Master Washing the Feet of a Servant
El Siervo que gobierna

Falsas fuerzas

Autor: Ray C. Stedman


Estamos empezando la tercera división natural de la primera mitad de la maravillosa imagen que nos ofrece Marcos del Siervo que gobierna y del Gobernante que sirve. Hemos visto que la primera división describe la autoridad del Siervo, el absoluto dominio que mostró Jesús sobre muchos ámbitos. La segunda división que hemos examinado es Su conocimiento de nuestra humanidad, el discernimiento penetrante e incisivo que mostraba tener Jesús acerca del hombre. La tercera de estas divisiones naturales va desde el capítulo 3, versículo 7, al capítulo 6, versículo 6. El tema se ve subrayado por el énfasis sobre las multitudes que seguían a Jesús. Ese fue el período de máxima popularidad en el ministerio de nuestro Señor, y podemos ver de qué modo nos lo presenta en el primer párrafo:

Pero Jesús se retiró al mar con sus discípulos, y lo siguió gran multitud de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán y de los alrededores de Tiro y de Sidón, oyendo cuán grandes cosas que hacía, grandes multitudes vinieron a él. (Marcos 3:7-8)

Creo que nos cuesta trabajo entender lo enorme que debía de ser aquella multitud. No se trataba de unas pocas personas y ni siquiera de unos cuantos miles. Sin duda, habría literalmente cientos de miles de personas entre aquella multitud. Venían de por todo el país: de Galilea, de Judea, que comenzaba cincuenta millas al sur, de Jerusalén, la capital de Judea, aproximadamente a unas setenta millas al sur del Mar de Galilea, y de más allá de la tierra de Idumea o Edom, muy lejos, al sur del desierto y de la región que se encontraba al este del río Jordán hasta el desierto arábigo, y desde el oeste hasta la costa del Mediterráneo y subiendo por la costa de Tiro y Sidón, una región que se encuentra actualmente en el Líbano, llegando de todas aquellas tierras. Llegaban en enormes multitudes de todas las ciudades, para poder escuchar a aquel Profeta extraordinario que había aparecido en Galilea y que estaba diciendo cosas tan asombrosas.

En toda esta división podemos ver de qué modo enfatiza Marcos la enorme multitud. En el versículo 20 dice: "... y se juntó de nuevo tanta gente que ni siquiera podían comer pan". Y a continuación, en el versículo 32: "la gente que estaba sentada alrededor de él". Y luego, en el capítulo 4, versículo 36, nos dice Marcos: "Una vez despedida la multitud", se fueron al otro lado del lago. En el capítulo 5, versículo 21, dice: "Al pasar otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió a su alrededor una gran multitud... ", y en el versículo 24 dice: "... y lo seguía una gran multitud, y lo apretaban". De modo que ese es el período en el que Jesús se ve más rodeado y apretujado por las gentes, el período de Su mayor popularidad.

Para muchos esa ha sido una señal del éxito de Jesús, de la misma manera que lo sería en la actualidad al evaluar a una persona. Cualquiera que sea capaz de reunir una gran multitud que le siga está considerado como un éxito. Tenemos toda clase de personas que hacen eso. Las llamamos "estrellas", son artistas de cine, atletas, cantantes, políticos, diferentes personas que han conseguido lo que en la actualidad se considera como una marca del éxito. No es de sorprender que el título de uno de los musicales más populares de nuestro tiempo se titule "Jesucristo, superstar". Él es el que atrajo a todas aquellas multitudes de las ciudades de Su tiempo.

