Durante algún tiempo hasta ahora hemos estado estudiando el gran pasaje del cierre de la carta de Pablo a los efesios:
Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. (Efesios 6:10-11)
Hemos examinado la lucha de la vida a la luz de la gran revelación de Pablo de que luchamos no contra carne y sangre sino contra principados y potestades, de gobernadores de las tinieblas de este mundo, de huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales. Hemos visto que todo lo que nos ocurre en nuestras vidas como cristianos, que nos desanima, nos derrota, nos confunde o nos vuelve indiferentes a la gran verdad de que Dios, es parte de esta gran lucha. Es una manifestación de este conflicto en el cual estamos ocupados. Al mirar hacia atrás a este año que ha acabado, hemos sido conscientes del fracaso, de los problemas, de la debilidad, de la obstinación y la terquedad, de la rebelión, y de otras cosas en nuestras vidas de las cuales no estamos orgullosos. Estas, de nuevo, han sido manifestaciones de esta gran lucha en la cual estamos ocupados. Estamos mirando hacia adelante ahora al nuevo año y sabemos, así mismo, que será un tiempo de conflicto, otro tiempo de lucha. ¿Qué podemos hacer al respecto? Esto es lo que nos ha ocupado en este pasaje.
La respuesta, como hemos visto hasta ahora, es doble: Primero, hemos de ponernos la armadura de Dios. Pablo dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”. La clara implicación es que, si no nos ponemos toda la armadura de Dios, no podremos permanecer firmes. Si tenemos dudas sobre eso, la vida misma nos lo demostrará. No podemos estar firmes sin esta armadura, la cual, como hemos visto, es lenguaje figurativo para algo muy real. Es darse cuenta de que estamos en Cristo y lo que Cristo es para nosotros ahora, en términos muy prácticos. “Vestíos de toda la armadura de Dios” es otra forma de decir lo que Pablo dice en Romanos: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11).
Esta es la gloria de las Escrituras: toman la misma verdad y la ponen de docenas de formas distintas, para que podamos tener varias estrategias en cuanto a estas grandes verdades, y entenderlas claramente. Al obedecer lo que dice el apóstol y pensar en las implicaciones de nuestra fe, encontramos que todo lo demás descansa al final sobre la primera pieza de la armadura, que es Jesucristo como la verdad. Ciñámonos la cintura con la verdad. Toda la fe cristiana se relaciona y se deriva de la autoridad de Jesucristo. Él es la verdad. Eso es lo primero. Hemos de ponernos toda la armadura de Dios.
Segundo, nos dice que hemos de orar. No meramente ponernos la armadura, sino también orar. No sólo pensar sobre lo que Cristo es y las grandes verdades que revela, sino también hablar a Dios sobre ellas, apoyarse sobre esta ayuda, tener conversaciones con Él, comprometernos directa y personalmente con el Dios que es nuestra fuerza y ayuda.
Desde las Navidades he visto a varias personas jóvenes jugando con un nuevo juguete. Frecuentemente he visto a niños y a veces a niñas con walkie-talkies, manteniéndose en contacto con algún amigo en algún sitio fuera de la vista. Esta es una de las cosas encantadoras sobre el progreso que la ciencia nos ha traído, esta habilidad de mantenerse en constante comunicación con alguien, si así queremos hacerlo. Pero no es nada nuevo. Es sólo lo que Dios ha puesto disponible en Cristo desde el mismo principio. Podemos hablar con Él y orar sobre todas las cosas. Pero ahora llegamos a la tercera y última cosa en la amonestación del apóstol a nosotros en este pasaje. Nos es dada en una sola palabra, pero una palabra que es repetida cuatro veces a través del pasaje completo. Es la palabra firmes. Fíjate como se presenta aquí:
Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo… Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes... (Efesios 6:11, 13-14a)
Todo apunta a esto, que podamos estar firmes. ¿Qué significa “estar firme”? Bueno, imagínate un equipo de futbol defendiendo la línea de meta. La defensa se pone en línea en la línea de ataque y simplemente está firme, negándose a moverse. Esto se llama estar firme en la línea de meta. Esto es exactamente lo que esta palabra nos está retratando. Hemos de negarnos a movernos del terreno de la fe que hemos tomado, negarnos a ceder terreno, estar firmes. ¿Ahora por qué lo pone de esa forma el apóstol? ¿Por qué no dice luchad? ¡Habiendo terminado, luchad! Ponte toda la armadura de Dios y avanza, adelante. ¿Por qué no utiliza algún término militar que habla de avanzar? Debemos tomarnos estas palabras en serio, ya que, después de todo, no son palabras de juego utilizadas ligeramente como niños jugando. Estos son mandamientos serios dados en una lucha muy seria. El apóstol utiliza la palabra firme porque es la única palabra apropiada para utilizar. Es la única palabra que describe la actitud final que debemos tener para asegurarnos la victoria total.
