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Riquezas en Cristo

La tercera raza

Autor: Ray C. Stedman


En el capítulo 2 de Efesios, hemos estado trabajando por medio de la gran revelación del apóstol Pablo en cuanto a la naturaleza de la iglesia. El título de este estudio, La tercera raza [en inglés,The Third Race], no es una referencia a un acontecimiento en la pista de carreras de Bay Meadows, sino que es una descripción real de los primeros cristianos por un pagano contemporáneo en el primer siglo. Los llamó “la tercera raza”. Cada nacionalidad tiende a dividir el mundo en dos partes: “ellos” y “nosotros”. Los judíos siempre han mirado el mundo de su día como hecho de judíos y gentiles. Cualquier persona que no es judía es un gentil a los ojos del pueblo judío. Los griegos hicieron lo mismo. Existían los griegos, el “pueblo civilizado”, y todo el resto eran “bárbaros”. Basaban esa palabra en el verbo barbar, que significa “tartamudear”. Cualquier persona que no hablaba griego, el lenguaje civilizado, le sonaba a los griegos como un niño tartamudo. Cuando los romanos conquistaron la civilización griega, adoptaron la misma terminología. Todos aquellos dentro del imperio romano eran romanos; todos los demás eran “bárbaros”. Los chinos hicieron la misma cosa. La palabra China se deriva de su palabra para “centro”, porque se veían a sí mismos como el centro de la tierra, el reino central. Todos los demás vivían fuera, en la periferia de la tierra.

El apóstol Pablo adopta esta terminología al escribir a los efesios cristianos. Les enseña que comenzaron o como judíos o como gentiles ―lo uno o lo otro― y que esta división reflejaba su relación con Dios. Los judíos estaban cerca de Dios. Todavía no estaban ahí, pero estaban cerca. Tenían las Escrituras, tenían las promesas, tenían el conocimiento de Dios y el contacto con él; por lo tanto, estaban cercanos. Los gentiles estaban lejos. Eran paganos, viviendo en un temor supersticioso. Eran inmorales. Y su perspectiva de la vida y el futuro era de desesperación. Así que estaban lejos. Pues bien, ambos estaban separados de Dios. Los judíos necesitaban dar el paso final que de hecho les traería a Dios por medio de Jesucristo. Los gentiles necesitaban dar ese paso también. Y, en nuestro último estudio, vimos cómo, al venir a Cristo, ambos judíos y gentiles son hechos uno. Como dice Pablo, “derribando la pared intermedia de separación”, son hechos uno en Cristo.

Vi una bella ilustración de esto mientras estaba en Tucson recientemente, en una confrontación entre la gente de la iglesia y los hippies. La gente de la iglesia era, en su mayor parte, piadosa, cortés, gente cristiana, pero temerosa de aquellos con un estilo de vida distinto al de ellos. Los hippies eran un grupo de buenos jóvenes cristianos que salieron de la revolución joven de nuestros días. Pero la diferencia de comportamiento, de vestimenta, de estilo de pelo, creó una hostilidad que estaba separando a los dos grupos. Y vi como el Señor obró para eliminar todas esas divisiones y hostilidad.

Como Pablo nos dijo, el Señor hace esto al eliminar la mojigatería. Nada crea hostilidad más fácilmente que la autocomplacencia, la presunción de que nosotros tenemos razón y ellos están equivocados. Esto produce aflicción, crea resentimiento, y polariza y divide a la gente. Un vívido ejemplo de esto es la forma en la que nuestro actual vice-presidente ha estado hablando. Ha hecho muchas grandes acusaciones, algunas de ellas quizás muy ciertas. Pero, porque no ha habido ninguna autocrítica, siempre suena como si considerara que todos “ellos” están equivocados mientras que todos “nosotros” tenemos razón, y ha habido una división y una polarización innecesaria. Pero este tipo de cosa es suprimida, dice el apóstol, cuando nuestro Señor viene y juzga ambos lados, y están en el mismo terreno, culpables del mismo pecado, necesitando al mismo Salvador, ejercitando la misma fe. Así que son unidos y hechos uno. Una nueva unidad es creada, algo diferente, que nunca existió anteriormente. Y esto es hecho ante Dios, así que es realista, duradero, permanente.

