Master Washing the Feet of a Servant
El Siervo que gobierna

Vino Jesús

Autor: Ray C. Stedman


Estamos estudiando la crónica de Marcos acerca de lo que sucedió cuando vino Jesús. Esas dos palabras sencillas, "vino Jesús", son siempre una fórmula para que se produzca un cambio radical y espectacular. Esta semana pasé una tarde maravillosa escuchando a un hombre contar lo que le había sucedido en su vida, los cambios que se habían producido en su hogar y en su familia cuando Jesús entró en su corazón.

En nuestro último estudio, echamos un vistazo al principio del evangelio de Jesucristo, tal y como nos lo relata Marcos, el ministerio de Juan el Bautista, ese extraño y al mismo tiempo maravilloso ministerio que se centraba en la necesidad del arrepentimiento, en el arrepentimiento como el lugar en el que Dios se encuentra con el hombre. El arrepentimiento es siempre el punto de partida en la relación con Dios. Un cambio de mente, una manera diferente de pensar acerca de uno mismo, acerca de cómo somos y cómo nos comportamos, así como cuáles son nuestras necesidades, el reconocimiento de la culpa y de nuestra necesidad ante Dios, son todos aspectos del arrepentimiento, y ahí es donde siempre se encuentra Dios con el hombre.

En los dos próximos párrafos relacionados con el capítulo 1, del versículo 9 al 15, nos encontramos en dos ocasiones con la frase "Jesús vino". En el versículo 9, dice: "Jesús vino de Nazaret de Galilea... ", y nuevamente, en el versículo 14, dice: "Después que Juan fue encarcelado, Jesús fue [vino] a Galilea... ". Estos dos sucesos forman la estructura de nuestro estudio de hoy. Estamos mirando el principio del evangelio de Jesucristo, y Marcos dice que cuando Jesús vino lo hizo de una manera doble. En el versículo 9, empieza el relato del bautismo y la tentación de Jesús. Marcos nos dice que Jesús vino, fue bautizado y fue tentado, y ambas situaciones las presenta haciendo uso de la voz pasiva, es decir, es algo que le hicieron a Jesús. Por lo tanto, esto indica algo sobre la preparación de Su ministerio. Eran necesarias dos cosas antes de que comenzase: era necesario que fuese bautizado y que se sometiese a la tentación. Después de eso, se nos dice, en el versículo 14, que fue a Galilea predicando, y en esa sola palabra queda constancia del contenido de la actividad que marcó toda la carrera de Jesús: fue predicando. Ese será el principio general de nuestro estudio. Echemos un vistazo a los dos actos de preparación, de los que nos habla Marcos y que Jesús consideró necesarios para empezar Su ministerio:

Aconteció en aquellos días que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: "Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia". (Marcos 1:9-11)

Los cuatro evangelios han dejado constancia del bautismo de Jesús. Por lo tanto, es evidente que fue un acontecimiento de gran importancia en la vida de nuestro Señor, a pesar de lo cual, hay algo extraño en este bautismo. Como vimos la última vez, se había producido un gran despertar espiritual en Israel, y eran literalmente miles las personas que abandonaban sus hogares, sus trabajos, sus familias y salían de las ciudades para ir al desierto, con el fin de escuchar a aquel hombre extraño y al mismo tiempo extraordinario. Juan el Bautista, ese profeta vigoroso, elemental, incluso rudimentario, era, a pesar de ello, un hombre que decía cosas que llegaban al fondo del alma de las gentes y cuyas palabras hablaban acerca de sus necesidades. Salían de sus ciudades porque sentían el tormento de su culpa, su insuficiencia y su falta de sentimiento de la aceptación ante Dios. Juan les estaba ofreciendo una salida, y ellos respondieron en masa. Juan bautizaba a todos los que se arrepentían, a los que reconocían su culpabilidad y buscaban el perdón de sus pecados. Como ya hemos visto, en eso consistía el énfasis del ministerio de Juan, que sólo realizaba el bautismo como un símbolo de la limpieza de Dios en el caso de aquellos que verdaderamente reconocían su necesidad ante Dios, confesando sus pecados; y eran miles los que lo hacían.

