Master Washing the Feet of a Servant
El Gobernante que sirve

¿Con qué autoridad?

Autor: Ray C. Stedman


En nuestro relato acerca del viaje que hizo el Señor a Jerusalén, durante la última decisiva y fatal semana de Su vida, nos encontramos al Señor enfrentándose con las diferentes autoridades de la región, tratando el tema más importante de todos los tiempos, la cuestión básica en la vida de todas las personas: ¿Cuál es la autoridad decisiva en la vida? ¿Debemos obedecer al estado o a nuestra conciencia? ¿Cuál es más importante, la iglesia o el gobierno secular? ¿Debo guiarme por la razón o por la fe? ¿Debo seguir la ciencia o la religión? Estas son preguntas con las que todos nos tenemos que enfrentar, y lo que nos sirve de enorme ayuda son las palabras del Señor en este relato.

La semana pasada, al estudiar juntos este tema nos encontramos al Señor en medio de la segunda limpieza que hace del templo. Tiró las mesas de los cambistas y sacó de allí a los que negociaban en el interior. A continuación hizo algo muy llamativo, de lo que sólo Marcos deja constancia: puso fin a las ofrendas y a los sacrificios del sistema mosaico. Marcos dice: "no consentía que nadie atravesara el Templo llevando utensilio alguno". Eso significa que puso fin al tráfico de los sacerdotes, que realizaban sus obligaciones normales relacionadas con los sacrificios, y no les permitió que continuasen haciéndolo.

Lo que hizo Jesús fue muy atrevido y peligroso, y todo el mundo se quedó pasmado y aturdido por lo que hizo. Aquellos sacrificios pertenecían al sistema levítico que Dios había mandado establecer a Moisés. Eran el centro y lo más importante de la nación. Pero, a pesar de ello, Jesús se atreve, bajo Su propia autoridad, a poner fin a los sacrificios sacerdotales. Eso podría ser equivalente a que Billy Graham se dirigiese al púlpito de la Primera Iglesia Bautista de Dallas, Tejas, y destrozase la Versión del Rey Jacobo de la Biblia. ¡Qué blasfemia! Todo el mundo se quedaría atónito por semejante acción.

Marcos nos cuenta acerca de esta acción en el capítulo 11, versículo 27:

Volvieron entonces a Jerusalén y, andando él por el Templo, se le acercaron los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le preguntaron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas?" ¿Quién te dio autoridad para hacer estas cosas?". (Marcos 11:27-28)

Podemos imaginarnos el tono brusco y firme de sus voces. Se iba a armar la gorda, no había duda. Se acabaron los rodeos y las excusas, había llegado el momento de la verdad. Ellos lo sabían y también Jesús. Así que se acercan a Él para hacerle la pregunta decisiva: "¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dijo que pudieses hacer una cosa así?". Esa es la pregunta detrás de todo el comportamiento humano. Si vamos al quid de la cuestión y nos limitamos a lo esencial, lo que nos queda es el tema absoluto de la autoridad en la vida. ¿Por qué se comporta usted como lo hace? ¿De qué manera justifica usted lo que dice y lo que hace? No hay ningún hombre que sea la autoridad decisiva. Todos nos referimos a algo fuera de nosotros mismos, algo que nos fuerza o algo que consideramos que es importante, que gobierna nuestras decisiones. Por lo tanto, cuando tratamos el tema de la autoridad, estamos tratando lo que es absolutamente básico y fundamental para todo el comportamiento humano.

Los que vinieron a Jesús no eran personas de segunda clase; pertenecían a una imponente delegación compuesta por Caifás, el sumo sacerdote, y Anás, su suegro, que estaba considerado prácticamente como sumo sacerdote, y los escribas, una corporación de hombres que interpretaban la ley de Moisés, y los ancianos, aquellos que habían sido oficialmente nombrados para servir en el sanedrín, el cuerpo gobernante de la nación. Este era un consejo imponente y venerable; eran los principales judíos del estado, bajo el gobierno romano, que acudieron a Jesús con esta pregunta.