En el pasaje al que venimos ahora, el apóstol continúa dándonos las ventajas, los privilegios, que son el resultado de esta nueva unidad en Jesucristo entre el judío y el gentil. Aquí aprendemos una vez más algunos de los tremendos recursos que son nuestros como cristianos. No sé cómo decir esto más contundentemente, porque no conozco nada más necesario que el que nos dediquemos a entender estos grandes hechos. Ya que si entendemos quienes somos en Cristo, entonces tendremos algún entendimiento de lo que hacer en nuestras circunstancias, en nuestros problemas. Veo a mucha gente que está luchando con terribles ansiedades, temores y hostilidades, que de hecho les impiden de actuar como Dios tenía la intención de que actuaran los seres humanos, todo porque no han descubierto todos los recursos completos que están disponibles en Jesucristo. Es por esto que el apóstol trabajó tanto para presentarlos ante nosotros con una declaración expresa o, como en este caso, con ciertas figuras o imágenes, para que podamos entender más plenamente. Así que te rogaría que prestases cuidadosa atención a lo que dice aquí, comenzando con el versículo 19:

Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. En él todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu. (Efesios 2:19-22)

Fíjate que hay tres bellas imágenes utilizadas en este pasaje, que siguen una sobre otra, cada una un avance sobre la previa. Estas están diseñadas para enseñarnos grandes verdades sobre lo que significa ser cristiano. Están las figuras de un reino (“conciudadanos de los santos”), una familia (“miembros de la familia de Dios”) y un edificio (“un templo santo en el Señor… para morada de Dios en el Espíritu”). Estas están diseñadas para instruirnos para que la oración de Pablo por nosotros en el primer capítulo sea contestada. Su oración era: “que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, cuáles las riquezas [las posibilidades enriquecedoras] de la gloria de su herencia en los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos (Efesios 1:18-19ª).

Por favor deshazte de la noción que tienen muchos que es solo un lenguaje magnífico. No es meramente lenguaje; es realidad. Tómate estas palabras literal, plena y personalmente, porque esto será lo que nos capacitará para entender lo que hacer cuando estamos en dificultad, cómo manejar los problemas, y cómo resolver nuestras relaciones que están tensas o rotas. Es con estos grandes recursos que podemos resolver estos problemas.

Ahora examinemos el pasaje con más cuidado. Fíjate que el apóstol comienza con una negativa: “ya no sois extranjeros ni forasteros”. O sea, “Una vez erais extranjeros y [literalmente] forasteros pero ahora ya no lo sois”. ¿Qué es un extranjero? Todos hemos sido extranjeros en un momento u otro. Hemos llegado a una ciudad o estado que es distinto del nuestro. No sabíamos a dónde ir o qué hacer, porque éramos ignorantes de los recursos de la comunidad. Un extranjero se caracteriza por no conocer mucho sobre el lugar donde está.

Hace unas pocas semanas Jim Heaton y yo estábamos andando por una calle en Spokane, Washington. Un hombre nos detuvo, y preguntó: “¿Podrían decirme dónde está la tienda J.C. Penney?”. Dije: “Lo siento, yo mismo soy un extraño aquí”. Quise decir: “Soy ignorante de las ventajas de esta comunidad, de todas las posibilidades culturales, ignorante de donde están localizados los grandes almacenes de mayor calidad”. Los extranjeros son ignorantes. Una vez éramos extranjeros, dice el apóstol. No sabíamos lo que Dios podía hacer por nosotros. No teníamos ninguna idea de los recursos de paz y júbilo y perdón. No sabíamos nada de Su capacidad para manejar nuestros temores, fobias y hostilidades. No sabíamos qué hacer con ellos; éramos extranjeros totales para saber cómo manejarlos. Pero ya no es así, dice. Ahora hemos venido a Cristo, así que ya no somos extranjeros.