Pero cuando Jesús salió de Galilea para ser bautizado por Juan, éste protestó. Mateo nos dice que cuando Jesús fue a él, Juan le dijo: "Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mi?". Esa es una afirmación extraordinaria, especialmente si se tiene en cuenta que en aquel entonces Juan no sabía que Jesús era el Mesías. Es más, el evangelio de Juan nos dice que Juan el Bautista sólo lo supo cuando el Espíritu de Dios descendió sobre Jesús y permaneció sobre Él, porque esa era la señal que Dios le había dado. Fue entonces cuando supo que Aquel era el que había de venir, es decir Aquel al que él había estado anunciando. Juan había conocido a Jesús desde la infancia, porque eran primos. Y si no podemos encontrarles faltas a nuestros familiares, ¿a quién se las podemos encontrar? Con todo y con eso, no deja de ser realmente extraordinario que, al venir este familiar, Juan le dijese: "No tienes necesidad de ser bautizado. ¿Por qué vienes a mi?". No había nada en la vida de Jesús que le hiciese pensar a Juan que Jesús tenía necesidad de arrepentirse y de pedir perdón por los pecados.

Jesús le dio a Juan una respuesta de lo más asombrosa, según leemos en Mateo 3:15: "Permítelo ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia". ¿Por qué fue Jesús bautizado por Juan el Bautista? No podemos dedicar mucho tiempo a esto, pero en este breve relato Marcos parece sugerir tres cosas que nos ayudarán a responder a esta pregunta:

En primer lugar, el hecho de que Jesús fuese bautizado era un acto de identificación, puesto que se estaba identificando con nosotros. Él ocupó nuestro lugar, pero empezó con el bautismo y no con la cruz. Ese fue el primer paso que conduce a esa relación que haría que posteriormente se hiciese pecado por nosotros, es decir, se convierte en lo que somos nosotros. Esta es la primera señal de Su intención de hacerlo, y, por ello, fue bautizado con el bautismo del arrepentimiento y la confesión de pecados.

Me gusta el modo en que el Dr. H.A. Ironside explicaba esto. Decía que nosotros somos como gente pobre que ha acumulado tantas deudas que no podemos pagarlas. Son nuestros pecados. Hay tremendas demandas contra nosotros, y no nos es posible satisfacerlas, pero cuando vino Jesús se hizo cargo de todas las hipotecas, letras y tratos que no podemos cumplir y los puso a Su nombre, comprometiéndose a satisfacerlos. Esto es lo que significa Su bautismo, y es por lo que le dijo a Juan el Bautista: "Permítelo ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia" (Mateo 3:15b). Declaró Su intención de afrontar Él mismo las exigencias de justicia de Dios, asumiendo el pago de las deudas de los hombres. Por lo tanto, el bautismo fue claramente un acto de identificación.

Pero fue además, como podemos ver en el relato de Marcos, un momento clave: "Luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos y al Espíritu como paloma que descendía sobre él". (Por cierto, "luego [en seguida]" parece ser la palabra favorita de Marcos, pues hace uso de ella repetidamente en su relato.) Resulta altamente significativo que en el momento mismo en que Jesús ocupa nuestro lugar, el Padre le concede el don del Espíritu Santo, y no hay mayor don que pueda serle dado por Dios a los hombres. Tampoco tenemos mayor necesidad como personas individuales que la de recibir el don del Espíritu Santo. Porque es precisamente mediante el Espíritu Santo como el hombre puede vivir como desea hacerlo y como anhela hacerlo, pudiendo vencer el poder del pecado, la culpa y el temor que sentimos en nuestro interior. Por lo tanto, la necesidad primordial, elemental y fundamental que tienen los hombres culpables es la del don del Espíritu Santo, y, por ello, cuando Jesús empezó a ocupar nuestro lugar, le fue concedido de inmediato el don del Espíritu Santo.

Pero no es la primera vez que Jesús tuvo el Espíritu, y no debemos pensar de ese modo. Ha quedado constancia de que Juan el Bautista había sido lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre. Y si esto es cierto en el caso de Juan, también lo era en el de Jesús, que vivió conforme al Espíritu durante los primeros años tranquilos que pasó en Nazaret. Se sometió a Sus padres, se crió en una carpintería, aprendiendo el oficio; y, a pesar de que en esos tiempos no se produjeron acontecimientos notables en Su vida y de que Su vida fue una vida de lo más corriente en un pueblecito, no hay la menor duda de que Jesús vivió por el poder del Espíritu en Su vida.