Al examinar esta palabra más cuidadosamente, podemos ver que toca tres aspectos de la lucha de la vida: Primero, la utilización de esta palabra firme nos revela la intensidad de la lucha en la cual estamos invueltos. Se nos dice que debemos estar firmes porque hay momentos cuando eso es todo lo que podemos hacer. Lo más que podemos esperar llevar a cabo en algunos momentos es simplemente estar firmes, inamovibles. Hay momentos en la batalla cuando un soldado no puede hacer nada más que protegerse a sí mismo y quedarse donde está. La intensidad del conflicto se torna furiosa, tan feroz que no hay nada que pueda hacer más que simplemente mantener su terreno. Eso es lo que esta palabra implica.
Pablo ya ha hablado en este pasaje sobre los días malos que vienen. Gracias a Dios, toda la vida no consiste de días malos, pero vienen días malvados. Son días cuando las circunstancias simplemente nos pasman, cuando nos enfrentamos a una combinación de acontecimientos, alguna tragedia descorazonadora o una circunstancia que nos deja casi maltrechos y no podemos hacer nada más que esperar permanecer firmes donde estamos. Hay momentos cuando las dudas nos acosan. Estamos expuestos a ataques intelectuales, y encontramos que tenemos lo mínimo posible para afirmar algún grado de fe. Hay situaciones y circunstancias a las cuales llegamos cuando estamos agobiados con temores y ansiedades, y apenas podemos mantener nuestra cordura, porque estamos bajo presión. Hay momentos en que la indiferencia parece debilitar tanto nuestras fuerzas espirituales que perdemos toda vitalidad. Se drena nuestra voluntad de actuar, nuestra motivación, y parecemos incapaces de ponernos a hacer las cosas más simples para mantener la fe.
Todo esto es parte de la lucha. Estamos trastornados cuando vemos que el crecimiento en la vida cristiana aparentemente se ha detenido. Nuestro ministerio y nuestro testimonio parecen ser imposibles o inefectivos. Todo el desafío y el entusiasmo de nuestra vida espiritual han desaparecido. ¿Qué hemos de hacer entonces? ¡Pablo dice que hemos de ceñirnos la cintura, ponernos toda la armadura de Dios, orar, y habiendo terminado, estar firmes! Ponerse la armadura y orar no cambiará necesariamente las circunstancias. Entonces, ¿qué? ¡Entonces mantente firme! Mantente justo donde estás hasta que el ataque disminuya. Esa es la palabra final.
En todas partes en la Palabra de Dios se nos advierte que, al acercarnos al tiempo del regreso del Señor, los días malos se volverán más frecuentes. La Biblia siempre nos ha dicho que habrá días malvados, pero a veces leemos ciertas predicciones mal. Por ejemplo, hay un pasaje en 1ª de Timoteo 4 que se refiere a los últimos días: “Pero el Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). Leemos eso como si fuera una predicción de los momentos finales de la era. Pero “los últimos tiempos” significa toda la era, desde la primera venida del Señor hasta la segunda. Pablo no está hablando sobre un solo tiempo particular de problemas reservados para el último momento; está hablando sobre los ciclos repetitivos de problemas que vienen una y otra vez a lo largo de todo el curso de estos últimos tiempos.
