De un modo u otro, cada uno a su manera, los cristianos en todas partes están preguntando la misma pregunta. No preguntan: “¿Cómo podemos estar seguros de que cuando nos muramos iremos al cielo?”. Aquellos que recientemente se han incorporado a la vida cristiana están interesados por estos aspectos, y es correcto que así sea. Pero la mayoría de los cristianos en todas partes son cada vez más conscientes de que hay mucho más sobre el cristianismo que una promesa de que cuando nos muramos iremos al cielo. Ni siquiera están preguntando la pregunta: “¿Cómo puedo saber si los pecados de mi pasado están perdonados?”. De nuevo, esta es un área de interés apropiada para aquellos que acaban de entrar en la fe cristiana. Pero la pregunta que encuentro que los cristianos están preguntando, surgiendo de un profundo interés evidente casi en todas partes, es la pregunta: “Si Cristo realmente puede vivir y amar por medio de mí, ¿entonces como dejo que haga eso? ¿Cuál es el proceso, qué debo hacer en realidad, para que esto ocurra en mi vida?”.
Estoy enormemente animado por el hecho de que esa pregunta esté siendo preguntada, ya que revela que los cristianos se están alejando del concepto de que el cristianismo es meramente una forma de escapar el infierno e ir al cielo algún día. Por ciertos que sean esos conceptos, no son el asunto esencial en la fe cristiana. Es muy alentador ver a los cristianos volviéndose conscientes por fin de todas las grandes provisiones que hay en Jesucristo para vivir hoy, ahora mismo, que esto es a lo que primariamente está apuntando en nuestras vidas. El cristianismo tiene la intención de cambiar a los hombres para vivir de forma distinta en medio del tipo de mundo en el cual estamos viviendo ahora. Hay un hambre que está siendo creada por el Espíritu de Dios en todas partes por este tipo de vida. Hay un descontento con la mediocridad que se está extendiendo, y es un cambio muy bienvenido. Hay una insatisfacción con la forma de vivir cristiana que es anémica, pálida, tibia, sin brillo, que tantos han experimentado durante tanto tiempo que es repulsiva para ambos, los hombres y para Dios. En el libro de Apocalipsis el Señor Jesús lo dice claramente a la iglesia de Laodicea. Dice: “Pero por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:16). Ese tipo de cristianismo es la razón de ese movimiento inquieto de nuestro día que reta y acusa a la iglesia de impotencia y irrelevancia.
Ahora Pablo da la respuesta a esta pregunta básica cristiana en el cuarto capítulo de Efesios. Ha declarado ya que el sitio para comenzar a vivir la vida cristiana es con un cambio de pensamiento. Vimos previamente, en los versículos 17 a 20, que debemos comenzar por tener nuestra mente cambiada. Nuestra vida del pensamiento debe de volverse distinta. No podemos seguir pensando de la misma forma que lo hacíamos antes de ser cristianos. No podemos imitar ni adoptar el pensar de aquellos que no son cristianos en cuanto a la vida en general, el pensar del mundo. Pablo nos enseñó por qué. Rastreó el pensamiento oscurecido e inútil del mundo y abiertamente lo llama “ignorancia”.
Ahora bien, esa es una palabra que es difícil de aceptar para muchos. Hay aquellos que preguntan: “¿Cómo puedes decir esto en relación a los logros intelectuales de los hombres hoy? ¿Cómo puedes negar los tremendos logros de la ciencia en nuestros días? ¿Cómo te atreves a decir esto en una comunidad que tiene más ganadores del premio Nobel y del premio Pulitzer por metro cuadrado que cualquier otro sitio sobre la faz de la tierra? ¿Cómo puedes decir que el pensamiento del mundo es ignorancia? ¿Cómo puedes dejar de lado tan fácilmente la cuidadosa e impecable lógica de los grandes pensadores de este mundo?”. La respuesta, por supuesto, es: “No estamos intentando denegar la lógica o el brillo del intelecto en lo más mínimo”. Estos son muy obvios en el pensamiento del mundo. El aspecto que el apóstol está objetando no es la lógica del mundo, sino su premisa, o sea, sus asunciones y metas subyacentes a lo que está apuntando; es a lo que piensa que será llevado a cabo por su pensamiento actual. Por lo tanto, debe de haber un cambio en nuestro pensamiento, ya que el pensamiento del mundo es defectivo, es imperfecto, ensombrecido, oscurecido con el error.
