Man Pondering in Search for Meaning
Cosas que no funcionan

La búsqueda del significado

Autor: Ray C. Stedman


Eclesiastés es uno de los libros de la Biblia favoritos de los escépticos, de los que se burlan, ateos y miembros de ciertas sectas. La razón de ello es que hay ciertos pasajes en este libro que parecen negar que haya otra vida después de la muerte; todo se acaba cuando esta vida termina. A los ateos les encanta argumentar que el libro de Eclesiastés parece confirmar ese punto de vista. Por eso frecuentemente lo citan. A los hedonistas también les encanta este libro porque aparentemente respalda un estilo de vida bastante epicúreo. Y les encanta a aquellos que persiguen el placer como principal propósito de la vida, porque, una y otra vez a lo largo de él, se nos exhorta a la filosofía de “comer y beber y alegrarnos porque mañana hemos de morir”; y hay gran cantidad de ellos en este país hoy día, ya que los Estados Unidos es probablemente el país más hedonista que jamás haya existido. Luego, hay pasajes en este libro que son los textos favoritos de aquellos que declaran que, incluso si sobrevivimos más allá de esta vida, entraremos en un periodo de quietud, un tiempo en el que no tendremos ningún conocimiento o deseo. Estas enseñanzas se alinean con las de las sectas que enseñan el “sueño del alma”, es decir, que cuando el cuerpo muere el alma se duerme dentro del cuerpo. Pero todos estos grupos no llegan a darse cuenta de lo que debemos notar desde el principio, y es que este libro es un examen de la sabiduría y el conocimiento secular. El libro deja claro al inicio que se está limitando a lo que es patente para la mente natural. Una de las frases clave del libro es la continua repetición de las palabras “debajo del sol”. El verso 3 pregunta: “¿Qué provecho obtiene el hombre de todo el trabajo con que se afana debajo del sol?”. Encontramos que esa frase se usa de nuevo en el verso 9. Ese es el marco en que se encuadra este libro.

El Eclesiastés es una recopilación de lo que el hombre es capaz de discernir bajo el sol, o sea, en el mundo visible. El libro no toma en consideración la revelación que va más allá de los poderes humanos de observación y razonamiento. Es un libro inspirado y preciso. Garantiza que lo que expone es lo que la gente realmente cree. No obstante, es un examen de esas creencias. El libro no es meramente una colección de filosofías antiguas, pues lo que dice es muy actual y extremadamente relevante. Aquí hallamos lo que usted oirá que se propone en las telenovelas, en los discursos políticos, en los movimientos radicales o conservadores de nuestros días. Aquí está lo que usted oirá en los salones de las academias, o en las calles de cualquier ciudad. En este libro, las filosofías por las cuales la gente intenta vivir, se traen a consideración y examen. Por eso es por lo que el Eclesiastés es tan práctico y actual.

Los tres primeros versos presentan el tema del libro:

Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén.
«Vanidad de vanidades —dijo el Predicador—;
vanidad de vanidades, todo es vanidad.»
¿Qué provecho obtiene el hombre
de todo el trabajo con que se afana debajo del sol?
(Eclesiastés 1:1-3)

Primero nos enteramos de que el escritor es el “Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén”. Inmediatamente nos damos cuenta de que no se puede referir a otro más que al rey Salomón. “El hijo de David” se podría referir a cualquier descendiente de David que ocupara el trono después de él, pero se refiere particularmente a Salomón, pues varias cosas en el libro lo confirmarán.

Muchos de los comentaristas críticos de nuestros días cuestionan ese punto de vista y muy pocos de ellos lo aceptan. Intentan datar el libro después del exilio babilónico, unos 500 años después de cuando vivió Salomón. Esa es la postura habitual de los críticos del Antiguo Testamento. Pero se ha probado que sus puntos de vista son erróneos una y otra vez, basados, como ellos piensan, en un examen de la cultura de la época. Yo pienso, sin embargo, que no debemos tener problema en aceptar el hecho de que es efectivamente Salomón quien comparte con nosotros en este libro la sabiduría que Dios le enseñó a lo largo de su vida.

