Continuamos nuestro estudio del evangelio de Marcos, ese asombroso testigo del Siervo de Dios, Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, visto a través de los ojos de Marcos y de Pedro. La última vez llegamos al final de esta primera división natural del evangelio, en el versículo 39 del capítulo 1. Marcos es fácil de seguir, porque nos da ciertas claves geográficas que marcan las divisiones de este evangelio. Con frecuencia concluye una sección con una declaración resumida, como la del versículo 39: "Y [Jesús] predicaba en las sinagogas de ellos en toda Galilea, y echaba fuera los demonios". Como ya vimos, el tema de esa sección fue el de la autoridad del siervo, la autoridad que ejerció Jesús. Mandó a Sus discípulos que le siguiesen, y ellos lo hicieron. Mandó a los espíritus inmundos, y ellos le obedecieron. Mandó a la fiebre que desapareciese, y lo hizo.
La próxima división aparece en el capítulo 1, versículo 40, hasta el capítulo 3, versículo 6. El tema de esta división es el conocimiento de la humanidad que tenía Jesús, Su comprensión perceptiva respecto a quiénes somos y por qué nos comportamos como lo hacemos. El discípulo Juan lo explica de una manera muy concreta en el segundo capítulo de su evangelio, cuando dice:
Mientras estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos. (Juan 2:23-24)
Esa es una declaración que tiene un tremendo significado. Nos dice que Jesús conocía a todas las personas que se acercaban a Él. Por eso es por lo que le pudo decir a Natanael: "Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi" (Juan 1:48b). Por eso fue por lo que le pudo decir a Nicodemo que le era preciso nacer de nuevo, y por lo que le pudo decir a la mujer que se hallaba junto al pozo: "porque cinco maridos has tenido y el que ahora tienes no es tu marido... " (Juan 4:18a). Él les conocía a todos ellos porque sabía lo que había en el hombre, es decir, entendía a la humanidad, sabía cómo nos había hecho Dios, sabía quiénes somos; y ese es el tema que desarrolla Marcos en esta próxima sección.
La primera division abarca dos incidentes en la vida de Jesús: la curación del leproso y del paralítico. Estos dos se vinculan por la manera de que revelan la verdad acerca de nuestra humanidad básica y del conocimiento perfecto de Jesús de nuestra naturaleza humana. Fijemos en la curación del leproso, en los versículos 40 al 42. Mateo nos dice que este incidente sucedió inmediatamente después del sermón del monte. Al descender del monte Jesús, este leproso le encontró. Marcos nos relata el incidente de esta manera:
Vino a él un leproso que, de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes limpiarme". Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano, lo tocó y le dijo: "Quiero, sé limpio". Tan pronto terminó de hablar, la lepra desapareció del hombre, y quedó limpio. (Marcos 1:40-42)
Marcos destaca dos cosas impresionantes acerca de este milagro, para que las entendamos. En primer lugar, la súplica del leproso a la voluntad del Señor, que es algo único entre los milagros y, en segundo lugar, la respuesta compasiva con la que contestó Jesús a su ruego. Es altamente significativo que este leproso dijese: "Si quieres, puedes limpiarme".
Hace muchos años, vino a verme un joven de esta congregación. Estaba muy interesado en el poder de sanidad de Dios y pertenecía a un movimiento que enseñaba que Dios sana todas las dolencias físicas que padecemos los creyentes, que está mal no encontrarse bien, y que no tenemos que preguntarle a Dios si desea curarnos o no. Este joven me dijo que era una falta de fe orar diciendo: "Si es Tu voluntad, cúrame". Me dijo que podíamos reclamar ser sanados y fue muy claro al respecto. Recuerdo que le mencioné este incidente, que le conté el caso del leproso que vino a Jesús y le dijo: "Si quieres, puedes limpiarme". Y Jesús no le reprendió, ni le dijo que sus palabras fueran equivocadas o que debiera reclamar ser sanado. De hecho, en las Escrituras no se dice nada sobre esta idea.
