Esta mañana llegamos a esa dramática palabra: “Fin”. Hemos llegado al último de nuestros estudios en 2ª de Corintios, y este concluye nuestra serie sobre las epístolas a los corintios. Está programado que hable el próximo domingo, pero hablaré de otro tema. Voy a titularlo: “¿Estamos en los últimos días?”. Mucha gente está haciendo esa pregunta; así que ¡traigan su equipo de supervivencia, y nos encaminaremos hacia las colinas justo después de terminar la reunión!
Este tiempo estudiando juntos ha sido enriquecedor. Hemos visto que la situación en Corinto era muy parecida a la situación en California hoy. De hecho, si Peninsula Bible Church hubiera tenido todos los problemas que tuvo Corinto, yo me hubiera rendido hace mucho tiempo. Pero Pablo no se rindió en Corinto. ¡Cuán pacientemente ha trabajado con esta iglesia! Sus cartas y las visitas que hicieron él y sus asociados abarcan un periodo de entre uno y tres años. Todo ese tiempo trabajó para intentar corregir las cosas que estaban mal, para hacer llegar a esa iglesia a un impactante y efectivo ministerio en aquella gran ciudad comercial.
Pero ahora, al llegar al cierre de esta carta a los corintios, Pablo ha hablado sobre todo lo que puede hablar. La mayoría de la iglesia se ha arrepentido y cambiado su actitud hacia él, y él se ha alegrado de ello. Pero hay un puñado de personas allí que están siguiendo todavía a los falsos maestros que han llegado, y hay todavía algunos que están viviendo en libertinaje y abierta inmoralidad. El apóstol ya les ha dicho que no queda otro camino que la exposición pública, cuando él llegue, y cuando llegue, dice, lo hará. Ahora, antes de llegar, les enfrenta con una pregunta final, la cual espera que cambie su actitud y les haga despejar sus dificultades. Esta pregunta se encuentra en el capítulo 13, versículos 5 y 6:
Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos? ¿No sabéis que Jesucristo está en vosotros? ¡A menos que estéis reprobados! Espero que sabréis que nosotros no estamos reprobados. (2 Corintios 13:5-6)
¿Está Jesucristo en vosotros? Pablo exhorta a cada individuo de la iglesia a hacerse a sí mismo esa pregunta. Esto, claro está, es porque todo mal comportamiento conduce al final a esa pregunta. Dondequiera que estemos, de algún modo, cuando nos salimos de los patrones cristianos, tenemos que preguntarnos a nosotros mismos: “¿Soy un verdadero cristiano o soy una falsificación? ¿He nacido de nuevo, o sólo es una fachada?”. Aquellos de nosotros que somos cristianos deberíamos preguntarnos eso a nosotros mismos de vez en cuando. Es una buena idea examinarse a uno mismo ―eso es lo que el apóstol dice―, sobre todo si hay alguna clase de mal comportamiento implicada.
Algunos de ustedes leyeron, hace un par de semanas, un artículo en el San Francisco Chronicle sobre Eldridge Cleaver, en el cual él hizo algunas afirmaciones y se refirió a algunas actitudes y comportamientos por su parte que son incoherentes con el testimonio cristiano. Ahora mucha gente pregunta: “¿Es Eldridge Cleaver cristiano realmente?”. Eso inmediatamente se vuelve dudoso cuando hay un comportamiento que no se ajusta a la postura cristiana. Otros se lo preguntan a sí mismos y, como el apóstol deja claro aquí, es bueno que nos lo preguntemos. Mi oración por Eldridge es que se esté haciendo esa pregunta sobre sí mismo en este momento: “¿Soy cristiano? ¿He sido cambiado realmente? ¿Está Jesucristo viviendo en mí?”.
Pues bien, el mismo hecho de que el apóstol pueda hacer una pregunta como esa indica que esa es la marca del verdadero cristianismo. Un cristiano, por supuesto, no es simplemente uno que se une a una iglesia cristiana. Mucha gente piensa que ese es el criterio, pero no lo es. Hay millones de miembros de iglesias en este país hoy día que no son cristianos. No es adherirse a unos ciertos patrones morales en su vida ni el hecho de que lea la Biblia sistemáticamente lo que le convierte en cristiano. La auténtica marca de un cristiano es si Jesucristo vive en usted. Un verdadero cristiano es alguien en quien Cristo habita. Y a la persona en la que habita Cristo se le habrá dado una cierta e ineludible prueba de ese hecho. Eso es lo que Pablo sugiere que nos preguntemos a nosotros mismos. ¿Tenemos la evidencia de que Cristo vive en nosotros? ¿Ha habido un cambio fundamental en lo más profundo de nuestro ser? Por supuesto, la pregunta en realidad es: ¿Ha nacido usted de nuevo de verdad? Esa es un expresión que ha caído en mal uso en nuestros días. A mucha gente que cambia sus acciones por sólo un corto periodo de tiempo se les considera “nacidos de nuevo”. La gente usa esa expresión para todo. Pero esta es la pregunta que Pablo está haciendo: “Sois verdadera y permanentemente diferentes porque Jesucristo ha venido a vivir en vosotros?”.