Pero la Palabra deja claro que estos ciclos se vuelven más feroces en intensidad y más extendidos en su impacto al llegar la era a su cierre. Hay una creciente conciencia en nuestros días de que vivimos en una sola comunidad mundial. Ya no estamos separados de otras gentes por grandes distancias de pensamiento o tiempo. Lo que ocurre al otro lado del mundo hoy nos afecta mañana. Estamos muy al tanto de esto.
Los días malvados una vez estuvieron limitados geográficamente. En el pasado, la persecución se intensificó en varios sitios, y las presiones económicas se agravaron en ciertas áreas, mientras que en otras áreas las cosas estaban bien. Pero ahora, al avanzar el tiempo, estas áreas de problemas se extiendan más. Ahora son mundiales en su impacto. Ciertamente no tenemos que remarcar este punto. En América, debemos darnos cuenta de que estamos viviendo en una isla de paz y seguridad relativa en medio de un enorme mar de problemas y aflicción. Ese mar está constantemente erosionando nuestra seguridad relativa. Es una marea creciente irresistible, cuyas aguas ya podemos oír. Las condiciones no están mejorando en nuestro mundo, sino empeorando. Cualquier persona honesta, enfrentándose a la situación mundial, debe de admitir esto. Las cacareadas soluciones de hombres sinceros no están funcionando. Estas estrategias para estos problemas a los cuales los hombres adhieren su fe ―tales como la educación, los descubrimientos científicos, las mejoras económicas, mejor legislación― estas cosas no están funcionando.
No es que no tengan su lugar; no estamos sugiriendo que sean desechadas. Están funcionando en algún grado, pero no están solucionando el problema. Se está empeorando, porque, como hemos visto todo este tiempo, el asunto nunca radica en estos ámbitos superficiales. Yace mucho más profundamente, en los corazones y las almas de los hombres bajo la dominación del poder cruel e irresistible que domina el mundo, que Pablo llama “los gobernadores de las tinieblas de este mundo”. Sólo la fuerza liberadora de Jesucristo es adecuada para tratar con ellos. Esto está siendo confirmado para nosotros por fuentes bastante inesperadas estos días. Escucha este párrafo de un escritor contemporáneo que no es cristiano:
Te recuerdo lo que está ocurriendo en las grandes ciudades de la tierra hoy: Chicago, Detroit, Pittsburgh, Londres, Manchester, París, Tokio, Hong-Kong y el resto. Estas ciudades son en su mayor parte grandes grupos de miseria humana, redes de nervios humanos en carne viva expuestos sin ningún beneficio de ilusión o esperanza a un mundo irreligioso forjado por el hombre industrial. La gente en estas ciudades está perdida. Algunos están tan perdidos que ni siquiera lo saben, y estos son los que están realmente perdidos. Frecuentan las películas para distraerse. Apuestan. Adormecen su sensibilidad con el alcohol, o buscan sensaciones más fuertes para acallar su sentimiento de una existencia sin sentido.
Ese es el mundo al que nos estamos enfrentando en 1966, y a causa de ello hay muchos que están vacilantes en su fe. Esta misma semana los periódicos en nuestra área reportaron la dimisión del ministerio cristiano de un hombre que una vez estuvo muy cercanamente asociado con nosotros aquí. Está renunciando a su ministerio, y lo hace, dice, porque ya no lo puede soportar, ya no puede enfrentarse a él. El ministerio de este hombre estaba en el poder y la efectividad de la Palabra de Dios, pero porque su fe comenzó a fallar, su ministerio falló, y ahora se da por vencido. Este año pasado fue testigo de media docena de líderes cristianos que sufrieron colapso moral y han sido apartados, su ministerio y su testimonio traído a un final. Esto está ocurriendo en todas partes.