Por desgracia, los traductores se refieren aquí a Salomón como “el Predicador”. Siento que usen ese término. Sé que el libro suena un poco a predicación al principio. Al leer el segundo verso sería fácil poner voz de púlpito. Con una audiencia moderna, por supuesto, esto repelería a todo el mundo. La palabra hebrea para "predicador" es Qoheleth, que en realidad significa: “aquel que junta, reúne o recolecta cosas”. Este sería un título apto para el autor de este libro, quien ha examinado y luego reunido juntas las filosofías en base a las que los hombres viven. Pero pienso que una palabra más exacta para traducirlo sería “el Buscador”. He aquí una mente que ha buscado, que ha inspeccionado todo en la vida y ha observado a fondo lo que hay detrás de las acciones de la gente. Esa es la palabra que voy a usar siempre que la palabra “Predicador” aparezca. No es en realidad un predicador o proclamador, es un buscador lo que tenemos aquí.

Esto es, efectivamente, una búsqueda y, si usted está interesado en lo que descubrió, él nos lo cuenta. No tiene que leer el último capítulo para descubrir los resultados de esta búsqueda, porque él lo pone aquí mismo en el verso 2: “Vanidad de vanidades”; eso es lo que encontró. Vanidad aquí no significa vanidad coqueta. Algunas de ustedes señoras ―puede que incluso algunos hombres― han pasado demasiado tiempo frente al espejo esta mañana. No solo hicieron lo que debían hacer para ponerse presentables, sino que se admiraron un poco. A eso lo llamamos vanidad, coquetería, pero eso no es de lo que este buscador está hablando. Aquí en el original, la palabra significa “vaciedad, futilidad, sinsentido, pamplinas”. De eso está hablando. Su visión de lo que descubrió en su búsqueda por la vida se expresa en estos términos: vacío, un sentimiento de inutilidad. Eso es lo que la vida proporciona.

Nada en sí mismo nos satisfará, dice el Buscador. Ninguna cosa, ningún placer, ninguna relación, nada de lo que encontró tenía un valor duradero en la vida. Por eso mi subtítulo para este estudio es “Las cosas que no funcionarán”. Todo el mundo está intentando que funcionen; todo el mundo se ha adherido a alguna u otra de estas filosofías, estos puntos de vista, e intenta hacer que les satisfagan. Pero según el Buscador, el cual ha pasado por todas ellas, nada servirá. Cuando él dice “vanidad de vanidades, vaciedad de vaciedades”, esa es la forma hebrea de expresar el superlativo. No hay nada más vacío que la vida, concluye este hombre.

En el verso 3 tenemos la pregunta que usó continuamente en su búsqueda: “¿Qué provecho obtiene el hombre de todo el trabajo con que se afana debajo del sol?”. ¿En qué le beneficia? Esta es una palabra hebrea interesante, que significa: “lo que queda”. Después de haber extraído completamente todo el gusto inmediato, el gozo o el placer de algo, ¿qué queda?, ¿qué perdura?, ¿qué permanecerá que alimente continuamente el hambre de satisfacción de mi vida? Esa es la pregunta correcta. Es la pregunta que hacemos todos. ¿Hay algo que provea real y continuamente mi necesidad, ese summum bonum, ese bien supremo, que, si lo encontrara, no necesitase buscar más? ¿Existe una clave para obtener placer continuo, deleite y gozo en la vida?

El Buscador plantea una cuestión muy relevante al comenzar. Esta es la búsqueda que este libro emprenderá. Los versos 4-11, donde amplía esto un poco, son una breve introducción a lo que quiere decir exactamente. Los versos 4-7 describen la sensación de futilidad que toda persona siente individualmente al afrontar la vida:

Generación va y generación viene,
pero la tierra siempre permanece.
Sale el sol y se pone el sol,
y se apresura a volver al lugar de donde se levanta.
El viento sopla hacia el sur,
luego gira hacia el norte; y girando sin cesar,
de nuevo vuelve el viento a sus giros.
Todos los ríos van al mar,
pero el mar no se llena.
Al lugar de donde los ríos vinieron,
allí vuelven para correr de nuevo. (Eclesiastés 1:4-7)

Los interminables ciclos de la vida. El tema del Buscador se declara en el verso 4: La humanidad es transitoria, pero la naturaleza es permanente; una generación va y otra generación viene. La raza humana se sucede en esta vida; viene a la vida, vive su tiempo y se va, pero la tierra permanece para siempre.