Cualquiera de ustedes que haya aprendido el ingenioso arte de hacer las cuentas (yo nunca lo he dominado) sabe cómo un solo error puede cambiar toda el panorama. No tienes que tener muchos errores en un libro de cuentas; sólo necesitas uno, una ligera transposición en las cifras, un error en la resta, y aunque el resto de la adición puede estar absolutamente impecable, perfectamente lógica, aritméticamente correcta en toda la columna, todo está mal. No hay nada tan desalentador como llegar al final de una columna y descubrir que te faltan tres centavos y no sabes dónde están.
De la misma forma, el error subyace bajo el pensamiento del mundo. Hay mucha verdad en el razonamiento del mundo, hay mucha lógica. Como mostramos antes, hay mucha verdad genuina que el mundo ha tomado de la exposición a la verdad de Dios a través de muchos siglos, pero está entremezclada con error, y el problema es cómo distinguir lo verdadero de lo falso, cómo saber lo que es falso. Pero el apóstol está mostrando que hay un error fundamental que se ha introducido en el pensamiento humano que se revela en las asunciones básicas con las que comienza la gente. Es aquí que debemos de comenzar a hacer cambios en la vida cristiana. El cristianismo es un estilo de vida totalmente distinto, y, por tanto, debemos de pensar de forma distinta.
Ahora bien, ¿cómo haces eso? Esa es la cuestión. Pablo se enfrenta a esta pregunta en los versículos 22 a 24. En una forma muy práctica pone la respuesta frente a nosotros, como siempre lo hace, primero en una declaración general que revela el principio implicado. Esta declaración general es todo para lo que tenemos tiempo ahora, pero sigue en el capítulo, aplicando este principio a varias situaciones, todas aplicaciones prácticas de este principio básico y subyacente. Ahora examinemos el principio mismo.
En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está corrompido por los deseos engañosos, renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4:22-24)
Bueno, ahí está. No puedes ponerlo de forma más simple. Despojaos de lo viejo y vestíos de lo nuevo. Ese es el principio por el cual las posibilidades que están en Cristo pueden hacerse evidentes en términos de nuestra experiencia. Es al seguir este procedimiento específico de despojarse de lo viejo y vistirse de lo nuevo. Sólo necesita ser pensado cuidadosamente para que podamos entender exactamente lo que significa esto. Fíjate, primero, que hay un reconocimiento del atractivo de la vieja vida sobre el cristiano. Está la presencia de la vieja naturaleza identificada, el “viejo hombre”, tal como es, literalmente, en el griego. La admonición del apóstol ha de estar constantemente reconociendo y rechazando estas asunciones falsas, subyacentes, que vienen del viejo hombre, la vieja vida, el viejo modo de vivir. No son meramente hechos, notarás, sino perspectivas, actitudes. Esto es lo que causa el problema, y esto es lo que debemos de rechazar.
El Apóstol Pablo aquí utiliza una figura muy útil en las dos frases, “despojaos” y “vestíos”. Despojaos significa el desvestirse de algo, quitárselo. Cuando vas a tu dormitorio de noche para prepararte para la cama, te quitas la ropa, te desvistes de ella y las dejas de lado. Si tienes una prenda manchada, te la quitas y te pones algo nuevo. Está utilizando el término más simple para ilustrar lo que debemos de hacer en el ámbito del pensamiento, las actitudes de la vida. Debemos de rechazar esas asunciones básicas que nos han causado problemas, despojándonos de ellas, rechazándolas, desvistiéndonos de ellas tal y como te quitarías tu ropa sucia.
Debemos de hacer esto porque, desde estas actitudes equivocadas viene la corrupción de la vida. Dice que el modo de vida anterior estaba corrupto, decaído, muerto, fétido, infeliz, inquieto. Estas son las cosas que han hecho la vida infeliz o miserable. Muestra que podemos reconocer estas actitudes por la forma en la que operan. Son “deseos engañosos”. Desafortunadamente, esta palabra deseo es grandemente malentendida en nuestro día. Invariablemente la asociamos con algo sexual. El deseo es un deseo sexual; esa es la forma en la que usualmente la interpretamos. Pero nos acercaremos más al significado esencial en este pasaje de esta palabra si utilizamos el término ansia. Estas ansias engañosas están constantemente presentándose en nosotros al reaccionar a varias situaciones en las cuales nos encontramos.