Creo que esto indica algo respecto a la consciencia que tenía el leproso de que podía haber un propósito divino por el que padecía su aflicción. Tal vez a algunos de nosotros nos cueste trabajo aceptar este concepto, pero las Escrituras son muy claras en cuanto a que hay ocasiones en las que Dios permite que estemos enfermos. No que esa sea una expresión de Su deseo final para los hombres, pero que, dada las circunstancias en las que vivimos y la naturaleza caída de la humanidad, hay ocasiones en las que Dios permite que Sus hijos pasen por aflicciones físicas. En las Escrituras nos encontramos con numerosos ejemplos. Pablo vino ante la presencia del Señor y le pidió tres veces que le quitase su "aguijón en la carne" (2 Corintios 12:7-8), y la respuesta llegó por fin: "Bástate mi gracia" (2 Corintios 12:9a). Pablo entendió que Dios quería que lo soportase, que aprendiese a afrontarlo con la gracia de Dios, de modo que está claro que la Escritura no enseña que todo el mundo debe ser sanado.
El leproso es un ejemplo de ese hecho. Es evidente que tenía la impresión de que había cierto propósito en todo ello y cuando dijo: "si quieres, puedes limpiarme", no quiso decir con ello: "si en estos momentos estás de humor para ello... ", sino que quiso decir: "si no es algo contrario al propósito de Dios, si no infringe algún programa cósmico por medio del cual Dios esté obrando, entonces puedes limpiarme". La respuesta de Jesús es sumamente positiva: "Jesús, movido a compasión, extendió la mano, lo tocó y le dijo: "Quiero, sé limpio". Ese "quiero" es como una luz verde de Dios. Nos dice que ha llegado el momento de ser sanado. Cualquiera que fuese el propósito para el que había servido la lepra, ya se había realizado, y había llegado el momento de dejarla de lado: "Quiero, sé limpio".
Marcos nos dice que el motivo inmediato por el cual Jesús se sintió movido fue la lástima, la compasión: "teniendo misericordia de él, extendió la mano y lo tocó". Me encanta ese "lo tocó", que solamente Marcos añade en su relato. Deja constancia de que la reacción que sintió Jesús en Su corazón fue la de tocarle. Ahora bien, no se sintió movido de modo natural a acercarse a él, ya que es evidente que debió de ser un hombre que podría resultar repugnante, y Lucas dice que el hombre estaba "lleno de lepra". William Barclay describe el aspecto que tiene un leproso:
Cambia totalmente el aspecto de la cara, hasta el punto de que el hombre pierde su aspecto y su apariencia humana y, como decían los antiguos: "se asemeja a un león o a un sátiro". Los nódulos se hacen cada vez más grandes y se forman úlceras, de las que emana un líquido mal oliente. Se les caen las cejas; los ojos parece que miran fijos. La voz se vuelve ronca, y el aliento se vuelve jadeante, por causa de las úlceras que se producen en las cuerdas vocales. Los pies y las manos siempre se llenan de úlceras, y lentamente la persona que padece la enfermedad se convierte en una masa de heridas ulcerosas. El tiempo normal que dura la enfermedad es de nueve años, y termina con el deterioro mental y, finalmente, la muerte. El que la padece acaba teniendo un aspecto repugnante, tanto para sí mismo como para los demás.
Como es natural, lo peor de todo es el sentimiento de falta de valor y desesperación que crea semejante estado y que separa al que padece la enfermedad de todo contacto con la humanidad. Fue esta clase de hombre el que se acercó a Jesús y, transgrediendo la ley, se atrevió a arrodillarse delante de Él y a suplicarle: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". El corazón de Jesús se conmovió y, extendiendo la mano, le tocó con amor, y cuando lo hizo la lepra desapareció y su carne se volvió fuerte y limpia una vez más. Este es un incidente precioso, que nos muestra el poder de Jesús.
Pero Marcos sigue adelante para revelarnos el propósito que Dios tenía en el caso de este incidente y que el Señor vio en él, en los versículos 43 y 44:
Entonces lo despidió en seguida, y le ordenó estrictamente: "Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos". (Marcos 1:43-44)
Esto indica lo que Jesús consideró como el motivo para que esto sucediese y el propósito que tenía para que esto aconteciese. Debía servir de testimonio a los sacerdotes, porque se quedarían asombrados cuando aquel hombre apareciese ante ellos y pidiese realizar el sacrificio que Moisés había mandado hacer en el libro de Levítico. Nos los podemos imaginar, totalmente atónitos al aparecer el hombre, preguntándose qué debían hacer, yendo a sus bibliotecas y sacando sus libros de las estanterías, hojeándolos y diciéndose unos a otros: "¿Qué vamos a hacer? ¡No ha sucedido nada parecido desde los días de Eliseo! Ese es el último caso del que ha quedado constancia de alguien que fuese sanado de la lepra, y ni siquiera entonces fue un israelita, sino un gentil que se llamaba Naamán, comandante de los ejércitos sirios". No sabrían qué hacer.