Y tampoco somos ya forasteros. Un forastero es diferente a un extranjero. Un extranjero puede estar muy familiarizado con el país en el que vive. Puede que haya vivido allí por muchos años y estar plenamente familiarizado con las posibilidades de él. Pero está limitado. Es un extranjero; no tiene ningunos derechos definitivos. Está viviendo de un pasaporte. No tiene un certificado de nacimiento que le hace un ciudadano de esa tierra. Esto es muy descriptivo de mucha gente en las iglesias. Atienden la iglesia regularmente, y a veces estudian la Biblia, y conocen los himnos. Quizás hayas crecido en una familia cristiana, y el lenguaje del cristianismo te es muy familiar, pero nunca te has convertido en cristiano. Eres un extranjero; estás viviendo de un pasaporte. Y, en tiempo de crisis, los extranjeros son deportados, mandados de vuelta; no se les permite entrar en los plenos derechos de los ciudadanos de la nación.

Pero Pablo dice que aquellos de vosotros que habéis venido a Cristo ya no sois extranjeros o forasteros. Bueno entonces, ¿qué eres? Tres cosas, tres figuras: Primero, eres un “conciudadano con los santos”. Esa es una gran frase. Capta la idea de un nuevo reino; has entrado en un nuevo reino. Has cambiado tu ciudadanía; ahora estás bajo una nueva autoridad. La mayoría de nosotros que asistimos a PBC (iglesia bíblica Península) somos ciudadanos americanos. Damos por sentado los derechos de la ciudadanía americana de tal forma que olvidamos las responsabilidades de ello y el hecho de que estamos bajo autoridad. Porque somos americanos, el gobierno tiene cierto poder sobre nosotros. Regula ciertas áreas de nuestra vida, nos guste o no. Estamos bajo ciertos controles, y si hacemos ciertas cosas el gobierno puede involucrarse y puede de hecho quitarnos ciertas libertades. Estamos bajo autoridad; esa es la primera marca de ciudadanía.

La Biblia reconoce dos reinos en este mundo. En adición, por supuesto, a las naciones de la tierra con su autoridad temporal, hay dos reinos espirituales. Y cada uno de nosotros pertenece a uno o al otro. Es, Pablo dice, o el poder de Satanás o el poder de Dios. Uno u otro tiene el dominio principal sobre nuestras vidas. Cuando te conviertes en cristiano, sales del reino de Satanás al reino de Dios. ¡Menudo cambio es ese! Hay un cambio básico de gobierno, el gobierno definitivo en la vida de una persona. Jesús habló a menudo del reino que vino a traer entre los hombres. Dijo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36), por lo cual quiso decir que no es como ninguna de las naciones del mundo. Su reino es sobre los corazones de los hombres. Pero es un reino; tiene autoridad sobre los hombres. Cuando entramos en Su reino, entramos a una nueva autoridad, un nuevo Rey, una nueva Cabeza. Ya no estamos bajo la esclavitud y el poder del otro. ¡Menuda transformación es esta! El estar en otro reino, incluso mientras estamos aquí mismo en la tierra, significa que tenemos ciertas responsabilidades y ciertos privilegios que nos son dados en Cristo. Por ejemplo, cada ciudadano sabe que debe de aprender la historia de su nación para poder entenderla. Nosotros los americanos tuvimos que ir a la escuela y dar historia americana, y por tanto aprender lo que ha ocurrido en el pasado. Y, en un sentido, esto es lo que hemos estado haciendo los domingos por la mañana aquí en PBC. Estamos aprendiendo del apóstol Pablo la historia de este gran reino de Dios: lo que es, lo que ha ocurrido, y por qué tenemos ciertos privilegios a causa de lo que ha sido reseñado.