Pero al leer este relato en su totalidad, vemos que la intención de Marcos es subrayar la debilidad de la popularidad, lo vacío, la total carencia de valor de la popularidad y cómo puso en peligro el ministerio de nuestro Señor. Hay seis maneras en que esto se pone de manifiesto en esta división. En este estudio examinaremos sólo la primera de ellos, desde el capitulo 3, versículo 7, hasta el final del capítulo. Veremos tres efectos falsos, que son impedimentos que se producen invariablemente cuando un movimiento se vuelve popular y que nos sirven de advertencia. La popularidad los produjo en los días de Jesús, y la popularidad los produce también en la actualidad. Los veremos al examinarlos, y el primero se encuentra en los versículos 9 y 10. Después de describir a la multitud, Marcos dice:

Entonces dijo a sus discípulos que le tuvieran siempre lista la barca, para evitar que la multitud lo oprimiera, pues, como había sanado a muchos, todos los que tenían plagas se echaban sobre él para tocarlo. (Marcos 3:9-10)

Esto subraya ciertos énfasis no deseados y falsos, que fueron despertados por estas multitudes, Malentendieron el propósito para el cual había venido Jesús y comenzaron a enfatizar lo que era secundario en Su opinión. Esto es algo con lo que nos encontramos en relación con todo el ministerio de Jesús, en especial en lo que se refiere a la curación de los cuerpos físicos. Claro que nuestro Señor sanó físicamente, no hay duda al respecto, pero, desde entonces hasta ahora, los hombres se han aferrado a eso como si fuera, de modo preeminente, lo que Él vino a hacer. Pero al leer los evangelios con atención, vemos que Jesús fue con mucho cuidado, para restar importancia a eso y enfatizar que vino con el propósito de sanar los espíritus de los hombres y no sus cuerpos. Sanó sus cuerpos con el fin de demostrar lo que podía hacer y lo que haría en el ámbito del espíritu.

Porque así es como fuimos creados. La naturaleza humana es tal que todo lo que sucede en nuestro interior debe exteriorizarse. Debe ponerse de manifiesto afectando de algún modo a nuestros cuerpos. Sabemos bien que si estamos ansiosos, preocupados o molestos, puede producir, si esta situación se prolonga, ciertos efectos físicos. Podemos acabar teniendo un tic nervioso o que se nos produzca una úlcera; toda clase de cosas pueden ir mal por causa de algún trastorno en nuestro hombre interior.

Jesús demuestra una vez más lo que puede hacer con el espíritu, pero las multitudes lo malinterpretaron y se agolparon a Su alrededor, de modo que pudiese tocar a los que estaban enfermos y sanarles, de tal manera que nuestro Señor tuvo que recurrir a una estratagema, para evitar verse literalmente aplastado por la multitud de tantísima gente como había.

Lo interesante es que el dispositivo de que se valió para conseguirlo era perfectamente humano. Fíjese que Jesús no hizo nada mágico; no construyó a Su alrededor una barrera invisible, de manera que nadie se le pudiese acercar, ni se metió de repente en una cabina telefónica, ni se cambió de ropa y dio un salto en el aire. Es humano y, para poder escapar, les pide a Sus discípulos que tengan una barca a mano, para que pueda entrar en ella y alejarse un poco de la orilla, donde la multitud no le pudiese seguir y con el propósito de poder predicarles en lugar de sanarles.

Todo lo que la multitud quería era la sanidad, pero Él quería predicar. Eso es una de las cosas que sucede con la popularidad. Generalmente distorsiona un mensaje y enfatiza algo secundario, haciendo que sea equivalente a los ojos de la gente, de modo que se pierden lo más importante.

La segunda fuerza falsa que produce la popularidad se encuentra en el versículo 11:

Y los espíritus impuros, al verlo, se postraban delante de él y gritaban: "¡Tú eres el Hijo de Dios!". Pero él les reprendía para que no lo descubrieran. (Marcos 3:11-12)

Las Escrituras nos dicen que en ocasiones tras aquellas enfermedades se hallaba el poder de espíritus impuros. ¿Se ha dado usted cuenta en cuántas ocasiones las Escrituras llaman a estos demonios "impuros"? En estos días, en los que estamos presenciando tal incremento de la actividad demoníaca, es preciso que entendamos esto, porque es una de las maneras que podemos reconocer la presencia de un demonio. Es impuro, ya sea moral o físicamente.