Ustedes pueden estar preguntándose: “¿Cómo puedo saber eso?”. Bueno, la respuesta se encuentra en varios lugares de las Escrituras. Por ejemplo, las Escrituras hablan de un testigo “interior”. En Romanos, Pablo dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). Esa es una forma en que usted lo sabe. Hay un testimonio interno, un sentimiento, una sensación dentro producida por el Espíritu de Dios, que habita en su interior, de que usted forma parte de la gran familia de Dios. Si realmente hemos nacido de nuevo, esta es una señal que hemos llevado a veces en nuestro corazón, el “testimonio del Espíritu de que somos hijos de Dios”. Las Escrituras sugieren que este a veces tomará la forma de un sentimiento de identidad con Dios como Padre. Nuestros espíritus a veces querrán gritar: “¡Abba, Padre!”. Esa es una palabra íntima para padre. Ya no vemos a Dios como un juez esperando a condenarnos; lo vemos como un Padre lleno de amor que se preocupa por nosotros, cuyos brazos nos rodean y que nos ama profundamente.
Tuve la alegría de llevar a mi barbero a Cristo hace un año o así. Esta semana pasada, mientras me estaba cortando el pelo, me estaba contando los cambios que han ocurrido en su vida por haberse convertido en cristiano. (Uno de los grandes cambios es que me obsequia con cortes gratis. Esa es una señal casi infalible de que ha nacido de nuevo, ¡sobre todo porque los cortes de pelo están a 7 u 8 dólares hoy día!) Me contó lo confiado que se encuentra en su interior, y que muchos de sus amigos lo han estado notando. Le han dicho: “¡Estás tan seguro de ti mismo! ¿De dónde has sacado ese sentimiento?”. (Algunos de ellos, en realidad, le han acusado de engreimiento, a causa de ese sentimiento de seguridad.) Me decía: “No entienden lo que siento por dentro, pero yo estoy confiado porque" (y esta es la manera en que lo expresó) "tengo un sentimiento profundo de que Papá está conmigo todo el tiempo”. Ese es el testimonio del Espíritu. Por tanto, una de las señales de que somos cristianos es que Cristo está en nosotros.
Las Escrituras también hablan de una sensación de “paz interior”. En Romanos 5, el apóstol dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). La sensación de conflicto con Dios ha finalizado; la guerra ha terminado; somos conscientes de que el problema de nuestra maldad, nuestro pecado, ya no afecta a Dios. La obra de Cristo ha satisfecho su justicia; por lo tanto, tenemos un sentimiento de paz. Tenemos una sensación de ir a un destino. Vamos a ir al cielo cuando muramos. Eso está decidido y es seguro, no por algo que hayamos hecho, sino por lo que Cristo ha hecho. Ahora esa paz es una señal del testimonio del Espíritu de que Jesucristo está en nosotros.
Las Escrituras hablan también de nuevos deseos que nacen en el corazón de un nuevo cristiano. La 1ª carta de Pedro dice: “y desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Pedro 2:2). Una de las señales de los creyentes nacidos de nuevo es que tienen una súbita y profunda sed de la Palabra de Dios, un hambre de ser alimentados, de saber la verdad de Dios. Esto debería continuar toda nuestra vida.
La Biblia es un libro fascinante. Habla con un tremendo interés de las cosas que son esenciales para nuestro conocimiento. Debería haber hambre de conocerlas. Esta semana vi un video de una maestra de Biblia contando la historia de su conversión. Aunque ella había sido miembro de una iglesia toda su vida y había leído la Biblia de vez en cuando, realmente no era un libro que le interesara mucho. Pero desde el momento en que nació de nuevo, tuvo un hambre tremenda de conocer la Palabra de Dios. Seguía servicios religiosos en todas partes, iba a todas las reuniones que podía, porque nunca se hartaba del estudio bíblico. Esa es una de las señales de que Cristo está en usted. Incluso siendo un cristiano mucho más antiguo, encuentro que hay veces en que estoy bajo presión, aburrido, o lo que sea, y la única cosa que me dice algo es leer uno de los salmos. ¡Cómo consuela eso mi corazón! El Espíritu de Dios crea esa hambre y, si Cristo está en usted, esta será una de las señales. Por entender que lo que Cristo hizo, lo hizo por usted, ha ocurrido ya un cambio fundamental en su vida. El Espíritu de Dios ha entrado y derramado en usted la vida de Jesús, así que es literalmente verdad que Jesucristo vive en usted. Esto es lo que Pablo dice que quiere que estos corintios se pregunten a sí mismos: “¿Vive Cristo en ti? ¿Has sido transferido del reino de Satanás al reino de Dios por la fe en Jesucristo?”.