La respuesta que les dio Jesús es uno de los relatos más asombrosos de las Escrituras. Lo que hace el Señor, en un momento que se ve presionado, es sumamente revelador. Lo primero que hace, con calma y sin perder el control para nada, es examinar las credenciales de estos hombres. Y luego predice su caída. En el versículo 29 del capítulo 11, le vemos examinando las credenciales:

Jesús, respondiendo, les dijo: "Os haré yo también una pregunta. Respondedme y os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? Respondedme". (Marcos 11:29-30)

Fíjese bien en lo directo de Su enfoque, colocándoles en una situación difícil.

Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: "Si decimos 'del cielo', dirá: '¿Por qué, pues, no lo creísteis?'. ¿Y si decimos 'de los hombres'?... ". Pero temían al pueblo, pues todos tenían a Juan como un verdadero profeta. Así que, respondiendo, dijeron a Jesús: "No sabemos". Entonces, respondiendo Jesús, les dijo: "Tampoco yo os digo con qué autoridad hago estas cosas". (Marcos 11:31-33)

¡Me encanta Su respuesta! Pero fíjese que el Señor se aprovecha y les somete a una prueba extraordinaria. Les pregunta acerca del bautismo de Juan, no acerca de su ministerio, ni sobre el propio Juan; les pregunta: "El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?". Lo que pasaba era que el bautismo de Juan era algo diferente, algo nuevo y sorprendente que no había sucedido nunca con anterioridad. Los sumos sacerdotes, como es lógico, habían hecho muchas abluciones, relacionadas con sus obligaciones bajo el sistema levítico, pero eso era algo que hacían siempre en el templo, según el ritual prescrito; pero lo de Juan era algo diferente. Juan no era un sumo sacerdote, pero, a pesar de ello, bautizaba, y lo hacía en los ríos y en los arroyos, dondequiera que podía encontrar suficiente agua. Precisamente por ser algo nuevo, el bautismo de Juan suscitaría de inmediato la pregunta: "¿Con qué autoridad nos das un ritual nuevo en Israel?". De modo que Jesús saca a relucir ese tema y les dice a estos hombres: "¿Qué os parece esta innovación de Juan? ¿Era de Dios o de los hombres?". Fíjese una vez más, de qué manera simplifica el tema, eludiendo todo lo que no fuese esencial. Toda autoridad procedía, o bien de Dios, o de los hombres; no existe ninguna otra autoridad. Estamos, o bien intentando complacer a Dios y obedeciéndole, reaccionando ante la verdad que nos revela y respondiendo a Su poder, o estamos intentando complacer a los hombres, para manipularles, usarles, o para conseguir alguna ganancia de ellos.

Está claro, por la respuesta de ellos, que sabían que se encontraban en un dilema. En el juego de ajedrez a esto se le llama "una horquilla", porque, se haga lo que se haga, siempre se pierde una pieza. Estos hombres sabían que, dijesen lo que dijesen, estaban atrapados. Si respondían "Era de Dios", el Señor les había pillado y les podría decir, "¿Entonces por qué no le aceptasteis?", y si le contestaban "de los hombres", sabían que la multitud que estaba alrededor de ellos estaría muy disgustada, por lo que tampoco se atrevían a decir eso. De modo que escurrieron el bulto, y dijeron: "No lo sabemos". Y Jesús les dijo: "Bueno, pues yo tampoco os lo digo". Pero no les dejó ahí, sino que puso al descubierto la completa falta de honestidad de aquellos hombres. Habían dejado claro, mediante sus respuestas, que no les importaba si el bautismo de Juan procedía de Dios o no. No estaban interesados en la verdad, ni tampoco estaban dispuestos a contestar a esa verdad; lo único que les importaba era servir a sus propios intereses, por lo que se mostraron opuestos a la autoridad de Dios, actuando sólo conforme a las intrigas y astucias de los hombres.