Dios está permitiendo esto para poder separar lo falso de lo verdadero. Dice que hará esto; la Palabra lo deja muy claro. Hay un pasaje en Hebreos donde se nos dice definitivamente que las cosas que puedan ser sacudidas serán sacudidas. Dios está permitiendo estas pruebas para revelar lo genuino y quitar aquello que puede ser movido, para que permanezca lo que no puede ser sacudido. Por lo tanto, vienen días malvados. Cuando se presentan en tu propia experiencia, necesitarás acordarte de que la Palabra de Dios para ti es ponerte toda la armadura de Dios, orar, y entonces estar firme. Quizás te darás cuenta de que no hay nada más que puedas hacer, pero que puedes ganar si te mantienes firme. No hace mucho, me encontré con una carta de un misionero en las junglas de Nueva Guinea, escribiendo a sus amistades en casa. Captó el genuino espíritu de nuestra fe cristiana en estas palabras:
Oh, es tan maravilloso estar en medio de la lucha, sacar las armas más pesadas del viejo diablo, tenerle detrás de ti con depresión y desanimo, calumnia, enfermedad. No pierde tiempo con el grupo de los tibios. Da bien fuerte cuando alguien le está pegando. Siempre puedes medir la fuerza de tu golpe por el que recibes a cambio. Cuando estás tumbado con fiebre y con tu última pizca de fuerza, cuando algunos de tus conversos recae, cuando te enteras de que tus estudiantes más prometedores están solo haciendo el tonto, cuando retienen tu correo, y algunos no se molestan en contestar tus cartas, ¿es ese el tiempo de hacer luto? No, señor. Ese es el tiempo de poner toda la carne en el asador y gritar: “¡Aleluya! Me voy a defender”. Los cielos desde arriba están mirando: “¿Continuará en su lucha?”. Y cuando ven Quien está con nosotros, al ver la imposibilidad de fracaso, cuán asqueados y tristes deben de ponerse cuando huimos. Vamos a estar firmes.
Firme: Esta es la palabra cristiana. Hay un segundo aspecto de la lucha indicada por esta palabra firme. Nos indica el carácter de la batalla que el cristiano enfrenta. Hemos de estar firmes, porque es una acción defensiva, primariamente. La defensa apropiada ganará. Sé que a menudo esto es malentendido, ya que oímos frecuentemente el proverbio: “La mejor defensa es una buena ofensiva”. Pero si un castillo está bajo ataque de un ejército, la batalla no es ganada por aquellos del castillo que se arriesgan a arrollar al ejército en el exterior. La batalla se gana al ahuyentar toda invasión. Esta es una imagen de nuestra vida cristiana. Esta es una batalla defensiva, no ofensiva. No es nuestra meta el ganar más territorio, sino que hemos de defender aquello que ya es nuestro. En la batalla cristiana la obra ofensiva fue hecha hace más de 1900 años en la cruz y la resurrección. El Señor Jesús es el único que tiene el poder y la fuerza para tomar la ofensiva en esta gran batalla con el príncipe de las tinieblas. Pero ya lo ha hecho. Todo lo que poseemos como creyentes ya se nos ha dado. No luchamos por ello. No batallamos para ser salvos, o luchamos para ser justificados, o perdonados, o aceptados en la familia de Dios. Todas estas cosas nos son dadas. Fueron ganadas por Otro, quien, en palabras de Pablo en Colosenses, “despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15), y llevó cautivos a aquellos que habían mantenido al mundo cautivo.
