Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor que lo quite de mí. Y me ha dicho: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”.
2 Corintios 12:8-9a
Pablo fue un poderoso hombre de oración, de manera que era natural que él suplicase por tres veces. Recibe la respuesta, y es muy clara. Ya fuera por medio de una visión o por medio de alguna convicción interna de su mente, cosa que yo no sé, la respuesta fue sumamente clara: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Si este versículo expresa un principio que es cierto respecto a la vida y Dios sabe que es verdad que Su fortaleza se perfecciona en nuestra debilidad, ¿en qué cree usted que se ocupa Él con nosotros? ¿Está realmente haciendo que seamos débiles? ¿Y qué es lo que nos hace sentir débiles? Es estar bajo ataque, sintiéndonos inadecuados para hacer frente a las presiones y los problemas que tenemos. Si usted se siente débil, entonces no es sólo el demonio el que hace que se sienta de esta manera, sino que es Dios también. Dios hace que sintamos esta debilidad, para impedir que adoptemos actitudes que podrían convertirnos en personas inútiles en la obra de extender Su reino. Pablo sabía que lo peor que podía hacer era volverse arrogante acerca de su revelación. Era evidentemente más importante mantener a Pablo humilde que hacer que se sintiese cómodo, de manera que Dios permitió que continuase sintiendo el “aguijón”.
La amenaza más peligrosa para cualquier siervo de Cristo es el orgullo espiritual, que es la cosa que yo más temo en mi ministerio. A mí me dicen tantas cosas agradables, son tantas las personas que me animan y hay tantos estímulos para mi ego que temo creerme que algunos de estos cumplidos representan habilidades asombrosas que yo poseo. En una ocasión estuve en una conferencia en California y estaba hablando con el director de la conferencia sobre otro hermano en el Señor acerca de enviar a uno de los principales oradores de la organización a una serie de reuniones especiales. Este hombre se puso en pie y dijo: “Yo soy el orador principal de nuestro grupo; yo soy el número uno”. A mí no me sorprendió, después de escuchar esto, ser testigo de cómo el ministerio de este hombre empezaba a derrumbarse y quedar hecho pedazos, de manera que su propia organización no tardó en eliminarle de su puesto de liderazgo. He visto a muchas personas venirse abajo por volverse arrogantes y por jactarse de lo que Dios estaba haciendo por medio de ellas.
Esto enfatiza la batalla espiritual en la que nos vemos involucrados. ¿Cuándo está siendo derrotado el demonio? No cuando nos sentimos importantes y confiados, cuando da la impresión de que están sucediendo cosas maravillosas, cuando el ministerio está yendo bien. No, el demonio está siendo derrotado cuando nosotros nos sentimos atacados y bajo su punto de mira, cuando nos sentimos débiles e impotentes y no sabemos qué hacer, cuando no estamos seguros de cómo contestar, cuando en nuestras perplejidades y sentido de la debilidad venimos ante el Señor y le suplicamos que nos dé fuerzas para seguir adelante un día más y que nos conceda la gracia para ayudarnos a mantenernos en pie. Es entonces cuando estamos ganando y cuando el reino de Dios se está extendiendo más abundantemente de lo que antes hacía.
Señor, gracias por esas cosas en mi vida que me mantienen débil y dependiente de Ti.
Aplicación a la vida
¿Somos nosotros conscientes del peligro del orgullo espiritual? ¿Podemos recibir nuestra debilidad y nuestra incompetencia como el camino del poder de Dios obrando en nosotros?