Está claro que la intención de nuestro Señor era que sirviese como una manifestación de una señal del Mesías. Todo el mundo en Israel, y en especial los sacerdotes, sabía que la lepra era siempre un símbolo del mal y del pecado en el hombre, y que en ocasiones Dios lo usaba como juicio, con el fin de destacar de forma visible y gráfica cómo es el mal y el pecado en nosotros. Aquí estaba Uno que tenía el poder para limpiar al leproso. Isaías había anunciado por adelantado que cuando viniese el Mesías realizaría ciertos milagros físicos. Se les abrirían los ojos a los ciegos, los cojos saltarían como los ciervos, la lengua de los mudos cantaría, y los leprosos serían limpiados y sanados. He aquí una de las señales del Mesías, que nuestro Señor tenía la intención de que presenciasen los sacerdotes, como testimonio a ellos de quién era Él.
Pero todo esto se perdió por causa de la desobediencia de este leproso. Marcos nos dice en el versículo 45:
Pero, al salir, comenzó a proclamar y a divulgar mucho el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en los lugares desiertos despoblados; y venían a él de todas partes. (Marcos 1:45)
Este leproso resultó ser un chismoso, que no se podía callar, a pesar de que Jesús le había encargado que no dijese nada y le había dejado claro que era importante que no se lo dijese a nadie más que a los sacerdotes, para que fuese un testimonio a los representantes oficiales de la nación, como una señal para ellos de que el Mesías estaba cerca. Pero todo esto se perdió, porque el hombre sucumbió al más ardiente deseo de su corazón, que era el contárselo a todo el mundo. Es comprensible que se sintiese de ese modo. Había sido limpiado de una enfermedad que era espantosa, y ardía en deseos de contarlo. La verdad es que no creo que la intención del Señor fuese que no lo dijese, sino que lo hiciese después de haber dado testimonio a los sacerdotes; pero el hombre no podía esperar y, en su ansiedad por difundir la noticia, se lo contó a todo el mundo. Estoy convencido de que debió de alabar al Señor al hacerlo, pero, sin embargo, este relato es un testimonio vital para nosotros de que la obediencia es mejor que la alabanza.
Esto es algo que hacemos con frecuencia. No tenemos por qué apuntar a este hombre con el dedo, porque a mí me sorprende la facilidad con que dejamos de lado las Escrituras y desobedecemos a lo que nos ha dicho Dios. Se nos ocurre algo que lo sustituya, y alabamos a Dios por ello, cuando en realidad no es otra cosa que desobediencia. Yo he visto edificios caros, muy adornados con placas de bronce que decían: "erigidos para la gloria de Dios", cuando a Dios le traen sin cuidado los edificios. Lo que a Él le importan son las personas, y no nos ha dicho nunca que construyamos edificios para Su gloria. Es lo que sucede en las vidas de Su pueblo lo que glorifica a Dios, no los edificios que construimos en Su nombre. De modo que este hombre viene a ser un testimonio para nosotros de lo que representa la necesidad de obedecer a lo que nos dice nuestro Señor, aceptando lo que nos dice al pie de la letra y haciendo lo que nos manda, y Él será el responsable de los resultados.
Debido a que el leproso no lo hizo, lo que hizo fue obstaculizar y limitar el ministerio de Jesús. Tal vez Su ministerio en Jerusalén hubiera sido mucho más efectivo y poderoso si este hombre hubiera hecho lo que Jesús le había pedido que hiciese, pero, en lugar de ello, inconscientemente y sin intención, infringió la palabra del Señor. Como resultado de ello, Jesús se encontró ante una limitación y no pudo entrar en las ciudades, sino que se tuvo que quedar en el campo.