Entonces, tenemos ciertos intereses que debemos de manifestar y ciertas decisiones que tomar. Recientemente hemos votado en una elección nacional. Incluso si votaste por el perdedor, al menos ejercitaste tu derecho de elección. Como ciudadano, tenías este derecho. En el reino de Dios es exactamente igual. Ciertas decisiones son ahora posibles para ti, y debes de tomarlas. Tienes ciertos intereses con los que debes de involucrarte.

Pero la cosa que nos hace regocijarnos es que tenemos ciertos privilegios. Cuando viajo al extranjero siempre estoy contento de ser un ciudadano americano. Sé que hay mucho en la historia de nuestro país que ha de ser lamentado. Pero cada nación ha tenido problemas similares. Y no conozco ninguna nación que haya hecho más por el beneficio de otros pueblos de la tierra. Así que me regocijo en los privilegios que son míos como ciudadano americano. Se me otorga el uso de ciertos recursos que otras nacionalidades no pueden disfrutar. Se me extiende una protección como ciudadano americano que otros no tienen.

Ahora mismo estamos preocupados por el destino de los prisioneros de guerra en Vietnam. No hay muchos de ellos, menos de quinientos. Sin embargo esta gran nación de aproximadamente doscientos millones está intensamente preocupada por su destino. Y todos los recursos de este país están dedicados a hacer algo por estos hombres. Nuestro presidente ha declarado que no aceptará una paz, bajo ninguna circunstancia, que no involucre la liberación de estos hombres. ¿Por qué? ¿Por qué debería esta gran nación estar preocupada por un puñado de hombres? Porque son ciudadanos. Pertenecen a este país. Tienen derechos y privilegios de ciudadanos. Y cómo de agradecidos estaríamos, si estuviéramos en ese grupo, de que esta nación no se haya olvidado de nosotros, que esté luchando por hacer todo lo que pueda para liberarnos y traernos a casa de nuevo. Ese es el privilegio de ser americano.

Tienes algo semejante en el reino de Dios. Tienes la protección de un Rey, y tienes el derecho de esperar que te proteja. Hay poder disponible: poder de resurrección, del tipo que obra más allá del pensamiento y planificación humana. Y Dios te invita a recurrir a Él para ese tipo de recurso, ese tipo de liberación, cuando lo necesites. Hay un recurso para la corrección de problemas. Jesús dijo: “Bienaventurados seréis cuando por mi causa os insulten, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos” (Mateo 5:11-12). Él sabe qué hacer. Lo que es más, “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). “No intentes resolverlo por ti mismo”, dice. “No me he olvidado. Yo sé cómo resolverlo, y hacerlo en tal forma que al final estarás contento y no avergonzado. No voy a resolver el problema solo de forma temporal, sino que será una solución permanentemente pacífica”. Así que tenemos acceso al Rey, y podemos contar con Su protección y justicia.

Y, como Pablo presenta aquí, compartimos un tremendo grado de gloria. Somos conciudadanos con los santos. ¿Quiénes son estos santos que está mencionando? Como escribe Pablo, está pensando en términos de los grandes santos del Antiguo Testamento, hombres como Abraham y Moisés, Elías y Elíseo, David e Isaías y Jeremías. Tenemos una herencia con ellos; pertenecemos al mismo reino.

Como americanos, muchos de nosotros estamos orgullosos de que pertenecemos a la nación que produjo a George Washington, Abraham Lincoln y otros grandes hombres. Y aquí hay una asociación como esa. De hecho nos convertimos en amigos personales de hombres como Abraham, Moisés, David y Noé. Jesús mismo dijo: “Os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos” (Mateo 8:11). ¡Piensa en eso! Qué privilegio tan tremendo el conocer a estas personas a quienes Dios honró en el pasado: Pablo y Pedro y Santiago y Juan, Lutero, Agustín y Wesley. A menudo hemos cantado himnos de Charles Wesley y su hermano John. Bill Newton y yo hemos especulado que quizás haya un día cuando nos sentaremos con “Chuck” y “Jack” Wesley y hablaremos con ellos sobre lo que han estado haciendo, y lo que predicaron. Esta es la intimidad del reino de Dios, de “conciudadanos con los santos”, y lo que significa en términos de honor y gloria y protección y poder, no solo para el futuro, sino ahora.

