará siempre con nosotros: Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor. Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre. Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Y éste es el amor: que andemos según sus mandamientos. Éste es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio. (2 Juan 1-6)
Aquí Juan está preparando el terreno para ofrecer una respuesta al problema que tenía esta mujer. Está uniendo dos cosas que es preciso tener en cuenta a la hora de enfrentarse con un problema de esta índole. En todo el texto usa dos palabras que destacan de las demás. ¿Qué palabras son estas? La primera de ellas es la verdad, ¿no es así? Y el amor; la verdad y el amor. Fíjese de qué manera une estos dos conceptos en el tercer versículo:
Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor.
Esto debiera ser característico de los cristianos. En la epístola de Pablo a los efesios, les dice lo mismo, que el cristiano debiera aprender a decir la verdad con amor (Efesios 4:15). Lo extraordinario de una vida cristiana es unir estos conceptos, que en ocasiones son opuestos, para mantener un equilibrio.
Ese es también nuestro problema. Muchos de nosotros enfatizamos uno de estos conceptos a expensas del otro. Enfatizamos la verdad y nos centramos en los temas doctrinales, insistiendo en que se sigan fielmente las Escrituras, pero a expensas del amor. Cuando hacemos esto, estamos siendo rígidos, fríos y juzgando a los demás, incluso siendo hasta crueles en la manera en que decimos las cosas. Aunque lo que digamos sea exacto, estamos intentando defender la verdad de Dios a expensas del amor.
Por otro lado, estamos aquellos que cometemos la equivocación de enfatizar el amor a expensas de la verdad. En ese caso, sentimos que deberíamos aceptarlo todo y a todo el mundo, siendo tolerantes en todos los sentidos. Este segundo grupo me recuerda la historia que acostumbraba a contar el Dr. H. A. Ironside acerca de un hombre que fue a la iglesia, y al salir ese domingo por la mañana le dio la mano al pastor y le dijo: "Pastor, quiero decirle la gran bendición que ha sido usted para mí desde que es usted pastor de esta iglesia. Cuando empecé a venir, no tenía en cuenta a nadie, ni a Dios, ni al hombre ni al demonio, pero desde que he empezado a venir, he aprendido a amar a los tres".
El problema consiste en saber encontrar el equilibrio entre la verdad y el amor, y es lo que hallamos, de manera tan maravillosa, en el Señor Jesús, que caminaba conforme a la verdad y en amor. Era capaz de tratar con ternura al pecador más libertino y al desechado por la sociedad que acudía a Él. Pero con una dura palabra era capaz de reprender implacablemente al fariseo, hasta que éste se ponía rojo de vergüenza, al ponerse de manifiesto todo lo corrompido de la vida interior de ese hombre. Jesús decía la verdad y trataba a las personas con amor, pero mantenía ambos en un perfecto equilibrio.
Juan dice: "Al enfrentarse con un problema de error doctrinal, es preciso enfatizar al mismo tiempo la verdad y el amor". Muchas personas que leen esta epístola pasan por alto estas palabras del principio, por lo que se pierden lo sensato del equilibrio que impregna la epístola.
En la próxima sección, encontramos la respuesta a la pregunta echa por esta mujer:
Muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo. Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis la recompensa completa. Cualquiera que se extravía y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa ni le digáis: "¡Bienvenido!", porque el que le dice: "¡Bienvenido!" participa en sus malas obras. (2 Juan 7-11)
Lo primero que hay que hacer es reconocer la naturaleza del error. Aquí se dicen dos cosas que describen las clases fundamentales de perversiones cristianas. Solamente hay dos, y todos los errores cristianos y herejías giran alrededor de una de estas dos.
Para comenzar, hay aquellos que están engañados acerca de la persona del Señor Jesús. Existe una señal en relación con el verdadero Redentor y Salvador: es el que vino de Dios al mundo y se hizo hombre; y, por lo tanto, la encarnación es una doctrina esencial de la fe cristiana. Si puede usted volver al origen del nacimiento de una persona y sabe usted que vino a formar parte de la cadena humana por medio de las facultades normales de reproducción y afirma ser el salvador, puede usted darle por perdido, porque no es el salvador de Dios; y si afirma no creer o aceptar esta encarnación del Señor Jesús, el hombre está equivocado. Diga lo que diga posteriormente, no habla como portavoz de Dios.