En esos momentos, el Señor deja perfectamente visible para todos los presentes ese hecho, contándoles una historia. Ataca y anuncia su próxima caída:

Entonces comenzó Jesús a decirles por parábolas: "Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar; edificó una torre, luego la arrendó a unos labradores y se fue lejos". (Marcos 12:1)

No hay duda de que los escribas, los fariseos y los sumos sacerdotes reconocerían esa historia de inmediato. Jesús está tomando prestadas casi las mismas palabras del capítulo 5 de Isaías, en donde se describe a la nación como una viña que ha sido sacada de Egipto y plantada en una tierra elegida. Dios había cavado un lagar y edificado una torre para proteger Su viña, y había regresado buscando el fruto. Estos dirigentes judíos reconocerían de inmediato que estaba refiriéndose a ellos. Jesús continúa diciendo:

"A su tiempo envió un siervo a los labradores para recibir de éstos del fruto de la viña. Pero ellos, tomándolo, lo golpearon y lo enviaron con las manos vacías. Volvió a enviarles otro siervo; pero, apedreándolo, lo hirieron en la cabeza, y también lo insultaron. Volvió a enviar otro, y a éste lo mataron. Después envió otros muchos: a unos los golpearon y a otros los mataron. Por último, teniendo aún un hijo suyo, amado, lo envió también a ellos, diciendo: ꞌTendrán respeto a mi hijoꞌ. Pero aquellos labradores dijeron entre sí: ꞌÉste es el heredero; venid, matémoslo, y la heredad será nuestraꞌ. Y tomándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña". (Marcos 12:2-8)

¿Se imagina usted el atrevimiento y la franqueza de nuestro Señor que, de una manera velada, pero al tiempo muy clara, les devuelve la pelota presentándoles esta parábola? Y al mismo tiempo está contestando indirectamente la pregunta hecha por ellos: "¿Con qué autoridad haces estas cosas?". Él les dice: "Ésta es mi autoridad: Soy el dueño de la viña. Soy el heredero legal de la viña, soy el Hijo amado al que ha enviado el Padre. Habéis matado a los profetas; habéis apedreado y golpeado a los que fueron enviados por Dios, y ahora yo estoy aquí; soy el Hijo". Y les anunció a aquellos hombres lo que le iban a hacer: le golpearían, le matarían y le echarían de la viña. Jesús no se hace ninguna ilusión con respecto a lo que le va a pasar. Pero continúa diciendo lo que va a suceder posteriormente, es decir, que Dios tiene la última palabra. Les pregunta:

"¿Qué, pues, hará el señor de la viña? Irá, destruirá a los labradores y dará su viña a otros". (Marcos 12:9)

En el relato de Marcos, da la impresión de que Jesús se está respondiendo a Su misma pregunta, pero Mateo deja claro que es Jesús el que hace la pregunta, y son los escribas y los sumos sacerdotes los que dan la respuesta. Jesús cuenta la historia y dice: "En esa historia, ¿qué es lo que hará el señor de la viña?". Mateo nos dice que los escribas y los sumos sacerdotes dijeron: "Vendrá y destruirá a los labradores y entregará la viña a otra persona". Jesús dice: "Estáis en lo cierto. Os habéis juzgado a vosotros mismos":

"¿Ni aun esta Escritura habéis leído: ꞌLa piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojosꞌ?". Procuraban prenderlo, porque entendían que decía contra ellos aquella parábola; pero temían a la multitud y, dejándolo, se fueron. (Marcos 12:10-12)

La suya era una falsa autoridad religiosa, que pretendía dictar, usurpar el poder y la autoridad que nunca fue real y legalmente suya. Eso es algo que Jesús deja perfectamente claro. Pero les dice: "Esto no es el final. Cuando la autoridad humana actúa de ese modo, podéis acordaros de que Dios no ha terminado todavía". Y lo que Él dijo en este caso sucedió en realidad. El día de la resurrección, Aquel al que los edificadores habían rechazado se convirtió de hecho en la Piedra del ángulo. Al estar el Señor resucitado con Sus discípulos, Él dijo: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (Mateo 28:18b). Él es el Señor de todas las cosas, el que controla la historia, el que determina finalmente todo lo que sucede en los asuntos humanos.

Cuarenta años después, los ejércitos romanos entraron, rodearon la ciudad de Jerusalén y la capturaron; y los sacerdotes, los escribas y los ancianos fueron llevados cautivos encadenados, para ser dispersados entre las naciones. Dios hizo exactamente lo que dijo que haría por medio de aquella parábola.