Luego, la gloria final de todo: tenemos acceso al Rey mismo. Él camina con nosotros, nos cuenta Sus planes, Sus programas, a dónde se dirige en la historia, lo que está haciendo. ¡Simplemente piensa en las posibilidades de eso! No necesitamos preocuparnos por ello, pero esto es algo de lo que el apóstol quiere que entendamos y contemos con ello como resultado de la figura que utiliza aquí: los maravillosos privilegios que tenemos en Cristo.

Después la segunda figura: “miembros de la familia de Dios”. Esto es un avance de lo otro. Todos somos ciudadanos del reino, si estamos en Cristo. Pertenecemos al reino de Dios, ese reino espiritual que gobierna sobre todas las naciones de la tierra y finalmente será el ganador en toda la historia. Pero más que eso, dice el apóstol, somos miembros de la misma familia íntima de Dios. Juan el apóstol nunca pudo sobreponerse a esto. Dijo: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él” (1 Juan 3:1). ¡Hijos del Dios vivo!

Puedes ver qué avance es este. Un hijo siempre excede en posición a cualquier embajador o gobernador o secretario o ministro o senador. Una biografía de Abraham Lincoln que leí una vez relataba un incidente que ocurrió durante la guerra civil, cuando el presidente estaba ocupado con su consejo de ministros en una reunión muy crucial y decisiva. Estaban en el gabinete ministerial, resolviendo su gran estrategia, cuando se oyó una llamada a la puerta. Ahí estaba el pequeño Willy, el hijo del presidente, que tenía diez años, esperando para ver a su padre un momento. Abraham Lincoln dejó de lado todos los deberes de estado, dejó a todos los miembros de su gabinete relajándose, mientras veía qué era lo que quería Willy. Willy excedía la posición de todos los otros. Tenía acceso a su padre.

Esa es la gran verdad que Pablo está intentando grabar en nuestros corazones: el hecho de que tenemos acceso al Padre, un Padre quien es el Rey, con tremenda autoridad y poder en los asuntos del mundo, en la vida como es vivida ahora mismo.

Ron Ritchie y yo estábamos compartiendo cómo un cierto miembro de nuestra congregación acababa de tener un gran cambio de corazón, de actitud y de perspectiva. Nos dimos cuenta que la razón de ello era que la gente estaba orando por él. ¿Orándole a quién? Orando al Padre celestial, quien es Rey en autoridad. Fue Él quien colocó las circunstancias y abrió los ojos de esta persona, para que la verdad comenzara a ser grabada en él y comenzará a ver las cosas de forma correcta. Fue Él quien trajo a esta persona de regreso. La provisión y la protección de un padre son siempre más íntimas y personales incluso que aquellas de un rey. Un rey está preocupado por el bienestar general, pero un padre quiere saber todo sobre nuestros problemas íntimos.

¿No es esto lo que enseña Jesús? Dice una y otra vez: “porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo, pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de ellas... Pues bien, aun vuestros cabellos están contados” (Lucas 12:30, Mateo 10:30). El interés de tu Padre está todo a tu alrededor, sobre cada aspecto de tu vida. No está solo interesado en conseguir justicia para ti. Un rey hace eso. Sino que eres el objeto de Su interés más profundo, más íntimo y personal. Como nos dice Zacarías, Dios dijo de Su pueblo Israel: “porque el que os toca, toca a la niña de mi ojo” (Zacarías 2:8). ¿Hay algo que pueda estar más cercano que eso?

Sí, hay algo. Pablo continúa, en la tercera figura, a una relación todavía más cercana: “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”. Quizás eso parezca algo anticlímax. Después de todo, un edificio es algo frío e impersonal comparado con la relación de una familia. Pero si miras con cuidado verás lo que está en la mente del apóstol. De hecho se está acercando, más arriba, a una relación más íntima, porque está poniendo énfasis en la cercanía de los miembros de la misma morada de Dios, de los unos a los otros y al Señor.