En todas las epístolas del Nuevo Testamento, los poderosos apóstoles de nuestro Señor conceden a la encarnación, la Palabra hecha carne, el lugar de mayor importancia en la teología cristiana. El resto gira alrededor de este hecho, de la persona del Señor Jesús. Juan dice que si un hombre no afirma eso, poco importa lo que pueda decir, porque no será otra cosa que un engañador. Ahora bien, puede ser una persona que se deje engañar además de ser engañadora, pero es un anticristo porque está en contra de la doctrina de Jesús. Por lo tanto, debe ser reconocido como lo que es, un hombre que está equivocado y que está intentando engañar a otros.
Sin embargo, hay otra clase de error, que gira en torno al hecho de haber malentendido o de tener una concepción falsa acerca de la enseñanza del Señor Jesús:
Cualquiera que se extravía [literalmente que va más allá] y no persevera en la doctrina [o la enseñanza] de Cristo, no tiene a Dios. (2 Juan 9a)
Eso es de lo más revelador. Eso incluye a todos los grupos que afirman que la Biblia no es una revelación adecuada de Dios y que dicen que necesitamos algo más; y una persona así puede ser de lo más persuasiva y sincera. Puede que sea una gran personalidad, pero esta es la prueba: si no permanece en la doctrina de Cristo, entonces no procede de Dios.
Son muchas las personas que actualmente se empeñan en decir que las enseñanzas de las Escrituras son infantiles. El hombre moderno ha sobrepasado todo esto y ya no puede aceptar estas enseñanzas sencillas de la Biblia. La mente de nuestro tiempo debe hallar satisfacción por medio de enfoques más científicos y no puede depender de estas cosas tan sencillas. ¿Se da usted cuenta de que ese es otro ejemplo de aquello a lo que Juan se está refiriendo en este libro? Es alguien que va más allá, que se aparta de la revelación de Jesús, considerándola demasiado simplista e intentando añadir algo a las enseñanzas de la Palabra de Dios.
Esas son las dos clases de errores, pero dese usted cuenta en qué depende el peligro. ¿Qué le sucederá a usted si se deja llevar por esta clase de cosas?
¿Qué es lo que pierde usted, como cristiano, si se ve involucrado en sectas, herejías y los enfoques liberales que están tan extendidos? ¿Perderá su salvación? No, si ha nacido auténticamente de nuevo, como es natural, porque eso depende de la obra que ha hecho Cristo en usted. No va a perder su lugar en el cielo, ni su redención, ni su parte en el cuerpo de Cristo, pero sí habrá mucho que perderá, como deja muy claro Juan. Pierde el valor de la vida que ha disfrutado aquí y desperdicia su tiempo. Tira por la borda momentos preciosos y años participando en cosas que carecen de todo valor y que se manifestarán al final convirtiéndose solo en madera, paja y rastrojo, que serán consumidas por el fuego de la mirada escrutadora de Dios, y perderá usted su recompensa.Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis la recompensa completa. (2 Juan 8)
Esto es algo que se pone de manifiesto a lo largo de todo el Nuevo Testamento. En el libro de Apocalipsis, el apóstol Juan dice algo muy parecido: "... retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona" (Apocalipsis 3:11). Estas coronas son símbolos de autoridad y de honor que se conceden a aquellos que han estado a disposición de Dios, para llevar a cabo Su obra, a aquellos que han entregado sus cuerpos como sacrificio vivo, para que Dios obrase por medio de ellos.
Si forma usted parte en algo que se basa en la falsa enseñanza, todos sus esfuerzos habrán sido en vano. No está construyendo nada más que una impresionante fachada, y aunque dé la impresión de tener muy buen aspecto, al final se derrumbará y no tendrá aceptación alguna por parte de Dios.
¿Qué se hace con las personas así?
Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: "¡Bienvenido!", porque el que le dice: "¡Bienvenido!" participa en sus malas obras. (2 Juan 10-11)
Al leer esto, no olvidemos lo que ha dicho Juan acerca de la verdad y el amor, pues nos resulta muy fácil a aquellos de nosotros que nos interesamos por los asuntos doctrinales de las Escrituras olvidar la cortesía y el amor que se espera de todo cristiano. Un pasaje así lo interpretamos como si quisiese decir que debemos darle con la puerta en las narices a cualquiera que nos presente alguna idea hereje o que tenemos que ordenarles que se marchen de la casa el momento en que nos vengan con enseñanzas herejes. Si fuese así, efectivamente, nos resultaría incluso imposible tener en nuestra casa a estudiantes extranjeros. Si es esto lo que quiere decir Juan, el momento en que descubramos que una persona no es cristiana, no debemos permitirle que entre en nuestra casa. Seríamos personas que ofenderíamos constantemente a los demás, ¿no es cierto? Nunca ofreceríamos nuestra amistad a personas de otra religión, que puede que estén en nuestro país de visita. Estaríamos actuando en defensa de la verdad, pero no manifestando nada acerca de la gracia del amor. Entonces, ¿qué es lo que quiere decir exactamente?
Lo que quiere decir es que la verdad debe exponerse con amor, y el amor debe rodearse de la verdad. En otras palabras, no debemos recibir a estas personas dando a entender que concedemos autenticidad o aceptamos su enseñanza. Como usted sabe, en aquellos días no existían los moteles, y las posadas eran pocas y estaban unas lejos de otras. Cuando estos maestros viajaban, se hospedaban en las casas privadas, de modo que cuando entraban en una casa con una falsa enseñanza, si la persona continuaba recibiéndoles, lo que estaría haciendo realmente sería aprobar su doctrina.
Sin embargo, esto no elimina la necesidad de la educación habitual o de que le demos un enfoque correcto a nuestro trato con la persona o hacer frente a unas necesidades de emergencia. Después de todo, la parábola del buen samaritano deja muy claro que si alguien está necesitado, poco importa quién sea esa persona, debemos ayudarla. Siempre y cuando dejemos perfectamente claro que le estamos tratando con educación, con consideración y amabilidad, como ser humano, pero que de ningún modo apoyamos sus ideas equivocadas, es perfectamente aceptable que tengamos alguna clase de contacto con esa persona e incluso hasta una cierta amistad, pero sin participar nunca en su obra malvada; y esa es la idea que nos expone Juan.
Fíjese cómo subraya la importancia de estos últimos versículos en los que Juan les dice:
Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumpleto. (2 Juan 12)
En aquellos días resultaba difícil escribir cartas. El correo era inseguro, y me imagino que al apóstol Juan, como nos pasa a la mayoría de nosotros, le costaría trabajo sentarse a escribir cartas. De modo que dice: "No voy a decir más... PERO ―y ese es el motivo por el que escribe la epístola― este tema es tan importante, que me he tomado el tiempo para escribir de todos modos. Hay muchas otras cosas sobre las que me gustaría discutir, pero no podía esperar para deciros estas cosas.
A continuación envía saludos de la familia cristiana, con la que evidentemente se aloja, y de ese modo enfatiza la necesidad en la vida cristiana tanto de la verdad como del amor.
Pidamos al Señor en oración que seamos capaces de hablar y tratar a los demás de tal manera que se ponga de manifiesto nuestra amabilidad y la bondad de Cristo. Pablo dice que si se pilla a un hermano cometiendo una falta o si alguien se ha apartado de la verdad, el siervo del Señor no debe discutir, sino ser bondadoso y comprensivo. Por lo tanto, esto no es para animar a que nos mostremos inflexibles, ni ser estrechos de mente ni intolerantes, diciendo cosas odiosas ni denigrantes.
¿Recuerda usted esa cancioncilla que cantábamos cuando eramos pequeños sobre el perrito de peluche y el gato de algodón? No recuerdo exactamente cómo era, pero sí recuerdo cómo terminaba. Se comieron el uno al otro; y me temo que eso es lo que les puede pasar a algunos de estos grupos, supuestamente llamados cristianos, en cuanto al enfoque que tienen los unos sobre los otros. Pero no seamos así, inflexibles, juzgando a los demás, y crueles, porque lo que necesitamos es mostrar amor.
Pero nuestro amor cristiano no debe ser tampoco tan manga ancha, tan tolerante, que excluya algo tan importante como el hecho de que Jesucristo es el único camino a Dios. No ha venido ningún otro, y ningún otro salvador ha sido enviado. Solo Él es la respuesta ante la desesperación de la humanidad.