Un amigo me contó que hace años había tratado a un hombre que tenía un espíritu impuro. Mientras hablaban en la habitación de un hotel en Portland, el hombre puso su sombrero sobre la cama. Cuando se fue, mi amigo encontró un círculo de grasa con un olor repugnante donde había estado el sombrero, y el olor llenó toda la habitación durante días enteros, evidencia de que el espíritu era impuro.

Recuerdo haber hablado con una muchacha a la que se le había metido la manía de usar una tabla güija. Acabó por hacer que la muchacha oyera voces que le exigían que escribiese cosas antes de que pudiera dormirse por las noches. Invariablemente lo que tenía que escribir eran cosas moralmente repugnantes, obscenidades, palabras feas y malvadas. En ocasiones tenía que escribir páginas enteras antes de que cesasen las voces y pudiera dormirse. Esa es la marca de la clase de espíritus que eran.

Marcos nos dice que cuando veían a Jesús siempre le reconocían y gritaban: "¡Tú eres el Hijo de Dios!", y Jesús siempre les mandaba callar y les echaba. ¿Por qué cree usted que rechazaba este testimonio de las entidades demoníacas? Recordará que cuando estaban Pablo y Bernabé en Filipos, les siguió una chica joven gritando algo parecido: "Estos hombres son siervos del Dios altísimo", y ellos rechazaron su testimonio, y Pablo acabó por echar al demonio. Lo mismo sucede en las Escrituras, en las que se nos dice que tanto el Señor como los apóstoles rechazaban esta clase de testimonio. Sí, era cierto; Él era el Hijo de Dios, pero Jesús no estaba dispuesto a permitir que semejante testimonio procediese de estos demonios. ¿Por qué motivo?

Bueno, hay una cosa de la que podemos estar seguros: estos espíritus impuros no tenían ningún interés en promover la causa de Cristo por medio de su testimonio. Decían la verdad, pero lo hacían porque sabían que perjudicaría a la causa de Jesús, no para ayudarle. Lo que se proponían era engañar a las gentes respecto a Cristo, de modo que algo en su manera de decirlo, aunque fuera verdad, era, sin embargo, engañoso, y eso fue lo que rechazó el Señor.

Algunos comentadores sugieren que, debido a que se sabía que eran "espíritus de mentira", su testimonio de que Jesús era el Hijo de Dios podía ser interpretado como prueba de que no lo era. En el libro fascinante de Mark Twain acerca de sus viajes en el Oeste y en Hawaii, titulado "Una vida dura", hay un relato acerca de un hombre que tenía fama de mentiroso, que era conocido en la comunidad como un hombre que andaba siempre contando historias, y nadie le creía nunca. Un día le encontraron colgado muerto, con una nota de suicidio escrita por su propia mano y diciendo que se había quitado la vida, pero el jurado del forense dijo que había sido un asesinato. ¡Alegaron que si aquel hombre había dicho que era un suicidio, eso demostraba que no lo había sido!

Pero es mucho más factible que estos demonios pretendiesen que los hombres creyesen que era el hijo del dios al que ellos adoraban, es decir, al propio Satanás. Cuando decían: "Él es el Hijo de Dios", la gente pudiese relacionar a Jesús con los seres demoníacos y con el demonio mismo. Por lo tanto, no es accidental que en sólo dos párrafos más leemos acerca de una delegación que procedía de Jerusalén y que acusó a Jesús de estar poseído por un demonio. Por eso es por lo que Él rechazó este testimonio de los infiernos diciendo que era el Hijo de Dios.