Marcos nos relata en seguida otra curación, esta vez la de un paralítico, en el capítulo 2. Está dividido en dos partes principales, y la primera gira en torno a la fe de cinco hombres:
Después de algunos días, Jesús entró otra vez en Capernaúm. Cuando se supo que estaba en casa, inmediatamente se juntaron muchos, de manera que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la palabra. Entonces vinieron a él unos trayendo a un paralítico, que era cargado por cuatro. Y como no podían acercarse a él a causa de la multitud, quitaron parte del techo de donde él estaba y, a través de la abertura, bajaron la camilla en que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te son perdonados". (Marcos 2:1-5)
Lo evidente que quiere hacer destacar Marcos en este pasaje es la fe de estos cinco hombres, la determinación de su fe. Son un estímulo para que nosotros ejercitemos esa misma clase de fe. Es importante para que entendamos esta historia que nos demos cuenta de que no habían acudido a un culto de sanidades. Marcos deja muy claro que Jesús estaba predicando la Palabra, y lo estaba haciendo en una casa, no en la calle. Si lo relacionamos con el contexto, está claro que Jesús estaba evitando las calles, precisamente porque se habían convertido en una campaña de sanidades. Por dondequiera que iba, había personas que le acosaban con sus súplicas, pidiendo ser sanadas, pidiendo que echara fuera demonios, por lo que no podía hacer aquello que había venido a hacer principalmente y que era predicar la Palabra.
Por lo que se había aislado en una casa, y la habitación estaba abarrotada de gente, de modo que hasta la entrada estaba bloqueada, porque las personas se habían colocado a su alrededor, con la intención de poder escuchar las palabras de Jesús. Pero había cinco hombres, los cuatro que le trajeron y el paralítico, que estaban dispuestos a llegar a donde estaba Jesús. Nuestro Señor se vale de este incidente para sugerirnos que Dios está siempre abierto a las necesidades de las personas, tanto si se trata de necesidades físicas, espirituales o emocionales. Si su deseo es suficientemente fuerte, Él responderá, a pesar del hecho de que no forme parte del programa. ¡A mí me encanta cuando el Espíritu de Dios se salta por alto el programa! Y lo que sucedió fue algo que no estaba en el programa. Pero ahí estaban cinco hombres que deseaban ardientemente acercarse al Señor, que estaban dispuestos a conseguirlo, y su fe es un testimonio y un estímulo para nosotros.
Este incidente es un precioso comentario acerca de algunas de las palabras de Jesús de las que deja constancia Mateo. En Mateo 11:12, Jesús dice: "Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan". Muchos se han preguntado qué quiso decir con esas palabras, pero Dios está diciendo sencillamente: "Mirad, estoy dispuesto a dar a aquellos que realmente quieren algo". Si realmente lo desea, Dios se lo dará a usted, aunque sea una interrupción en el programa que Él tenía en mente. De modo que estos hombres vinieron, de manera violenta, dispuestos a tomar aquello que sabían que Dios estaba ofreciendo en ese momento y, en un sentido, lo tomaron por la fuerza.
Lo que se enfatiza en este caso es la calidad de la fe. De eso precisamente se trata la fe, y aquí encontramos tres sorprendentes y maravillosos aspectos de ella:
Para empezar, estos hombres se atrevieron a hacer algo que era difícil. Ahí es donde siempre se pone la fe de manifiesto. No resultaba fácil llevar a aquel hombre al Señor, pues tuvieron que transportarle no sabemos qué distancia por las calles de la ciudad, posiblemente muchos bloques. Y cuando se encontraron con la entrada bloqueada, le tuvieron que llevar a una escalera que se encontraba en el exterior de la vivienda, a la azotea. No sabemos lo que pesaría, pero no resulta nada fácil cargar a un hombre subiéndole por unas escaleras. Pero, a pesar de ello, aquellos hombres realizaron la difícil labor y se atrevieron a hacer lo que era difícil. ¡Qué gran ejemplo para nosotros en cuanto a traer a los hombres a Cristo!