Esta es una lección para nosotros y para todos los que lean este relato: que la autoridad de los hombres está siempre limitada y no puede nunca compararse con el gobierno y la autoridad de Dios en los asuntos de los hombres. La autoridad de los hombres está limitada en cuanto a la duración. Los hombres pueden ocupar el lugar del poder injusto sólo durante un tiempo, y entonces sucede algo para privarles de su puesto. Esta mañana en la clase de la escuela dominical, Bob Smith estaba citando a J.B. Phillips, que dijo: "Recordemos que los poderes fácticos no tardarán en convertirse en los poderes que fueron". El profeta Ezequiel dijo que el proceso de Dios a lo largo de la historia se declara con estas palabras: "¡A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel a quien corresponde el derecho, y yo se lo entregaré!" (Ezequiel 21:27). No hay ningún poder malvado que pueda permanecer en control durante mucho tiempo. La mano de Dios está obrando en la historia para derrocar y reemplazar a un poder por otro. Por lo tanto, el poder del hombre está siempre limitado en su duración.

En el próximo relato vemos el encuentro de nuestro Señor con otra forma de autoridad humana, en el versículo 13:

Le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos para que lo sorprendieran en alguna palabra. Viniendo ellos, le dijeron: "Maestro, sabemos que eres hombre veraz y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios". (Marcos 12:13-14a)

¡Aquellos hombres eran unos bribones zalameros, que se acercaban a Jesús con sus palabras que sonaban a piadosas!, a pesar de que eran hombres pertenecientes a dos partidos diferentes que se odiaban unos a otros a muerte. Los fariseos y los herodianos eran enemigos políticos, que solamente se unieron porque los dos se vieron enfrentados por la amenaza que representaba Jesús para sus intereses. Por lo que acudieron a Jesús con una pregunta ya preparada:

"¿Es lícito dar tributo al César, o no? ¿Daremos, o no daremos?". (Marcos 12:14b)

¿Se debatió usted con esa misma pregunta hace un par de meses? Sí, todavía seguimos haciéndonos esa pregunta. ¿Debemos pagar impuestos a una potencia que hace un mal uso de ellos? ¿Es justo tener que pagar ese dinero que hemos ganado con tanto esfuerzo a un gobierno que lo derrocha o que lo usa para un propósito al que nos oponemos totalmente? ¿Debemos, o no debemos pagar? Esa es una gran interrogante moral.

Pero él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: "¿Por qué me tentáis? Traedme un denario para que lo vea". Ellos se lo trajeron; y él entonces preguntó: "¿De quién es esta imagen y la inscripción?". Ellos le dijeron: "De César". Respondiendo Jesús, les dijo: "Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios". Y se maravillaron de él. (Marcos 12:15-17)

Recuerdo haber leído hace algún tiempo acerca de un joven y brillante abogado, que había sido criado como un pagano y no quería saber nada del cristianismo. Alguien le había dado un Nuevo Testamento, y se lo estaba leyendo. Cuando llegó a este relato de Marcos, leyó esta pregunta con un gran interés, porque él mismo se había encontrado ante ese dilema. Contó que no podía leer lo suficientemente de prisa como para enterarse de lo que Jesús diría al respecto. Cuando se encontró ante todo el impacto producido por lo que hizo Jesús, se quedó muy sorprendido. Dejó la Biblia a un lado y se dijo a sí mismo: "¡Esa sí es una sabiduría sorprendente!", porque el Señor no intentó responder directamente a la pregunta. De esa manera tan maravillosa que tenía de hacer las cosas, pidió una moneda, que le tuvieron que prestar porque Él mismo no tenía ninguna, y la levantó en el aire. "¿De quién es la imagen en esta moneda?", preguntó, a lo que le contestaron: "De César". "Está bien, en ese caso debe ser el dinero de César, así que dadle a César lo que es de César, pero Dios puso su sello sobre vosotros, de manera que debéis dar a Dios las cosas que le pertenecen a Dios".