Por ejemplo está el ansia de realizarte a ti mismo al permitirte una orgía de gastos. Ese es un tipo de ansia que está describiendo aquí, el ansia de hacerte feliz a ti mismo al poseer cosas. Tal ansia es engañosa, como nos dice la Palabra de Dios, ya que el hombre nunca fue hecho para ser satisfecho poseyendo cosas. Sin embargo, ¿quién de nosotros no experimenta esta ansia a diario? Revisamos las páginas de las revistas y vemos los bellos aparatos y los notables artilugios que la ciencia ha puesto a nuestra disposición. Miramos los aparatos ajados y gastados y los artilugios de nuestra casa y sentimos un ansia, ¿no es cierto? Queremos salir y comprar una televisión en color. Ya no podemos estar satisfechos con la televisión en blanco y negro que tanto nos cautivó cuando la compramos al principio. Simplemente debemos de tener un coche nuevo; ¡el viejo está polvoriento! Hay una exposición continua a este tipo de ansia, ¿no es así? ¿Ves cómo está describiendo la vida? Estas ansias básicas parecen prometer mucho, pero nunca cumplen. Por lo tanto, son engañosas; no cumplen las promesas;no satisfacen realmente. Es posible vivir nuestras vidas, como lo hacen muchos cristianos y como lo hacen invariablemente los mundanos, intentando continuamente satisfacer esas ansias que nunca son satisfechas.
Con respecto a esto, pienso en un viaje en tren a San Francisco hace algunos años en que vi a una joven mujer sentada al otro lado del pasillo donde estaba yo, fumando un cigarrillo tras otro. Encendía uno después de otro todo el camino a la ciudad, y finalmente arrugó el paquete y lo tiró al suelo. Noté que era la marca que tenía el logo escrito en él: “Satisfacen”, y pensé: “Me pregunto cuántos se necesitan”. Por lo tanto, son “ansias engañosas”.
Existe el ansia de utilizar a otros para nuestra propia ventaja. ¿Alguna vez has sentido el ansia de manipular a otros, de manipularlos en formas sutiles, inteligentemente ocultas, para conseguir que hagan lo que quieres para tu ventaja, con poco interés para ellos? No tienes su interés en mente, sino el tuyo. Tal ansia parece ofrecernos mucho. Pensamos que si podemos ser inteligentes en esto, o ser inusualmente sutiles, podemos conseguir que la gente haga lo que queremos, y entonces tendremos el mundo en nuestras manos; podemos obtener lo que sea que queramos. Pero no ocurre. Es un ansia engañosa.
Está el ansia de fastidiar a otros para que cumplan lo que queramos. Esta es una estrategia diferente para la misma cosa. Es el ansia de perseguirles, darles la lata, organizar manifestaciones, rodearles, acosarles, golpearles, fastidiarles, para que hagan lo que queremos que se haga. Esta es otra forma de satisfacer la autoestima, de servir al ansia básica de la vida. Parece que nos va a hacer felices, porque constantemente estamos sintiendo esta ansia básica de satisfacernos a nosotros mismos, de ser un edificador de imperios, de ser reyes en nuestros propios dominios. Pero esta es la mentira básica, el engaño de la vida, porque no funciona. Nunca ha funcionado, y nunca funcionará.
Quizás el ansia que sentimos es el ansia de mentir o engañar para sobrevivir, para ganar una ventaja. Todas estas son ansias básicas de hacer la misma cosa, para satisfacer el deseo básico de estar en el centro de las cosas, el centro de atención, el foco de la vida a nuestro alrededor. Hay el ansia de criticar lo que no entendemos, el ansia de tener nuestros sentimientos dolidos y permitirnos la autocompasión, el ansia de adoptar la actitud de un mártir y sentirnos humillados por cualquier fallo de nuestra parte. Hay el ansia de ser impaciente con otros, el ansia de estar irritados cuando nuestra opinión no es aceptada, y el ansia de la autoprotección cuando nuestra posición es atacada. Hay el ansia de pelear con aquellos que no piensan como nosotros, el odiar o echarle la culpa a otros. Hay el ansia santurrona, que nos hace sentir justificados, mejores, más limpios, más respetables que otra persona. Estas son las ansias de las cuales está hablando el apóstol.