Pero hemos de luchar para utilizar todo esto, para disfrutarlo, para experimentarlo plenamente. El enemigo está intentando evitar que nos demos cuenta de lo que tenemos y de utilizarlo plenamente. Es ahí donde están las líneas de la batalla. No necesitamos tomar nuevo territorio como cristianos. No podemos. Todo ha sido cumplido; todo nos ha sido dado. Como Judas dice, en casi la última palabra del Nuevo Testamento: “que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3b). Hemos de quedarnos con aquello que Dios nos da y no dejar que nada de ello se pierda o sea arrebatado de nosotros para que no lo usemos. Esto es lo que la frase “contendáis ardientemente por la fe” significa. ¡No significa atacar a todo el mundo que no está de acuerdo contigo y etiquetarles como comunistas! Significa tomar posesión de lo que Dios ya te ha dado y utilizarlo plenamente. Como Pablo escribe a los corintios: “Velad, estad firmes en la fe, portaos varonilmente y esforzaos” (1 Corintios 16:13). No rindas ni una sola pulgada de territorio, aunque lo hagan otros.
“Bueno”, alguien dice, “esto es tan negativo, tan defensivo. No me gustar oír este tipo de charla. Suena como si los cristianos hubieran de cubrirse la cabeza y evitar todo contacto con el mundo, e intentar de alguna forma sobrevivir en la vida, y de ahí al cielo sin contaminación”. Eso, por supuesto, es exactamente lo que al diablo le encanta tergiversar en la palabra firme. Es acción defensiva, pero lo increíble es que este tipo de acciones defensivas se vuelven las mayores ofensivas que el cristiano puede organizar. El hecho es que el cristiano que aprende a estar firme, a no rendir ningún terreno de su fe, sino que se pone la armadura de Dios y ora y, por tanto, es inamovible, es el único cristiano que reflejará de alguna forma el amor de Cristo en medio de situaciones desagradables. Él es el único que podrá manifestar paz, certeza, equilibrio y seguridad en medio de un mundo muy problemático e infeliz.
Los cristianos que aprenden a estar firmes hacen posible algún grado de descanso y disfrute para el mundo. Somos “la sal de la tierra” (Mateo 5:13a), Jesús dijo. Bien, pero si la sal ha perdido su sabor, ¿de qué sirve? “No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres” (Mateo 5:13c). Esto es, en gran parte, lo que el mundo está haciendo con la iglesia estos días: pisotearla como inútil. Esto es porque no hemos aprendido a estar firmes. Pero cuando un cristiano aprende esto, es el hecho mismo de que podemos estar firmes cuando todo el mundo está cayendo lo que llama la atención de otros y hace que busquen este secreto. Te recuerdo de nuevo aquellas precisas palabras de Kipling, describiendo lo que es la madurez:
Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y te culpan por ello;
si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero admites también sus dudas;
Esto es lo que hace posible que la gente se detenga, mire y escuche, y diga: “¿Qué tiene esta gente? No se rinden como lo hacemos nosotros, no siguen al resto de la muchedumbre. Parecen poder resistir estas presiones imperiosas a las cuales tan fácilmente nos rendimos”.
Si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o, siendo engañado, no pagar con mentiras,
o, siendo odiado, no dar lugar al odio,
y sin embargo no parecer demasiado bueno, ni hablar demasiado sabiamente...
Esto es la madurez. Esto es lo que Dios desea. Esto es lo que quiere hacernos en Cristo. Pero la batalla no es para convertirse en este tipo de hombre, ya que este es el tipo de hombre que Cristo nos hace cuando le seguimos. La batalla es para demostrarlo, para revelarlo, para manifestar lo que somos y, por tanto, negarnos a creer las mentiras que nos mantienen débiles y nos hacen actuar como un animal en vez de como un hombre. ¡Poneos toda la armadura de Dios, todo lo que Cristo es, y habiendo terminado, estad firmes!
Hay un tercer aspecto de la lucha sugerida por esta palabra. Es la certeza de victoria. Si ponerse la armadura de Dios y la oración hacen posible estar firmes e inamovibles, entonces nada más se requiere para ganar. Después de todo, si el castillo no puede ser tomado, al ejército atacante no le queda nada que hacer más que retirarse. No hay nada más que pueda hacer. Está derrotado, batido. Hemos estado hablando mucho en esta serie sobre la astucia de Satanás, su sutileza de ataque, “las artimañas del diablo”, y la imposibilidad de derrotarle por mera sabiduría humana. Hemos dicho que cada santo en la crónica de las Escrituras, cada creyente a lo largo de la historia del tiempo ha sido, en un momento u otro, derrotado por el diablo cuando intentó tratar con él con su propia fuerza. Eso es cierto. Pero también es cierto que cuando cualquier santo, cualquier creyente, incluso el más nuevo y el más débil, se mantiene firme en la fuerza de Cristo, se pone toda la armadura de Dios y, en dependencia de la presencia de Dios en oración, está firme, el diablo es siempre derrotado.