La respuesta que dio nuestro Señor a esta amenaza la encontramos en los versículos del 13 al 19:

Después subió al monte y llamó a sí a los que él quiso, y vinieron a él. Designó entonces a doce, para que estuvieran con él, para enviarlos a predicar y que tuvieran autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios: a Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro, a Jacobo, hijo de Zebedeo, y a Juan, hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, es decir, "Hijos del trueno"; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el cananita, y Judas Iscariote, el que lo entregó. (Marcos 3:13-19a)

Estos son los doce a los que escogió Jesús. Es evidente en el contraste entre este párrafo y el anterior que Marcos quiere que entendamos que el testimonio que quería Jesús no era el de afirmaciones pretenciosas y títulos impresionantes de los demonios, por mucho que sean verdad, sino que deseaba más bien el testimonio de vidas cambiadas y las palabras de poder, de hombres que habían estado con Él y cuyas vidas eran diferentes como resultado de ello, que habían sido enviados a decir lo que habían oído y aprendido y que, por lo tanto, tenían el poder para hablar con autoridad, incluso a los demonios. Esa es la clase de testimonio que Él escogió y el testimonio que sigue escogiendo incluso hoy.

Fijémonos en que estos doce hombres fueron llamados a hacer tres cosas. Para empezar, fueron llamados a una experiencia personal, a que estuviesen con Él. Jesús no quiere nunca que nadie hable acerca del cristianismo como defensor; deseaba siempre a los que pudieran ser testigos, es decir, personas que pudiesen contar lo que les había sucedido. Si no es usted más que una especie de vendedor del cristianismo, que defiende que es una buena manera de enfocar la vida o una gran enseñanza moral, entonces no es usted un testigo efectivo, y el Señor no quiere eso. Quiere un testigo al que le haya sucedido algo. Aquellos hombres fueron enviados para llevar a cabo una evangelización con un propósito, para predicar, para contar lo que habían aprendido de Él. Y les fue dado un poderoso exorcismo; debían echar a los demonios. Es decir, les fue dado algo que decir y fueron enviados a decirlo, y les fue dado poder sobre toda la oposición. Resulta la mar de interesante que a fin de llegar a las multitudes, nuestro Señor sólo seleccionase a doce hombres. Así es como se debe hacer. Con frecuencia cometemos la tremenda equivocación de depender excesivamente de los medios masivos. Creemos que vamos a alcanzar a las multitudes mediante grandes invenciones, como puedan ser la radio, la televisión, las cassettes, etc. Por mucho que nos sirvan de ayuda, y aunque tengan su lugar, no hay duda de que no ocuparán nunca el lugar de un hombre o de una mujer que hayan tenido una experiencia personal con Cristo y que lo cuentan de la manera que pueden ―tal vez usando algunos de estos medios―, que poseen un poder evidente en las vidas para vencer al enemigo y para luchar contra cualquier oposición. Este es el testimonio que ha escogido nuestro Señor.

Aquí tenemos una lista de los doce discípulos, y sus nombres nos resultan conocidos. Simón, Jacobo y Juan aparecen los primeros, y Jesús les da un nombre especial. Les puso un "sobrenombre", es decir, escogió otros nombres para ellos. Esto hace que se destaquen, como formando parte de un círculo interno dentro de los doce. Recordará usted con cuánta frecuencia leemos a partir de este momento que cuando Jesús iba a hacer algo especial, se llevaba consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, tratándoles de una manera más íntima que a ninguno de los otros. Por lo que les nombra como encargados de este grupo, una forma de llegar a los demás, haciendo uso de ese método tan extraordinario que tanto el Señor como los apóstoles emplearon para llegar a los pocos, con el fin de poder alcanzar a muchos.

A Pedro le llamó la "roca", a Jacobo y a Juan, "Hijos del trueno". En mi opinión, resulta la mar de instructivo que al mirar a este grupo formado por doce hombres, lo que considerase necesario fuese una piedra y dos voces potentes. Pedro era el dirigente reconocido de entre los doce y fue el que posteriormente demostró ser la "roca" (o piedra), el mas estable, a los que los otros reconocían como su líder y en el que confiaban para que les dirigiese, mientras que Jacobo fue el primero de los apóstoles en sufrir el martirio, y Juan el último, y entre medias se trasmitió el ministerio apostólico. Jacobo dejó su marca entregando su vida el primero entre los doce, y Juan permaneció hasta el final, para recoger todo el testimonio apostólico, solidificarlo y transmitirnoslo a nosotros en su expresión final en el evangelio de Juan, en las epístolas de Juan y en el libro de Apocalipsis. Así que esos eran los líderes entre los doce, y nuestro Señor trataba con ellos para que pudieran ser los testigos que después no solamente llegarían a las multitudes que tenían cerca, sino posteriormente a todo el mundo, y Jesús se sentía satisfecho trabajando con estos hombres.