El cristiano ha de dejar estas cosas de lado porque ha descubierto el secreto. Todavía siente todas estas cosas con la misma fuerza que las sentía antes de convertirse en cristiano. Las siente tan fuertemente como el mundano, pero ha aprendido un secreto: Son parte de la vieja vida, el viejo hombre, que fue juzgado en la cruz de Cristo. Eso es lo que retrata la Cena del Señor. Es un recordatorio pictórico para nosotros de que en la cruz de Jesucristo Dios hizo una cosa increíble. Está registrado para nosotros en Segunda de Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. Él se convirtió en nuestra vieja vida, nuestra vida egocéntrica. Jesús se volvió eso en la cruz. Si la Palabra de Dios no nos lo hubiera dicho, nunca lo sabríamos y nunca seriamos capaces de entender nada de las profundidades del misterio de la cruz. ¿Por qué este terrible juicio sobre este santo hombre? ¿Por qué está horrible oscuridad, por qué esta terrible convulsión de la naturaleza? ¿Por qué estos misterios impenetrables? Se reduce a esta cosa básica: “por nosotros lo hizo pecado”. Se le hizo ser lo que somos nosotros por haber nacido de Adán. Cuando se convirtió en pecado, murió; fue condenado a muerte. La sentencia de muerte fue ejecutada sobre Él. Es la forma elocuente de Dios de decirnos que todas estas ansias que surgen de la vida del yo, el viejo hombre, no tienen ningún valor. No hacen nada por nosotros; son engañosas. Prometen mucho, pero no entregan nada.
Por lo tanto, el primer paso en experimentar lo que Dios tiene planeado para nosotros es el reconocerlo. Despojaos de lo viejo, desvestíos de ello, dejadlo de lado, negaos a aceptarlo, ya no lo justifiquéis o le deis sitio en vuestra vida. Ese es el primer paso, pero es solo la mitad de la imagen. El otro es reconocer, como lo hace Pablo, las maravillosas posibilidades de la nueva vida, del nuevo hombre. Dice (déjame traducirlo un poco diferentemente aquí): “siendo renovados, habiendo sido renovados en el espíritu de vuestras mentes, poneos la nueva naturaleza, creados a imagen de Dios en verdadera justicia y santidad”. En la frase: “habiendo sido renovados en el espíritu de vuestras mentes”, tienes la diferencia fundamental entre un cristiano y uno que no es cristiano. Es cierto, por supuesto, que los que no son cristianos a veces se dan cuenta que hay cosas mal en sus vidas, que las actitudes que muestran son destructivas y hay cosas que están haciendo que están mal, así que las cambian. Pero meramente cambian a otra expresión del orgullo básico de la vida.
Pero sólo los cristianos, sólo ellos de todos los seres humanos (y no dudo en decir esto porque es claramente la enseñanza de la Palabra de Dios desde el principio al final) tienen la posibilidad de hacer algo enteramente diferente, viviendo en un principio enteramente diferente, un nivel diferente, porque han sido renovados en el espíritu de su mente. Eso describe la regeneración de la vida por el Espíritu de Dios entrando al corazón que cree en Jesucristo. Cuando creemos en Jesucristo y le recibimos como nuestro Señor, nuestro Salvador, somos renovados en el espíritu de nuestra mente. Nuestra vida básica y fundamental es cambiada. En el versículo 22, la traducción (en inglés) dice: “despoja de tu vieja naturaleza”. Rechazo esa palabra “tu”. No está en el original. Es “despoja de la vieja naturaleza”. La cuestión es que ya no es tuya. Está ahí, pero ya no te identificas con ella. Cristo es tu vida ahora; una diferencia radical ha surgido. Ahora te identificas con Él. Si quieres dejar la palabra tu en el mismo pasaje, tómala y muévela del versículo 22 y colócala en el versículo 24: “vístete de tu nueva naturaleza, creada en la imagen de Dios en verdadera justicia y santidad”.