Pues bien, este cambio interno producirá también un cambio hacia afuera, que no es subjetivo en absoluto. Podemos contestar a la pregunta: “¿Está Jesucristo en ti?”, observando nuestra conducta, porque el cambio interno producirá una actitud diferente en nuestro comportamiento. Una de las cosas impactantes de los nuevos cristianos es que invariablemente empiezan a manifestar una actitud totalmente diferente hacia cosas que una vez pensaron que estaban bien. Algunos de ellos habían estado viviendo en inmoralidad sexual, quizá, entregándose a frecuentes y regulares actos de fornicación o estando envueltos en perversiones sexuales de alguna clase, y habían aceptado estas cosas, del mismo modo que son ampliamente aceptadas hoy día, como buenas. Pero cuando nacieron de nuevo, de repente veían estas cosas como odiosas y perjudiciales. Ya no querían tomar parte en ellas. Puede que lucharan interiormente en este aspecto, pero su deseo ahora había cambiado. En algunas de las más abiertas y descaradas formas de maldad, tales como mentir, emborracharse o robar, usted encuentra inmediatamente que su actitud ha cambiado. Eso es porque Cristo vive en usted, y la luz no puede tener parte con las tinieblas. Cristo no puede tener parte con Belial. Incluso su actitud hacia su propio egoísmo cambia. Usted ve lo egoísta que ha sido. A sus ojos, le parece espantoso y repelente, y quiere liberarse de ello.
Es justo aquí donde los problemas surgen en la vida cristiana. Hay gente que verdaderamente ha nacido de nuevo que, en los años iniciales de su experiencia cristiana, sí que cambiaron, pero más tarde, al perder el cristianismo la emoción de la novedad y la frescura, empiezan a volver a caer en los viejos patrones equivocados. Bajo la presión de su grupo o sus circunstancias, se dejaron envolver de nuevo en cosas que una vez abandonaron, como cristianos. Cuando eso ocurre, surge la cuestión que hemos estado preguntando: “¿Es usted realmente cristiano? ¿Nació usted de nuevo? ¿Ha ocurrido el cambio?”. Porque también es verdad que mucha gente que piensa, por una razón u otra, que se han convertido en cristianos, y que sienten que pasaron por ciertas experiencias o tuvieron cierto sentimiento en un momento dado, nunca se han rendido de verdad al señorío de Jesús, ni le han visto como legítimo Señor de sus vidas, y también pueden volverse hacia cosas que una vez dejaron; también pueden ceder. Y no hay diferencia en su comportamiento con el de alguien que es un verdadero cristiano, pero se ha deslizado hacia estas cosas. Por tanto, la pregunta: “¿Es usted realmente cristiano?”, surge en este punto.
Esto es lo que Pablo está haciendo. “Examínate a ti mismo”, dice. “ Los que te ven no pueden contestar esa pregunta. Ellos no saben si lo que has estado haciendo es sólo temporal o si es real en ti. Ellos no sabrían decirlo, pero tú, sí”.
Aquí está el problema: la pregunta que usted tiene que hacer en ese punto es: “¿Cómo se siente con este comportamiento? ¿ Está encantado de haber vuelto a él? ¿Lo ve como algo que representaba una especie de impulso religioso que le dio, pero está encantado de volver a poder ser “normal” y vivir como todo el mundo, o se odia a sí mismo por este comportamiento? Eso revelará lo que pasa. ¿Cómo se siente con respecto a ello? ¿Lo justifica? ¿Quiere seguir así, o por dentro se odia a sí mismo y desea liberarse de esta situación? ¿Lamenta haber vuelto al pecado y añora ser liberado otra vez por el poder de Jesucristo? Esa es la pregunta que Pablo está haciendo a los corintios.