Entonces, ¿qué es lo que sucede al venir sobre Él el Espíritu en forma de paloma? La respuesta es que le está siendo dada una nueva manifestación del Espíritu, en términos de poder. Para usar el lenguaje de las Escrituras, en ese momento Jesús fue ungido por el Espíritu. En los tiempos del Antiguo Testamento ungían a los reyes y a los sacerdotes derramando aceite sobre sus cabezas, encomendándoles la función y el ministerio al que habrían de servir. Esa es la imagen de lo que estaba sucediendo en la vida de Jesús. Estaba siendo ungido con poder por Dios, mediante la acción del Espíritu, el poder para hacer frente a las exigencias de Su ministerio, al que está a punto de dedicarse. Por eso es por lo que el Espíritu, en este sentido, está siempre relacionado con la manifestación del poder en una vida. Nuestro Señor fue ungido con poder, y algunas semanas después, en la sinagoga de Nazaret, Lucas nos dice que Jesús citó un pasaje de Isaías 61 que trataba de ello y se aplicó las palabras a Sí mismo:

«El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón,
a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos
y a predicar el año agradable del Señor.» (Lucas 4:18-19)

Estos fueron Sus ministerios a lo largo de los siguientes tres años y medio, y Su ministerio público comienza en esos momentos con la unción, llena de poder, del Espíritu Santo. Pero no pensemos en estos acontecimientos como si fuesen algo remoto a nosotros. Por sorprendente que parezca, todas las cosas que le sucedieron a Jesús pueden suceder, y de hecho debieran sucedernos a nosotros; en eso consiste el punto clave de esta enseñanza. Él estaba ocupando nuestro lugar, y, por lo tanto, lo que le sucedió a Él debería pasarnos a nosotros. Por eso es por lo que Jesús, cuando estaba con Sus discípulos después de haber resucitado, les dijo: "Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra" (Hechos 1:8). Esto es cierto; es preciso que venga sobre nosotros el poder del Espíritu de Dios; necesitamos recibir el don del Espíritu Santo, para que tengamos poder para vivir como Dios quiere que lo hagamos. Esto no se hace así para que podamos realizar actos espectaculares, sino que es más bien una nueva calidad de vida hermosa e irresistible y, sin embargo, silenciosa y amable. Dese cuenta del símbolo que se da de esta clase de poder: una paloma.

A veces los equipos de fútbol utilizan aves como emblema, representaciones de su poder y habilidad. Tenemos los Halcones y las Águilas, incluso los Patos. Pero, ¿ha oído usted hablar alguna vez de algún equipo que se llame las Palomas? No, ningún equipo usaría nunca una paloma como símbolo de su poder.

Más adelante Jesús enfatizó el hecho de que las palomas son inofensivas; dijo que tenemos que ser inofensivos como palomas. Pero, ¿qué es una paloma? Una paloma es un ave amable y pacífica, que no opone resistencia, no amenaza, no contraataca, y que, para nuestro asombro, es irresistible.

Ese es el poder que describe Jesús, el poder del amor, como es lógico, un amor que puede ser atacado y fustigado, incluso destruido, pero que a pesar de ello puede resucitar, por así decirlo, y salir ganando; y esa es la clase de amor asombroso que Jesús desencadenó. No cabe duda de que en la actualidad la mayor fuerza existente en el mundo es el amor, a pesar de lo cual no es la clase de poder que amenaza, que separa o que destruye, sino que reúne y sana. Es rechazado, dejado de lado y pisoteado, pero brota una y otra vez. De modo que la paloma resulta un símbolo de lo más apropiado de la nueva vida acerca de la cual vino a enseñar nuestro Señor. En el mundo se nos enseña que la vida se vive conforme al principio de la supervivencia de los más fuertes. La filosofía de la vida que defiende el mundo es la de "haz lo que sea para llegar a lo más alto; atropella a otros para conseguir lo que quieres. El poder te da todo el derecho, y cada hombre debe luchar por sí mismo".

Pero Jesús vino para enseñarnos otra manera, la única que realmente funciona. Puede que el mejor modo de describirla sea "la supervivencia de los más humildes". La virtud que siempre deben intentar tener los cristianos es la de la modestia, la humildad. Jesús dijo: "Él que es el mayor de vosotros sea vuestro servidor" (Mateo 23:11a). La humildad hace que se manifieste en nuestra vida todo el poder de Dios, mientras que el orgullo le convierte en nuestro enemigo, haciendo que nos hundamos, derrotándonos de todas las maneras que puede.

