Será como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto en su tiempo.
Salmo 1:3a
Hace muchos años, cuando asistí a una conferencia para la juventud en la Sierra Nevada, vino hacia mí un joven y me llevó a un lado. Nos colocamos juntos debajo de un gran abeto Douglas, y me dijo: ―Pastor, no sé lo que me está pasando. Quiero ser un buen cristiano y me esfuerzo de verdad, pero por algún motivo no lo consigo. Estoy haciendo siempre las cosas mal; sencillamente no puedo vivir como un cristiano.
Yo le dije: ―Bueno, es posible que haya varios motivos por los que te sucede eso, pero para empezar, permíteme que te pregunte esto: ¿Qué me dices de tu vida privada con el Señor? ¿Hasta qué punto le conoces? ¿Cuánto te deleitas en leer Su Palabra y después en pasar tiempo hablándole a Él? Porque, después de todo, no es el tiempo que pasas leyendo la Palabra lo que es importante, sino el tiempo que pasas disfrutando la presencia de Dios que te fortalece.
Bajó la cabeza y dijo: ―Tengo que admitir que no he hecho eso demasiado últimamente.
Justo en ese momento esta frase misma de los Salmos se me pasó por la mente: “Será como un árbol plantado junto a corrientes de agua”. Dí un paso atrás y le dije: ―Fíjate este árbol debajo del cual estamos. ¿Qué es lo que te recuerda? ¿Cuáles son las cualidades que te sugiere este árbol?
Miró al formidable abeto Douglas, que se elevaba en dirección a los cielos, y dijo: ―Bueno, lo primero es que es fuerte.
Yo le dije: ―Sí, ¿y alguna otra cosa?
―Bueno ―me contestó―, es hermoso.
Yo le dije: ―¡Exactamente! Hermosura y fortaleza. Ésas son las dos cosas que tú admiras en este árbol. Y ésas son exactamente las dos cosas que tú quieres para tu propia vida, ¿verdad? ¿Belleza y fortaleza?
Me dijo: ―Correcto.
―Bueno ―le dije―, dime una cosa: ¿Qué es lo que hace que este árbol sea hermoso y fuerte? ¿De dónde proceden su belleza y su fortaleza?
Se detuvo un momento y miró el árbol, y luego dijo: ―Bueno, de las raíces, me imagino.
Le pregunté: ―¿Se pueden ver las raíces?
―No ―me contestó―, no se pueden ver. ―Luego dijo―: ¡Ahora lo entiendo! Ésa es la parte oculta de la vida, pero es el secreto de su belleza y de su fortaleza, ¿verdad?
Eso es exactamente lo que está diciendo el salmista. Aquellos que son santos han aprendido, en las partes interiores ocultas de sus vidas, a depender de la gracia, la gloria y la fortaleza de Dios. Sus raíces se encuentran profundas en la tierra rica y húmeda, y esto es lo que hace de ellos personas hermosas y fuertes, que además llevan fruto: “Él... da su fruto a su tiempo”. Ésta es probablemente una referencia al fruto del Espíritu, que se describe para nosotros en el Nuevo Testamento. Es el carácter de Dios, y éste es siempre el mismo, ya sea en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: amor, gozo, paz, paciencia y el resto de las cualidades que se mencionan en Gálatas 5:22.
Padre, no puedo leer estas palabras sin hacerme a mí mismo la pregunta: ¿Estoy permitiendo obrar en mí esta maravillosa provisión para producir una personalidad conforme al carácter de Dios? ¿O consiste todavía una gran parte de mi vida de falta de santidad, de manera que soy como el tamo que arrebata el viento?
Aplicación a la vida
Hermosa, fuerte y dando fruto describe una vida arraigada y cimentada en la vida y el amor de Dios. ¿Hemos sido nosotros plantados y nutridos por la tierra del carácter de Cristo?