¡Profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!, porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿o quién fue su consejero? ¿Quién le dio a él primero, para que le fuera recompensado?, porque de él, por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.
Romanos 11:33-36
Este recordatorio de las extrañas formas en las que Dios obra despierta en Pablo un tremendo arrebato por la sabiduría inescrutable de Dios y Sus caminos con los hombres. Puedes ver ciertas cosas que han maravillado al apóstol: “Profundidad de riquezas”, como las llama Pablo: las profundas riquezas de la sabiduría de Dios y de Sus caminos. Están más allá de la exploración humana. No hay forma en la que podamos finalmente comprender a Dios.
Hay aquellos que luchan para poner a Dios en una caja donde pueden echar mano de Él y analizarle. Pero si triunfan en eso, sólo han reducido a Dios al tamaño de un hombre. Dios es más grande que el hombre. Él está más allá de nosotros. ¡Nuestras mentes no pueden comprender la grandeza de Dios! Podemos entender lo que Él nos dice sobre Sí mismo, pero incluso más allá de eso hay mucho más que no podemos saber. Hay profundidad de riquezas. Es por esto que siempre estamos sorprendidos por Dios si confiamos en Él. Él siempre nos está enriqueciendo en formas que no anticipamos. Entonces Pablo habla de los “insondables juicios”.
Por ejemplo, está claro de las Escrituras que nada que Dios jamás planeó interfiere con la responsabilidad humana. Somos libres de escoger. Lo sabemos. Nos sentimos libres de decidir hacer esto o aquello, de hacer lo bueno o lo malo. Y, sin embargo, la cosa asombrosa es que nada que los humanos hagan puede frustrar el plan soberano de Dios. ¿No es asombroso? Sin importar lo que hagamos, si eligimos esto o aquello con la libertad de elección que tenemos, al final todo funciona para llevar a cabo lo que Dios ha determinado que se ha de hacer. Ése es el tipo de Dios que tenemos.
Pablo no sólo está impresionado con la inescrutable sabiduría de Dios y Sus caminos, sino que la contrasta con la impotencia humana. Hace tres preguntas escrutadoras. La primera es: “¿Quién entendió la mente del Señor?”. Lo que está preguntando es: “¿Quién jamás ha podido anticipar lo que Dios va a hacer?”. ¿Lo has hecho tú? ¿Has podido tú descubrir cómo Dios va a manejar las situaciones en las que te metes? Todos lo intentamos, pero nunca acaba funcionando de la forma en la que nosotros pensábamos que iba a funcionar. Hay una pequeña distorsión en ello que nunca podríamos haber adivinado.
La segunda pregunta: “¿Quién fue su consejero?”, o "¿Quién jamás ha sugerido algo a Dios de lo cual Dios no había ya pensado?". ¿Alguna vez has intentado eso? A veces he mirado una situación y he visto la forma en la que todo podía resolverse, y he sugerido a Dios cómo podía hacerlo. Pensé que había sido de gran ayuda a Dios. Pero en la resolución final del asunto, resulta que Él sabía cosas que yo no sabía, y Él estaba resolviendo las cosas de forma que yo nunca las vi y nunca podría haberlas visto. La forma final en la que Dios lo resolvió era correcta, y la mía hubiera estado equivocada.
La última pregunta es: “¿Quién le dio a él primero, para que le fuera recompensado?”. Eso es: “¿Quién jamás le ha dado algo a Dios que ya no tuviera?”. Pablo dice: “Todo lo que somos y tenemos viene de él. Él nos da a nosotros; nosotros no le damos a él”. Concluye con este gran arrebato: “porque de él, por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén”. Dios es el originador de todas las cosas; todas las cosas vienen de Él. Es el sustentador de todas las cosas; todas dependen de Él. Como dijo C. S. Lewis: “¡El discutir con Dios es el discutir con el poder mismo que hace posible poder discutir!”. Él es el propósito final. Todas las cosas encontrarán su culminación en Dios. Él es la razón por la que todas las cosas existen. Por lo tanto, “¡A Él sea la gloria por los siglos! Amén”.
Gracias, Padre, por esta visión de algo de la maravilla de Tu ser. ¡Cuán más allá de mis palabras trabadas está Tu grandeza! ¡Cuán poderoso y vasto eres, Señor, cuán poderoso entre las naciones de la tierra!
Aplicación a la vida
¿Qué cambios significativos en actitud y acción resultarían si esta gran y gloriosa doxología fuera la normativa básica de nuestras vidas diarias? ¿Alabanza? ¿Humildad? ¿Confianza? ¿Entrega jubilosa a la voluntad de Dios?