El tercer aspecto de este bautismo es la señal de garantía para Jesús, pues se oye una voz del cielo que dice: "Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia". En Mateo lo dice de una manera un poco diferente: "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mateo 3:17b). Esto fue dicho para testimonio a los que estaban contemplando la escena, pero Marcos (1:11) y Lucas (3:22) nos informan que la voz dijo: "Tú eres mi Hijo amado... ", dirigiéndose a Jesús. Se han producido toda clase de discusiones entre los eruditos en cuanto a saber cuál de estas versiones es la correcta, lo cual indica lo poco que entendemos los caminos de Dios.

Estoy convencido de que ambas son correctas, que los que estaban a Su alrededor escucharon una voz que decía: "Éste es mi Hijo amado", como el sello de la aprobación de Dios por los treinta años que había pasado en Nazaret, esos años tranquilos, sin acontecimientos destacados de la vida de Jesús, acerca de los cuales la Escritura guarda silencio. Los hombres se han preguntado: "¿Sería posiblemente como los demás hombres, habiendo pecado de la misma manera? Tal vez desobedeciese a sus padres, se metiese en peleas, pegando puñetazos, o tal vez hiciese cosas aún peores; no lo sabemos". Pero Dios sabía. Dios el Padre dice: "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia", lo cual es un testimonio de la pureza de esos años.

Pero lo que Jesús oyó fue: "Tú eres mi Hijo amado", dirigiéndose directamente a Él, como para que se sintiese seguro y tranquilo. No debemos pensar en Jesús como si automáticamente tuviese el poder contra todos los obstáculos, las amenazas y los temores. Era un hombre; es lo que nos dicen las Escrituras. Era como nosotros, y le asaltaban todas las perniciosas amenazas con las que nos hemos tenido que enfrentar los humanos. Sintió como nosotros y necesitaba que le tratasen como nosotros necesitamos que nos traten. Necesitaba la seguridad de que el Padre reconocía quién era.

Los psicólogos nos dicen que si no sabemos quiénes somos, no tendremos serenidad ni confianza en nosotros mismos. Tenemos que saber quiénes somos antes de estar seguros de lo que decimos y lo que hacemos, y eso es lo que Dios le dio a Jesús, la seguridad de saber que era Su Hijo amado.

¿Sabe una cosa? Eso es exactamente lo que nos dice a nosotros. Lo glorioso de este mensaje del evangelio es que Dios está dispuesto a tratarnos exactamente como trató a Jesús, y, por eso, todos nosotros deberíamos decirnos a nosotros mismos cada mañana: "Esto es lo que me está diciendo mi Padre: ꞌTú eres mi hijo amado, en quien tengo complacenciaꞌ". Eso es lo que nos da sentido de seguridad y de nuestra identidad, del lugar que ocupamos, lo cual significa que podemos estar tranquilos y no sentirnos amenazados cuando todo se hunde a nuestro alrededor. De ahí viene; no hay ninguna otra fuente. Por eso fue por lo que Jesús pudo empezar Su ministerio con ese sentimiento de seguridad en Su Padre de que todo iba bien en Su vida.

A continuación, Marcos nos presenta el segundo acto de la preparación, el de la tentación de Jesús, en los versículos 12 y 13:

Luego el Espíritu lo impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días. Era tentado por Satanás, y estaba con las fieras, y los ángeles lo servían. (Marcos 1:12-13)

Parte de la preparación por la que tuvo que pasar Jesús fue esta tentación a la que se tuvo que someter. Tanto Mateo como Lucas escriben al respecto, además de hacerlo Marcos, pero Juan lo omite. Sin embargo, fue necesario que nuestro Señor se sometiese a estas pruebas. Fíjese en las palabras tan fuertes que usa Marcos para referirse a ello. Aunque su relato es muy breve, es altamente sugestivo. Aquí tenemos tres cosas:

En primer lugar, "Luego el Espíritu lo impulsó al desierto"; le impulsó a ir, lo cual significa que Jesús sintió un fuerte apremio, el fuerte impulso de ir al desierto y enfrentarse con el tentador en su propio terreno.