Es posible para los miembros de una familia estar dispersos a través de la tierra. Algunos de ustedes tienen miembros de familia que están a miles de millas. Todavía estáis relacionados, todavía sois miembros los unos de los otros, pero estáis ampliamente separados y no os habéis visto hace años. Pero en la figura de un edificio, ninguna separación de las piedras que constituyen las paredes es posible. Todo está unido con cohesión, tejido junto. Si las piedras fueran separadas, el edificio se derrumbaría. Así que el apóstol realmente está llevándonos a una relación mucho más íntima.

Lo que es más, dice que este edificio es una morada viva y creciente de Dios. Esta idea confluye con la figura de un cuerpo. El edificio se convierte en el cuerpo de Dios, la morada donde Dios mismo vive. ¿Y qué podría ser más personal, más íntimo para ti, que tu cuerpo? Nos reservamos la palabra íntimo para aquello que concierne a nuestro cuerpo. Una relación íntima es una que te conmueve físicamente, conmueve tu cuerpo. Por lo tanto, Pablo nos está recordando cuán cerca estamos de Dios ―un Dios de poder, un Dios de amor― cuán íntima es Su relación con nosotros, y cómo nos unifica a todos juntos, nos edifica en este tremendo edificio que está erigiendo.

Pablo menciona que somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, los hombres que primero diseminaron la fe cristiana, más allá de lo que lo hizo el Señor mismo. Ellos son los cimientos. Sobre su fe y su enseñanza descansamos. Tenían que entender que Jesús era Señor, y el Espíritu de Dios les enseñó esto. A menudo he pensado que la gente que tenía la mayor dificultad en creer que Jesús era Dios eran Sus propios discípulos. Imagínatelos caminando con Él y viendo Su humanidad. Le escuchan reírse y respirar, le observan durmiendo y quizás incluso roncando, le ven sometido a las limitaciones normales de la vida humana, incluso pasando por el proceso normal de eliminación, como todas las demás personas. Qué difícil debió de ser para ellos entender el gran hecho de que era Dios el Hijo, hecho carne. Sin embargo, llegaron a este entendimiento. Juan dice:

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre. (Juan 1:14)

Le examinaron íntimamente; estuvieron con Él en cada momento. Durante tres años y medio vivieron cercanamente con Él. Y vino la convicción de que aquí de hecho estaba Dios, viviendo en la carne humana. Era Dios, sin embargo manifestando lo que debía de ser la humanidad. Así que en su fe descansamos. Nos enseñaron la verdad sobre el Señor Jesús. Su fe y enseñanza son los fundamentos.

Y, el apóstol dice, Cristo mismo es la principal Piedra. Cuando construyes un edificio, pones la piedra principal. Y todas las medidas de ese edificio son tomadas de esa piedra principal. Todo está relacionado con ella. El edificio completo está relacionado a causa de esa piedra principal. El apóstol representa a Jesús como teniendo una relación con nosotros. Notas que, todo a lo largo de esta carta, no puede olvidarle ni por un segundo. Todo es “en Cristo”, “en él”, “por él,” “por medio de él”, “por medio de su sangre”, “por su muerte”. Todo nos viene en Cristo. Si no tienes a Jesús, no hay forma que puedas tener comunión íntima con Dios. “Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6), dice Jesús. Así que todo está construido en Cristo. Él es la gran Piedra principal de nuestra fe. Y sin embargo somos todos miembros de Él, piedras siendo unidas juntamente.

