Yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí”. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebáis, en memoria de mí”.
1 Corintios 11:23-25
Pablo les pasa a ellos y a nosotros el énfasis del Señor sobre dos símbolos notables, el pan y la copa. Deliberadamente, después de la fiesta de la Pascua, Jesús tomó el pan, y cuando lo hubo partido para hacerlo disponible a todos los discípulos, les dijo: “Esto es mi cuerpo”. Desafortunadamente, algunos lo han tomado a significar que estaba enseñando que el pan se convierte en Su cuerpo, pero al ver la historia del aposento alto, está claro que lo dijo en un sentido simbólico. Si hubiera sido literal, entonces había dos cuerpos de Cristo presentes en el aposento alto, uno en el que vivía y con el cual tomó el pan, y el pan mismo. Pero claramente para nuestro Señor el pan y la copa tenían el sentido de símbolos: “Esto representa mi cuerpo, que es para vosotros”.
No “partido para vosotros”, como lo tienen algunas versiones. Esa no es una traducción muy precisa. No es partido para nosotros. Las Escrituras nos dicen que ni un solo hueso de Su cuerpo sería partido. En cambio, la intención es para que nosotros viviéramos; eso es un símbolo. Así que, cuando nos juntamos y tomamos el pan de la mesa del Señor, lo partimos y lo repartimos entre nosotros, somos recordados que Jesús es nuestra vida: es por Él por quien vivimos. Como lo dice Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Esto es lo que el pan simboliza: que Él ha de ser nuestro poder por el cual obedecemos las demandas de Dios, la Palabra de Dios, el amarnos los unos a los otros, el perdonarnos los unos a los otros, el ser tiernos y misericordiosos, amables y corteses los unos con los otros, el no devolver mal por mal para aquellos que nos persiguen y no confían en nosotros y que abusan de nosotros. Su vida nos capacita para ser lo que Dios nos pide que seamos. Vivimos por medio de Cristo.
Después de eso, el Señor tomó la copa. El vino de la copa simboliza Su sangre, que dijo que era la sangre del Nuevo Pacto, el nuevo acuerdo para vivir que Dios ha hecho, mediante el cual la antigua vida es finalizada. Eso es lo que la sangre siempre significa: La sangre es el final de una vida; la antigua vida en la cual dependíamos de nosotros mismos y vivíamos para nosotros mismos, y queríamos sólo ser el centro de atención, ha finalizado. Eso es lo que significa la copa. Estamos de acuerdo con eso; ya no hemos de vivir tan sólo para nosotros mismos. Tú no tienes los derechos finales a tu vida, y el precio es la sangre de Jesús. Por lo tanto, cuando tomamos la copa y la bebemos, estamos proclamando públicamente que estamos de acuerdo con la sentencia de muerte sobre nuestra antigua vida y creemos que la vida cristiana es una experiencia continua de vida saliendo de la muerte.
El poder con Dios sólo viene cuando morimos a la sabiduría y al poder del hombre. Renunciamos a una para que la otra pueda ser manifiesta en nosotros. Eso es lo que significa la copa. Es una bella imagen de lo que Jesús dijo de Sí mismo: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo” (Juan 12:24). Nada es más descriptivo del vacío de la vida que esa frase “queda solo”: solitario, inquieto, miserable, descontento. Ésa es la vida que trata de vivir para sí misma y sus propias necesidades y sus propios derechos, pero la vida cristiana es una que es libre y voluntariamente rendida. Si el grano de trigo cae en la tierra y muere, traerá mucho fruto, y por la participación en la copa esto es lo que estamos declarando.
Señor Jesús, gracias por rendir Tu vida para que yo pueda tener nueva vida en Ti.
Aplicación a la vida
Cuando participamos de los símbolos del pan y el vino, ¿honramos la profunda realidad que representan? ¿Encuentra expresión nuestra gratitud por Su Vida que mora en nosotros en amor que se sacrifica, no viviendo ya para su propio interés sino para Él, quien se dio a Sí mismo por nosotros?