Man-made Columns in Ruins Surrounded by God’s Solid Rock

Cuando eres un incomprendido

Autor: Ray C. Stedman


Nuestro tema esta mañana es cómo gestionar los malentendidos. Ojalá tuviéramos tiempo para preguntar cuántos de ustedes están atravesando un periodo en el que están siendo incomprendidos, o sus motivos se juzgan equivocadamente y sus acciones se malinterpretan, y están experimentando que algo que ustedes querían decir se entiende en un sentido bastante distinto. Tenemos aquí un caso bastante clásico de malentendido, en el capítulo 1 de la segunda carta a los corintios, que nos ayudará a lidiar con asuntos como estos. Esta es la cuarta carta que Pablo escribió a la iglesia de Corinto, pero la llamamos segunda porque dos de las cartas que escribió se han perdido. En esta sección él va a compartir ciertas experiencias que son la consecuencia de ser cristiano en un mundo pagano.

La semana pasada vimos cómo hablaba de cuál es la tendencia universal ante las presiones, la ansiedad y las aflicciones de la vida. Vimos cómo Dios nos ha dado una fuente de fortaleza para que podamos manejar la presión. Ahora, hoy, comenzando con el versículo 12, vamos a tratar acerca de un malentendido que surgió entre Pablo y la iglesia de Corinto, y de su afán por defenderse, su deseo de corregir y rectificar este asunto.

Nuestro motivo de orgullo es éste: el testimonio de nuestra conciencia, de que con sencillez y sinceridad de Dios (no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios), nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros.  No os escribimos otras cosas de las que leéis o también entendéis; y espero que hasta el fin las entenderéis; como también en parte habéis entendido que somos vuestro motivo de orgullo, así como también vosotros lo seréis para nosotros en el día del Señor Jesús. (2 Corintios 1:12-14)

Pablo todavía no ha mencionado el problema que causó el malentendido (lo veremos en unos momentos), pero es interesante que empiece por dejar claro a los corintios que su conciencia está tranquila respecto a todo el caso. Quiere que entiendan que no es una mera acción defensiva por su parte, sino que sus acciones, sin importar lo que puedan parecer, están claras ante Dios.

Cuando usted es incomprendido por algo, cuando alguien le juzga mal, la primera cosa que tiene que preguntarse a sí mismo, como cristiano, es: ¿Hay algo en esto que Dios condene? ¿Realmente he hecho algo malo? ¿Me reprocha mi conciencia alguna cosa sobre esto?. Si es así, entonces su primer paso, por supuesto, debe ser confesarlo, reconocerlo y admitir que usted ha hecho algo mal. Puede haber muchos aspectos de la situación a la que se enfrenta que le hagan sentirse justificado, pero puede haber otros, al menos, donde sí que hizo algo malo. Puede que haya perdido los estribos, puede haber dicho algunas cosas crueles o desconsideradas, puede haber tomado represalias contra alguien. Si ese es el caso, por ahí es por donde debe empezar; tiene que tener una conciencia limpia antes de seguir. Muchos de los conflictos entre las personas vienen de que no están dispuestas a limpiar sus conciencias desde el principio.

Fíjese cómo hace esto Pablo. Él no contempla ninguna desviación de su patrón normal de conducta. Él sistemáticamente busca ser una persona abierta y directa que no está intentando ocultar nada, que no intenta recurrir a la astucia ni a lo que él llama aquí la manipulación de la sabiduría de la carne. Él ha hecho algo que, aparentemente, ha ofendido a algunos de estos corintios, pero quiere que sepan que, en lo que a su posición ante Dios se refiere, su conciencia está limpia. Luego, espera hacérselo entender.

Eso es lo que significa el versículo 13: No os escribimos otras cosas de las que leéis o también entendéis. Va a intentar aclarar esto. Espera que ellos sean capaces de captarlo del todo cuando él lo explique, porque anhela restaurar un sentimiento de orgullo mutuo de unos por los otros. En esto es en lo que todos los creyentes deberían esforzarse constantemente, la claridad en las relaciones de unos con los otros. Es importante hacer notar que Pablo hace un esfuerzo real por aclarar este malentendido.

Alguna gente adopta la actitud: Bueno, simplemente lo olvidaré y espero que todo el asunto se desvanezca. Pero el problema de eso es que normalmente no se desvanece. Los malentendidos pueden persistir escondidos en el corazón; usted puede pensar que lo ha desechado u olvidado, pero en realidad se está agravando, recociéndose como un fuego que rehúsa extinguirse. A veces, inesperadamente, estalla en llamas; usted se enoja con alguien y apenas entiende por qué, pero es porque hay algo que se dejó sin resolver.