Está la palabra de liberación. El nuevo hombre hecho ala imagen de Dios, es la vida de Dios, es la imagen de Jesucristo, es Su vida vivida en ti. Así que, vístete de ese tipo de vida porque está disponible para ti, es tuya. Si eres cristiano, ya tienes a Cristo, y estas nuevas ansias de amar, de padecer pacientemente, de entender, de aceptar incluso a la gente que es difícil y dura, de corregir suavemente a aquellos que necesitan corrección, de ser fiel en el tiempo difícil, todas estas son parte de la nueva naturaleza. Fíjate cómo es descrito como resultando en verdadera justicia en contraste con la falsa, que es un pretexto, una postura, una fachada. Pero esto es real, es genuino, es amor sincero. No es algo simulado para el momento; no es una sonrisa pintada en la cara, con un corazón hostil detrás de ella, sino un corazón genuino, verdadera justicia, comportamiento correcto que tiene un propósito.
Y, no sólo eso, es santo. Ahora ahí hay una palabra la cual nos hace sentir incómodos, santidad. Normalmente pensamos en alguna persona mojigata que parece haber sido bañada en líquido de embalsamar. Esa es nuestra imagen de la santidad. Pero déjame utilizar otra palabra que es una traducción precisa de esta palabra: integridad. Eso significa salud del ser, integridad de personalidad, un hombre completo, como Dios tenía la intención que fuera el hombre. Pues bien, eso resulta de la vida del Señor Jesucristo morando en el interior. Pero el proceso tiene dos componentes: despojaos y vestíos. Nuestro problema es que tenemos miedo de despojarnos del viejo hombre, por miedo de que seamos dejados con un cáscara vacía de vida. Nunca se nos ocurre que el Espíritu Santo está simplemente esperando que nos despojemos de estas cosas para poder apresurarse y llenarnos con la integridad que es la intención de Dios para el hombre, la integridad de Cristo.
Despojarse del viejo hombre es como sacar agua de los pulmones de un hombre casi ahogado. No haces eso porque quieres que sus pulmones estén vacíos, lo haces porque quieres que el aire entre para que pueda vivir. Lo que las Escrituras nos revelan es que esta vieja vida egocéntrica nuestra, este viejo hombre, el yo, se ha estado asfixiando, matándonos. Nos ha estado impidiendo respirar el aire para el que estábamos diseñados respirar. El único aire para el que se nos diseñó respirar es Dios. Sin embargo, encontramos tanta dificultad para creer esto que consecuentemente no lo experimentamos. Todo el asunto se resume en una súplica a la voluntad. Despojaos; vestíos. Esa es una decisión que se te pide que hagas siempre que reconozcas las ansias engañosas que vienen desde dentro: despojaos y vestíos. Rechaza lo viejo y vuélvete al Señor que mora dentro de ti, y di: “Gracias, Señor, por el hecho de que Tú en mí eres capaz de hacer por medio de mí y en mí aquello que has deseado hacer”. Despojaos de lo viejo, negaos a que la vieja naturaleza se manifieste o tenga algún lugar, y entonces lo nuevo estará ahí para ocupar su lugar.
Ahora aquí mismo nos encontramos con algunas excusas familiares y gastadas por el tiempo. Alguien dice: “Bueno, he intentado esto, pero no funciona para mí. Funciona para otra gente, lo puedo ver. Pero lo he intentado, y no funciona”. Bien, esa declaración necesita ser examinada muy cuidadosamente, ya que es una de las formas sutiles en la que la carne, la vida del yo, le echa la culpa a Dios por nuestro fracaso. Está realmente diciendo que Dios es parcial, le da ayuda a alguna gente, pero no te dará ayuda a ti. Tiene favoritos. Comparte con algunos el gran secreto, pero para otros, como tú, lo hace tan difícil y complicado que no puedes entenderlo. Eso es una mentira. La verdad es, nunca lo quisiste realmente, al menos no tan desesperadamente como para hacer lo que dice el apóstol, para despojarte de lo viejo. Todavía tratas de aferrarte al placer de manifestar la carne egocéntrica. Y mientras que te aferres a eso, entonces por supuesto no puedes vestirte de Dios, no puedes vestirte de la nueva vida.