Nos muestra claramente que la autoridad humana no solamente está limitada en su duración, sino que está limitada en lo que se refiere a su alcance, ya que sólo se aplica a algunos aspectos del hombre. El gobierno secular está ordenado por Dios. Eso es algo que nos dice claramente Pablo, y Pedro dice lo mismo: "... someteos a toda institución humana, ya sea al rey... ya a los gobernadores, como por él enviados" 1 Pedro 2:13-14, 2:17). Jesús mismo reconoce, como lo hacen todas las Escrituras, que Dios se halla tras el gobierno secular, incluso si es un mal gobierno. Porque el emperador al que se refería Pedro no era otro que Nerón, un hombre depravado, degenerado e inmoral, pero, a pesar de ello, Pedro nos dice que hemos de estar sujetos a la institución; pero el gobierno humano, nos dice Jesús, sólo tiene un control limitado sobre los hombres. Ejerce ciertos controles sobre los cuerpos y las mentes de los hombres. Puede imponer normas sobre nuestro comportamiento hasta cierto punto, y tiene el derecho a influenciar y establecer normas sobre nuestras actitudes y acciones, lo que decimos y cómo lo decimos. Pero hay un aspecto de la vida sobre el cual no tiene control el poder secular, y es el espíritu humano. El poder secular no puede legislar a quién adoramos, quién gobierna nuestra conciencia y quién constituye la autoridad definitiva en nuestra vida. "Dad a César lo que es de César." Hay cosas que pertenecen por derecho a César, así que démoselas, pero hay otras cosas acerca de nosotros que sólo le pertenecen a Dios, y a Él se las tenemos que dar.

La parte conocida como "Bay Area" de San Francisco acaba de recibir la visita de un hombre muy honrado, el escritor ruso Solzhenitsin, que ha estado estudiando en la Universidad de Stanford esta semana pasada. Nos hemos sentido realmente privilegiados tener a un hombre de su categoría entre nosotros. Él es el ejemplo vivo del daño que puede hacer el poder secular, cuando intenta gobernar y controlar la adoración de los hombres. Él se ha enfrentado, casi solo, y ha desafiado a uno de los poderes más impresionantes de la tierra, revelando lo malvado de ese gobierno y la explotación que se produce cuando el poder secular intenta invadir ese aspecto proscrito de la existencia humana que es el espíritu. De eso precisamente se trató la revolución americana. Aquello de lo que se ha dejado constancia, en el campo de lo histórico, está lleno de la resistencia humana frente a la invasión secular en ese aspecto de la vida humana. Jesús está diciendo que los temas definitivos y espirituales de la vida le pertenecen a Dios. y no al hombre, por lo que la autoridad humana está limitada en su alcance.

En el último incidente de este pasaje, se tiene que enfrentar con otra forma de autoridad humana, lo que llamamos "racionalismo" o la mente científica, la autoridad o el poder de los hombres que piensan, y esto es algo con lo que aún nos tenemos que enfrentar. El versículo 18 dice:

Entonces vinieron a él los saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron, diciendo: "Maestro, Moisés nos escribió que si el hermano de alguno muere y deja esposa, pero no deja hijos, su hermano debe casarse con ella y levantar descendencia a su hermano. Hubo siete hermanos: el primero tomó esposa, y murió sin dejar descendencia. Entonces el segundo se casó con ella, pero él también murió sin dejar descendencia. Lo mismo pasó con el tercero, y con los siete: ninguno dejó descendencia. Finalmente, murió también la mujer [agotada]. En la resurrección, pues, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será ella mujer, ya que los siete la tuvieron por mujer?". (Marcos 12:18-23)

Esa es una pregunta totalmente ridícula y maliciosa. Es algo que Marcos deja perfectamente claro, porque nos dice al principio mismo que estos saduceos eran racionalistas, materialistas, lo que nosotros llamaríamos humanistas, que no creían en lo sobrenatural. No creían ni en ángeles ni en espíritus, ni en que nada invisible fuese realidad. No creían en la vida después de la muerte ni en la resurrección, como dice claramente Marcos. A pesar de lo cual, vienen con la pregunta: "¿Qué sucederá en la resurrección?".