En todas partes de la Palabra de Dios se nos enseña que, como cristianos, no debemos dejar las cosas sin resolver. Si estamos perturbados por algo o sentimos que alguien tiene algo contra nosotros, tenemos que hacer algo al respecto. Eso es lo que Jesús dijo en el sermón del monte: Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda (Mateo 5:23-24). Las relaciones claras son tremendamente importantes. Cuando se descuidan, los conflictos, el cisma, la división, las heridas y el dolor en la iglesia son el resultado. Pablo explica cual era el problema, versículo 15:

Con esta confianza quise ir primero a vosotros para daros una doble alegría:  de ahí pasar a Macedonia y desde Macedonia regresar a vosotros para ser encaminado por vosotros a Judea.  Así que, al proponerme esto, ¿actué precipitadamente? O lo que pienso hacer, ¿lo pienso según la carne, para que haya en mí «sí» y «no»? (2 Corintios 1:15-17)

El problema, por supuesto, era que Pablo tenía un plan A en mente del que escribió a estos corintios. Este implicaba dejar Éfeso, donde había estado viviendo, y cruzar el mar Egeo, directamente hasta Corinto, y visitarlos para solucionar los problemas que estaban teniendo en la iglesia. Desde allí, planeaba viajar por tierra, atravesando el norte de Grecia hasta Macedonia, a las ciudades de Tesalónica y Filipos, donde había fundado iglesias, y volver otra vez a Corinto, dándoles así lo que él llama el doble placer de su visita. Esperaba que ellos le ayudaran a tomar un barco desde Corinto a Jerusalén, para llevar los donativos de la iglesia a los santos pobres y hambrientos de allí. Este era su plan original, el plan A. Pero no lo hizo, como nos dice en el capítulo 16 de la primera carta a los corintios, versículos 5 al 9:

 

Iré a visitaros cuando haya pasado por Macedonia, (pues por Macedonia tengo que pasar), y puede ser que me quede con vosotros, o aun pase el invierno, para que vosotros me encaminéis a donde haya de ir.  No quiero veros ahora de paso, pues espero estar con vosotros algún tiempo, si el Señor lo permite.  Pero estaré en Éfeso hasta Pentecostés, porque se me ha abierto una puerta grande y eficaz, aunque muchos son los adversarios. (1 Corintios 16:5-9)

Bien, ese era el plan B. Consistía en que Pablo fuera directamente desde Éfeso a Macedonia, y bajara por la costa hasta Corinto por fin; luego, después de una visita allí, haría que le ayudaran para encaminarse a Jerusalén y Judea. Para nosotros, en esta época remota, nos parece una tremenda tontería que se alteraran por su cambio de planes. Después de todo, el transporte era difícil e incierto en aquellos días. Las comunicaciones eran aun peores; no había manera de que él pudiera hacerles saber el cambio de plan. Con todo y con eso, parece deducirse del versículo 17 que ellos estaban muy agitados por ello y lanzaban fuertes acusaciones contra él. (Tito probablemente le había traído noticias de que había algunos que le habían acusado de ser inconstante, voluble y poco confiable. Había un grupo en Corinto que se oponía a Pablo en todo caso, y se dieron prisa en aprovechar esta ocasión como prueba de sus acusaciones de que Pablo se comportaba como todo el mundo, de que no era de fiar).

Pablo sugiere también que algunos estaban en realidad diciendo que él vivía igual que los mundanos, como no cristiano; que hacía cualquier cosa que le era conveniente, sin molestarse en guardar su palabra de ningún modo. Siempre me resulta interesante ver cómo estas cartas, escritas en el primer siglo, se corresponden tan fielmente con lo que ocurre en nuestras vidas hoy día. Uno de los mayores problemas entre los cristianos, especialmente los más jóvenes, es que todavía no han descubierto que lo que les debería caracterizar es la fidelidad en sus compromisos. Si usted dice que va a estar en algún lugar, esté allí o dígale a alguien por qué no puede estar allí. Es sorprendente, y desalentador algunas veces para mí, el ver cómo muchos cristianos, incluso cristianos mayores, dirán que van a hacer algo o estar en algún lugar, y luego nunca aparecen, nunca avisan a nadie, y no muestran sentido de la responsabilidad para cumplir la promesa y el compromiso que hicieron.