Espero que cada uno de nosotros nos preguntemos, de vez en cuando, lo mismo. ¿Nos estamos ateniendo a nuestra fe? Nuestro comportamiento lo revela. Si creemos realmente lo que se nos dice que creamos, vamos a ser diferentes. Lo que piense de usted mismo revela lo que va a hacer; eso determina cómo actúa. Todos sabemos eso por instinto. ¿Le ha dicho usted a alguien alguna vez: “¿Quién te crees que eres, haciendo esa clase de cosas?". Esa es una revelación que usted sabe instintivamente: Lo que las personas piensan que son determinará y controlará su comportamiento. Por tanto, esta pregunta es la más importante que usted puede hacerse a sí mismo: “¿Es usted realmente cristiano? ¿Quién piensa que es? ¿Ha sido usted cambiado? ¿Quién es usted, realmente?”.
La respuesta a esa pregunta, dice Pablo, también responderá a la pregunta que estos corintios estaban haciendo sobre él, pues ellos estaban preguntando: “¿Es Pablo realmente un apóstol? ¿Nos ha fallado como apóstol de Cristo? ¿Tienen razón estos hombres que llegaron y nos enseñaron cosas diferentes? ¿Es Pablo el falso apóstol?". Pues bien, Pablo dice: “Cuando contestéis esa pregunta acerca de vosotros mismos, tendréis la respuesta a la pregunta sobre mí. Si descubrís que sois verdaderos cristianos, entonces sabréis también que yo soy un apóstol auténtico”. Escuchen la manera en que lo expresa. Versículo 6:
Espero que sabréis que nosotros no estamos reprobados. Y oramos a Dios que ninguna cosa mala hagáis; no para que nosotros aparezcamos aprobados, sino para que vosotros hagáis lo bueno, aunque nosotros seamos como reprobados, porque nada podemos contra la verdad, sino a favor de la verdad. Por lo cual nos gozamos de que seamos nosotros débiles, y que vosotros estéis fuertes; y aun oramos por vuestra perfección. (2 Corintios 13:6-9)
Pablo explica que no está buscando una oportunidad de ir a demostrar su autoridad como apóstol juzgándoles; no se deleita mostrando sus bíceps apostólicos. Él sería muy feliz si ellos se juzgaran a sí mismos y cesaran su mal comportamiento, no dejándole nada que hacer cuando llegara, sino regocijarse con ellos. De hecho, dice: “Estaría muy dispuesto a dejaros seguir pensando que somos una especie de apóstoles débiles, que, en realidad, no valemos para mucho, que sólo somos un tigre de papel, con tal de que vuestro comportamiento cambie de acuerdo con lo que realmente sois”. Lo que él quiere es su mejora moral, no una oportunidad para exhibir personalmente cuán verdadero apóstol es él. En el versículo 10, dice algo que es muy importante:
Por esto os escribo estando ausente, para no usar de severidad cuando esté presente, conforme a la autoridad que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción. (2 Corintios 13:10)
Ese es un principio a menudo olvidado hoy. El apóstol deja claro que la verdadera autoridad en la iglesia, incluso empezando por los apóstoles, no está pensada para destruir a la gente o tirarlos por tierra; es para construirlos. En otras palabras, el poder apostólico no es para mandar en la gente. No se da para que alguien pueda ejercer un señorío sobre los hermanos. Por todas partes, en la Palabra de Dios se nos advierte contra la idea del liderazgo.
Aun así, conforme viajo por ahí, encuentro muchas iglesias donde un hombre se instala como pastor. Su concepto de ese rol es que él es la autoridad en la iglesia. Sólo él puede pronunciarse respecto a la doctrina; sólo él tiene el derecho de decidir quién ejercitará dones espirituales en la congregación; sólo él es el maestro definitivo y autorizado. Pero las Escrituras nos advierten contra eso. Nos advierten contra el “enseñoramiento” sobre los hermanos, mandando en ellos y regulando los detalles íntimos de sus vidas. Pablo deja claro que esa es una clase de autoridad que ni siquiera él, como apóstol, tiene. No es un control autoritario sobre todos los detalles de la vida de alguien.
Justo esta semana escuché un relato sobre una iglesia donde ciertos ancianos mantenían esta idea de tener autoridad de mando sobre los otros. Estos ancianos estaban preocupados por cierta pareja que vivía en el mismo edificio de apartamentos que ellos. Pensaban que la esposa no era sumisa con su marido, así que le dijeron que, para mostrar una actitud apropiada de sumisión, ella tenía que obtener permiso escrito de ellos durante todo un año para incluso salir del edificio. Ella contaba que una vez su madre se puso muy enferma, pero ella no podía dejar la casa hasta que obtuvo el permiso escrito de estos ancianos. Resultó que ellos no estaban en casa y, por tanto, se produjo una emergencia muy grave.