Él tiene tres pruebas de esto, la primera de las cuales es el curso circular del sol. El sol sale por el este, aparentemente discurre por el firmamento y se pone por el oeste; entonces sigue su curso por el lado oscuro de la tierra mientras dormimos, y ahí está otra vez en el este por la mañana. Eso ha estado pasando desde que el tiempo es tiempo; se remonta tan lejos como la historia humana. No tiene fin; se repite una y otra vez.

Luego habla del circuito de los vientos de sur a norte. Esto es llamativo porque no tenemos evidencias de que los hombres entendieran científicamente el hecho de que el viento, las nubes y las grandes corrientes de la tierra corren en círculos. Esto es evidente para nosotros en nuestros días porque podemos ver las grandes corrientes circulares en las fotos de los satélites de cualquier noticia del tiempo. Cómo lo sabían entonces, no lo sé. Pero Salomón lo sabía, aunque el mundo científico de aquella época no parecía entenderlo.

Su tercera prueba es el ciclo de evaporación del agua. Trece ancianos y pastores de esta iglesia acabamos de volver de una excursión con mochila a la sierra. Allí, los picos montañosos succionaban humedad de las nubes que pasaban sobre la gente seca aquí abajo. Tuvimos lluvia a cántaros, granizo e incluso nieve cayendo sobre nosotros, mientras nos acurrucabamos en nuestras pequeñas tiendas de plástico, “disfrutando” esa experiencia mochilera. ¿De dónde viene la lluvia, que cae sin cesar del cielo? La respuesta, claro está, es que viene del océano. Al oeste de aquí se produce un proceso invisible por el cual el agua que va al mar nunca eleva el nivel del mar, porque hay una subida invisible de esa agua de vuelta a las nubes. Estas nubes entonces se mueven hacia el este por el circuito de los vientos y dejan caer de nuevo la humedad, y esto sigue ocurriendo por siempre.

El escritor está sugiriendo que algo está mal en todo esto. Debería ser al revés. Sugiere que el hombre debería ser permanente, y la naturaleza debería ser transitoria. Hay algo dentro de nosotros que nos lo dice así. Nos sentimos quebrantados por el hecho de aprender todas estas grandes lecciones de la vida, y, justo cuando hemos empezado a captar cómo manejar la vida, ésta se acaba, y la nueva generación tiene que empezar desde el principio de nuevo.

Las Escrituras confirman que algo no está bien. La Biblia nos dice que el hombre fue creado para ser la corona de la creación. Él es el que tiene el dominio de todas las cosas. El hombre debería perdurar eternamente, y la naturaleza debería estar cambiando, pero es al revés. El hombre siente esta protesta en su espíritu. Todos lo hemos sentido. Todos protestamos, en nuestro interior al menos, por la injusticia de perder la sabiduría de un Churchill, la belleza de la princesa Grace o el encanto de John Kennedy. Hay algo malo en que todo esto nos sea arrebatado de repente, mientras que el ciclo sin sentido de la naturaleza sigue y sigue sin cesar. Sí, el espíritu humano siente eso con fuerza. Esta cuestión tan pertinente será desarrollada en la temática de este libro.

Lo que es más, el Buscador dice que la experiencia de todo individuo confirma este sentimiento de futilidad. Verso 8:

Todas las cosas son fatigosas,
más de lo que el hombre puede expresar.
Nunca se sacia el ojo de ver
ni el oído de oír.
¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será.
¿Qué es lo que ha sido hecho?
Lo mismo que se hará,
pues nada hay nuevo debajo del sol.
¿Acaso hay algo de que se pueda decir:
«He aquí esto es nuevo»?
Ya aconteció en los siglos que nos han precedido.
No queda memoria de lo que precedió,
ni tampoco de lo que ha de suceder
quedará memoria en los que vengan después.
(Eclesiastés 1:8-11)

Su hipótesis aquí es: “Todas las cosas son fatigosas”. Él ha observado que hay un desasosiego inherente a todo. De hecho, es tan extenso que no es posible que alguien pueda describir todo el descontento de la vida.