Esa, por supuesto, como Pablo expone aquí, es la característica de un hombre mundano, de uno que no es cristiano. Muestra una falta de sentido de fidelidad, de la responsabilidad que un cristiano debería tener. Pablo ahora comienza a explicar cuál era la verdadera situación. Lo encontrará en el versículo 18 del capítulo 1 hasta el versículo 4 del capítulo 2. (Una vez más aquí tenemos una de esas divisiones de capítulos de poca utilidad, donde alguien ha puesto un 2, para interrumpir el pensamiento del apóstol. Ignore la división; le será muy útil hacerlo.) La explicación de Pablo de lo que está pasando se reparte en dos partes principales: del 18 al 22, y luego del 23 al versículo 4. Sus primeras palabras son una maravillosa declaración de la provisión divina de dirección del Espíritu Santo:

Pero como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es «sí» y «no». (2 Corintios 1:18)

Fíjese que no dice: sí o no. No hay nada de malo en decir no algunas veces. Tenemos que decir no a muchas invitaciones a compromisos. Pero si usted dice: , entonces tenga la intención de cumplirlo; eso es lo que Pablo está diciendo. O si usted dice: No, entonces dígalo en serio. Jesús dijo esto, ¿verdad?: Pero sea vuestro hablar: 'Sí, sí' o 'No, no', porque lo que es más de esto, de mal procede (Mateo 5:37). Como cristianos debemos aprender a mantener nuestra palabra en estos asuntos. Lo que está mal es decir: "Sí" queriendo decir "No", decir a alguien que va a estar en tal lugar, pero no tener en realidad intención de estar allí, ir a hacer algo sin tener intención de hacerlo, o decir que no hará algo y, sin embargo, tener toda la intención de hacerlo. Pablo sigue explicando en qué se basa:

Pero como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es «sí» y «no», porque el Hijo de Dios, Jesucristo, que entre vosotros ha sido predicado por nosotros —por mí, Silvano y Timoteo—, no ha sido «sí» y «no», sino solamente «sí» en él,  porque todas las promesas de Dios son en él «sí», y en él «Amén», por medio de nosotros, para la gloria de Dios.  Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado, como garantía, el Espíritu en nuestros corazones. (2 Corintios 1:18-22)

Examinemos esto por un momento. Esa es una gran afirmación teológica. Pablo está diciendo básicamente que ningún cristiano puede hacer un compromiso de "sí" y "no". Eso es contrario a la naturaleza de un cristiano, porque es contrario a la naturaleza de Dios. Dios no es así; Él es fiel, dice Pablo. Cuando Dios dice: "Sí", es un "sí" eterno; Él nunca lo retirará. Cuando Dios dice: "No", significa "no". Él nunca dice: "Sí" queriendo decir: "No". Pablo dice que las promesas de Dios son siempre promesas positivas. ¿Lo ha notado en las Escrituras? En Cristo siempre es "sí", dice Pablo. Lo que sea que Dios prometa, si viene a Él y lo pide en el nombre de Jesús, la respuesta siempre es "Sí". Eso es lo que está diciendo fundamentalmente: "Sí". Las promesas de Dios son para bendición, no para maldición. Eso está muy claro en la gran declaración de Juan 3, donde Jesús dijo: Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3:17). Habrá condenación, pero ese no es el propósito ni la intención de Dios. La totalidad de las promesas no tratan de condenación, sino de salvación; se nos ofrecen para liberarnos. Jesús no vino a matar; vino a resucitar y dar vida. Dijo: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia (Juan 10:10). Dios no viene a rechazar, sino a restaurar. Siempre me han encantado esas grandes palabras del profeta Isaías, donde describe a Dios obrando. Él dice que Él viene a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé esplendor en lugar de ceniza, aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado (Isaías 61:3). Esa es la actividad positiva de Dios.

De acuerdo con esta declaración, todo esto está disponible para nosotros en Cristo y se convierte en realidad. Empezamos a experimentarlo realmente cuando decimos Amén a las promesas de Dios. Este pasaje es bastante oscuro en la versión de la Biblia King James, donde dice: porque todas las promesas de Dios son en él (Cristo) 'sí', y en él 'Amén', como si Cristo estuviera diciendo ambas cosas, el y el Amén. Pero la versión revisada deja bastante claro que es Dios quien en Cristo dice: "Sí", y somos nosotros quienes tenemos que añadir el Amén. Por eso es por lo que me encanta predicar en las iglesias de negros. Me dan un montón de Amenes. Es muy soso predicar a los blancos porque ellos sólo están allí sentados mirándote. Pero es muy alentador que te den un Amén de vez en cuando, que es nuestra forma de decir: Estoy de acuerdo. Creo en eso. Lo acepto. Eso es para mí.