La semana pasada estuve viendo a un grupo de muchachos que salían a jugar al fútbol. Se trataba evidentemente de un equipo de novatos, con sus rostros ansiosos, atentos y alerta, evidentemente interesados en lo que se disponían a hacer. Me hizo recordar el año en que me presenté a las prácticas de fútbol. No pude evitar recordar cómo me sentí; fue algo que sentí que debía hacer para demostrar mi hombría, a pesar de lo cual me daba un poco de temor. No sabía cómo me afectaría, y recuerdo aquella primera mañana cuando salí a practicar con todos los demás chicos, ansioso por hacerlo, deseándo hacerlo, sintiendo que debía hacerlo, aunque en el fondo sintiéndome asustado, pero no deseando admitir todos mis temores.

Algo así debió de sentir Jesús al enfrentarse con la tentación. Sentiría el fuerte impulso de demostrar Su hombría antes de llegar a ese encuentro decisivo con el demonio en la cruz. Tenía que ser tentado; tenía que pasar por ello por Su propio bien. No se atrevió a salir para dedicarse a Su ministerio sin haberse sometido antes a la prueba. Fue impulsado por el Espíritu a aquel lugar, para que pudiese saber lo que llevaba en Su interior, lo que podría y lo que no podría soportar. La intención era fortalecerle. Eso es lo que siempre hace Dios con Sus hombres y mujeres: les curte, obligándoles a pasar por esta clase de experiencias; y es lo que le pasó a Jesús.

Se nos dice que pasó por pruebas muy duras y completas. Durante cuarenta días fue sometido a prueba en el desierto, siendo tentado por Satanás. Estar cuarenta días sin comer es mucho tiempo. Yo he ayunado en ocasiones hasta tres días, y se me ha hecho bastante insoportable, puesto que el hambre aumenta al pasar los días. Después de un tiempo desaparece, pero luego vuelve a aparecer de un modo más intenso. ¡Y cuarenta días es mucho tiempo! Hace cuarenta días (cuando fue pronunciado este mensaje) era el 20 de agosto. Gerald Ford llevaba menos de diez días como presidente, y los tumultuosos acontecimientos que han tenido lugar desde entonces han ocurrido todos ellos en un período de cuarenta días. ¡Si Jesús hubiese comenzado Su ayuno hace cuarenta días, qué largos habrían parecido! Los acontecimientos por los que hemos pasado sólo han servido para dramatizar la gravedad de esta prueba.

Marcos sugiere cosas que no sugieren otros escritores, que esos cuarenta días fue tentado por el demonio. En otras palabras, el demonio vino para probarle de todas las maneras posibles, en cuerpo, alma y espíritu. Le estuvo tanteando y asaltando; le zarandeó; le estuvo estudiando y metiéndose con Él, bombardeándole con cada pensamiento y tentación por las que nosotros los seres humanos podemos pasar. Al leer los otros relatos se dará usted cuenta de que Mateo y Lucas han reunido las tentaciones finales, las poderosas pruebas a las que Satanás sometió a Jesús. Pero estas indican la naturaleza de las pruebas por las que tuvo que pasar durante todo el período de cuarenta días, ideadas por el tentador por excelencia, aquel que sabe cómo descubrir las debilidades de nuestros corazones, que sabe cómo llegar a nosotros y cómo hacer que nos enfademos.

En el desierto Jesús fue tentado, presionado, puesto a prueba y asaltado de todas las maneras posibles. Su hambre física representa todas las experiencias por las que pasamos cuando las circunstancias se ponen en contra de nosotros. ¿Cuántos de nosotros nos hemos dejado derrotar sólo por eso? No creo que Jesús supiese que tenía que permanecer durante cuarenta días en el desierto; no sabría cuánto tiempo tenía que estar allí. Esperaría que Dios supliese Sus necesidades en cualquier momento, pero Su privación siguió semana tras semana, mientras Su cuerpo se sentía cada vez más débil. El tentador se presentaría y le diría: "A Dios ya no le importas. Te ha abandonado. ¿Dices que eres el Hijo de Dios? ¡Pues no ha suplido tus necesidades ni mucho menos!". Finalmente, esa sutil sugerencia: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan" (Mateo 4:3, Lucas 4:3). Así es como Satanás nos intimida, ¿no es cierto? Las cosas salen mal, y no llega la provisión. Perdemos nuestro trabajo, nos quedamos sin dinero, o nos encontramos con unas tremendas responsabilidades. No somos como debiéramos ser para afrontar la necesidad, y nos preguntamos: "¿Dónde está Dios?". Esa fue la tentación con la que se enfrentó Jesús.