Tiene dos pruebas de esto. Primera, el deseo humano nunca se satisface: “Nunca se sacia el ojo de ver”. La madre de mi esposa tiene 95 años. Ahora ella solo es la sombra de una persona, pero su mente es todavía aguda y clara. El otro día la teníamos en casa, y alguien mencionó un lugar lejano. Inmediatamente ella dijo: “Oh, ojalá pudiera verlo”. A pesar de sus años, el ojo no se sacia de ver; aún anhela ver otros lugares, otros ambientes, otras costumbres. El ojo nunca está satisfecho. Ni el oído se sacia de oír. Siempre estamos atentos a alguna idea nueva o a algo nuevo que ha ocurrido. Por eso los programas de noticias son siempre populares. La televisión, la radio y los periódicos alimentan esta hambre del oído de oír alguna cosa. Un cotilleo jugoso sobre una estrella de Hollywood venderá miles de revistas y periódicos. Por eso ponemos las telenovelas. Es que no nos cansamos de oír algo nuevo. Alguna nueva manera de obtener beneficio, por ejemplo, siempre tiene atractivo. El razonamiento del Buscador es que el oído nunca se sacia porque el deseo humano nunca está satisfecho; es una consecuencia del desasosiego inherente a la vida.

Pero, en segundo lugar, dice, incluso aunque anhelamos ver u oír algo nuevo, jamás aparece algo realmente nuevo. La vida es un refrito de lo que ha sido antes; es lo viejo reinterpretado una y otra vez. Esa es su argumentación. Esto es también el resultado de la molestia que está encastrada en la vida. Aunque algo nos parezca nuevo, en realidad “nada nuevo hay bajo el sol”. Alguien puede objetar inmediatamente y decir: “¡Un momento! ¡Ellos no tenían radio, televisión, viajes espaciales o alguna de tales cosas hasta hace unas décadas. Bueno, incluso usted, Ray Stedman, debería ser capaz de recordar en el pasado los días en que no había ninguna de estas cosas!”.

Cuando Don Broesamle y yo estabamos en Hong Kong recientemente, pasando un par de días de descanso después de un plan de viajes y conferencias bastante agotador, nos alojamos en el maravilloso hotel British Peninsula en el lado Kowloon de Hong Kong. Justo al otro lado de la calle había un planetario recién construido, y Don y yo fuimos a ver allí "La búsqueda de otras civilizaciones". Siempre me resulta emocionante sentarme en esas salas abovedadas. Las luces se apagan, las estrellas empiezan a aparecer en lo alto como los luceros de una noche de verano, y uno de repente tiene una sensación de eternidad; usted siente la grandeza y magnificencia del universo.

El espectáculo comenzó mostrando las grandes estatuas de la Isla de Pascua, en el océano Pacífico, suscitando la pregunta: ¿De dónde salieron estas estatuas? Estas estatuas son enormes, de 6 metros o más de altura, hechas de grandes rocas, que pesan cientos de toneladas. ¿Quién las erigió? ¿De dónde vinieron, y cómo llegaron allí? Nadie ha sido nunca capaz de contestar estas preguntas. Entonces el espectáculo nos llevó a zonas de Sudamérica donde grandes dibujos geométricos han sido grabados sobre cientos de metros cuadrados de terreno. Estos diseños obviamente han sido hechos por hombres, o alguna criatura inteligente; no obstante, no se pueden ver a menos que se observen desde el cielo. Esto nos hace preguntarnos: ¿Por qué alguien pintaría figuras en el suelo tan grandes que no pueden verse a menos que se miren desde el aire? Muchos han conjeturado que las civilizaciones del pasado tenían maneras de elevarse sobre la tierra. Quizá visitantes del espacio usaban estos dibujos. Otros misterios, tales como Stonehenge en Inglaterra, se proponen y componen cuando uno explora la tierra. Me impactó el hecho de que ese espectáculo del planetario era una confirmación de lo que el Buscador del Eclesiastés declara: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará“. Otras épocas lo repetirán. “Nada hay nuevo debajo del sol”.