Hace algunos años ayudé a Paul Carlson a construir su casa en el norte de Méjico, entre los indios Tarahumara. Había contratado a un albañil indio para trabajar en las paredes. Yo estaba muy interesado en observarle. Tenía un montón de piedras que había excavado y juntado del lado de la colina. Iba y miraba estas piedras, y escogía una que pensaba que era del tamaño y forma apropiada. Entonces tomaba un cincel y un martillo, y quitaba un pedazo aquí y alisaba un borde allá, y entonces la colocaba donde la quería. Si no encajaba bien, le quitaba otro pedazo aquí y allá hasta que estaba exactamente bien. Entonces la cementaba en su sitio con argamasa.

Esa es la imagen que Pablo nos ha dado aquí de cómo Dios obra con nosotros. Está deshaciéndose de los bordes ásperos, formándonos, preparándonos. Y si te ha puesto con alguna gente que no te gusta, es porque ellos son el cincel que está utilizando para deshacerse de los bordes ásperos. Esto no es una broma; es exactamente lo que Dios está haciendo. Está construyendo un templo, un santo templo, un bello y magnífico edificio.

No sé de nada que dé sentido a la historia más que este punto de vista. El leer la historia aparte de esta perspectiva deja tan solo un embrollo sin sentido de campañas políticas y batallas y derramamiento de sangre entre facciones enfrentadas. Pero si miras la historia desde este punto de vista verás que cada una de esas batallas, cada una de esas campañas, era parte del proceso de Dios, preparando a Su pueblo, enderezándolos, deshaciéndose de una pedazo aquí, martilleando otro pedazo allá, lijándolos, alisándolos, preparándolos, construyéndolos, encajándolos en su sitio en ese gran templo. Y un día, la única cosa que quedará en la historia será este templo que Dios ha construido, la iglesia de Jesucristo. Todo lo demás ―todos nuestros grandes edificios, todo nuestro progreso cacareado― se habrán perdido en el polvo de una tormenta nuclear. La única cosa que quedará será la iglesia de Jesucristo, la gente en la cual Dios habita. Esto es lo que está haciendo con nosotros ahora: construyéndonos en Su templo. ¡Qué diferencia hay si comenzamos a entender algunas de las posibilidades y los privilegios que son nuestros! Cuando el templo de Salomón fue construido, leemos en 1ª de Reyes:

Cuando se edificó la Casa, la construyeron con piedras que traían ya talladas, de tal manera que no se oyeron en la Casa ni martillos ni hachas, ni ningún otro instrumento de hierro, cuando la edificaban. (1 Reyes 6:7)

Era un proceso tranquilo y secreto. Las piedras eran talladas en la cantera, y después traídas para ser encajadas en su sitio sin el sonido del martillo. Esta es una bella imagen de lo que Dios está haciendo con la iglesia de Jesucristo hoy. Ya tenemos templos del Dios vivo. Individualmente, nuestros cuerpos son el templo de Dios mismo. Si entendemos eso, y la relación a la que nos lleva con Dios como el Rey y Padre, ¡qué gran recurso tendremos al que poder recurrir!

Oración:

Nuestro Padre celestial, nuestros ojos están tan a menudo apagados y sombríos. Tan a menudo tomamos estas figuras como si fueran meras palabras en el papel. Oramos para que nos ayudes a ver la realidad viviente detrás de ellas, para ver lo que estás haciendo en nuestras vidas, y cómo lo estás poniendo todo junto, cómo nos has elegido y nos has seleccionado para ser piedras, parte de ese edificio vivo que está creciendo unido, y cómo hemos de pertenecernos mutuamente y acercarnos los unos a los otros, para que podamos cumplir el gran propósito de tener un lugar para habitar, un sitio de morada para Dios. Padre nuestro, ayúdanos a acordarnos de todo esto en tiempos de dificultad personal, a acordarnos de cómo eres un Padre, un gran Rey, y que tenemos privilegios y derechos y acceso y recursos que muchos de nosotros ni siquiera hemos reclamado. Ayúdanos ahora a comenzar a vivir en la plenitud de las provisiones que has hecho para nosotros, no como sirvientes sino como hijos del Dios vivo. Pedimos esto y te damos las gracias en el nombre de Jesús. Amén.