Esto es a causa de la debilidad básica, el defecto fatal, en la estrategia del diablo. Cuando el creyente está firme en el terreno de la fe, el diablo siempre abarca demasiado, va demasiado lejos. Esto es porque se arroja a sí mismo a extremos, y en eso estriba su derrota. Tarde o temprano la realidad que es la verdad debe manifestarse. El diablo nunca puede tomar el terreno de la verdad porque eso, por supuesto, derrotaría sus propios objetivos. No puede defender y apoyar a Dios, ya que se dedica a atacar y aventajarle. Porque Dios es la verdad, todo lo que el diablo puede hacer es tomar el terreno de la falsedad, de extremos, distorsiones, error. Al final, porque Dios es verdad (y la verdad es siempre la imagen de Dios) y Dios nunca cambia, la verdad debe entonces finalmente prevalecer. Esta ha sido la historia del mundo, ¿no es así? Será la crónica de la historia a partir de ahora. Quizás Abraham Lincoln lo dijo tan bien como puede ser dicho en citas famosas:
“Es posible engañar a algunas de las personas todo el tiempo, y a toda la gente algún tiempo, pero es imposible engañar a toda la gente todo el tiempo.”
La verdad se manifiesta. Dios es verdad. Por lo tanto, vive con ella durante suficiente tiempo, mantente firme suficiente tiempo, y prevalecerá y se revelará. Esto explica a lo que nos hemos referido a veces como “el fenómeno de las modas en la maldad”. Cualquier persona que ha sido cristiana por un periodo de tiempo considerable aprende que el error viene en ciclos, como los ciclos de la ropa. Quizás no estés de moda durante un tiempo, pero si sigues con la misma moda durante bastante tiempo, volverá de nuevo. Si estás firme en la verdad de Dios, habrá momentos en que será considerada con total desdén por el mundo y serás objeto de burla y risa. Pero si sigues a estas personas estúpidas que piensan que deben ajustarse a cada corriente generalizada de tiempo e intentas mantener lo que llaman “respeto intelectual” en todo momento, encontrarás que con la velocidad con la que te ajustas, los estilos cambian, y no estás de moda de nuevo. Pero si te mantienes firme en lo que Dios ha declarado inmutable, encontrarás que ocurre un extraño fenómeno: Las mismas verdades que hace diez años eran desdeñadas, burladas y despreciadas por el mundo de pronto estarán de moda de nuevo, y serán respetadas como el más nuevo descubrimiento del brillante intelecto de los hombres. Entonces vosotros, quienes habéis estado creyéndolo todo el tiempo, estáis de moda de nuevo. Esto es porque la verdad nunca cambia.
El diablo finalmente debe ser derrotado si alguien simplemente se mantiene firme en lo que Dios ha dicho. Quizás incluso sintamos un poco de pena por el diablo, ya que es su cruel destino ser continuamente derrotado por las mismas armas que intenta utilizar contra Dios y Su pueblo. Por eso es tan tonto creer las mentiras del diablo.
A menudo pienso que el diablo es como el villano en los melodramas del Oeste. ¿Te acuerdas de cómo se desarrolla siempre el argumento? Parece tan amenazante para la heroína, ya que el villano está siempre rizando su bigote y frotándose las manos, pensando que la tiene en su poder. Pero en el momento crítico el héroe llega, y la trama cambia de pronto. El villano es vencido por su propia estrategia y se escabulle del escenario refunfuñando: “¡Maldición! ¡Frustrado de nuevo!”. Ese es el destino del diablo cuando ataca a cualquier cristiano que está dispuesto a mantenerse firme.