Esa es la clase de autoridad que se condena en todas partes de la Palabra de Dios. Incluso el apóstol dijo que su autoridad se daba para construir a la gente, para animarles, para apoyarles, para restaurarles y renovarles. Si se requiere disciplina, es como un último recurso. Note cuán renuente es él en aplicarla, cuánto tiempo les da para corregir la situación. Cuando se mueva, dice, será de acuerdo con lo que el Señor ha dicho en Mateo 18. Se moverá paso a paso, mirando a Dios, no a la congregación, para poner presión sobre el individuo, y la disciplina cesará inmediatamente en cuanto la persona implicada se arrepienta. Por tanto, tenemos una fórmula muy clara aquí del apóstol sobre cómo debería ser la iglesia. Sobre todo depende, dice, de la contestación a esa pregunta absolutamente importante: “¿Vive Jesucristo en usted o no?”. Las últimas palabras de Pablo son una llamada al apoyo mutuo entre los hermanos. Versículo 11:
Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros. Saludaos unos a otros con beso santo. Todos los santos os saludan. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén. (2 Corintios 13:11-14)
Es maravilloso que estas últimas palabras sean palabras de paz. El apóstol ve, más allá de toda la división en Corinto, la unidad básica de la iglesia. Dios creó esa unidad. Está ahí incluso habiendo disensiones, contiendas, celos y división en la asamblea. Los cristianos deben estar juntos. Son parte de la familia de Dios y deben actuar de tal manera, dice. Más allá de la rebelión, él ve la gracia y el poder de Dios, que es capaz de sanar estas brechas y restaurar a la gente incluso hasta el punto en que son capaces de darse un beso santo unos a otros. Ese era el saludo acostumbrado en aquellos días. (Nosotros hemos perdido eso actualmente, aunque cuando estuve en Polonia noté que ellos todavía lo conservan. Hoy lo hemos sustituido por un apretón de manos, pero me hace feliz ver que los abrazos están volviendo otra vez. Los abrazos son una forma de expresión más cálida y exacta del amor cristiano y de la aceptación mutua.)
El apóstol urge esto a estos cristianos: “Cambiad vuestras costumbres. Si Jesucristo está en vosotros, podéis hacerlo”. A eso se refiere. No podéis seguir viviendo como todo el mundo si Jesucristo vive en vosotros. Esta es la razón fundamental de por qué los cristianos deben ser diferentes.
El otro día estaba conduciendo por la autopista, y un coche se me cruzó delante y casi me echó de la carretera; luego se cruzó delante del coche que iba delante de mí. Me dí cuenta que llevaba una pegatina en parachoques que decía: “La diferencia en mí es Jesús”. Bueno, no me sorprendió mucho, ni el mundo se sorprende mucho tampoco, cuando nos miran y nos ven comportándonos igual que los demás. No hemos de comportarnos así en nuestras vidas personales, porque Cristo está en nosotros. No hemos de comportarnos así en nuestra vida corporativa, porque Cristo está entre nosotros. Hemos de ser amigables, cariñosos, abiertos, perdonadores, no condenatorios, cerrados y amargos. Somos diferentes porque Cristo está entre nosotros. Fíjese cómo concluye el apóstol. Qué hermoso saludo es este. Es la referencia más clara a la Trinidad que hay en el Nuevo Testamento:
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén. (2 Corintios 13:14)
Qué palabras tan gentiles de este gran apóstol al concluir esta carta a la iglesia de Corinto. La historia no nos cuenta qué pasó allí en la iglesia, si fue capaz de recuperarse y obedecer estas palabras o no. Pero Pablo lo ha hecho lo mejor que ha podido. Nos ha dejado un tremendo testimonio de en qué consiste el cristianismo obrando en un mundo pagano. Estamos destinados a vivir en condiciones “corintianas”, sobre todo aquí en California. Espero y oro para que estas cartas a la iglesia de Corinto signifiquen mucho para nosotros, que también obedezcamos las palabras del apóstol y reconozcamos que, cuando Jesucristo está entre nosotros, no podemos ser la misma clase de personas. Esa es la cuestión. Que Dios nos conceda que entendamos esto más profundamente en los días venideros.
Oración:
Gracias, Señor, por estar entre nosotros. Nos has enviado a este mundo, como Tú mismo dijiste: “Id a todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura y haced discípulos entre las naciones. Mirad, yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos”. Puede que no hayamos alcanzado el final de los tiempos todavía, Señor Jesús, pero te damos gracias por estar entre nosotros, constituyéndonos, por tanto, en el cuerpo de Cristo. Tu presencia lo hace realidad. Te pedimos que podamos portarnos como hombres y mujeres, niños y niñas en los que Jesucristo vive, pues lo pedimos en Tu nombre. Amén.