Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su gran misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos.
1 Pedro 1:3
No hay duda de que ningún apóstol sintió la muerte de Jesús de una forma más angustiosa que Pedro. Él había alardeado de que no lo dejaría, ni abandonaría, que permanecería leal y lucharía por Él incluso hasta la muerte. Tenía muy buena intención, pero fracasó miserablemente. Cuando llegó el momento, la pregunta de una muchachita lo trastornó y echó abajo toda su fanfarronería, y negó a su Señor. Así que, al tremendo colapso de esperanza que todos los apóstoles experimentaron por la muerte de Jesús, en el caso de Pedro, se añade la vergüenza y desgracia de su propia negación. No es de extrañar que la última visión que tenemos de Pedro en los evangelios es su retirada a la oscuridad de la noche, llorando amargamente.
Pero es para aliviar y ayudar en esa clase de momentos y esa clase de días, para lo que la resurrección está diseñada. ¿Ha pensado alguna vez en ello de esa forma? Celebramos el gran triunfo de Cristo sobre la tumba, pero pienso que frecuentemente olvidamos que eso también representa la presencia de Cristo con nosotros para afrontar las presiones de la vida que nos llegan día a día. Estoy seguro de que Pedro tenía eso en mente cuando escribió este texto, pues recordarán que, después de la resurrección de Jesús, los evangelios nos cuentan que se apareció a Pedro privadamente. No tenemos constancia de lo que le dijo o dónde ocurrió, pero evidentemente el corazón sensible de Jesús entendió cómo se sentía Pedro en esa hora de fracaso monumental y colapso de su fe, y Jesús lo buscó y se apareció a él y, sin duda, le devolvió algún sentimiento de valía personal.
Pedro se refiere a esto como una esperanza viva, y viva significa que es algo que llega a nosotros cada día; es algo que está disponible todo el tiempo. Jesucristo revivido de la muerte es la respuesta a todos los sueños rotos, las esperanzas derrumbadas de nuestra vida, las presiones que sentimos día a día, el sentimiento de fracaso y la incapacidad para cumplir como nos gustaría cumplir. En el Nuevo Testamento usted puede ver cómo los primitivos cristianos estaban llenos de una sensación constante de la presencia de Jesús con ellos. Dondequiera que fueran, iban con gran gozo, optimismo y esperanza.
No hay otra explicación para este extraño comportamiento por parte de los discípulos sino el hecho de que Jesús resucitase y estuviera con ellos. Nadie podía verlo, pero estaba allí y estaba fortaleciéndolos, ayudándolos y atendiéndolos. También nosotros tenemos la promesa de Su compañía y de una mayor habilidad para funcionar en todo y cada momento de la vida, si conocemos a Jesucristo. Pues ésa es para mí la gran buena noticia de la resurrección de Jesús, que no me ha dejado solo para enfrentarme a los problemas de la vida sin ayuda.
Gracias, Padre, por esta gran verdad de que Jesucristo vive. Él vive hoy en mi corazón, para perdonarme, sostenerme, animarme y fortalecerme. Gracias por Su vida viva que me guía a lo largo de la vida hasta el final.
Aplicación a la vida
¡Alabe al Señor por el Jesús viviente, quien está con nosotros todos los días! ¿Cómo puede dar gracias hoy a Dios por este gran regalo?