Entonces, se produjo la soledad de espíritu, puesto que tuvo que estar solo, sin compañía humana, durante cuarenta días. Eso haría que sintiese el anhelo de demostrar quién era delante de los hombres y conseguir su aceptación, hasta su admiración. Todo ello tuvo su culminación en el momento en que el tentador le llevó al pináculo del templo y le dijo que se tirase: "Los hombres te seguirán cuando vean que Dios te ha apoyado de un modo sobrenatural" (Mateo 4:5-6, Lucas 4:9-10). Jesús tuvo que someterse a dolorosas tentaciones para conseguir la aprobación de los hombres mediante el ejercicio del poder aparte de la voluntad de Dios. ¡Y cómo somos tentados de esa manera! No hay diferencia alguna.

Luego se produjo la última tentación. Cuando Jesús más vulnerable era, el demonio le sugirió que había una manera para conseguir lo que quería, valiéndose de un atajo, que no representaría la muerte para Él. Era algo que tendría a Su alcance, sin tener que pasar por la cruz. Llevó a Jesús a un monte alto y le mostró todos los reinos del mundo, y le dijo: "Todo esto te daré, si postrado me adoras" (Mateo 4:9). Nuestro Señor se tuvo que enfrentar con todas las tentaciones de la misma manera que tenemos que hacerlo nosotros, sencillamente depositando Su confianza en lo que ha escrito Dios en Su Palabra: "Escrito está... ". Lo dijo en tres ocasiones. En los aspectos físicos, mentales y espirituales de Su vida, ha quedado escrito.

¿Sabe una cosa? Dios hace eso todo el tiempo; no ha dejado de someter a las personas a prueba. Es algo cuyo propósito es curtirnos y fortalecernos. Permítame compartir con usted un poema con el que me encontré:

Cuando Dios quiere instruir al hombre
y cuando quiere deleitarle,
y cuando quiere hacerle hábil;
cuando Dios quiere moldear al hombre
para que represente el más noble papel,
cuando desea de todo corazón
crear a un hombre grande y atrevido,
de modo que el mundo entero se sorprenda,
contemplemos Sus métodos, Sus modos:

Cómo perfecciona sin reparos
a quien Su realeza escoge.
Cómo le martillea, hiriéndole,
golpeando duro, dándole forma
haciendo de él formas de barro
que sólo Dios alcanza a comprender.

Mientras clama su torturado corazón
y eleva manos suplicantes.
Cómo retuerce, siempre sin romper,
porque desea siempre el bien.
Cómo Dios usa al que ha escogido,
Y con Sus fines le fusiona.
Con cada acto le induce
a poner a prueba su esplendor.
Dios sabe lo que está haciendo.

Claro que sabe lo que hace. Eso fue lo que hizo con Jesús, con el propósito de curtirle, de ponerle a prueba y de fortalecerle.

Hay algo más que nos dice Marcos acerca de la tentación por la que pasó Jesús. A pesar de que no contó con ayuda humana y a pesar de verse atacado de tantas maneras, no estuvo solo. Se vio sustentado por el ministerio de consuelo que se presentó de manera extraordinaria: estuvo con las bestias salvajes, y los ángeles vinieron a ministrarle. Pero no leamos "bestias salvajes" como si tuviésemos que temer su ataque. En aquella región desértica estuvo rodeado por leopardos, leones, osos y otros animales salvajes, pero Jesús no les temía, porque Marcos nos dice que estaba con ellos; fueron Sus compañeros, ayudándole y consolándole. Me imagino a Jesús, Su cuerpo aterido por el frío causado por el hambre, acurrucado entre dos pumas, ministrado físicamente por los animales salvajes.