Fijémonos a continuación en que se atrevieron a hacer algo que resultaba poco ortodoxo. No se sintieron limitados por el hecho de que no resultaba precisamente algo acostumbrado romper un techo. Cuando se encontraron con que la puerta estaba bloqueada, no se sentaron, como probablemente hubiéramos hecho nosotros, y nombraron un comité para investigar las diversas maneras en que podrían llegar hasta Jesús. No, simplemente hicieron lo necesario y se arriesgaron a ser reprobados, no sólo por el dueño de la casa, sino también por todos los demás, por irrumpir en la reunión para llevar a su amigo junto a Jesús. Lo verdaderamente sorprendente es que Jesús no les reprendió ni les criticó por haberle interrumpido. Él nunca lo hace. No existe ningún incidente en la Palabra en el que Jesús se mostrase incómodo o molesto por haber sido interrumpido por alguien que se hubiese propuesto recibir algo de Él y que se abriese camino para llegar a Él, a pesar de que los que le rodeasen no lo aprobasen. Estos hombres estuvieron dispuestos a hacer algo que no era nada ortodoxo.
A mí me encanta esa característica del cristianismo y espero que nunca la perdamos, esa habilidad para desafiar a lo establecido. No hay nada más devastador en la iglesia que esa actitud, que se puede introducir con tanta facilidad y que se expresa diciendo: "Pase lo que pase, nosotros no hacemos nada que no sea el estatus quo", porque a los miembros les da miedo hacer algo que pueda ser criticado, pero estos hombres estuvieron dispuestos a hacer algo que no era nada ortodoxo.
En tercer lugar, estaban dispuestos a hacer algo costoso. Alguien tenía que pagar aquel techo. Imagínese la cara que pondría el dueño, sentado a los pies de Jesús, al oír que alguien golpeaba el techo. Levantó la vista y, ante su sorpresa, las tejas comenzaron a moverse. Entró la luz del día, ¡y de repente se encontró con que tenía un gran agujero en el techo! No puedo ni imaginarme lo que pensaría. Posiblemente pensaría si eso lo cubriría su seguro o no, o es posible que estuviese sumando mentalmente lo que les iba a cobrar a aquellos hombres, pero alguien tendría que pagar aquella factura; alguien tendría que arreglar el techo y, sin duda alguna, tendría que ser, si no todos, alguno de aquellos hombres. Se atrevieron a hacer lo costoso. ¡Eso es tener fe! Pusieron su fe a prueba, teniendo que pagar ellos el precio. ¡Qué gran testimonio es este en cuanto a lo que cuesta traer a las personas a Cristo!
Pues bien, Marcos subraya todo esto con el fin de que podamos fijarnos en la segunda parte, la cual se concentra en las protestas de los escribas, y aquí nos enteramos del meollo de esta historia. Jesús dijo inmediatamente a este hombre: "Tus pecados te son perdonados". Versículos 6 al 12:
Estaban allí sentados algunos de los escribas, los cuales pensaban para sí: "¿Por qué habla éste de ese modo? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?" Y conociendo luego Jesús en su espíritu que pensaban de esta manera dentro de sí mismos, les preguntó: "¿Por qué pensáis así? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ꞌTus pecados te son perdonadosꞌ, o decirle: ꞌLevántate, toma tu camilla y andaꞌ? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados", dijo al paralítico: "A tí te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". Entonces él se levantó y, tomando su camilla, salió delante de todos, de manera que todos se asombraron y glorificaron a Dios, diciendo: "Nunca hemos visto tal cosa". (Marcos 2:6-12)
Bien, queda claro por las palabras de Jesús que esta parálisis era causada por algún problema moral. El discernimiento de nuestro Señor era exacto, agudo e instantáneo. Él entendió enseguida cuál era el problema de este hombre, y usted se dará cuenta de que Él no toca el aspecto físico en absoluto al principio. Él va directo al meollo del problema y dice: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Esto indica que esta parálisis era lo que los médicos a veces llaman "enfermedades inducidas por las emociones", o sea, que algo en la vida pasada o presente de este hombre, alguna actitud que albergaba, algún sentimiento que tenía, estaba causando la parálisis.