“Bueno, lo hago lo mejor que puedo”, alguien dice, pero los resultados no son mucho mejor que lo peor que puedes hacer. Lo mejor que puedes hacer es todavía la carne refinada, el viejo hombre pulido. La excusa es una forma de justificar nuestra reticencia a rendirnos, nuestra reticencia a rechazar estas ideas y realmente tratarlas como lo que Dios las ha llamado en la cruz: pecaminosas, malvadas, equivocadas, pero bajo la apariencia de al menos estar haciendo un esfuerzo en esa dirección. “Bueno, lo intentamos.” Pero este no es un asunto experimental; este es un proceso que es absolutamente seguro. No hay ninguna duda sobre esto; no es un tema de resultados a medias. Esto funciona. Despojaos, y podéis vestiros. No hay ninguna otra forma. Estos son principios completamente contradictorios, pero la decisión es nuestra.
Ayer, en el sur de California, un hombre llamó a mi puerta y pidió hablar conmigo sobre un problema. Era un hombre cristiano, y su problema era este: Había hecho negocios con otros hombres cristianos, y el negocio, por circunstancias que no eran totalmente su culpa, había fracasado y habían tenido que declararse en bancarrota. Ahora se estaba enfrentando al ansia interior de aceptar la posición que tenía frente a la ley y dar por pérdidas sus deudas de tal manera que sus acreedores sufrirían la pérdida. Se estaba enfrentando al ansia de tomar ventaja de eso. Todas sus amistades le estaban diciendo que eso era lo que debía de hacer, y hasta su mujer había estado de acuerdo. Pero estaba preocupado. Se preguntaba si tenía el derecho moral, como cristiano, a hacer esto y pedir a sus acreedores que tomaran la pérdida. Al repasar las Escrituras juntos se hizo claro que no tenía ese derecho. La Palabra de Dios dice: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros” (Romanos 13:8) y “procurad lo bueno delante de todos los hombres” (Romanos 12:17). Al enfrentarse a eso, tuvo que tomar una decisión definitiva: el despojarse del ansia de tomar el camino fácil al precio de la paz con Dios dentro de su corazón. Al hablar, hizo esa decisión. Dijo: “Veo lo que necesito hacer. Aceptaré esa obligación de pagar la deuda a esos hombres. Ninguno de ellos va a perder un centavo a causa de este negocio. Me tomará algún tiempo, pero les voy a pagar la deuda”. Cuando dijo eso, su cara se iluminó, y me miró y dijo: “¡Qué carga se ha quitado de mi vida! Sé que esto va a ser difícil de hacer, e incluso mi mujer no va a aceptar esto, pero ya tengo un sentimiento de paz sobre todo este asunto, y eso vale la pena”.
Pues bien, eso es, exactamente. El cristiano es llamado a vivir sobre una base diferente. Cuando lo hace, descubrirá que hay disponibilidad de Dios que sostiene la vida interior, que le mantiene tranquilo, ajustado, feliz, completo, en medio de los problemas y las presiones y las demandas que se le hacen. De eso es de lo que está hablando Pablo, y debemos de vivir en base a eso.
Al venir a la Cena del Señor, se nos está recordando de nuevo, en la forma gráfica de Dios, cuál es el principio básico del vivir cristiano. Somos alejados de la vieja vida por la aceptación de la muerte de Jesucristo como una experiencia válida para nosotros, alejados de las filosofías de vida falsas y egocéntricas. Y estamos expuestos ahora a la manifestación de una actitud de vida bastante diferente, una forma bastante diferente de reaccionar a las situaciones.
Oración:
Padre, concédenos ahora la claridad de entender este gran principio, al reunirnos alrededor de esta mesa hoy. Que tenga un nuevo significado para nosotros. Que nos demos cuenta que esto no tiene que ver sólo con hacer posible para nosotros poder ir al cielo cuando muramos, sino que está declarando algo que hace posible ser libre de las tensiones interiores, los agobios, las plagas, las neurosis, las divisiones interiores, las luchas y los miedos que nos acosan en nuestra vida cristiana. Ayúdanos a tener un solo propósito, a ser gente íntegra, manifestando en nuestras vidas la fragancia, el amor, la compasión, el entendimiento, la aceptación de Jesucristo nuestro Señor. Lo pedimos en Su nombre. Amén.