El tercer ejemplo de un falso ascenso producido por la popularidad lo encontramos del versículo 20 en adelante:

Volvieron a casa, y se juntó de nuevo tanta gente que ni siquiera podían comer pan. Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderlo, porque decían: "Está fuera de sí". Pero los escribas que habían venido de Jerusalén decían que tenía a Beelzebú, y que por el principe de los demonios echaba fuera los demonios. (Marcos 3:19b-22)

He aquí dos reacciones con respecto a Jesús que nos hablan acerca de la intensidad de Su ministerio. Se entregó de una manera tan absoluta a Su ministerio dedicado a las multitudes que no le quedaba ni siquiera tiempo para comer. Sus amigos se enteraron de ello y se molestaron. La palabra traducida como "amigos" realmente quiere decir "familiares", literalmente: "los suyos". Nos enteramos por lo que dice al final del capítulo que se trata de Su madre y de Sus hermanos. Estaban en Nazaret, y llegó la noticia de que no se estaba cuidando a Sí mismo. No se alimentaba bien; no dormía lo suficiente; Su salud estaba en peligro. De modo que salen de Nazaret e intentan sujetarle, creyendo que se había vuelto loco, diciendo: "Está fuera de sí", como resultado de Su preocupación por los sufrimientos del mundo. Jesús responderá al final de este relato a ese mal entendido.

Pero primeramente responde a la acusación de los fariseos que habían descendido de Jerusalén y que contemplaron aquella misma actividad. La explicación de ellos fue que estaba poseido por Beelzebú. Beelzebú quiere decir "el señor de la casa" y es una referencia a Satanás como el rey del infierno, cabeza de la "mafia" demoníaca; era, por así decirlo, el "padrino", el que daba las órdenes, y el resto de los demonios las obedecían. La explicación que dan estos escribas del ministerio de Jesús era que estaba confabulado con ellos, que se había unido a la mafia y estaba echando fuera a los demonios por el poder de su padrino satánico. Pero Jesús les responde con una lógica aplastante:

Y habiéndolos llamado, les hablaba en parábolas: "¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás? Si un reino se divide contra sí mismo, tal reino no puede permanecer. Si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no podrá permanecer. Y si Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede permanecer, sino que ha llegado su fín". (Marcos 3:23-26)

Ese es un argumento muy claro, ¿no es cierto? Satanás, sugiere Jesús, es listo y muy ingenioso, y nunca haría nada contra sí mismo, permitiendo que Jesús echase fuera demonios. Eso produciría la anarquía en el infierno, polarizando todo su reino, creando división y lucha entre sus secuaces, y Satanás jamás permitiría que sucediese eso, porque gobierna valiéndose del temor. El reino satánico no sabe nada acerca del amor y de la lealtad. Es el miedo, el terror abyecto, el que los controla. Satanás jamás hubiera permitido esa clase de actividad revolucionaria en su reino. Jesús lo sabe y se lo hace ver a los escribas, diciéndoles: "No, ha sucedido otra cosa". Entonces escribe lo que está realmente sucediendo:

"Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si antes no lo ata; solamente así podrá saquear su casa". (Marcos 3:27)

Eso es lo que ha sucedido. Jesús es el Hombre más fuerte y ha entrado en la casa de Satanás y le ha atado. Hoy en día oímos hablar con frecuencia acerca de personas que "atan" a Satanás, pero yo afirmo que esto es totalmente innecesario, porque no hay más que Uno que pueda atarle, y ya lo ha hecho. Jesús ató a Satanás incluso en los días de Su ministerio, haciendo posible, incluso para Sí mismo, echar a los espíritus impuros y saquear la casa de Satanás, liberando a aquellos que habían estado cautivos durante tanto tiempo, la humanidad. Esta es la explicación de lo que ha sucedido, y, por lo tanto, hoy en día no es necesario ir atando al demonio. Podemos usar con todo derecho la autoridad para echar fuera a los espíritus malvados, pero lo podemos hacer gracias a que el demonio ya ha sido atado. Y solamente hay Uno que lo ha hecho posible, el mismo Señor Jesús.