¿Por qué, entonces, las cosas parecen nuevas? Su respuesta está en el verso 11: la memoria del hombre es defectuosa; hemos olvidado las cosas que una vez fueron. El espectáculo del planetario confirmaba eso. Una parte mostraba a los mayas de Centroamérica, los descendientes biológicos de una raza de gigantes intelectuales que una vez vivieron en esa zona, los cuales erigieron templos llenos de misterios, que la generación presente de mayas olvidó hace mucho. No pueden explicar estos misterios; no los entienden. Han perdido los conocimientos del pasado. Esto es lo que este escritor afirma. Nuestras memorias son tan cortas que perdemos lo que sabemos, y, sugiere, podría ocurrir de nuevo. Todas estas maravillas tecnológicas, de las que estamos tan orgullosos, puede que algún día desaparezcan en un gran holocausto nuclear. Al ver nuestros aparatos de televisión o algunas de estas cosas, las generaciones futuras podrían muy bien preguntarse: ¿Para qué sirve esta maraña de cables? ¿Para qué usaban esta cosa? Ese es el problema. “Nada hay nuevo debajo del sol”.

Así que se suscita la cuestión: “¿La vida se trata solo de eso? ¿Es solo la busca de algo que nunca satisface? ¿No se puede hacer ningún avance con el que se pueda encontrar algo que satisfaga continuamente el hambre del corazón humano, que nos haga sentir deleite, satisfacción y alegría sin fin? Eso es lo que buscamos. Antes de que el Buscador nos introduzca en los detalles de su búsqueda ―lo cual empieza en el capítulo 2― nos da información acerca de sus cualificaciones, en los versos 12-18. Estos constan de dos partes: su posición y su diligencia:

Yo, el Predicador, fui rey sobre Israel en Jerusalén. Me entregué de corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo; este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Miré todas las obras que se hacen debajo del sol, y vi que todo ello es vanidad y aflicción de espíritu.

Lo torcido no se puede enderezar,
y con lo incompleto no puede contarse. (Eclesiastés 1:12-15)

La posición de este hombre le dio una oportunidad infrecuente. Él era rey, la autoridad máxima en la tierra; nadie desafiaría lo que hacía. Y era rey en tiempo de paz. Durante 40 años del reinado de Salomón, ningún ejército arremetió contra las murallas de Jerusalén, como estuvieron haciendo a lo largo de la historia y amenazan con hacer hoy día. Su padre había amasado una gran fortuna, de la cual Salomón era el heredero, y él mismo había incrementado esta riqueza. Durante 40 años de la vida de la nación no hubo necesidad de gasto en armamento. Era un tiempo de paz y gran prosperidad. Lo que es más, durante este tiempo las naciones gentiles estuvieron mandando delegados a Jerusalén. La reina de Sabá hizo un largo camino desde los confines de la tierra para, según ella, ver y oír la sabiduría de este hombre. Salomón tuvo una gran oportunidad.

Aun más, fue capaz de investigar extensamente: “Me entregué de corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo”, dice. Él pudo interesarse por todas las cosas. Pero, con toda franqueza, tuvo que declarar: “este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres para que se ocupen en él”. Esa traducción pierde algo del significado. En hebreo no dice “los hijos de los hombres”, sino más bien “los hijos del hombre”. Eso significa Adán: “los hijos de Adán”. Así que se refiere, no al conglomerado de la humanidad, sino a la naturaleza del hombre.

Creo que aquí está haciendo referencia a la caída del hombre. Está reconociendo el hecho de que es difícil para los hombres encontrar respuestas. Hay algo mal dentro del hombre. Es un asunto complicado para un hombre que siente una curiosidad abrumadora por descubrir los secretos de la vida que le rodea y, sin embargo, se queda perplejo todo el tiempo por una comprensión inadecuada. El hombre no puede atar todos los cabos.

Además, él pudo incluso investigar lo opuesto de cada cosa. “Miré todas las obras”, dice. Sin embargo, había ciertas limitaciones inherentes en eso. Eso es lo que cita en un proverbio: “Lo torcido no se puede enderezar, y con lo incompleto no puede contarse”. Es difícil para el hombre encontrar las respuestas de la vida, porque cuando ve que algo está mal, de alguna manera aún hay una dificultad intrínseca en ello que le impide corregirlo. ¿Ha sentido usted alguna vez, como yo, que cuando las cosas van mal en su familia, aunque usted anhela enderezarlas, de algún modo usted no puede hacerse con la situación, no puede arreglarla? “Lo torcido no se puede enderezar”. Una de las grandes frustraciones de la vida es que, no importa cuánto lo intente, hay algunas cosas que usted no puede corregir. Del mismo modo, no importa cuánto pueda descubrir, hay información que ansía tener y que no puede encontrar.