La cruz es el gran ejemplo de esto. La cruz parecía el logro supremo del diablo, el momento supremo de victoria, cuando todos los poderes de las tinieblas estaban aullando con regocijo al ver al Hijo de Dios derrotado y herido, rechazado y despreciado, colgando sobre una cruz, desnudo frente a todo el mundo. Parecía el triunfo de las tinieblas. Jesús dijo que era: “Esta es vuestra hora”, dijo, “y la potestad de las tinieblas” (Lucas 22:53b). Pero era en ese mismo momento cuando el diablo perdió. En la cruz todo lo que el diablo había arriesgado fue derrotado, perdido, y el diablo y sus ángeles fueron desarmados y abiertamente expuestos como derrotados por el poder de Jesucristo. Esto es lo que Dios hace siempre a lo largo de la vida. El diablo manda enfermedad, derrota, muerte, oscuridad, dolor, sufrimiento y tragedia. Es todo la obra de Satanás. Pero esa no es toda la historia. Dios toma esas mismas cosas ―¡esas mismas cosas!― y las utiliza para fortalecernos y bendecirnos, para enseñarnos y engrandecernos y llevarnos a plenitud, si nos mantenemos firmes. Esa es toda la historia.
He aquí una cita de un hombre cristiano que ha sido inválido toda su vida ―una de esas personas solitarias, desconocidas, que vive en dolor constante― que no sabe lo que significa ser capaz de utilizar su cuerpo físico en ningún modo excepto en dolor y sufrimiento. Pero escribe esto:
La soledad no es una cosa en sí misma; no es una maldad mandada para robarnos los júbilos de la vida. La soledad, la pérdida, el dolor, la pena, son disciplinas, los dones de Dios para acercarnos a Su mismo corazón, para incrementar nuestra sensibilidad y entendimiento, para templar nuestras vidas espirituales, para que se puedan volver canales de Su misericordia a otros y así llevar fruto para Su reino. Pero estas disciplinas deben ser tomadas y utilizadas, no frustradas. No deben ser vistas como excusas para vivir en la sombra de medias-vidas, sino como mensajeros, aunque dolorosos, para traer nuestras almas al contacto vital con el Dios vivo, para que nuestras vidas sean llenas hasta rebosar de Él en maneras que, quizás, sean imposibles para aquellos que saben menos de las tinieblas de la vida.
Esto es lo que significa estar firme. Uno de estos días, la Biblia dice, la lucha cesará. Terminará para todos nosotros al final de nuestras vidas, pero puede terminar antes en la venida del Señor. Algún día terminará, no hay duda. Y algún día será escrito de algunos, como se reseña en el libro de Apocalipsis: “Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, que menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11). El gran asunto de la vida no es cuánto dinero puedes ganar o cuánto favor podemos acumular, qué nombre podemos hacer para nosotros mismos. El gran asunto, sobre todo, es si puede ser escrito de nosotros al llegar al final, que vencimos por la sangre del Cordero y por la palabra de nuestro testimonio, ya que menospreciamos nuestras vidas hasta la muerte.
Oración:
Estos son días peligrosos, Padre nuestro. Se nos conciencia de esto por nuestros periódicos, y, sin embargo, ¡qué falsa visión de la vida nos dan nuestros periódicos! Si observamos la vida desde ese punto de vista sentiremos que la vida es maravillosa y gloriosa, que no tiene problemas, y que todo el mundo se lleva bien, o seremos completamente humillados en derrota y decepción sin esperanza alguna. Pero gracias, Señor, que no obtenemos nuestra visión de la vida de los periódicos, sino de Tu Palabra viva, de la realidad de ella. Ayúdanos a creerla y obedecerla y así estar firmes, invictos y sin poder ser derrotados. Lo pedimos en el nombre de Cristo. Amén.