Además, los ángeles le ministraron, lo cual significa que Su vida mental e interior no se vio descuidada; Sus emociones se vieron sostenidas y Sus facultades mentales se conservaron claras. Ese es el ministerio de los ángeles, aunque invisibles, pero reales. Muchos de nosotros hemos experimentado el ministerio de los ángeles, sin saberlo siquiera. En ocasiones cuando de repente se eleva nuestro espíritu, y ni siquiera sabemos por qué, es debido al ministerio de los ángeles. Y Jesús se vio sostenido de ese modo. Finalmente, equipado por el Espíritu, curtido, habiendo sido probado, Jesús regresa a Galilea:

Después que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios. Decía: "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentios y creed en el evangelio!". (Marcos 1:14-15)

Aquí Marcos se está saltando un año entero del ministerio de Jesús. Es preciso hallar los detalles en el evangelio de Juan, porque solo él ha dejado constancia de Su ministerio, Su encuentro con Nicodemo, la mujer junto al pozo, las bodas en Caná, etc. Marcos pasa por encima de todo ello, silenciándolo, y comienza su relato acerca del ministerio de Jesús con el llamamiento de los discípulos junto al Mar de Galilea, pero hay dos cosas que enfatiza acerca de Jesús:

Primero, que vino predicando el evangelio de Dios. El método que usaba era la predicación. No creo que la predicación se vea nunca sustituida por ninguna otra cosa, porque predicar es, en esencia, revelar la realidad. Es permitir que las personas vean lo que realmente nos ofrece la vida a nuestro alrededor, la auténtica verdad sobre la vida. La verdadera predicación es siempre así. Según palabras de Pablo: "manifestando la verdad, nos recomendamos, delante de Dios, a toda conciencia humana" (2 Corintios 4:2b). Esa es la verdadera predicación, y para eso precisamente vino Jesús. Vino para abrir los ojos a las gentes, para que viesen lo que estaba sucediendo realmente en sus vidas.

En segundo lugar, Su mensaje era: "el reino de Dios se ha acercado". "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado". ¿Qué quería decir con eso de "el reino de Dios"? Lo que quiere decir es todas las cosas acerca de las cuales hemos estado hablando. El hecho es que estamos rodeados por un reino espiritual invisible, con grandes fuerzas, tanto malvadas como buenas, que ejercen su influencia sobre nosotros. En ese reino Jesús es el Señor y reina de modo supremo. Y ese reino gobierna todos los acontecimientos de la historia y todo lo que pasa en nuestra vida diaria y nuestras circunstancias. De modo que cuando estamos relacionados con el reino de Dios, estamos relacionados con la Fuerza suprema, que gobierna todo lo que somos y tenemos y, de ese modo, nos relacionamos con la realidad.

Jesús vino con las buenas nuevas de que el poder de Dios está ahora a nuestro alcance, para sacarnos del estancamiento impotente en el que ha caído el hombre. Las Escrituras nos dicen que el hombre, en su condición natural, es impotente. Por mucho que nos complazca creer que podemos hacer algo para corregir nuestra condición, nos encontraríamos totalmente impotentes y sin esperanza sin la ayuda de Dios. De hecho, la vida humana resultaría imposible. Sin la misericordia de Dios, sin Su mano para limitar las fuerzas que nos afectan, ni siquiera podríamos sentarnos juntos en la misma habitación; nos tiraríamos al cuello del otro, sacándonos los ojos, de modo vengativo, y odiándonos unos a otros, como animales, destruyéndonos a nosotros mismos.

Pero la misericordia de Dios impide que hagamos eso, y las buenas noticias son que se ha abierto un camino y ha llegado hasta nosotros el poder de Dios. Jesús vino para anunciar que el Rey está cerca, Aquel que puede controlar una vida, poner orden en ella, traer paz y armonía, y suplir el poder capaz de producir un temperamento que nadie puede rivalizar. Ese es el reino de Dios. No es comida ni bebida, nos dice Pablo, sino la justicia, el gozo y la paz en el Espíritu Santo. El reino está cerca. Y el lugar para recibirlo es el arrepentimiento, el reconocimiento de nuestra necesidad. La ayuda de Dios está a disposición de cualquiera y para todo aquel que lo desee, siempre y cuando estemos dispuestos a reconocer que no podemos vivir sin ella. Por eso fue por lo que dijo Jesús: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mateo 5:3).

Oración

Padre celestial, te doy gracias por las buenas noticias de que Jesús vino a predicar, por las asombrosas buenas noticias de que se ha encontrado una solución al dilema humano, porque la falta de esperanza y la impotencia de nuestra condición natural han sido derribadas por el Dios de la gloria y de la gracia. Señor, ayúdanos a recibirlo de manos de Jesús el Rey. Ayúdanos a creer en Él, a creer en el evangelio, a que sepamos descansar en él, a que no nos limitemos sencillamente a creerlo como verdad, sino a actuar conforme a él y a vivir según Tu Palabra. Lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.