“Lo incompleto no puede contarse”. Ese era el problema de este hombre.

Entonces habla de su solicitud, versos 16-18:

Hablé yo en mi corazón, diciendo: «He aquí, yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría más que todos mis predecesores en Jerusalén, y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia.» De corazón me dediqué a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos. Y supe que aun esto era aflicción de espíritu, pues

en la mucha sabiduría hay mucho sufrimiento;
y quien añade ciencia, añade dolor.

(Eclesiastés 1:16-18)

Para ustedes, los estudiantes que acaban de volver al colegio, ese es un gran verso que memorizar: “quien añade ciencia, añade dolor”. Eso es verdad, triste, pero cierto. Sin embargo, no es un argumento para no aumentar el saber, porque la alternativa es incluso peor: la ignorancia es tontería.

¿No es extraordinario que el Hombre que ha sido la personificación de la sabiduría de todas las épocas es también el llamado “varón de dolores, experimentado en sufrimiento” (Isaías 53:3b). Aun así, este Buscador continuó, a pesar de la creciente frustración de saber que cuanto más sabía, más sabía que no sabía. Al final de su vida, Isaac Newton dijo: “He estado chapoteando en la superficie de un gran océano de conocimiento”. Él también sintió la frustración de no ser capaz de abarcar más. Esto nos da una pista de cuándo se escribió este libro. Debió ser en los últimos años del reinado de Salomón, después que tuvo amplia oportunidad de investigar todas las áreas de la vida. Siguiendo a ese periodo, que el Primer libro de Reyes describe, cayó en un declive espiritual, arrastrado por la idolatría de las esposas de naciones lejanas con las que se casó. Este ilustre hijo de David, con todo su conocimiento de la Ley de Moisés y todo su entendimiento de la Palabra de Dios, de hecho acabó postrándose ante ídolos sin vida en los templos paganos que construyó para sus esposas en Jerusalén. Pero, parece ser que hubo un tiempo de restauración.

Uno de los Targumim de los judíos tiene un pasaje interesante:

Cuando el rey Salomón estaba sentado sobre el trono de su reino, su corazón se sintió grandemente eufórico por las riquezas, y transgredió los mandamientos de la Palabra de Dios; y reunió muchas casas, y carros y jinetes, y amasó mucho oro y plata, y se casó con mujeres de naciones extranjeras. Con lo que la ira del Señor se encendió contra él, y le mandó a Asmodeo, el rey de los demonios, quien lo echó del trono de su reino y quitó el anillo de su mano, para que deambulara y vagara por el mundo, con el fin de reprobarlo; y vagó por los pueblos y ciudades de las provincias de Israel, llorando y lamentándose, y diciendo: “Yo soy Coheleth, cuyo nombre antes era Salomón, quien era rey sobre Israel en Jerusalén”.

No hay referencia a este periodo en las Escrituras, así que puede que no sea fiable. Pero podría ser verdad. Hay sugerencias en las Escrituras de que llegó un tiempo en que el rey Salomón vio la necedad que estaba haciendo y se arrepintió. Este libro es su proclamación meditada desde una mente escarmentada por lo que había aprendido de la vida. Este no es un joven enojado hablando. Estas son las palabras de un hombre que ha pasado por todo y está compartiendo con nosotros lo que encontró en su búsqueda. ¿Encontró alguna respuesta? ¿Encontró la clave de la vida que hace que todo rinda su tesoro de alegría? La respuesta a eso es: Sí, lo hizo, y nos cuenta la respuesta en este libro. Pero no es con la respuesta con lo que ha empezado aquí. Lo que él encontró “debajo del sol” fue vacío, pero siguió hasta encontrar algo más que eso. Esto es lo que este libro expone.

Oración:

Gracias, Señor, por estas sabias, sabias palabras. Gracias, porque las respuestas a la vida no se encuentran en la sabiduría del hombre. Ninguna institución humana puede darnos la clave de la vida. Debe venir de Tu amorosa mano, a menudo a través de mucho dolor y tristeza, mientras nos esforzamos tras estas grandes respuestas de la vida. Guíanos ahora, guárdanos y ayúdanos a esperar y estar atentos, recordando que el temor del Dios es el principio de la sabiduría. Te lo pedimos en el nombre de Jesús. Amén.