Podemos ver fácilmente el desprecio burlón que se oculta tras la pregunta. Es un relato absurdo y un tanto ingenioso, urdido con el fin de tenderle una trampa a Jesús . Fue algo que no sucedió en realidad, y dudo mucho de que pudiese pasar. Fue sencillamente una historia ridícula que inventaron. Estoy seguro de que Jesús se sentiría tentado a tratarla como tal. Podría haberles preguntado que por qué no investigaban cómo cocinaba aquella mujer, por ejemplo. ¡Cuando una mujer tiene siete maridos, uno detrás de otro, y todos se le mueren, algo sospechoso hay en su cocina! Pero no lo hace. Fijémonos en la respuesta que les da:

Entonces, respondiendo Jeswús, les dijo: "Erráis también en esto, porque ignoráis las Escrituras y el poder de Dios, porque cuando resuciten de los muertos, ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como los ángeles que están en los cielos. Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés cómo le habló Dios en la zarza, diciendo: ꞌYo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacobꞌ? ¡Dios no es Dios de muertos, sino de vivos! Vosotros mucho erráis". (Marcos 12:24-27)

Jesús les habla con contundencia y no escatima palabras. "Erráis", les dice. "Vuestra manera de enfocar la vida hace que estéis equivocados. Estáis tan seguros que os equivocáis. Habéis reducido la vida a una visión muy limitada y decís que eso es lo único que hay. Y viendo la vida desde esa perspectiva tan estrecha, no podéis ver la realidad que hay más allá. Estáis equivocados, porque hay dos grandes cosas que no reconocéis: una es que Dios posee un conocimiento que no posee el hombre. El conocimiento de Dios es superior al del hombre, y por eso es por lo que tenemos las Escrituras. Es evidente que no conocéis las Escrituras, porque en ellas es donde el conocimiento de Dios, que es superior al del hombre, se nos ha dado a conocer. Aquellas cosas que sólo Dios sabe, sólo se nos dan a conocer en un lugar concreto, en las Escrituras. La locura de los hombres que rechazan las Escrituras es que se encierran en un callejón estrecho de la vida, limitados sólo por lo que pueden ver, lo que pueden sentir, medir y verificar por medio de sus sentidos y, de ese modo, el hombre se convierte en la frontera de la vida.

"En segundo lugar", dice Jesús, "no conocéis el poder de Dios. Aunque conozcáis las Escrituras, no creéis en ellas, porque no creéis que Dios tiene poder para hacer lo que el hombre no puede hacer. Vuestra vida está limitada por el conocimiento del hombre y su poder. Habéis exaltado al hombre a un lugar en el que pensáis que sabe todo lo que hay por saber y que no hay nada que esté por encima de su poder. Así que, estáis equivocados. Recuerdo haber leído este pasaje hace muchos años, cuando era un creyente joven, y me sentía intrigado por las palabras de Jesús: "Estáis equivocados por dos motivos: no conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios". Y desde entonces he estado comprobando esto. Sea cual sea el aspecto, el de los negocios, el de la religión, el de la política, el de la vida familiar, todos los errores que se cometen en la vida pueden atribuirse a esas dos cosas. O bien no conocemos las Escrituras, o no conocemos el poder de Dios. No sabemos lo que puede hacer un Dios vivo y lo que sabe un Dios vivo, y por eso es por lo que estamos equivocados. Esa es la debilidad fatal de lo que llamamos la mente científica.

Ahora bien, dentro del alcance de este campo, la ciencia es de gran ayuda, y nos ayuda de varias maneras realmente extraordinarias. No hablo en contra de la ciencia, pero siempre debemos reconocer lo que expresó de una manera tan estupenda Blaise Pascal al decir:

"El propósito fundamental de la razón es llevarnos al punto en el que nos damos cuenta de que la razón tiene un límite".

Eso es lo equivocado de la llamada "mente científica". Estos hombres estaban excluyendo todo lo sobrenatural de su pensamiento. Eso es algo que hacen con frecuencia los científicos, diciendo: "En el campo de lo científico no hay lugar para la especulación acerca de la vida después de la muerte. Nadie puede demostrarla ni verificarla; nadie que ha muerto ha regresado jamás; por lo tanto, es un campo irrelevante, que no tiene sentido alguno para la vida".