Lo que el texto dice aquí es que Dios os da una promesa en Cristo. Hay cientos de ellas, y os ofrece algo en cada una. Cuando usted lee una y dice: Eso es para mí, Señor. Lo deseo, y en base a eso empieza a cumplir los requisitos o los compromisos que la promesa exige, entonces la promesa empieza a hacerse realidad en su vida. Somos nosotros los que decimos el Amén. La dádiva positiva de Dios se hace realidad cuando obedecemos desde el fondo de nuestro ser y contestamos un resonante Amén a lo que Él ha dicho. La manera de encontrar la bendición de Dios, pues, es responder a Su promesa, dar un paso hacia adelante hacia lo que dice, tomarlo para uno mismo y decir: Señor, eso es mío. Amén. Lo creo.

Pablo más adelante añade que Dios ha dado provisión para entender esa promesa y para obedecerla por la presencia del Espíritu en nuestras vidas. Al meditar en las promesas de Dios, Él nos da el Espíritu Santo, para que nos enseñe lo que significan y cómo se aplican a usted. Ese es el trabajo del Espíritu. No se nos da para hacernos sentir bien de vez en cuando, o para llevarnos al cielo cuando muramos, aunque también hace todas esas cosas. Se nos da para abrir nuestras mentes para entender cómo nos afectan las promesas de Dios y lo que nos dice Dios por medio de ellas. Y ello siempre estará en línea con las reglas gramaticales y los principios interpretativos. El Espíritu nunca los descarta; Él entiende las reglas del lenguaje, la gramática, etc., y es útil que las sepamos. Pero, no obstante, en última instancia es el Espíritu de Dios el que nos hace entender la promesa y la hace viva para nosotros, y quien luego nos ofrece el poder de obedecerla. Muchas veces cuando afrontamos una promesa de Dios, como somos criaturas pecadoras, no queremos obedecer.

He tenido muchas veces la experiencia de saber que había algo que Dios quería que hiciera (o quizás, que no hiciera), y yo no quería obedecerle. Yo sabía que habría una promesa de alivio, o ayuda, o bendición si yo la hacía, pero cada fibra de mi ser rebelde gritaba en contra de hacerla; y fue difícil forzarme a mí mismo a hacerla. Bien, pues ahí es donde el Espíritu entra en escena. Un no cristiano simplemente no lo haría. Los no cristianos viven guiados por sus sentimientos: Cualquier cosa que me agrade, me dedico a ella. Y no quiero tener nada que ver con cualquier cosa que no me haga sentir bien. Ese es el modo de vida del mundo, pero un cristiano no ha de hacer eso, sino que ha de obedecer a Dios. Si tiene dificultad en hacerlo así, debe apoyarse en el hecho de que el Espíritu de Dios está en él, para darle habilidad para actuar cuando él quiera actuar. Cuando usted escoge obedecer, el poder de hacerlo siempre le será dado por el Espíritu de Dios. Usted puede hacer lo que Dios quiere. Esto es lo que Pablo resalta aquí.

Ahora relacionemos esto con el contexto. ¿Por qué cambió Pablo su plan? Eso es lo que querían saber los corintios. ¿Por qué dijo que iba a ir directamente a Corinto y visitaría dos veces la ciudad, pero, en su lugar, no fue directamente, sino que fue por Macedonia, y los visitó sólo una vez? Bueno, Pablo ha estado diciendo que se debió a que el Espíritu de Dios abrió sus ojos para ver factores de la situación que le hicieron cambiar de opinión. Pudo ver que las grandes promesas de bendición que Dios tenía para esta iglesia de Corinto sólo se cumplirían si no iba directamente a Corinto; en su lugar, fue a Macedonia y esperó a Tito allí. Así que, convencido por el Espíritu y en obediencia a lo que vio que el Espíritu le enseñaba al respecto, con clara conciencia, Pablo cambió su plan original y fue a Macedonia en vez de a Corinto.