Los médicos afirman que el 50 por ciento de las enfermedades que tratan tienen un origen emocional. No quiero decir que no sean auténticas, porque las personas que las padecen están verdaderamente enfermas, pero las enfermedades están causadas por algún problema emocional. Son muchas las cosas que pueden dar como resultado esta clase de enfermedad: un espíritu de amargura, una falta de perdón, el guardar rencor a una persona, que a lo largo de los años hace que la vida sea una amargura y que afecte al cuerpo y a la mente hasta el punto de perder su capacidad de funcionamiento. Sabemos que las úlceras están, en general, emocionalmente inducidas. Alguien ha dicho que las úlceras no son el resultado de lo que comemos, sino de lo que nos está comiendo por dentro! La culpabilidad nos puede afectar físicamente. Tal vez este hombre le hubiese hecho daño a alguien y posiblemente pensase en el pasado y meditase en ello hasta que se apoderó de su cuerpo y lo afectó de tal manera que no pudo funcionar más.
Jesús, sabiendo que aquel hombre estaba paralizado a causa de algún problema moral, fue de inmediato al corazón del problema, le tocó y le dijo: "Hijo, tus pecados te son perdonados". Si Él simplemente hubiera curado la parálisis, sin haber perdonado primero su pecado, no hay duda alguna de que la parálisis hubiera vuelto, tarde o temprano.
Esto es lo que explica tantos de los llamados "milagros de sanidades" en los cultos de sanidades, acerca de los que oímos y leemos en nuestros días. Están implicados los problemas de origen emocional, que, a pesar de ser físicos, están ocasionados por problemas emocionales. Y ese ambiente emocional, de excitación y de fe, generado en esas reuniones, es con frecuencia suficiente para producir un cambio temporal. Las personas se ven liberadas, por el momento, de su dificultad y dan testimonio al respecto, pero los investigadores médicos han demostrado una y otra vez que, al cabo de unos días, la enfermedad vuelve a manifestarse. (No oímos mucho sobre ese hecho; ¡solamente nos enteramos de las sanidades!) Pero nuestro Señor fue al fondo del problema y perdonó los pecados de este hombre, para que la curación que había recibido durase y no volviese nunca la parálisis.
Esto representaba un problema para los escribas que estaban allí sentados. Se sentían intrigados, y nuestro Señor lo entendía. Fíjese cómo lo explica Marcos. Estos escribas razonaban "en sus corazones". No decían nada, ni siquiera hablaron entre ellos, pero Jesús les leyó sus pensamientos y sus corazones. Sabía en Su espíritu que estaban cuestionándose lo sucedido en su interior. Podemos imaginarnos la mirada de asombro en sus rostros cuando nuestro Señor se volvió a ellos y les dijo: "¿Por qué pensáis de ese modo? Sé lo que estáis pensando".
Sé que algunos interpretan esta evidencia como lo que llaman la omnisciencia de Jesús y llegan a la conclusión de que en este caso estaba actuando como Dios, pero yo no lo creo. No debemos olvidar nunca que hubo una ocasión en la que dijo concretamente que Él, como hombre, no sabía algo. No sabía cuándo volvería, y sólo el Padre lo sabía. No, no se trata de omnisciencia; es mas bien una manifestación del don espiritual de discernimiento al máximo grado. Nos encontramos con que Pedro hace lo mismo cuando Ananías y Safira vinieron a él. Estaba al corriente del fraude que habían cometido, a pesar de que nadie se lo había dicho. Cuando Pablo se encontró en la isla de Chipre con un mago que se llamaba Bar-Jesús, sabía exactamente lo que estaba pasando en la vida de aquel hombre y conocía la actitud de su corazón. Este es un don de discernimiento.
Nuestro Señor sabía lo que estaba pasando por la mente de los escribas, por lo que les propuso una prueba: "¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ꞌTus pecados te son perdonadosꞌ, o decirle: ꞌLevántate, toma tu camilla y andaꞌ?" Fíjese de qué modo lo expresa. Jesús no dijo: "¿Qué es mas fácil hacer?", porque evidentemente es mucho más fácil sanar a un hombre físicamente que perdonar sus pecados. Sólo Dios puede perdonar los pecados; en eso tienen razón. Solamente el que ha sido ofendido puede perdonar la ofensa, y sólo Dios tiene derecho a perdonar los pecados. Es mucho más fácil sanar un cuerpo; hasta un médico lo puede hacer; pero dijo: "¿Qué es mas fácil decir?". Es evidente que cualquier charlatán, cualquier estafador religioso puede decirle a un hombre: "Tus pecados te son perdonados", y nadie puede demostrar si sucede o no, de modo que eso es mas fácil de decir. Nuestro Señor le está diciendo a estos hombres: "Cuestionáis mi habilidad para perdonar los pecados, pero os demostraré que no sólo tengo poder para perdonar pecados, sino que tengo además poder para sanar, que es más fácil de hacer, pero mas difícil de decir, porque lo podéis verificar". Y volviéndose al hombre que estaba paralítico, le dijo: "Levántate, toma tu camilla y anda". Y el hombre le obedeció, curándose de inmediato. Caminó ante los ojos de los presentes y se fue de entre ellos. Y todos los que estaban allí, a excepción de los escribas, se regocijaron y dieron gloria a Dios, diciendo: "¡Jamás hemos visto cosa semejante!".