Habiendo respondido a esa declaración, les hace una severa advertencia a los escribas:

"De cierto os digo que todos los pecados y las blasfemias, cualesquiera que sean, les serán perdonados a los hijos de los hombres; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno". Es que ellos habían dicho: "Tiene espíritu impuro". (Marcos 3:28-31)

A muchos les ha asustado este párrafo, y con razón. Lo que dijo Jesús fue algo muy serio. Algunos han llegado a la conclusión de que el pecado imperdonable era el sugerir que Jesús tenía un espíritu impuro, o que las obras de Dios son realmente obras del demonio, pero es importante darse cuenta de algunas cosas acerca de este relato. Fijémonos en que estos hombres aún no habían cometido el pecado imperdonable cuando dijeron que Jesús tenía un espíritu impuro. De lo contrario, Jesús nunca les hubiese hecho la advertencia. Según Sus propias palabras, no hay necesidad de advertir a un hombre que haya cometido el pecado imperdonable, porque a ese hombre ya no se le podría ayudar y no se le podría perdonar. De modo que, de haber sido eso lo que hubieran dicho esos hombres, no hubiera habido motivo para hacer semejante advertencia.

Pero les advirtió, de modo que está claro que todavía no lo habían cometido; pero estaban a punto de hacerlo y se están aproximando. "Estáis muy cerca de cometer ese pecado", les dice Jesús, "cuando adjudicáis la obra de Dios al demonio". Eso es acercarse mucho. Aquello acerca de lo cual les advirtió Jesús fue el rechazar el testimonio del Espíritu Santo, y ¿a quién le da testimonio el Espíritu? En todas las Escrituras, el Espíritu Santo se dedica a dar testimonio al Señor Jesús. "Él dará testimonio para mí" (Juan 15:26b), dijo Jesús posteriormente a Sus discípulos; "tomará de lo mío y os lo hará saber" (Juan 16:14b). "Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado... (Juan 16:8a), ... por cuanto no creen en mí" (Juan 16:9). Toda la obra del Espíritu Santo tiene como fin exaltar, declarar y definir la obra de Jesús. De modo que rechazar al Espíritu Santo, blasfemar al Espíritu Santo, es rechazar el testimonio del Espíritu con respecto a Cristo.

Eso era lo que estaban a punto de hacer aquellos hombres. Y, por lo tanto, es verdad que si al final se rechaza a Cristo, entonces no hay esperanza, porque no hay motivo para perdonar más que por medio de la fe en el Señor Jesús. Los hombres son perdonados cuando creen en Su nombre, y no sobre ninguna otra base. Si eso se deja de lado, de manera final y definitiva, no es un sencillo hecho de rechazo lo que está en juego, sino el proceso, si el corazón se resiste y rechaza las afirmaciones de Jesús tal y como lo expone el Espíritu Santo, y el resultado es que no puede haber perdón. Esta es la manera contundente que tienen las Escrituras de subrayar el hecho de que Jesús mismo declaró: "nadie viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6b).