En el versículo 23 del capítulo 1 y hasta el versículo 4 del capítulo 2, nos dice las dos cosas que el Espíritu le mostró que le hicieron cambiar de parecer. Aquí tiene un pasaje muy práctico sobre cómo el Espíritu de Dios obra para hacernos entender. Aquí está la primera razón que Pablo da:

Invoco a Dios por testigo sobre mi alma, que por ser indulgente con vosotros no he pasado todavía a Corinto. (2 Corintios 1:23)

Esa es la razón número uno. No fue, porque quería ser indulgente con ellos.

No que nos enseñoreemos de vuestra fe, sino que colaboramos para vuestro gozo porque por la fe estáis firmes. (2 Corintios 1:24)

Lo que está diciendo es que él se contuvo de ir, con el fin de preservar la libertad de ellos para actuar sólo cuando estuvieran convencidos de que el Señor lo quería y no porque Pablo lo dijera. Este es un principio muy importante, porque aquí el apóstol está poniendo en duda uno de los malentendidos más extendidos en la iglesia de nuestros días. Pablo dice: Mirad, no soy vuestro jefe. Si hubiera venido a Corinto de la manera en que lo había planeado originalmente, después de haberos hecho una visita dolorosa, es muy probable que mi personalidad poderosa, mi voluntad fuerte, mi posición como apóstol respetado, hubieran puesto tal presión sobre vosotros que me hubierais obedecido, pero no por estar convencidos de que eso era lo que el Señor quería que hicieseis. Así que no fui, para que así pudierais preservar la libertad de hacer lo que Dios quiere, no lo que quiero yo. Si él hubiera ido les habría dado la impresión de que tenía autoridad sobre ellos. Pero eso no es verdad, él dice: No que nos enseñoreemos de vuestra fe. No somos vuestros jefes. No tenemos autoridad para deciros qué hacer, o qué decir, o cómo actuar, sino más bien (lo dice con una preciosa frase), sino que colaboramos para vuestro gozo porque por la fe estáis firmes. Eso es maravilloso, ¿verdad?, Pablo se ve a sí mismo como un trabajador, que está junto a ellos ayudándoles a entender lo que Dios quiere, de modo que ellos entren en el gozo del Señor; pero él no es su jefe.

Uno de los mayores problemas al que la iglesia se enfrenta hoy día es la extendida tendencia a malinterpretar la naturaleza de la autoridad y el liderazgo dentro de la iglesia, la práctica de tener a alguien a quien se considera el jefe máximo, y todo el mundo tiene que recibir instrucciones y permisos de él para hacer cualquier cosa. Me tropiezo con esto en todas partes. He dicho a menudo que si nosotros, los protestantes, tenemos razón cuando decimos a los católicos que Dios nunca tuvo la intención de tener a un hombre, un papa, por encima de toda la iglesia, no es mejor tener uno en cada iglesia.

Los líderes en las iglesias no son jefes. Esto es una idea equivocada común en nuestros días. Muchas iglesias miran al pastor ―usted nunca verá ese término en las Escrituras; hay pastores, pero nunca el pastor― estas iglesias miran al pastor, buscando su autoridad, pidiendo permiso incluso para ejercer sus dones espirituales. Actualmente, cada vez más, cuando viajo por todo el país, les estoy diciendo a las congregaciones: Mirad, no tenéis que preguntar a vuestro pastor si podéis enseñar en vuestras casas o no. No tenéis que acudir al pastor para tener permiso para usar vuestros dones espirituales. Él no os los ha dado. Os los ha dado el Señor, y tenéis que responder ante Él de ejercitar ese don, no ante el pastor. El pastor es vuestro ayudante; él está ahí para animaros y para ayudaros a entender qué son esos dones, cómo reconocer los vuestros, etc., pero no sois responsables ante él de ejercitarlos. Él es responsable ante el Señor de ayudaros a juntarlos a los de otros y mantener la unidad dentro de la iglesia, pero no lo es de gobernar el ministerio que tenéis. Eso viene del mismo Señor. Él es la Cabeza de la iglesia, que es el cuerpo.