¿Qué fue lo que les dejó asombrados? Habían visto con anterioridad milagros de sanidades. Pero lo que les dejó asombrados fue el modo en que Jesús entendía los problemas de la naturaleza humana. Lo que les sorprendió era el hecho de que entendiese con tal claridad los problemas físicos y emocionales, que con frecuencia son el resultado de una enfermedad espiritual y de una mala adaptación, que el centro de la seguridad y la libertad se encuentre en lo que pasa entre el hombre y Dios. Eso fue lo que les dejó asombrados.
Esta es la lección que tanto trabajo nos cuesta aprender. Todos estamos buscando el secreto de la suficiencia. ¿De qué manera podemos afrontar la vida? ¿Cómo podemos mostrarnos serenos, confiados y llenos de valor? ¿Cómo podemos librarnos de las tensiones internas, de la confusión, de la ansiedad y la inseguridad? Nos debatimos en un esfuerzo por conseguirlo a nivel de nuestras relaciones unos con otros, intentando remediar nuestras relaciones con un vecino, con nuestra esposa, con nuestros hijos, y hacemos caso omiso de esta gran revelación que nos ha sido hecha. Pero nuestra salud comienza con la relación que tenemos con Dios. Sólo el hombre que le ha oído decir a Jesús: "tus pecados te son perdonados" está libre de la tensión interior, permitiéndole de ese modo afrontar la vida del mundo exterior.
Como les estaba diciendo ayer a un grupo de padres, lo asombroso es que tratamos a los demás de la misma manera que creemos que Dios nos trata a nosotros, y no podemos escapar a eso. No de la manera que decimos que Dios nos trata, pronunciando todas esas frases religiosas y citando todos esos versículos de la Biblia tan bonitos. Dios sabe, y nuestro corazón sabe, que no es verdad, y todo saldrá de la manera en que tratamos a nuestros semejantes. Si actuamos con dureza, si juzgamos y criticamos a otros, exigiendo la perfección en ellos, así es como creemos que Dios piensa acerca de nosotros. No hay otra manera de entenderlo; todo comienza con la clase de relación que pueda usted tener con Él.
Por eso fue por lo que Jesús fue al origen mismo del problema y dijo: "tus pecados te son perdonados". Pablo dice en su epístola a los Efesios que hemos sido escogidos por Dios y que somos preciosos. ¿Piensa usted de ese modo acerca de sí mismo? Eso es lo que deberíamos decirnos cada mañana al despertarnos; es lo que debiera decirse usted a sí mismo: que ha sido escogido por Dios y que es precioso para Él. Porque eso liberará a su espíritu, a fin de que esté usted listo para ayudar a otro con sus problemas, porque toda su confusión y sus tensiones internas habrán quedado resueltas. Eso es la libertad; de ahí nace la confianza, la fe de que Dios vive en su interior y está dispuesto a obrar a través de usted, aprovechando las cosas corrientes que hace usted, impartiéndoles el toque celestial, de modo que sea posible obtener resultados fuera de lo corriente, extraordinarios, acerca de los cuales es muy posible que no sepa usted nada.
Así es como Dios quiere que vivamos y es lo que destaca este pequeño incidente. Nuestro Señor entendió la necesidad de aquel hombre y fue de inmediato al origen mismo del problema diciéndole: "Hijo, lo que mas necesitas es recibir el perdón de tus pecados. Anímate, tus pecados te son perdonados". De ahí en adelante fue la cosa más fácil, y no tuvo ni que mover un dedo para que desapareciese la parálisis. Eso es lo que Dios puede hacer en su vida y en la mía.