Pero Jesús dice: "Estáis equivocados, y el motivo por el que lo estáis es que no podéis ver la realidad". Aunque es cierto que, como científicos, temas como la vida después de la muerte y la resurrección no tienen nada que ver con el examen del ahora y el presente, de lo que no os dais cuenta es de que sois algo más que científicos; sois personas y, como tales, no podéis eludir el problema. Es preciso que algún día os enfrentéis con la realidad de vuestra muerte. Si eso es algo que dejáis de lado y que no examináis jamás, os encontraréis con que, como personas ―por habernos hecho Dios así― nos sentiremos obsesionados por temores que nunca resolveremos y preocupados por una culpabilidad que no podemos afrontar. Y debido a estos temores y culpabilidades, nuestro pensamiento y nuestras actitudes se volverán distorsionadas, y tomaremos las decisiones equivocadas. Hasta nuestro juicio científico se verá influenciado y distorsionado por estas cosas. Como científicos, podéis acabar mal, porque, como personas, os negáis a reconocer los hechos relacionados con vuestra vida. Eso es lo que resulta equivocado con respecto a la ciencia como autoridad fundamental. De modo que nuestro Señor nos está diciendo claramente que la autoridad humana está limitada en su duración, limitada en su alcance, porque sólo trata una parte del hombre, y está limitada en sus dimensiones porque sólo tiene relación con el tiempo y no con la eternidad.

En contraste con esto, la autoridad de Dios, que vemos claramente en este pasaje, nos hace sentir que es digna de que el hombre sea obedientemente responsable. Porque la autoridad de Dios, en contraste con la del hombre, abarca todo el tiempo y no cambia jamás. No es una cosa durante una época y algo diferente en otra época. No está sometida a las leyes de las dinastías y del gobierno, y nunca puede ser derrocada. Hoy sigue siendo exactamente lo que fue en los días de Abraham, de Isaac y de Moisés. La autoridad y el poder de Dios gobiernan a todo el hombre. Es algo que influye nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestro espíritu y todo aquello de lo que somos responsables ante Él. La autoridad de Dios llega más allá del tiempo, a través de las edades, sin límite de la eternidad, pasando de la esfera de lo visible a la de lo invisible. Afecta a las grandes realidades que tienen que ver con nuestra vida, que no pueden ser vistas por el ojo, ni sentidas por la mano ni pesadas por instrumentos humanos. Por lo tanto, como hombres, nos encontramos ante la presencia de un Dios que es soberano sobre todos los aspectos de nuestra vida.

Por eso es por lo que Jesús dijo en otra ocasión: "No temáis a los que matan el cuerpo pero el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno" (Mateo 10:28). No es que quiera que veamos a Dios como un juez severo y terrible, porque Él es un Padre amoroso y soberano, que nos quiere redimir. Quiere que reconozcamos que nada de lo que puede hacer el hombre puede predominar por encima de lo que Dios puede hacer, porque los hombres no pueden derrotar a Dios. La autoridad humana debe ser siempre gobernada por y someterse a la autoridad superior de Dios. Y cuando vivimos teniendo en cuenta esa realidad, todo lo demás acabará por encajar en el esquema de la vida.

La semana que viene, vamos a ver de qué modo nuestro Señor toma la ofensiva y deja muy clara una verdad, que es una de las más sorprendentes y asombrosas verdades acerca de la humanidad que podemos encontrar en la Biblia. Pero, por ahora, deja a un lado las confrontaciones de Sus enemigos; les responde con una palabra, ¡pero qué palabra! Les desnuda ante los ojos de la multitud que observa, y les muestra la absoluta soberanía de Dios y la responsabilidad que tiene el hombre para con Él.

Oración

Padre celestial, te damos gracias por Aquel que vino para decir palabras tan claras a nuestros oídos, que nos ayuda a ver las cosas con justicia, que coloca las cosas en su debida perspectiva, y nos hace entender quiénes somos y ante Quién somos responsables. Te damos gracias por el amor que hay en Tu corazón soberano y por el hecho de que todo ello no ha sido ideado para nuestra derrota, sino para nuestra redención, para que seamos sanados, para que seamos restaurados. Te pido, Padre, que nos sometamos a la autoridad de Jesucristo, a Jesús como Señor, y a ningún otro. Lo pedimos en Su nombre. Amén.