Habiendo dicho esto, nuestro Señor afronta los malentendidos de Su familia:

Entre tanto, llegaron sus hermanos y su madre y, quedándose afuera, enviaron a llamarlo. Entonces la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: "Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan". Él les respondió diciendo: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?" Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: "Aquí están mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre". (Marcos 3:31-35)

Cuando le dijeron que su madre y sus hermanos estaban afuera, todo el mundo esperaba que Él saliese de inmediato y les viese, pero Jesús no lo hizo, a propósito. En lugar de ello, miró a su alrededor y pronunció aquellas extrañas palabras: "Aquí están mi madre y mis hermanos. Todo aquel que hace la voluntad de Dios está más cerca de mí de lo que lo están ellos". ¿Acaso estaba fuera de Sí por el hecho de descuidar a Su familia y a Sí mismo? No, estaba sencillamente poseído y dominado por algo mucho más fuerte. Más queridos incluso que Su propia familia terrenal eran aquellos que eran Sus hermanos y Su madre en la familia de Dios. Por lo tanto, deja claro que existe una primacía en la relación, en la que esos lazos que nos atan a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, y al Señor Jesús y a Dios nuestro Padre, son más fuertes e vienen con exigencias mas imperiosas para nosotros que las de nuestra propia familia natural.

Quiero hacer una advertencia acerca de la idea que se está circulando ampliamente en estos días. No es que sienta un especial deseo de atacarla, porque tiene mucho de verdad, pero sí quiero hacer una advertencia que tiene su base en este incidente de la experiencia de nuestro Señor. Se ha extendido por ahí la enseñanza según la cual el cristiano está ligado a la autoridad de su padre y de su madre prácticamente durante toda su vida. Se le llama de varias maneras diferentes, como la de "Cadena de mando" o la "Cadena del consejo", Aunque hay parte de verdad en esta afirmación, debido a que reconoce relaciones que son importantes, especialmente mientras los niños crecen. Nuestro Señor no instruyó nunca a ninguna persona que hiciese caso omiso de las responsabilidades que tienen todas las personas con sus familiares; no lo hizo nunca. De hecho, las Escrituras dejan claro que, según dijo Pablo, el hombre que no se preocupa de los suyos es peor que un infiel (1 Timoteo 5:8). Jesús dejó claro lo equivocados que estaban los fariseos al usar la ley para eludir las responsabilidades que tenían con sus padres.

Pero lo que sí apunta muy claramente nuestro Señor es que cuando existe un conflicto entre lo que dice Dios, las exigencias de Dios en nuestra vida, y el consejo y la opinión de nuestros familiares según la carne, lo que tiene prioridad es la Palabra de Dios. Debe ser el factor decisivo en nuestra vida, y aunque somos responsables de exponer nuestra decisión con amor, compasión y comprensión, debemos seguir lo que dice Dios. Por eso es por lo que Jesús dijo clara y repetidamente que si el hombre no abandona a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, y todo cuanto tiene, no puede ser Su discípulo (Lucas 14:26). Él hace esa suprema exigencia con respecto a nuestra vida, habiéndola cumplido Él mismo. Y eso es por lo que en numerosas ocasiones Él mismo parece pasar por alto los lazos que le unen a Su madre y a Sus hermanos, con el fin de ser fiel al llamamiento de Dios.

Una de las peores cosas que nos pueden pasar, como deja claro este relato, es que nos veamos envueltos en un movimiento popular, porque de él surgen fuerzas falsas. En eso consiste la enseñanza de esta sección. En un movimiento popular surgen fácilmente las frases y las actitudes equivocadas. Por lo tanto, la popularidad debe vigilarse con mucho cuidado, y cuando un movimiento es popular, como lo es el cristianismo en muchos lugares actualmente, tenemos que ir con mucho cuidado para escuchar la voz del Espíritu de Dios.

Oración

Padre nuestro, te damos gracias por la verdad tal y como la pone de manifiesto Jesús. Una verdad que nos ayuda algunas veces a actuar como si estuviésemos en contra de los intereses de aquellos a los que amamos y, sin embargo, actuamos bajo la voluntad y la autoridad de nuestro Señor Jesús. Ayúdanos a ser sabios y amorosos, a ser fieles y dar fruto en nuestras relaciones, Señor. Y sobre todo concedenos la libertad para que seamos hombres y mujeres para Ti. Lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.