Apenas conozco algún principio o concepto en la iglesia que sea peor malinterpretado o haga más falta actualmente que ese concepto. En la primera carta de Pedro, capítulo 5, Pedro dice que los ancianos han de comportarse no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino de tal manera que seáis ejemplos de la manada (1 Pedro 5:3 JUB). A eso es a lo que se está refiriendo Pablo aquí. No somos los señores, dice, no nos enseñoreamos de vuestra fe. La palabra "heredades", aquí, en 1 Pedro 5, es kleros , "herencia", en griego, y es de donde deriva nuestra palabra "clero". Es interesante que Pedro esté diciendo a los hombres a los que llamamos "el clero", que no se enseñoreen del auténtico clero que es el laicado. Es la gente los que son los ministros de Dios. Es el pueblo el que ha de llevar a cabo la obra de la iglesia y ejercer su ministerio fuera, en el mundo, en todas partes. No le corresponde a nadie ser el jefe en la iglesia. Como Jesús mismo dijo: uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos (Mateo 23:8). Tenemos que ayudarnos unos a otros.

Incluso el poderoso apóstol Pablo mismo claramente reconoce esto aquí, y dice: Por eso es por lo que no vine. No quería turbar esa relación. No quería apropiarme de la autoridad sobre vosotros que sólo pertenece al Señor mismo. Como también pone en Romanos 14: ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio Señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerlo estar firme (Romanos 14:4). Me encanta la interpretación que hace Phillips de eso: Dios es bien capaz de transformar a los hombres en siervos adecuados. Y esto es lo que Pablo reconoce.

Da su segunda razón en los versículos 1 al 4:

 

Determiné, pues, no haceros otra visita que os causara tristeza, porque si yo os causo tristeza, ¿quién será luego el que me alegre, sino aquel a quien yo entristecí?  Por eso os escribí como lo hice, para que, cuando llegue, no tenga tristeza de parte de aquellos de quienes me debiera gozar, confiado en que mi gozo es el de todos vosotros.  Por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fuerais entristecidos, sino para que supierais cuán grande es el amor que os tengo. (2 Corintios 2:1-4)

Para decirlo brevemente, su segunda razón para no ir era que el Espíritu le hizo ver que ya había causado suficiente dolor con sus cartas y su dolorosa visita. Si eso ya cumplió su propósito, entonces no hay razón para añadir nada más. Pablo es como un diestro cirujano. El cirujano tiene que cortar a la gente, pero un buen cirujano corta sólo lo que tiene que cortar. No le da gusto abrir los cuerpos de la gente para quitar el tumor, o el cáncer, o lo que sea. Tan pronto como lo hace bien hecho, deja de cortar, porque no le gusta producir dolor.

Eso es lo que Pablo dice aquí. Os escribí una carta dolorosa y cortante. (Algunos piensan que es la que llamamos Primera a los Corintios. Otros eruditos dicen: No, hay otra carta a la que se refiere que se ha perdido para nosotros. Yo no sé cuál es el caso; Me inclino por la última opinión, de que hay otra carta que no tenemos.) De cualquier forma, Pablo dice: Ya os he causado mucho dolor con lo que escribí. El Espíritu me ha mostrado que si iba otra vez no haría más que causar más dolor; sería bastante innecesario; por eso es por lo que no fui, porque, como tan bellamente expresa: no quiero causaros dolor. Cuando sufrís, yo sufro. ¿Quién será luego el que me alegre si os causo dolor innecesariamente? Por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí, con muchas lágrimas.

¡Qué hermosa imagen de este apóstol!, escribiendo con las lágrimas brotando de sus ojos: Quiero que veáis que, detrás de lo que escribí y de las reprensiones cortantes, no hay un deseo de herir, sino un corazón grande de amor que no está dispuesto a dejar que os perdáis el amor y el gozo de Dios. Por eso es por lo que escribí. Este es un maravilloso retrato del espíritu con el cual deberíamos lidiar con los malentendidos. No corresponder hiriendo, no tomar represalias, no intentar ajustar cuentas porque alguien nos ha malinterpretado, sino explicarlo tan simple, llana y claramente como podamos, siempre con la intención de que, si hay algo hiriente que decir, sea tan mínimo como sea posible; y afirmar nuestro amor y nuestro interés por la persona implicada. Esa es la manera en que Pablo lo hizo.

Oración:

Padre nuestro, te damos gracias porque Tu programa no es diferente en el siglo XX del que era en el siglo I. Tu provisión es todavía la misma; pones Tu poderoso Espíritu en nuestros corazones para despertar deseos dentro de nosotros de obedecer y clamar por las poderosas promesas que nos has dado, y despiertas en nuestros corazones un deseo de decir un resonante Amén a lo que has prometido. Concédenos ahora libertad y un corazón obediente para reclamar estas promesas para nosotros. En el nombre de Jesús nuestro Señor. Amén.